martes, 30 de junio de 2009

Bibliografía


Sobre el significado de los “bastos1” en la vida rusa antigua, según el Domostrói2 y otras fuentes, investigación de I.S. Aksákov3. Moscú 1883, 255 páginas, precio 1 rub. 50 kóp.
Sobre la mejor colocación de los pendones4, conferencia del antiguo profesor Chi…n5, precio 10 k.
La intriga, los bastidores y la escena, conferencias populares, obra de G. Kór…ov6, antiguo cantante. Se reparte gratis a todos los que estén a la mano.
Relato sobre la expulsión de Petersburgo. «Novella» de él mismo, precio 10 k.
Diccionario explicativo completo de “las palabras obscenas” con ejemplos. Obra y edición de Sokolóv7, Buriénin8 y Suvórin9, precio 10 k. por número. Cantidad de números indefinida.
Preparación de paté de carne de mujík. Proyecto de Blum10. Compuesto exclusivamente para gastrónomos y médicos que estudian la perturbación mental primaria. Precio... inapreciable.
Yo tenía fe porque recibí 2000. De Jeremiád Bludoslóv Kurílov11 (defensor del sr. Mielnítskii12). En este interesante libro se demuestra que la fe aumenta a medida que aumenta el honorario. La fe por la que pagaron no disminuye incluso entonces, cuando es imposible tener fe. Precio 5 rub.
El sueño con iluminación y gritería. Novella del prefecto de Berdíchevsk13. Precio un altín14 de cinco.

1Bastos, palos, alusión irónica a la práctica del castigo corporal en la Rusia antigua.
2Domostrói, código de reglas cotidianas y preceptos de la Rusia antigua, regulado por el arcipestre Silvestre.
3Iván Aksákov (hijo de Serguei Aksákov), escritor, poeta, publicista, eslavófilo, editor del periódico Rusia.
4Pendón, bandera antigua de dos picos; (figurativo y familiar) en Rusia, persona que cambia de opinión a menudo.
5Borís Chichérin, historiador, filósofo, en 1883 alcalde de Moscú por breve tiempo.
6Bogomír Kórsov (nombre verdadero Gottfried Gering), y Y.F. Zakzhévskii, actores de la Ópera imperial de Moscú involucrados en un largo proceso judicial, donde Zakzhévskii acusa a Kórsov de calumnia.
7Nikita Sokolóv, publicista, revolucionario, colaborador de la revista La palabra rusa.
8Víctor Buriénin, dramaturgo, crítico literario, colaborador del periódico Tiempo nuevo.
9Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
10¿Robert Blum, político alemán, que participa en la revolución de marzo de 1848, en Alemania y Austria?
11Jeremiád Bludoslóv Kurílov, abogado de Moscú.
12F. Mielnítskii, tesorero de la Casa cuna de Moscú, juzgado por malversar grandes sumas de dinero estatal.
13
14Altín, antigua moneda rusa de 3 o 5 kópeks.

Título original: Bibliografia, publicado por primera vez en la revista Mirskoi tolk, 1883, Nº 3, con la firma: “La tuerca Nº 5 3/4”.
Imagen: Ivan Kulikov, An old ritualist, 1911.

