martes, 26 de mayo de 2009

I.N. Potápienko a Chejov


Moscú, 23 de agosto de 1896.

Gentil Antonio.
Desapareciste un día antes de mi aparición en Moscú. Es una lástima. Y hacia donde desapareciste, nadie lo sabe. Me diste la dirección de Feodosia, y te fuiste, al parecer, al Cáucaso1. Pero yo sigo la dirección y escribo a Feodosia.
Tu pieza2 sufrió unos cambios ínfimos. Yo me decidí a hacerlos a mi voluntad, ya que de eso dependía su destino, y además, éstos no cambian nada. Te los recordaré de memoria. En dos lugares, donde la dama le habla a su hijo del literato: “yo me lo llevaré”, es cambiado por: “él se irá”. Las palabras: “ella fuma, toma, vive abiertamente con ese literato”, son cambiadas por: “ella lleva una vida desordenada, siempre anda con ese literato”, las palabras: “Ahora él sólo toma cerveza, y puede querer sólo a las no jóvenes”, son cambiadas por: “ahora él sólo toma cerveza, y a las mujeres sólo les exige respeto”, y aún dos-tres cambios muy insignificantes. El asunto es que el censor deseaba en absoluto no eso, que tú entendiste. Él exigía que Trépliev no se inmiscuyera en absoluto, en la cuestión de la relación de Trigórin con su madre, y como que no supiera de ésta, lo que se logra con estos cambios.
Ahora la pieza está autorizada. Davídov3 me dijo que tú le prometiste darle la pieza para la lectura, y sobre ese fundamento yo se la di. Al regresar a Petersburgo (el 26), la daré a copiar, y después presentaré 2 ejemplares al Comité. Yo tengo tu petición. No recuerdo si acaso fuiste tan inteligente, como para no registrar los meses y las fechas. Si Vsievolózhskii4 va a estar en Petersburgo, pues conseguiré la inscripción “leer fuera de fila”, y entonces estará lista a principios de septiembre. Si él no va a estar, entonces caerá en la fila, y eso demorará un poco la marcha. Pienso que Grigoróvich5 no estará en septiembre en Petersburgo. Si tú deseas que la pieza se lea en el Comité en su presencia, pues escríbeme sobre eso.
Yo me iré de Petersburgo al extranjero el 3 de septiembre, y regresaré hacia el día 25. Me torturaron las piedras por completo. Por dos días enteros. Ahora dejé de comer y beber. Como sólo albóndigas de pollo, bien molidas por un cocinero y dos lacayos, y tomo té. Aposté en Moscú en las carreras y gané 70 rub. Kúguel6 me informó que Solovióv7 insiste, en que El pensamiento ruso te invite como redactor. Es en serio. Menos de seis mil no aceptes. A mí me quiere “designar” redactor de La hojita moscovita, ya que él conoce que para mí menos de 12 mil, es imposible de cualquier modo. Právdin me rogó transmitirte algo sobre sus sentimientos de gratitud, con motivo de cierto cuento que tú le enviaste, con el que está extasiado. En Moscú, con excepción de Góltsiev8 y los actores del teatro Mali, no vi a nadie. Mañana veré a los muertos de El pensamiento ruso. Dicen que a Rémiezov9 le dio calenturas por mi relato sobre la vida de los fabricantes de ataúdes, al tomarlo como una insinuación de que para él ya es hora de... Y a Vúkol10 le empieza una dilución del cerebro. Esas son las noticias más frescas. ¡Cómo llegar a Moscú y no comer, no beber! Donde Tiéstov11 como consomé de pollo, en La Taberna moscovita huevo pasado por agua, en el Ermitage no estuve incluso, y si estoy, pues me pondré a tomar apollinaris12.
Que seas dichoso. Oí que recibiste cierto “boleto personal” para las vías férreas13. ¡Te envidio!
Estrecho tus rodillas.

Tuyo, I. Potápienko.

1En agosto de 1896, Antón Chejov, antes de viajar a la casa de su amigo Alexéi Suvórin, en Feodosia, viaja por Taganróg, Rostóv, Nachijeván, Kislovódsk y Novorossísk.
2La Gaviota, pieza de Antón Chejov.
3Vladímir Davídov (apellido verdadero, Goriélov), actor del teatro de F. Korsh, en Moscú, y del teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
4Iván Vsievolózhskii, director de los teatros imperiales de Moscú y de San Petersburgo.
5Dmítrii Grigoróvich, escritor conocido, autor de Los pescadores y Los emigrantes, entre otros relatos.
6Alexánder Kúguel, crítico teatral, editor y redactor de la revista El teatro y el arte.
7Mijaíl Solovióv, jefe de la Dirección central para asuntos de prensa.
Chejov llama a Mijaíl Solovióv "el inquisidor" (ver carta a Leóntiev-Scheglóv del 5 de enero de 1897). Los redactores de El pensamiento ruso, sin la mediación de Solovióv, invitan a Chejov a trabajar en la revista.
8Víctor Góltsiev, periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso.
9Mitrofán Rémiezov, escritor y traductor, colaborador de la revista El pensamiento ruso.
10Vúkol Lavróv, redactor y editor de la revista El pensamiento ruso, traductor, autor de memorias sobre Chejov.
11Iván Tiéstov, dueño de un restaurante en Moscú.
12Apollinaris, agua mineral de botella, marca alemana.
13Alexéi Suvórin envía a Chejov, en 1896, un billete para viajar gratis por las vías férreas de Rusia.

