martes, 27 de noviembre de 2007

El chico malo


Iván Ivánich Lápkin, un joven de apariencia agradable, y Anna Semiónovna Zamblítzkaya, una muchacha con la nariz respingada, bajaron por la orilla escarpada y se sentaron en el banco. El banco estaba junto al agua misma, entre los tupidos arbustos de un mimbral joven. ¡Un lugarcito maravilloso! Se sentaba usted ahí, y estaba oculto del mundo, lo veían sólo los peces y las arañas-nadadoras, que corrían como un rayo por el agua. Los jóvenes estaban armados de cañas de pescar, redes, latas con gusanos y otros aparejos de pesca. Tras sentarse, al instante se dedicaron a la pesca.
-Me alegro de que al fin estamos solos, -empezó Lápkin, mirando alrededor. –Yo debo decirle muchas cosas, Anna Semiónovna… Muchas cosas… Cuando la vi por primera vez… Le pican… Entendí entonces para qué vivo, entendí dónde está mi ídolo, al que debo dedicar mi vida honrada, de trabajador… Eso, debe ser, pica uno grande… ¡Al verla, amé por primera vez, amé con pasión! Espere a tirar… mejor que pique…Dígame, mi querida, le imploro, puedo acaso contar -¡no con ser correspondido, no!, yo no valgo eso, no me atrevo ni a pensar en eso, -puedo acaso contar con… ¡Tire!
Anna Semiónovna levantó la mano con la caña de pescar, dio un tirón y gritó. En el aire brilló un pececito plateado-verdoso.
-¡Dios mío, una perca! Ah, ah… ¡Pronto! ¡Se soltó!
La perca se soltó del anzuelo, brincó por la hierba hacia el medio natal… ¡y se tiró al agua!
Al perseguir al pez, Lápkin, en lugar del pez, agarró de algún modo, sin intención, la mano de Anna Semiónovna, la apretó sin intención contra sus labios… Ella la retiró con brusquedad, pero ya era tarde: las bocas, sin intención, se fundieron en un beso. Salió de algún modo sin intención. Tras el beso siguió otro beso, luego las promesas, las aserciones… ¡Instantes dichosos! Por lo demás, en esta vida terrenal no hay nada absolutamente dichoso. Lo dichoso, comúnmente, lleva un veneno en sí mismo, o se envenena con algo de afuera. Así fue esta vez. Cuando los jóvenes se besaban, se oyó de pronto una risa. Miraron al río y se quedaron pasmados: en el agua, hasta la cintura, había un chico desnudo. Era Kólia, un alumno de gimnasio, el hermano de Anna Semiónovna. Estaba parado en el agua, miraba a los jóvenes y sonreía con escarnio.
-A-a-ah… ¿se besan? –dijo. –¡Bien pues! ¡Le voy a decir a mamásha!
-Espero que usted, como persona honrada… -empezó a farfullar Lápkin, sonrojándose. –Espiar es vil, y contar es bajo, ruin e infame… Supongo que usted, como persona honrada y generosa…
-¡Déme un rublo, entonces no le voy a decir! –dijo la persona generosa. –Si no, le voy a decir.
Lápkin sacó un rublo del bolsillo y se lo dio a Kólia. Éste apretó el rublo en su puño mojado, silbó y nadó. Y los jóvenes, por esta vez, ya no se besaron más.
Al otro día, Lápkin le trajo a Kólia de la ciudad colores y una pelotita, y su hermana le regaló todas sus cajitas de píldoras. Después tuvo que regalarle sus pasadores con cabecitas de perro. Al chico malo, por lo visto, le gustó mucho todo eso y, para recibir más aún, los empezó a observar. Adonde iba Lápkin con Anna Semiónovna, ahí iba él. No los dejaba solos ni por un instante.
-¡Canalla! –crujía entre dientes Lápkin. -¡Tan chiquito y que gran canalla es ya! ¡¿Qué va a salir de él después?!
Todo junio Kólia no dejó vivir a los pobres enamorados. Los amenazaba con la delación, los observaba y les exigía regalos; y todo le parecía poco, y al final de todo empezó a murmurar sobre el reloj de bolsillo. ¿Y qué pues? Tuvieron que prometerle el reloj.
Una vez, después de almuerzo, cuando sirvieron los barquillos, él de pronto se empezó a carcajear, guiñó un ojo y le preguntó a Lápkin:
-¿Decirle? ¿Ah?
Lápkin se sonrojó terriblemente y masticó la servilleta en lugar del barquillo. Anna Semiónovna se levantó de la mesa y se fue corriendo a la otra habitación.
Y en esa situación estuvieron los jóvenes hasta fines de agosto, hasta el mismo día en que, finalmente, Lápkin le hizo la propuesta a Anna Semiónovna. ¡Oh, qué día dichoso fue ese! Después de hablar con los padres de la novia y recibir su aprobación, Lápkin, ante todo, corrió al jardín y empezó a buscar a Kólia. Al hallarlo, casi no sollozó de éxtasis, y agarró al chico malo por la oreja. Llegó corriendo Anna Semiónovna, que también buscaba a Kólia, y lo agarró por la otra oreja. Y había que ver qué placer había escrito en los rostros de los enamorados, cuando Kólia lloraba y les rogaba:
-¡Queriditos, buenitos, hijitos, no lo hago más! ¡Ay, ay, perdonen!
Y después ambos confesaron que, en todo el tiempo que estuvieron enamorados, no sintieron ni una vez tal dicha, tal beatitud cautivante, como la de esos instantes, cuando le halaban las orejas al chico malo.

Título original: Zloi malchik, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 30, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Isaac Levitan, Spring Flood, 1897.