La Gaviota en Petersburgo, por María Chéjova


Recuerdo que, al entrar al enorme apartamento de los Suvórin, me encontré en un estado de extravío. El apartamento estaba oscuro, y sólo a lo lejos, lejos en lo profundo, a través de la crujía de las habitaciones, tras unas puertas abiertas, brillaba una lucecita. Yo fui hacia esa lucecita. Allí vi a Anna Vasílievna, la mujer de Suvórin, sentada en la soledad, con los cabellos sueltos. Todo ese ambiente, la oscuridad, el apartamento vacío, todo eso influyó de modo más opresivo aún en mi estado de ánimo.
-¿Anna Ivánovna, dónde puede estar mi hermano? -me dirigí a ella.
Deseando, por lo visto, distraerme y calmarme, empezó a hablar de tonterías, de los artistas, los escritores. Al poco tiempo apareció el mismo Suvórin, y empezó a hablarme de los cambios y modificaciones que, en su opinión, había que hacer en la pieza, para que tuviera éxito en lo adelante. Pero yo no estaba dispuesta en absoluto a escuchar eso, y sólo rogaba que buscaran a mi hermano. Después Suvórin se fue a algún lugar, y pronto regresó contento.
-Bueno, puede calmarse. Su hermano ya está en la casa, está acostado bajo la cobija, pero no quiere ver a nadie, y no deseó conversar conmigo. Estuvo paseando, dice, por las calles.
Yo suspiré aliviada y me fui a mi hotel. Nuestra cena así no tuvo lugar.
Al otro día, al llegar a donde Suvórin, no encontré ya a mi hermano. Él, por la mañana, sin despedirse de nadie en la casa, se fue en un tren comercial de pasajeros a la casa, a Moscú, y a mí sólo me dieron la siguiente esquela de él:
"Yo me voy a Miélijovo, estaré allá mañana a las dos de la tarde. El suceso de ayer no me sorprendió y no me afligió mucho, porque yo ya estaba preparado para éste por los ensayos, y me siento, en particular, no de modo infame.
Cuando vengas a Miélijovo, trae contigo a Líka".
A Suvórin también le dejó una esquela de despedida, que terminaba con las palabras: “Nunca voy a escribir, ni a poner piezas”.
A la medianoche de ese mismo día yo también me fui a casa. En Miélijovo mi hermano me recibió con las palabras: “¡Del espectáculo, ni una palabra más!”
En qué estado Antón Pávlovich regresó a la casa, se puede juzgar por que él, siempre atento y cuidadoso, al salir del vagón del tren, olvidó tomar sus cosas, y después le mandó un telegrama al conductor del tren, con el ruego de enviarlas a Lopásnia.
El cruel fracaso de La Gaviota, del cual yo fui testigo, quedó por largo tiempo en mi memoria como un recuerdo de pesadilla. Pero éste dejó aún más amargura y pesadez en el alma de Antón Pávlovich y, sin dudas, aceleró el deterioro de su salud. Sólo unos cuantos meses después, Antón Pávlovich ingresó en la clínica de Ostroúmov1, con una hemorragia pulmonar…

1Alexéi Ostroúmov, profesor terapeuta, dueño de una clínica.

Imagen: Alexéi Shaláev, Calle Vieja Básmannaya, 2005.

domingo, 28 de junio de 2009

La Gaviota en Petersburgo, por María Chéjova


Llegó la noche. El teatro Alexandrínskii estaba lleno. Los teatreros de Petersburgo habían venido a echarle una mirada a la nueva pieza del escritor moscovita Chejov, que en Petersburgo era muy popular como literato. Además, la pieza iba en beneficio de una preferida del público, la actriz cómica Lievkéeva1, aunque la misma beneficiada no participaba en la pieza, sino actuaba en otra pieza, El día feliz2, que iba después de La Gaviota. Así se practicaba con frecuencia en aquellos tiempos.
Mientras más miraba yo al público afectado, acicalado y frío de Petersburgo, más fuerte se apoderaba de mí la inquietud, y recordaba las palabras de mi hermano en la carta, de que allí "todos eran perversos, mezquinos, falsos”.
Empezó el primer acto. Desde los primeros instantes sentí la falta de atención del público, y la actitud irónica hacia lo que sucedía en la escena. Pero cuando, con el curso de la acción, se abrió el telón en la segunda escena, y apareció envuelta en una sábana Komissárzhevskaya, que actuó como que de modo inseguro esa noche, y empezó el célebre monólogo: “Los hombres, los leones, las águilas y las perdices...”, en el público se oyó una risa patente, unas pláticas ruidosas, por lugares resonó un abucheo. Yo sentí cómo todo se enfrió dentro de mí. Mientras más tiempo fue la acción, más fuerte creció el ruido en la sala. Al final de todo, en el teatro se desató todo un escándalo. Al término del primer acto, los aplausos escasos se ahogaron en el abucheo, el silbido, las réplicas ofensivas en dirección al autor y los intérpretes. Se hizo evidente el fracaso patente. Los actos siguientes fueron en la misma atmósfera, de actitud enemiga del público hacia la pieza. Abatida por completo, con una sensación penosa, pero sin dejar ver, estuve sentada en mi palco hasta el final. Al terminar el espectáculo, me fui a mi hotel.
Calladas, aplastadas, Líka y yo estuvimos sentadas en nuestro número, esperando la llegada de Antón Pávlovich para cenar, como habíamos acordado por la mañana. Yo intentaba ordenar mis ideas, y explicarme las razones de ese fracaso con el público. Recordaba con qué placer escuchamos todos La Gaviota una vez en la casa. Nosotros entonces sufrimos vivamente la pieza, y aquí… nadie había entendido nada… esa risa venenosa, las palabras mordaces, los gritos ofensivos.
Ya era pasada la medianoche, y Antón Pávlovich no aparecía aún. Al fin, mi hermano mayor, Alexánder3, llama de la redacción de Tiempo nuevo, y me pregunta:
-¿Dónde está Antón, no está acaso contigo? ¡Con Suvórin tampoco está!
Yo me inquieté aún más, y le rogué a Alexánder que intentara buscarlo. Pasado cierto tiempo, yo misma llamé a Alexánder Pávlovich. A Antón Pávlovich no lo hallaban en ningún lugar: ni en el teatro, ni donde Potápienko, ni en casa de Lievkéeva, donde los actores se reunían para una cena. Entonces, ya a las dos de la madrugada, yo misma fui a casa de Suvórin.