Imagen: Alexander Matrehin, Revival of the Nikitskiy Monastery, 1996.

lunes, 25 de mayo de 2009

Chejov a I.N. Potápienko


Miélijovo, 11 de agosto de 1896.

Querido Ignacius, la pieza se envía1. El censor señaló con lápiz azul los lugares que no le gustan, por razón de que el hermano y el hijo tienen una actitud indiferente hacia la relación amorosa de la actriz con el literato. En la 4ta página eliminé la frase “vive abiertamente con ese literato”, y en la 5ta “puede amar sólo a los jóvenes”. Si los cambios que yo hice en los pliegos son admitidos, pues pégalos fuerte en aquestes lugares, ¡y que seas bendito por los siglos de los siglos y veas a los hijos de tus hijos! Y si esos cambios son rechazados, pues escupe2 la pieza: lidiar más con ésta yo no deseo, y a ti no te lo aconsejo.
En la 5ta página, en las palabras de Sórin: “A propósito, dime, por favor, ¿qué clase de hombre es su literato?”, se puede tachar la palabra su. En lugar de las palabras (ahí mismo) “No lo entiendes. Siempre está callado”, se puede poner: “¿Sabes?, no me gusta él a mí”, o lo que te plazca, siquiera un texto del Talmud*.
Que el hijo está en contra de la relación amorosa, se ve perfectamente por su tono. En la infortunada página 37, él le dice a la madre: “¿Para qué, para qué se interpuso ese hombre entre tú y yo?” En esa misma página 37, se pueden tachar las palabras de Arkádina: “Nuestra cercanía, por supuesto, no puede gustarte, pero...” Eso es todo. Los lugares subrayados velos en el ejemplar azul.
¿Cuándo pues en Miélijovo?
Entonces, lo que se pueda, táchalo, si Litvínov3 dice de antemano, que eso es suficiente.
Te agradezco por el chocolate mignon. Yo lo como.
El 6-17 me voy al sur, estaré en Feodósia, cuidaré a tu esposa. Cada vez, escríbeme. Después del 20, mi dirección es esta: Feodósia, casa de Suvórin.
¡Pues aún está el Comité!
Si me encuentras un apartamento en invierno, pues viviré todo el invierno en Petersburgo. Es suficiente una habitación y un water-closet.
¿Acaso no viajar juntos a algún lugar? Pues aún hay mucho tiempo. ¿A Batúmi o a Borzhómi? Beberíamos vino a gusto.
Te estrecho fuertemente entre mis brazos.

Tu deudor, Antonio.

11 de agos.

Tendrás que pegar un pliego en la 4ta pag. de cada ejemplar. Y en la 5ta y en la 37 sólo tacha. Por lo demás, procede como sabes. Perdóname, que te fatigo tan descaradamente4.
Por mi parte, yo subrayé con lápiz verde lo que se puede tachar y lo que, si ponerse en el punto de vista del censor, es más nocivo.

*o las palabras: "¡A sus años! ¡Ah, ah, cómo no le da vergüenza!" (Nota de Antón Chejov.)
1En 1896, la Dirección central para asuntos de prensa le devuelve La Gaviota a Antón Chejov, por motivos de censura.
2Escupir (vulgarismo), desdeñar, despreciar.
3Iván Litvínov, censor de obras dramáticas en la Dirección central para asuntos de prensa.
4Ignátii Potápienko se encarga de corregir La Gaviota en conjunto con la censura.

Imagen: Alexander Matrehin, The Kremlin Ensemble in Suzdal, 1996.

martes, 19 de mayo de 2009

Chejov a V.I. Nemiróvich-Dánchenko


Miélijovo, 26 de noviembre de 1896.

