viernes, 23 de noviembre de 2007

El fiasco


Iliá Serguéich Piéplov y su mujer, Kleopatra Petróvna, estaban parados junto a la puerta y escuchaban ávidamente. Tras la puerta, en una sala pequeña, se producía por lo visto una declaración de amor: se declaraba a su hija, Natáshenka, el maestro de escuela del distrito, Schúpkin.
-¡Pica!-susurraba Piéplov, temblando de impaciencia y frotándose las manos. –Mira pues, Petróvna, tan pronto empiecen a hablar de los sentimientos, ahí mismo sacas la imagen de la pared y vamos a bendecirlos… La cubrimos… Lo bendecido con la imagen es sagrado e inviolable… No la va a esquivar entonces, aunque nos lleve a juicio.
Y tras la puerta se producía esta conversación:
-Abandone su carácter, -decía Schúpkin, prendiendo un cerillo en sus pantalones a cuadros. -¡Yo no le escribí esas cartas, en absoluto!
-¡Bueno, sí! ¡Como si yo no conociera su letra! –se carcajeó la señorita, chillando con afectación y echándose miradas en el espejo a cada rato. -¡Enseguida la reconocí! ¡Y qué extraño es usted! ¡Maestro de caligrafía, y tiene una letra como de gallina! ¿Cómo pues enseña a escribir, si usted mismo escribe mal?
-¡Hum!.. Eso no significa nada. En la caligrafía lo principal no es la letra, lo principal es que los alumnos no se amodorren. A uno le pegas con la regla por la cabeza, al otro de rodillas… ¡Y qué es la letra! ¡Un asunto banal! Nekrásov era escritor, y da vergüenza ver cómo escribía. En las Obras completas se muestra su letra.
-Lo que es Nekrásov, y lo que es usted… (suspiro). Yo me casaría con gusto con un escritor. ¡Me escribiría constantemente versos de recuerdo!
-Versos hasta yo le puedo escribir, si lo desea.
-¿De qué puede escribir usted?
-Del amor… de los sentimientos… de sus ojos… Los lee y se vuelve loca… ¡Se le salen las lágrimas! ¿Y si yo le escribo unos versos poéticos, me deja besarle la mano?
-¡Gran importancia!.. ¡Si quiere, bésemela ahora!
Schúpkin se levantó y, abriendo los ojos, se inclinó hacia la mano rolliza, olorosa a jabón de huevo.
-Saca la imagen, -se apresuró Piéplov, empujando a su mujer con el codo, palideciendo de alteración y abrochándose. -¡Vamos! ¡Bueno!
Y sin demorarse ni un segundo, Piéplov abrió la puerta por completo.
-Niños… -empezó a farfullar, alzando los brazos y parpadeando lacrimosamente. –Que el Señor los bendiga, niños míos… Vivid… creced… multiplicaos…
-Y… y yo los bendigo… -profirió la mamásha, llorando de felicidad. -¡Que sean felices, queridos! ¡Oh, usted me quita mi único tesoro! –se dirigió a Schúpkin. –Quiera a mi hija, apiádese de ella…
Schúpkin abrió la boca asombrado y asustado. El asalto de los padres fue tan súbito y valiente, que no pudo pronunciar ni una palabra.
“¡Caíste! ¡Te cercaron! –pensó, pasmado de horror. -¡La tapita ahora para ti, hermano! ¡No te sales!”
Y presentó su cabeza con sumisión, como queriendo decir: “¡Tómenla, estoy vencido!”
-Los ben… bendigo… -continuó el papásha, y empezó a llorar también. –Natáshenka, hija mía… ponte al lado… Petróvna, dame la imagen…
Pero ahí, de pronto, el padre dejó de llorar, y su rostro se crispó de cólera.
-¡Lerda! –le dijo a su mujer con enojo. -¡Tu cabeza de chorlito! ¿Acaso esto es la imagen?
-¡Ah, padrecitos santos!
¿Qué había sucedido? El maestro de caligrafía, indeciso, levantó los ojos, y vio que estaba salvado: la mamásha, con la prisa, había sacado de la pared, en lugar de la imagen, el retrato del escritor Lazhéchnikov. El viejo Piéplov y su esposa, Kleopatra Petróvna, con el retrato en las manos, estaban parados confundidos, sin saber qué hacer ni qué decir. El maestro de caligrafía aprovechó la turbación y se escapó.

Título original: Neudacha, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 2, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Edgar Degas, Portrait of Monsieur and Madame Edouard Manet, 1868-69.