1Elizaveta Lievkéeva, actriz del teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
2El día feliz, pieza de...

3Alexánder Pávlovich Chejov, hermano mayor de Chejov, escritor, periodista, colaborador del periódico Tiempo nuevo, autor de memorias sobre Chejov.
Continuará...
Imagen: Gustav Klimt, Auditorium in the Old Burgtheater, XIX.

jueves, 25 de junio de 2009

La Gaviota en Petersburgo, por María Chéjova


El jueves 17 de octubre de 1896, en el teatro Alexandrínskii de Petersburgo, debía tener lugar el estreno de La Gaviota, la nueva pieza de Antón Pávlovich. Por supuesto, yo quería mucho estar en el teatro en el primer espectáculo, y cuando mi hermano se fue a Petersburgo en los primeros días de octubre, acordamos que él me enviaría dinero, y que yo iría a Petersburgo el día del espectáculo.
Pero el 12 de octubre me escribió de pronto, desde Petersburgo, que no me aconsejaba ir: “…La Gaviota va de modo no interesante. Petersburgo está aburrido, la temporada empezará sólo en noviembre. Todos son perversos, mezquinos, falsos… El espectáculo va a pasar no de forma ruidosa, sino apagada. En general, un estado de ánimo no bueno”. Esa carta, no obstante, no enfrió mi deseo de ir a Petersburgo, al contrario, quise de inmediato estar cerca de mi hermano en ese momento. El 16 de octubre salí desde Moscú hacia Petersburgo en el tren de la noche.
En la mañana del 17 de octubre Antón Pávlovich, tétrico y huraño, me recibió en la estación de Moscú. Yendo por el perron1, tosiendo, me decía:
-Los actores no se saben los papeles… No entienden nada. Actúan de modo horrible. Sólo Komissárzhevskaya2 está bien. La pieza va a fracasar. Viniste en vano.
Yo le eché una mirada a mi hermano. En ese momento, recuerdo, salió el sol, y el otoño grisáceo, lóbrego de Petersburgo, de golpe, se tornó suave, afectuoso, todo sonrió de forma primaveral. Yo exclamé:
-¡No importa, Antósha, todo va a estar bien! Mira qué tiempo maravilloso, el sol brilla. Deja tus malas ideas.
No sé si, acaso, el cambio de tiempo influyó en él, o si fue mi tono optimista, pero ya no habló más de los actores y la pieza, y me informó de modo bromista:
-Yo, en el palco, te armé toda una exposición. Van a estar todas las bellas. Y a Líka3 pues, es posible, le va a ser desagradable. En el teatro va a estar Ignátii4, y con María Andréevna5. A Líka, de esa señora, le puede tocar, y además, a ella misma apenas le sea agradable ese encuentro.
Lídia Stájievna Mizínova había llegado a Petersburgo un día antes. Tenía sus razones para estar inquieta con motivo de la primera puesta de La Gaviota. Habían pasado sólo, cerca de dos años, desde que ella había sufrido su romance fallido con Ignátii Nikoláevich Potápienko. Ahora le esperaba, en presencia del mismo Potápienko y de su mujer en el teatro, ver una pieza en la que Antón Pávlovich, en cierto grado, había reflejado su romance. Y por supuesto, el espectáculo inquietaba a Líka.
Yo me alojé con Líka en un número, en el hotel Angleterre, en la plaza Isaákievskii. Antón Pávlovich vivía, como de costumbre durante sus venidas a Petersburgo, en su apartamento “personal”, donde Suvórin6, en el callejón Ertiélevii, donde siempre disponía de dos habitaciones.
El día antes del espectáculo Líka y yo paseamos por Petersburgo. A Antón Pávlovich no lo molestamos, sabiendo que estaría ocupado en el teatro hasta la misma noche. Y por la mañana, aún en la estación, él me había dicho que lo esperáramos en nuestro hotel, que vendría después del espectáculo e iríamos a cenar juntos.