Gentil amigo, respondo a la esencia principal de tu carta, ¿por qué nosotros, en general, tan raramente tenemos conversaciones serias? Cuando la gente calla, pues eso significa que no tiene nada de qué hablar, o que tiene vergüenza. ¿De qué hablar? Nosotros no tenemos política, no tenemos ni vida social, ni de círculo, ni incluso vida callejera, nuestra existencia citadina es pobre, uniforme, lánguida, no interesante, y hablar de eso es tan aburrido, como escribirse con el Pradeño1. Tú dirás que nosotros somos literatos y que eso ya, por sí mismo, hace nuestra vida rica. ¿Acaso es así? Nosotros nos hundimos hasta las orejas en nuestra profesión, ésta nos aisló gradualmente del mundo exterior, y como resultado tenemos poco tiempo libre, poco dinero, pocos libros, leemos poco y sin ganas, oímos poco, raramente viajamos... ¿Hablar de literatura? Pero es que nosotros ya hablamos de ésta... Cada año es lo mismo, lo mismo, y todo lo que hablamos de literatura, comúnmente, se reduce a quién escribió mejor y quién peor; y las conversaciones sobre temas más generales, más amplios nunca fluyen, porque cuando a tu alrededor hay tundra y esquimales, pues las ideas generales, como no son aplicables al presente, se disipan y diluyen tan rápido, como la idea de la beatitud absoluta. ¿Hablar de la propia vida personal? Sí, eso a veces puede ser interesante, y nosotros, es posible, hablaríamos, pero ahí ya sentimos vergüenza, somos reservados, insinceros, nos retiene el instinto de conservación, y tememos. Nosotros tememos, que durante nuestra conversación nos escuche algún esquimal inculto, que no nos quiere y a quien no queremos tampoco; yo, personalmente, temo que mi amigo Serguéenko2, cuya inteligencia te gusta, va a resolver en voz alta, en todos los vagones y las casas, levantando el dedo, la cuestión de por qué yo me entendí con N, al mismo tiempo que Z me ama. Yo temo a nuestra moral, temo a nuestras damas... En resumen, de nuestro silencio, de la no seriedad y el no interés de nuestras pláticas no te culpes a ti, ni a mí, sino culpa, como dice la crítica, a la “época”, culpa al clima, al espacio, a lo que quieras, y concede a las circunstancias su particular, fatal e inexorable curso, confiando en un futuro mejor.
Y por Góltsiev yo, por supuesto, me alegro y lo envidio, ya que a sus años yo ya seré incapaz. Góltsiev me gusta mucho, y yo lo quiero.
Por la carta te agradezco de todo corazón y te estrecho la mano fuertemente. Nos veremos después del 12 de diciembre, pues antes de ese tiempo no se te encuentra. Reverencia a Ekaterína Nikoláevna y que estés saludable. Escribe, si te dan ganas. Te responderé con grandísimo placer.

Tuyo, A. Chejov.

1Alexéi Tíjonov (de seudónimo "El Pradeño"), escritor.
2Piótr Serguéenko (de seudónimos "Yorik el Pobre", "Emile Pup"), literato, publicista.

Imagen: Mijail Satarov, El atardecer invernal, XXI.

V.I. Nemiróvich-Dánchenko a Chejov


Moscú, 22 de noviembre de 1896.

