viernes, 30 de noviembre de 2007

Nido de campesinos


Alrededor de una hacienda señorial abandonada, de medio pelo, se agrupan unas dos decenas de casas de campo de madera, dispuestas como si estuvieran hilvanadas. En la más alta y visible de éstas azulea el letrero Taberna, y brilla al sol un samovar dibujado. Mezclados con los tejados rojizos de las casas de campo asoman tristemente, por aquí y por allá, los tejados combados y verdosos de moho de las caballerizas, los invernaderos y los graneros señoriales.
Es un mediodía de mayo. El aire huele a schi de vigilia y a carbonilla de samovar. El gerente Kuzmá Fiódorov, un mujík alto, maduro, con la camisa por fuera y en botas plegadas, camina alrededor de las casas de campo, y las muestra a los veraneantes-arrendadores. En su rostro están escritas la pereza estúpida y la indiferencia: si hay arrendadores o no, a él resueltamente le da igual. Tras él caminan tres: un señor pelirrojo en uniforme de ingeniero-ferroviario, una dama delgada en estado interesante y una muchacha de gimnasio.
-Pero qué casas de campo caras tiene usted, -frunce el ceño el ingeniero. –Todo es a cuatrocientos y trescientos rublos... ¡es horrible! Muéstrenos algo más barato.
-Hay y más baratas... De las baratas sólo quedan dos... ¡Pasen!
Fiódor conduce a los arrendadores a través del jardín señorial. Ahí sobresalen unos tocones y se seca un abetal ralo; sólo queda intacto un árbol alto, un viejo álamo esbelto, perdonado por el hacha como para que llore la suerte desdichada de sus coetáneos. De la tapia de piedra, las glorietas y las grutas quedan sólo huellas en forma de ladrillos tirados, trozos de cal y troncos podridos.
-¡Qué descuidado está todo! –dice el ingeniero, mirando con tristeza las huellas del esplendor de antaño. -¿Y dónde vive ahora su señor?
-Él no es señor, sino de los mercaderes. En la ciudad, alquila habitaciones amuebladas... ¡Pasen!
Los arrendadores se inclinan y entran a una pequeña construcción de piedra con tres rejillas, como ventanas de calabozo. De éstas emana humedad y olor a podrido. En la casita hay una habitación cuadrada, dividida en dos por un tabique de chillas nuevo. El ingeniero entorna los ojos sobre las paredes oscuras, y lee en una de éstas una inscripción con lápiz: “En esta morada de muertos se contagió de melancolía e intentó el suicidio el teniente Fildekósov”.
-Aquí, su excelencia, no se puede estar con gorro, -se dirige Fiódorov al ingeniero.
-¿Por qué?
-No se puede. Aquí había una bóveda, a un señor enterraron. Si levanta esa tabla y echa un vistazo debajo del suelo, pues verá los ataúdes.
-¡Qué novedades! –se horroriza la dama delgada. -¡Sin hablar ya de la humedad, aquí de la sola aprensión te mueres! ¡No deseo vivir con los muertos!
-A los muertos, señora, no se les toca. No son unos vagabundos cualquiera los enterrados, sino su propio prójimo, los señores. El verano pasado aquí, en esta misma bóveda, vivió el señor militar Fildekósov, y quedó totalmente satisfecho. Prometió venir este año, pero por algo no viene pues.
-¿Él intentó el suicidio? –preguntó el ingeniero, tras recordar la inscripción en la pared.
-¿Y usted de dónde sabe? Realmente, hubo eso señor. ¡Por algo todo el canutillo salió pues! Él no sabía que ahí, debajo del suelo, el reino de los cielos para ellos, yacen unos difuntos, bueno, y se le ocurrió entonces, una vez de noche, esconder debajo de la tarima un cuarto de vodka. Levantó esa tabla, y cuando vio que ahí había ataúdes, se chifló. Salió corriendo afuera y dale a dar alaridos. A todos los veraneantes los dejó pasmados. Después se empezó a debilitar. No hay en qué salir, y vivir da miedo. Al final, el señor no resistió, se levantó la mano. Suerte mía pues, que yo de antemano, por la casa, le cobré cien rublos, si no así se hubiera ido, es posible, por el susto. Mientras estaba acostado y se curaba, se acostumbró un poco... no es nada... Prometió venir de nuevo: “¡Yo, dice, estas aventuras las amo a muerte!” ¡Un excéntrico!