1Perron, escalinata, escalera de entrada.
2Viéra Komissárzhevskaya, actriz del Teatro Alexandrínskii, de San Petersburgo.
3Lidia Mizínova (“Lika”), amiga íntima de la familia Chejov, maestra del gimnasio de L.F. Rzhévskaya.
4Ignátii Potápienko, escritor, amigo de Chejov, visitante frecuente de Miélijovo.
5María Andréevna Potápienko, esposa de Ignátii Potápienko.
6Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
Continuará...
Imagen: Alexéi Shaláev, La plaza Trúbnaya, 2008.

jueves, 18 de junio de 2009

Varios años con A.P. Chejov, por Ignátii Potápienko


La impresión que le produjo ese suceso increíble fue inmensa. Y había que poseer una entereza chejoviana, para tener una cara indiferente, y bromear casi con indiferencia sobre todo lo sucedido.
Esa noche yo no lo vi, y no sé con qué cara “cenó donde Románov haciendo los honores1”.
Yo fui a verlo al otro día, a eso de las diez de la mañana. Ocupaba un apartamento pequeño en la casa de Suvórin2, en algún lugar muy alto, y vivía solo.
Lo encontré escribiendo cartas. La maleta, con las cosas colocadas de modo apretado, entre las que había muchos libros, yacía abierta.
-Y excelente que viniste. Por lo menos me vas a acompañar. A ti te puedo brindar ese placer, ya que tú no perteneces a los testigos oculares de mi triunfo de ayer... A los testigos oculares yo, hoy, no deseo verlos.
-¿Cómo? ¿Incluso a María Pávlovna3?
-A ella la veré en Miélijovo4. Deja que pasee. Aquí están las cartas. Las vamos a mandar. Yo ya empaqué.
-¿En el de correo?
-No, hay que esperar mucho. Hay un tren a las doce.
-Es repugnante. Va, parece, veintidós horas.
-Tanto mejor. Voy a dormir y a soñar con la gloria... Mañana estaré en Miélijovo. ¿Ah? ¡Qué beatitud!.. Ni actores, ni directores, ni público, ni periódicos. Y tú tienes buen olfato.
-¿Por qué?
-Yo quise decir: instinto de conservación. Ayer no fuiste al teatro. A mí también me convenía no haber ido. ¡Si hubieras visto las fisonomías de los actores! Me miraban así, como si yo les hubiera robado, y me evitaban a cien sazhénes5. Bueno, vamos...
Tomadas la maleta y las cartas, salimos y bajamos por la escalera. Allí las cartas fueron dadas al portero, con encargos. En una informaba de su partida a María Pávlovna, en la otra a Suvórin, en la tercera, al parecer, a su hermano.
Tomamos un coche y fuimos a la estación Nikoláevskii. Allí Antón Pávlovich ya bromeaba, se reía de sí mismo, se burlaba de él y de mí.
Por el débarcadère6 andaba un vendedor de periódico, se acercó a nosotros, nos propuso un periódico. Antón Pávlovich lo rechazó:
-¡No leo! -después se dirigió a mí:
-Mira qué cara bondadosa tiene, y entre tanto, sus manos están llenas de veneno. En cada periódico una reseña…
El tren estaba vacío, y Antón Pávlovich tuvo a su disposición todo un coupe de segunda clase.
-Bueno, voy pues a dormir dulcemente -decía.
Pero en sus ojos había amargura. Todas esas agudezas, bromas, risas le habían costado algo.
-Se terminó -decía antes de la misma partida, ya parado en la plataforma del vagón. -No voy a escribir más piezas. No es asunto para mi mente. Ayer, cuando venía del teatro, con el cuello levantado, como un ladrón en la noche, alguien del público dijo: “Eso es literatura”, y otro agregó: “Y remala...” Y un tercero preguntó: “¿Quién es ese Chejov? ¿De dónde salió?” Y en otro lugar cierto señor cortito se turbaba: “No entiendo a qué mira esa dirección. Es ofensivo permitir esas piezas en la escena”. Y yo paso por el lado y, teniendo la mano en el bolsillo, hago la higa: toma, digo, come; y tú no sabes pues, que eso lo hice yo.
-¿Y qué, Antón Pávlovich, puede que cambias de parecer, y te quedas? –le propuse cuando sonó la segunda llamada.
-Bueno, no, te agradezco. Ahora todos van a venir, y me van a consolar con las caras, con que acompañan a los parientes queridos a los trabajos forzados.
La tercera llamada. Nos despedimos.
-Ven a Miélijovo. Beberemos y cantaremos.
Y el tren partió. Antón Pávlovich se fue ofendido profundamente por Petersburgo.

1Ver carta de Chejov a Alexéi Suvórin, del 22 de octubre de 1896.
2Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
3María Pávlovna Chejova ("Masha"), hermana de Chejov.
4Miélijovo, posesión de Chejov en las afueras de Moscú.
5Sazhén, antigua medida rusa igual a 2,134 m.
6Débarcadère, andén, muelle, descargadero.

Imagen: John Singer Sargent, A Hotel Room, 1907.