¡Gentil Antón Pávlovich!
Acaso tienes en serio, una sensación no buena contra mí, por el hecho de que, por varios años, te empujé a escribir una pieza. Pero yo mantengo la convicción, que estoy dispuesto a defender como sea, apasionada y abiertamente, de que la escena con sus condiciones se atrasó diez años respecto a la literatura, y que eso es infame, y que la gente que dirige la escena, está obligada a moverla adelante en ese sentido, y demás.
Yo oí que tu Gaviota aparecerá en El pensamiento ruso, e incluso hice la propuesta de presentar yo ahí mismo un artículo, con motivo de esta.
Pero se me acumularon muchas ideas, que aún no me decido a expresar por escrito y que, con placer peculiar, compartiría contigo, precisamente contigo. Me sería tan preciado oír tus objeciones o aprobaciones, aunque éstas, en parte, estén dirigidas precisamente contra ti como escritor. Con la correspondencia no harás nada. Voy a esperar el encuentro contigo.
Por desgracia, nuestros encuentros a menudo pasan sin dejar huella, en el sentido del amor a la literatura. No entiendo por qué sucede eso. Acaso porque no llega un buen momento, porque para un “intercambio de ideas” interesante, primero es necesario encontrarse diez veces en calidad de simples “paseantes”, y sólo en la oncena vendrá el estado de ánimo para conversar bien; acaso porque tú tienes un carácter poco comunicativo, acaso porque yo me siento ante ti demasiado pequeño y tú me aplastas con tu talento, acaso porque, finalmente, todos nosotros, incluso tú, estamos algo desequilibrados o poco convencidos en el sentido del escritor. Además, nos toca encontrarnos en unas compañías, donde la mayoría de los elementos son de frente estrecha, o están mal educados. Yo, por ejemplo, hablaría con franqueza y de corazón ante Góltsiev1, y Sumbátov2 solamente, en el cálculo de que mis dudas sinceras no serán interpretadas de modo absurdo. Y es posible, aún ante Serguéenko3, a quien quiero por su inteligencia.
En ti no hay “maestrismo” en absoluto, según la expresión de Boboríkin4; tú, probablemente, escucharías con interés todas mis dudas. Pero temo que en ti hay tanto amor propio diabólico o, mejor dicho, reserva, que tú sólo vas a sonreír. (Conozco pues yo tu sonrisa.) Y además, tú dijiste más de una vez que te enfrías hacia la literatura... ¡Quién te entiende!
Ya ves, ¡ya el solo preámbulo de la plática despierta en mí tantas dudas!
¡Y fastidia! ¿Acaso será mejor, que cada uno trabaje en silencio, en su gabinete, ocultando a todos las cuestiones que lo inquietan, y buscando las respuestas a éstas sólo en los libros o en las propias torturas (sí, torturas), y no en las pláticas?
No pienses que yo caigo en un lirismo a la moda antigua. Simplemente, siento la necesidad de expresarme y escuchar. Si tuviéramos, siquiera, un verdadero crítico literario, que en todas estas cuestiones fuera en dos cabezas más inteligente que yo, y condescendiera a mí. Mijailóvskii5, ese, acaso, es más inteligente en un sazhén6 que todos nosotros, pero él no condesciende. Y a los restantes yo mismo les enseñaría. Me gusta platicar con Boboríkin, porque en él no hay revancha y hay mucha franqueza hacia las cuestiones literarias más menudas, pero él es un poco así, sabe Dios, va de un lado al otro, y sucumbe demasiado rápido a cualquier influencia. Yo intenté platicar con Suvórin7, no salió nada de eso.
Y acaso, conmigo es aburrido simplemente. Entonces pues, sólo me resta estar solo.
Todos nosotros pues, en este sentido, somos algo solitarios. Nos reunimos sólo para escuchar, entre copas de champagne, palabras bonitas sobre temas conocidos hace tiempo.
Con motivo de tu Gaviota ya tuve, incluso, una correspondencia bastante animada con los petersburgueses, y además me acaloré.
¿Qué contarte de nuevo?
¿Chismearte? Recién ayer supe que Listzóva8 tiene un niño, y que el padre de ese niño es Góltsiev. Ves pues, qué “necesidad vital”. Pues Víctor Alexándrovich ya está por los 50. La madre está dichosa y orgullosa, y no oculta su júbilo y orgullo. Sería curioso conocer tu opinión sobre esto.
Yo estoy ocupado con la entrega de los papeles de la pieza, y con la pieza en general. Acaso te escribí sobre esta, no lo recuerdo. Se llama El precio de la vida. Un drama. La cuestión sobre los suicidas. Va en beneficio de Liénskii9, el 12 de diciembre.
La escribí con una tensión increíble, tan fuerte, que me di la palabra de no escribir más piezas. Por ahora tiene éxito, e incluso notable, o sea, entre quienes la leyeron.
Mi tiempo restante se va en la escuela.
Hasta pronto. Te abrazo, y envío de mi parte y de Katia una reverencia a todos ustedes.

Tuyo, V. Nemiróvich-Dánchenko.

1Víctor Góltsiev, periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso.
2Alexánder Yuzhín-Sumbátov, actor, dramaturgo, autor de El ocaso y La niebla nocturna, entre otras piezas.
3Piótr Serguéenko (de seudónimos "Yorik el Pobre", "Emile Pup"), literato, publicista.
4Piótr Boboríkin (de seudónimo "Pierre Bobo"), escritor.
5Nikolai Mijailóvskii, publicista, sociólogo, crítico literario, teorético del populismo.
6Sazhén, antigua medida rusa, igual a 2, 134 m.
7Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
8Sofía Listzóva, oficinista de la revista El pensamiento ruso.
9Alexánder Liénskii (apellido verdadero Verviziotti), actor y director del teatro Máli, de Moscú.

Imagen: Victor Safronov, Temple of the Basil the Blessed, 2005.

lunes, 18 de mayo de 2009

Chejov a V.I. Nemiróvich-Dánchenko


Miélijovo, 20 de noviembre de 1896.

Gentil Vladímir Ivánovich, ves, yo tampoco respondo enseguida a las cartas. Masha1 vive ahí mismo, donde el año pasado: Sujarióvskaya-Sadóvaya, c. Kírjgov.
Sí, mi Gaviota tuvo en Petersburgo, en la primera presentación, un fracaso inmenso. El teatro respiraba maldad, el aire se vició de odio, y yo –por ley física- volé de Petersburgo, como una bomba. De todo esto son culpables tú y Sumbátov2, ya que ustedes me empujaron a escribir una pieza.
Tu creciente antipatía hacia Petersburgo la entiendo pero, con todo, en este hay muchas cosas buenas; siquiera, por ejemplo, la Niévskii3 en un día soleado o Komissárzhevskaya4, a quien considero una actriz magnífica.
Mi salud no está mal, mi estado de ánimo tampoco. Pero temo que mi estado de ánimo pronto se pondrá infame de nuevo: Lavróv5 y Góltsiev6 insistieron en que La Gaviota se publique en El pensamiento ruso7, y ahora la crítica literaria empezará a azotarme. Y eso es repulsivo, como si te metieras en un charco en otoño.
De nuevo te canso con un ruego. En la biblioteca pública de Taganróg8 abren el departamento de información. Envíame para todo el departamento el programa y los estatutos de vuestra sociedad filarmónica, el estatuto de la caja literaria y, en general, todo lo que tengas a la mano y lo que, en tu opinión, tenga un carácter informativo. Discúlpame por este divertido encargo.
Saluda a Ekaterina Nikoláevna9 y que estés saludable.

