lunes, 19 de noviembre de 2007

Los veraneantes


Por la plataforma campestre, de arriba abajo, se paseaba una pareja de esposos recién casados. Él la sostenía por el talle y ella se apretaba a él, y ambos eran dichosos. Tras los jirones de nubes la luna los miraba y fruncía el ceño: probablemente, le daba envidia y despecho su virginidad aburrida, que no le hacía falta a nadie. El aire inmóvil estaba poblado, densamente, por la fragancia de la lila y el cerezo. En algún lugar, al otro lado de los rieles, gritaba un rascón…
-¡Qué bueno, Sásha, qué bueno! –decía la esposa. –De verdad, se puede pensar que todo esto es un sueño. ¡Mira qué acogedor y amoroso se ve ese bosquecito! ¡Qué graciosos esos postes de telégrafo sólidos y callados! Ellos, Sásha, reviven el paisaje, y hablan de que ahí, en algún lugar, hay gente… civilización. ¿Y no te gusta cuando el viento trae débilmente, hasta tu oído, el ruido de un tren que va?
-Sí… ¡Pero qué manos tan calientes tienes! Eso es porque estás inquieta, Vária… ¿Qué prepararon hoy para la cena en casa?
-Gazpacho y pollito… Un pollito para los dos es suficiente. Te trajeron sardinas y esturión ahumado de la ciudad.
La luna, como si hubiera aspirado rapé, se ocultó tras una nube. La dicha humana le recordaba la soledad, su lecho solitario tras los bosques y los valles…
-¡Viene un tren! –dijo Vária. -¡Qué bien!
En la lejanía aparecieron tres ojos fogosos. El jefe del apeadero salió a la plataforma. En los rieles, por aquí y por allá, brillaron las luces de señales.
-Despedimos al tren y vamos a casa, -dijo Sásha y bostezó. -¡Vivimos bien tú y yo, Vária, tan bien que hasta es increíble!
El monstruo oscuro se arrastró sin ruido hacia la plataforma y se detuvo. Por las ventanas semi-iluminadas de los vagones pasaron los rostros soñolientos, los sombreritos, los hombros…
-¡Ah! ¡Ah! –se oyó desde un vagón. -¡Vária y el marido vinieron a recibirnos! ¡Allí están! ¡Várienka!.. ¡Váriechka! ¡Ah!
Del vagón saltaron dos muchachas y se colgaron del cuello de Vária. Tras éstas aparecieron una dama robusta, madura, y un señor alto, flaco, de patillas canosas, después dos alumnos de gimnasio cargados de equipaje, tras los alumnos la institutriz, tras la institutriz la abuela.
-¡Y aquí estamos, y aquí estamos, amiguito! –empezó el señor de las patillas, estrechando la mano de Sásha. -¡Seguro, esperó bastante! ¡Seguro, maldijo al tío porque no viene! ¡Kólia, Kóstia, Nína, Fífa… niños! ¡Denle un beso a su primo Sásha! Todos a verte, toda la camada, por unos tres, cuatro días. ¿Espero no te cohibamos? Tú, por favor, sin ceremonia.
Al ver al tío con la familia, a los esposos les dio pánico. Mientras el tío hablaba y se besaba, por la imaginación de Sásha pasó fugazmente un cuadro: él y su mujer le dan a los visitantes sus tres habitaciones, las almohadas, las cobijas; el esturión ahumado, las sardinas y el gazpacho son devorados en un segundo; los primos arrancan las flores, derraman la tinta, vociferan, la tía habla por días enteros de su enfermedad (la solitaria y el dolor de estómago), y de que ella es baronesa von Fintich de nacimiento…
Y Sásha miraba ya con odio a su joven mujer y le susurraba:
-¡Ellos vinieron a verte a ti… que se los lleve el diablo!
-¡No, a ti! –respondió ella palideciendo, también con odio y rabia. -¡Eso no son mis parientes, sino los tuyos!
Y volteándose hacia los parientes, dijo con una sonrisa afable.
-¡Tengan la bondad!
Tras la nube surgió la luna de nuevo. Parecía que sonreía, parecía que le era agradable que ella no tenía parientes. Y Sásha se volteó para ocultarle a los parientes su rostro enojado, desolado, y dijo dando a su voz una expresión jubilosa, benigna:
-¡Tengan la bondad! ¡Tengan la bondad, queridos visitantes!

Título original: Dachniki, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 24, con la firma: "El hombre sin bazo".
Imagen: Claude Monet, The Walkers (Bazille and Camille), 1865.