-No, muéstrenos ya otra casa de campo.
-Tengan la bondad. Todavía hay una, sólo que peor.
Kuzmá conduce a los veraneantes a un costado de la hacienda, a un lugar donde se levanta una leñera deshecha... Tras la leñera brilla un estanque cubierto de hierba y se oscurecen los cobertizos señoriales.
-¿Aquí se puede pescar? –pregunta el ingeniero.
-Cuanto le plazca... Pague cinco rublos por la temporada y pesque a su salud. O sea, con la caña en el río se puede, pero si desea pescar carasios en el estanque, pues ahí es un pago especial.
-El pescado es una tontería -observa la dama, -y sin éste se puede arreglarse. Pero en cuanto a las provisiones. ¿Los campesinos traen leche aquí?
-A los campesinos aquí, no se les permite venir, señora. Los veraneantes están obligados a recoger las provisiones en nuestra granja. Tal condición ya ponemos. No cobramos caro. La leche un cuartito por el par, los huevos, como de costumbre, tres gríviennikis1 por la decena, la mantequilla un poltínnik2... Las distintas verduras y legumbres, también donde nosotros las deben recoger.
-Hum... ¿y hongos, tienen dónde recoger?
-Si el verano es lluvioso, pues suele haber hongos. Recoger se puede. Aporten por la temporada seis rublos por persona, y recojan no sólo hongos, sino hasta bayas. Eso se puede. A nuestro bosque, el camino va a través del río. Desean, van por el vado, no desean, vayan por el torrente. Sólo vale un quintito pasar por el torrente. Hacia allá un quinto, y desde allá un quinto. Y si algunos señores desean cazar, juguetear con la escopeta, pues nuestro dueño no objeta. Dispara cuanto quieras, sólo ten un recibo contigo, para que pagues diez rublos. Y el baño aquí es maravilloso. La orilla está limpita, en el fondo hay arena, cualquier profundidad: y por la rodilla, y por el cuello. No cohibimos. Por una vez un quinto, y si por la temporada, pues cuatro con una poltína3. ¡Como si estás todo el día en el agua!
-¿Y los ruiseñores aquí cantan? –pregunta la muchacha.
-Hace poco cantaba uno tras el río, pero mi hijito lo atrapó, se lo vendió al tabernero. ¡Pasen!
Kuzmá conduce a los arrendadores a un pequeño cobertizo antiguo con ventanas nuevas. Adentro, el cobertizo está dividido por unos tabiques en tres tabucos. En dos tabucos hay unos graneros vacíos.
-¡No, a dónde vivir ahí! –declara la dama delgada, echando una ojeada con aprensión a las paredes sombrías y los graneros. -Esto es un cobertizo, y no una casa de campo. Y no hay nada que ver, George... Ahí, seguro, gotea y sopla. ¡Es imposible vivir!
-¡La gente vive! –suspira Kuzmá. –Sin pájaros, como se dice, hasta una cazuela de ruiseñores, y cuando no hay casas de campo, así ésta entra por el alma buena. Si usted no la alquila, pues otros la van a alquilar, y ya alguien va a vivir en ésta. Para mí, esta casa de campo, es la más apropiada para ustedes; en vano usted, este mismo... escucha a su esposa. Mejor en ningún lugar la va a encontrar. Y yo, a ustedes, les cobraría más barato. Ésta anda por ciento cincuenta, y yo les cobraría ciento veinte.
-No, querido, no va. Adiós, disculpe que lo molestamos.
-No es nada. Que estén saludables.
Y, siguiendo con los ojos a los veraneantes que se retiran, Kuzmá tose y agrega:
-Para un tesito se debería, con vuestra gracia. Unas dos horas, seguro, los conduje. ¡Un poltínnik pues, ya no escatimen!

1Gríviennik (expresión familiar), moneda de diez kópeks.
2Poltínnik (expresión familiar), moneda de cincuenta kópeks.
3Poltína (vulgarismo, de poltínnik), moneda de cincuenta kópeks.

Título original: Kulache gnezdo, publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazieta, 1885, Nº 139, con la firma “A. Chejonté”.
Imagen: Feodor Vasilyev, Street in a Village, 1868.