Tuyo, A. Chejov.
20/XI/96.

Escríbeme algo.

1María Chejova ("Masha"), hermana de Chejov.
2Alexánder Yuzhín-Sumbátov, actor, dramaturgo, autor de El ocaso y La niebla nocturna, entre otras piezas.
3La célebre avenida Niévskii de San Petersburgo.
4Viéra Komissárzhevskaya, actriz del Teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
5Vúkol Lavróv, redactor y editor de la revista El pensamiento ruso, traductor, autor de memorias sobre Chejov.
6Víctor Góltsiev, periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso.
7El pensamiento ruso, revista mensual científica, literaria y política de Moscú, de orientación liberal.
8Taganróg, ciudad natal de Chejov.
9Ekaterina Nemiróvich-Dánchenko ("Katia", de nacimiento baronesa Korf), esposa de V.I. Nemiróvich-Dánchenko.

Imagen: Konstantin Krizhitzkii, Olió a primavera, 1910.

sábado, 16 de mayo de 2009

Chejov a A.S. Suvórin


Miélijovo, 14 de diciembre de 1896.

Recibí sus dos cartas sobre El tío Vania1, una en Moscú, otra en casa. No hace mucho recibí además una carta de Kóni2, que estuvo en La Gaviota. Usted y Kóni me han brindado con sus cartas no pocos buenos momentos, pero yo, con todo, tengo el alma como de piedra, no siento por mis piezas nada, excepto repulsión, y leo la corrección a la fuerza. Usted me dirá de nuevo que eso es no inteligente, estúpido, que eso es amor propio, orgullo y demás y demás. Lo sé, ¿pero qué hacer pues? Yo me alegraría de librarme de una sensación estúpida, pero no puedo y no puedo. El culpable de eso no es que mi pieza fracasó, pues la mayoría de mis piezas fracasaron antes también3, y cada vez me importó un bledo. El 17 de octubre no tuvo éxito no la pieza, sino mi persona. A mí ya, durante el primer acto, me sorprendió una circunstancia, y precisamente: esos, con quienes yo, hasta el 17 de octubre, me franqueaba amistosa y afectivamente, almorzaba con descuido, por quienes rompía las lanzas (como, por ejemplo, Yasínskii4), todos esos tenían una expresión extraña, terriblemente extraña… En una palabra, sucedió eso, que dio motivo a Léikin5 para expresarme en una carta su condolencia, por que yo tenía tan pocos amigos; a La semana para preguntar: “¿qué les hizo Chejov6?”; y a la Teatral para incluir toda una correspondencia (Nº 95) sobre que, al parecer, la hermandad de escritores me organizó un escándalo en el teatro7. Yo ahora estoy tranquilo, mi estado de ánimo es el habitual, pero con todo no puedo olvidar lo que pasó, como no podría olvidar, por ejemplo, si me pegaran.
Ahora un ruego. Envíeme el soborno habitual de cada año, su calendario8, ¿y acaso no hallará usted posible, a través de alguna persona que esté cerca de la Dirección central, hacer un certificado de por qué razón, hasta ahora, aún no nos han autorizado la revista La cirugía? ¿Será autorizada acaso9? El pedido fue entregado por mí aun el 15 de octubre, a nombre del prof. Diákonov. El tiempo no espera, sufrimos pérdidas inmensas.
Sítin10 compró una posesión en las afueras de Moscú por 50 mil, a 14 vérstas de la estación, cerca de la carretera.
Usted divide las piezas en actuables y leíbles. ¿En qué categoría -leíble o actuable- ordena incluir La bancarrota11, en particular, ese acto donde Dalmátov y Mijáilov, en el transcurso de todo el acto, hablan los dos sólo de contabilidad y tienen un éxito enorme? Yo pienso que si una pieza leíble es actuada por buenos actores, pues se vuelve actuable.
Yo preparo un material para un libro tipo Sajalín, en el que describiré todas las 60 escuelas rurales de nuestro distrito, tomando exclusivamente su lado cotidiano administrativo. Para consumo de los del zémstvo12.
Le deseo bienes terrenales y celestiales, sueño profundo y buen apetito.

Suyo, A. Chejov.

1Alexéi Suvórin prepara en su editorial el libro Piezas, A.P. Chejov; tras leer la pieza El tío Vania por primera vez en la galera, escribe a Chejov sus impresiones.
2Carta de Anatólii Kóni del 11 de noviembre de 1896.
3El silvano no tiene éxito en su estreno, en el teatro de María Abrámova, en San Petersburgo.
4En su artículo de Las noticias de la bolsa, Yeroním Yasínskii refiere: "Otra razón, de por qué la pieza no fue aceptada ni por los actores, ni por el público: todos estaban confundidos. ¿En qué lugar empezó esa confusión?, no se puede definir con exactitud. Los rostros ardían de la vergüenza. Es una infinita lástima, que la pieza tanto no se dio" (Chejov, Esbozo biográfico, A. Izmáilov, pag. 406).
5Nikolai Léikin, editor de Retazos, escribe a Chejov el 27 de octubre de 1896: “¡Ah, cómo nosotros, sus amigos, nos indignamos con los reseñistas durante la primera presentación de La Gaviota! Ellos, al instante después del primer acto, silbaron, corrieron por los pasillos y al buffet, exclamando con aplomo: ‘¡Dónde está la acción ahí! ¿Dónde están los tipos? Agua y más agua’, preparando directamente el fracaso de la primera presentación, ya que se dirigían con sus pláticas a los asiduos del beneficio” (A.P. Chejov, Obr. com., pag. 575).
6En su artículo Ideas y encuentros, de La semana, el crítico V.G. escribe: “¿A quién cuál mal le pudo hacer Chejov, a quién ofender, a quién molestar para merecer esa rabia que le cayó encima de repente, de algún lugar? ¿Será posible que para eso sea suficiente ser talentoso, querido, célebre?” (Ibid., pag. 575).
7En su artículo Sobre el primer espectáculo de La Gaviota, de Teatral, el crítico S.T. escribe: “Fue una suerte de burla al autor y a los artistas, una suerte de frenético goce maligno de cierta parte del público, como si la sala de espectáculo hubiera estado colmada, en una buena mitad, por los enemigos mortales de Chejov… En particular, gozaron de modo maligno los versados severos y los jueces de la 'hermandad' de escritores. Allí se saldaron cuentas personales…” (Ibid., pag. 575).
8El calendario ruso, anuario editado por Alexéi Suvórin.
9Con sus esfuerzos constantes, Chejov salva la revista La cirugía; su publicación continúa en 1897, bajo la redacción de Piótr Diákonov, cirujano, profesor de la Universidad de Moscú.
10Iván Sítin, editor de la revista La cirugía, librero.
11La bancarrota, pieza de Bjørnstjerne Bjørnson, escritor noruego.
12Chejov no culmina este trabajo, pero intercala muchos de sus conceptos sobre las escuelas rurales en sus obras de ficción.

Imagen: Mijail Satarov, El camino del templo, XXI.

domingo, 10 de mayo de 2009

V.I. Nemiróvich-Dánchenko a Chejov


Moscú, Callej. Granátnii, c. de Stupíshina, 11 de noviembre de 1896.

¡Gentil Antón Pávlovich!
Perdóname, que no te respondí en tanto tiempo. Siempre quería sentarme con una carta grande, o siquiera enviarte los libros. Pero con las preocupaciones de la pieza1, la escuela2, el Comité3 y por el estilo, nunca tengo tiempo. Pues yo me fui de Moscú casi por un mes, para terminar la pieza. Y en ese tiempo lo abandoné todo. Ahora debo recuperar.
Hace tiempo que no sé nada de ti, y eso me consume. No leí incluso ni una nota sobre La Gaviota. Oí que no tuvo éxito o, mejor dicho, que tuvo un fracaso extraño, y francamente me fue doloroso. Después mis suposiciones se confirmaron. Sumbátov4 estuvo en Petersburgo y presenció la 4ta presentación. Él dice que con esa actuación increíble, esa incomprensión de los personajes y los estados de ánimo, la pieza no podía tener éxito. Siento que ahora dejarás de la mano el teatro, como hicieron Turguéniev y los otros.
¿Qué hizo Kárpov5 pues? ¿Dónde estuvo su gusto literario? ¿O en realidad, no tuvo tiempo?
A mí me empieza a surgir una sensación de inusitada extrañeza ante Petersburgo con sus periódicos, actores, genios del día, intenciones triviales con aire de literatura y vida social. Se desarrolla una sensación hostil, y eso me gusta.
¿Acaso estarás en Moscú, y cuándo?
¿Cuál es la dirección de María Pávlovna6?
¿Qué haces? ¿Con qué estado de ánimo? Escribe. Me alegrarás mucho.

Tuyo, V. Nemiróvich-Dánchenko.

Katia7 te envía a ti y a toda la casa un saludo de corazón.

1V.I. Nemiróvich-Dánchenko escribe el drama El precio de la vida en 1896.
2Desde el otoño de 1891, V.I. Nemiróvich-Dánchenko es profesor de dramaturgia en la escuela de la Sociedad Filarmónica de Moscú.
3V.I. Nemiróvich-Dánchenko es miembro del Comité Teatral Literario de Moscú.
4Alexánder Yuzhín-Sumbátov, actor, dramaturgo, autor de El ocaso y La niebla nocturna, entre otras piezas.
5En sus Memorias, Yevtíjii Kárpov, director de La Gaviota, escribe: "Recuerdo que salí con él y Potápienko del teatro de Mijailóvskii, donde ensayaban el drama. Komissárzhevskaya ya dominaba el papel de Nína, y esa vez estuvo, lo que se llama, en vena. -Bueno, si ella actúa así en el espectáculo, será muy bueno, -dijo Chejov, pellizcándose la barbita" (Chejov, Esbozo biográfico, A. Izmáilov, pag. 401).
6María Chejova, hermana de Chejov.
7Ekaterina Nemiróvich-Dánchenko ("Katia", de nacimiento baronesa Korf), esposa de V.I. Nemiróvich-Dánchenko.

Imagen: Ars. Semionov, Saint Sofia Cathedral in the Novgorod The Great, 1966.

sábado, 9 de mayo de 2009

Chejov a A.F. Kóni


Miélijovo, 11 de noviembre de 1896.

Muy estimado Anatólii Fiódorovich, no se puede imaginar cómo me alegró su carta. Yo vi desde la sala de espectáculo, solamente, los dos primeros actos de mi pieza, después estuve tras bastidores, y sentí todo el tiempo que La Gaviota fracasaba1. Después del espectáculo, por la noche y al otro día, me aseguraron que había presentado a puros idiotas, que mi pieza, en el sentido escénico, era torpe, que era no inteligente, no entendible, incluso desatinada, y demás y demás. Se puede imaginar mi situación, ¡era un fracaso, con el que yo no había ni soñado! Me dio vergüenza, fastidio, y me fui de Petersburgo lleno de toda clase de dudas. Pensaba, que si había escrito y puesto una pieza abundante, evidentemente, en defectos monstruosos, pues había perdido toda sensibilidad, y que, entonces, mi máquina se había estropeado finalmente. Cuando ya estaba en la casa, me escribieron desde Petersburgo que las 2da y 3ra presentaciones habían tenido éxito; llegaron varias cartas, con firmas y anónimas, en las que elogiaban la pieza e injuriaban a los reseñistas; yo las leí con gusto pero, de todas formas, me dio vergüenza y fastidio, y por sí sola se me metió en la cabeza la idea, de que si las buenas personas hallaban necesario consolarme, pues, entonces, mis asuntos andaban mal. Pero su carta influyó en mí de la forma más decisiva. Yo lo conozco a usted ya hace tiempo, lo estimo profundamente, y le creo más a usted, que a todos los críticos tomados juntos; usted sintió eso cuando escribió su carta, y por eso ésta es tan hermosa y convincente. Yo ahora estoy tranquilo, y recuerdo la pieza y el espectáculo ya sin repulsión.
Komissárzhevskaya es una actriz maravillosa. En uno de los ensayos muchos, viéndola, lloraban y decían que es la mejor actriz de Rusia en el tiempo presente; pero en el espectáculo ella también sucumbió al estado de ánimo general, enemigo de mi Gaviota, y como que se intimidó, se le cayó la voz. Nuestra prensa tiene una actitud fría hacia ella, no por sus méritos, y me da lástima ella.
Permítame agradecerle con toda el alma por su carta. Crea, que los sentimientos que lo motivaron a escribirla, yo los valoro más de lo que puedo expresar con las palabras, y la simpatía que usted llama al final de su carta “no necesaria”, yo nunca, nunca la olvidaré, suceda lo que sea2.
Francamente, su respetuoso y devoto

A. Chejov.

1En sus memorias, El estreno de La Gaviota, María Chitau refiere: "No recuerdo, durante qué acto yo entré al camarín de la beneficiada, y la encontré junto con Chejov. Ella lo miraba ya de modo culpable, ya con compasión, con sus ojos saltones, e incluso no movía las manos. Antón Pávlovich estaba sentado con la cabeza un poco inclinada, un mechón de sus cabellos le caía sobre la frente, su pince-nez se sostenía jorobado en su entrecejo… Callaban. Yo me paré callada también junto a ellos. Así pasaron varios segundos. De pronto Chejov se levantó del lugar y salió con rapidez. Se fue no sólo del teatro, sino también de Petersburgo” (Chejov en las mem. de sus cont., pag. 354-355).
En su Diario, Chejov escribe el 4 de diciembre de 1896: “Sobre el espectáculo ver Teatral, Nº 95, pag. 75. Es verdad que yo huí del teatro, pero cuando la pieza ya había terminado. Dos-tres actos los pasé sentado en el camarín de Levkéeva. Venían a verla, en los entreactos, los funcionarios teatrales con sus uniformes, sus órdenes. Pogozhóv con su estrella, vino un funcionario joven, bonito, que servía en el departamento de policía estatal. Si la persona se adhiere a un asunto que le es ajeno, por ejemplo, al arte, pues ésta, por la imposibilidad de hacerse un artista, ineludiblemente, se hace un funcionario. ¡Cuántas personas, de esta manera, son parásitos de la ciencia, el teatro y la pintura, tras ponerse el uniforme! Lo mismo, a quien le es ajena esa vida, quien no es capaz para ésta, a ese no le queda nada más, que hacerse un funcionario. Las actrices gordas, que estaban en el camarín, se conducían con los funcionarios de modo indulgente-respetuoso y adulador (Levkéeva expresó su gusto, por que Pogozhóv era tan joven y ya tenía una estrella); eran amas de llaves viejas, respetuosas, a las que habían venido a ver los señores” (Ibid., pag. 566).
2Con esta carta, Chejov envía a Anatólii Kóni el libro Cuentos y relatos. Obras de Antón Chejov (M., 1894), con la dedicatoria: “Al profundamente estimado Anatólii Fiódorovich Kóni, del agradecido autor. 11. XI. 96. A. Chejov” (Acad., t. 12, p. 174).

Imagen: Mijail Satarov, Día de invierno, XXI.

viernes, 8 de mayo de 2009

A.F. Kóni a Chejov


Petersburgo, 7 de noviembre de 1896.

Muy estimado Antón Pávlovich.
A usted, acaso, le asombre mi carta pero yo1, a pesar de que me ahogo de trabajo, no puedo resistirme al deseo de escribirle con motivo de su Gaviota, que finalmente encontré tiempo para ver. Yo oí (de Sávina2), que la actitud del público hacia esa pieza lo afligió mucho a usted… Permita pues a alguien de ese público -acaso un profano en la literatura y el arte dramático, pero conocedor de la vida por su práctica de servicio-, decirle que le agradece por el placer profundo que le ha brindado su pieza. La Gaviota es una obra fuera de serie por su intención, por su idea novedosa, por su meditativa observación de las situaciones mundanas. Es la vida misma en la escena, con sus uniones trágicas, su irreflexión elocuente y sus sufrimientos silenciosos, es la vida cotidiana, asequible a todos y casi no entendida por nadie en su interna ironía cruel, una vida tan asequible y cercana a nosotros, que por instantes olvidas que estás en el teatro, y te sientes capaz de participar en la plática que sucede ante ti. ¡Y qué buen final!, qué realmente mundano el que no ella, la gaviota, se quita la vida (lo que seguro le obligaría a hacer un dramaturgo ordinario, que apuntara al lagrimeo del público), sino un hombre joven, que vive en un futuro abstracto y “no entiende nada”, por qué ni para qué sucede todo alrededor. Y el que la pieza se interrumpe súbitamente, dejando al espectador terminar de dibujarse él mismo el futuro –nebuloso, lánguido e indefinido- me gusta mucho. Así terminan o, mejor dicho, se interrumpen las obras épicas. Yo no hablo de la actuación, en la que Komissárzhevskaya3 está maravillosa, y Sazónov4 y Písariev5, como me parece, no entendieron sus papeles, e interpretan no a quienes usted quería representar.
Usted, acaso, de todas formas, se encoja de hombros con asombro. ¿Qué asunto suyo es mi opinión, y para qué yo escribo todo esto6? Y mire para qué: yo lo quiero a usted por esos instantes de inquietudes espirituales, que me brindaron y me brindan sus obras, yo quiero, de lejos y a la ventura, decirle una palabra de simpatía que, acaso, usted no necesite en absoluto.

Su devoto, A. Kóni.

1Anatolii Kóni, hombre público, jurista, literato, autor de memorias sobre Chejov.
2María Sávina, actriz del Teatro Alexandrísnkii, de San Petersburgo.
3Viéra Komissárzhevskaya, actriz del Teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
4Nikolai Sazónov, actor del Teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
5Módest Písariev, actor del Teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
6
Años después, Anatólii Kóni escribe a Alexánder Izmáilov, autor de Chejov. Un esbozo biográfico: “Yo fui testigo de ese espectáculo horrible, y sentí en la pieza muchas cosas hermosas, y me fui esa noche del teatro, bajo la impresión angustiosa del cruel no reconocimiento de ese talento hermoso. Me imaginé tan vivamente toda la tragedia de la situación del joven autor, que no me puse a sofocar mi deseo de sentarme enseguida, por la noche, y escribirle que hoy él había encontrado no sólo detractores, sino también partidarios ardientes. En cuanto recuerdo, yo le escribí, precisamente, que su pieza era vivamente talentosa, que sólo no la entendieron, y que él debía ser valeroso y creer en su talento” (Ibid., pag. 431).

Imagen: T. Afonina, At the Old Tuchkov bridge, 1959.