Esto fue entonces, cuando yo aún no era un literato no conocido y mis bigotes punzantes no eran aún, incluso, unas rayitas apenas notables…
Era una hermosa noche de primavera. Yo regresaba del “círculo” campestre, en el que armamos un bailoteo, como posesos. En mi organismo juvenil, expresándome metafóricamente, no quedaba piedra sobre piedra, se rebelaba la lengua contra la lengua, el reino contra el reino. En mi alma desesperada se encandecía y bullía el amor más desesperado. El amor era ardiente, aguzado, sobrecogía el espíritu: el primero, en una palabra. Me enamoré yo de una señorita alta, garbosa, de unos veintitrés años, con una carita tontita pero hermosa, con unos maravillosos hoyuelos en las mejillas. Me enamoré de esos hoyuelos y de los cabellos blanco-rubios, que caían en ricitos sobre los hombros bonitos, bajo el sombrero de pajilla de alas anchas… ¡Ah, en una palabra! Al regresar del círculo, me tumbé en mi lecho y empecé a gemir, como agobiado. A la hora estaba sentado a la mesa y, con todo el cuerpo temblando, tras emborronar toda una mano de papel, compuse una carta con el siguiente contenido:
“¡Valeria Andréevna! Yo la conozco a usted muy poco, casi no la conozco, pero eso no me puede servir de obstáculo en el camino a alcanzar los objetivos que me he trazado. Evitando las frases altisonantes, procedo directamente al objetivo: ¡yo la amo a usted! ¡Sí, yo la amo, y la amo más que a la vida! Esto no es una hipérbole. Yo soy honrado, trabajo (sigue una larguísima descripción de mis valores)… Mi vida no me es cara. Si no hoy, pues mañana, si no mañana, pues dentro de un año… ¿acaso no es lo mismo? Sobre mi mesa, a dos pasos de mi pecho, yace un revolver (de seis balas). Yo estoy en sus manos. Si a usted le es cara la vida de un hombre que la ama con pasión, pues responda. Espero la respuesta. Su Palásha me conoce. Puede a través de ella responder. Su vis-à-vis de ayer (talmente, fulano de tal)…
PS. ¡Apiádese!”
Tras sellar esta carta, puse ante mí, sobre la mesa, el revolver –más para la “fantasía” que para el suicidio-, y fui entre las casas de campo a buscar el buzón de correo. El buzón fue hallado y la carta echada.
He aquí lo que sucedió, según me contó después Palásha, con mi carta. Al otro día por la mañana, a eso de las once, Palásha, tras la llegada del cartero, puso mi carta en una bandeja de plata y la llevó a la alcoba de la ama. Valeria Andréevna yacía bajo una ligera cobija de seda y se desperezaba abúlicamente. Recién se había despertado y prendía su primer cigarrillo. Sus ojos se entornaban de modo caprichoso por un rayo que, a través de la ventana, golpeaba su rostro de forma importuna. Al ver mi carta, hizo una mueca agria.
-¿De quién es eso? –preguntó. –¡Léela tú misma, Palásha! A mí no me gusta leer esas cartas. Tonterías todo…
Palásha deselló mi carta y emprendió la lectura. Mientras más se adentraba en la lectura de mi composición, más redondos y anchos se hacían los ojos de su señora. Cuando leyó hasta el revolver, Valeria Andréevna abrió la boca y, con horror, le echó una mirada a Palásha.
-¿Qué significa eso? –preguntó sin entender.
Palásha leyó otra vez. Valeria Andréevna parpadeó.
-¿Quién es ese? ¿Quién es él? Bueno, ¿para qué escribe así? –rompió a hablar llorosa. -¿Quién es él?
Palásha le recordó y me describió.
-¡Ah! ¿Y para qué él escribe eso? Bueno, ¿acaso se puede así? ¿Qué puedo hacer yo? ¡No puedo yo, Palásha! ¿Él es rico, o qué?
Palásha, a quien yo había dado para el té casi todos mis dividendos, pensó un poco y dijo que yo, probablemente, era rico.
-¡No puedo yo! Hoy, pues, va a estar Alexéi Matvéich en casa, mañana el barón… El jueves va a estar Romb… ¿Cuándo yo puedo recibirlo a él? ¿Por el día acaso?
-Grigóri Grigórich prometió estar en su casa ahora, por el día…
-¡Bueno, ves pues! ¿Acaso yo puedo? Bueno, dile a él… Que… Que venga siquiera a tomar el té hoy…Más yo no puedo…
Valeria Andréevna estaba dispuesta a llorar. Por primera vez en la vida sabía qué clase de cosa era el revolver, ¡y lo supo por mi composición! Por la noche yo estuve en su casa y tomé té. Me tomé cuatro vasos, aunque sufría… Para mi dicha llovió, y no vino a ver a Valeria su Alexéi Matvéich. Al final de todo me regocijé.
1Nana, novela de Emilio Zola sobre una muchacha pobre que se hace cortesana y humilla a la clase responsable de su desgracia anterior.
Era una hermosa noche de primavera. Yo regresaba del “círculo” campestre, en el que armamos un bailoteo, como posesos. En mi organismo juvenil, expresándome metafóricamente, no quedaba piedra sobre piedra, se rebelaba la lengua contra la lengua, el reino contra el reino. En mi alma desesperada se encandecía y bullía el amor más desesperado. El amor era ardiente, aguzado, sobrecogía el espíritu: el primero, en una palabra. Me enamoré yo de una señorita alta, garbosa, de unos veintitrés años, con una carita tontita pero hermosa, con unos maravillosos hoyuelos en las mejillas. Me enamoré de esos hoyuelos y de los cabellos blanco-rubios, que caían en ricitos sobre los hombros bonitos, bajo el sombrero de pajilla de alas anchas… ¡Ah, en una palabra! Al regresar del círculo, me tumbé en mi lecho y empecé a gemir, como agobiado. A la hora estaba sentado a la mesa y, con todo el cuerpo temblando, tras emborronar toda una mano de papel, compuse una carta con el siguiente contenido:
“¡Valeria Andréevna! Yo la conozco a usted muy poco, casi no la conozco, pero eso no me puede servir de obstáculo en el camino a alcanzar los objetivos que me he trazado. Evitando las frases altisonantes, procedo directamente al objetivo: ¡yo la amo a usted! ¡Sí, yo la amo, y la amo más que a la vida! Esto no es una hipérbole. Yo soy honrado, trabajo (sigue una larguísima descripción de mis valores)… Mi vida no me es cara. Si no hoy, pues mañana, si no mañana, pues dentro de un año… ¿acaso no es lo mismo? Sobre mi mesa, a dos pasos de mi pecho, yace un revolver (de seis balas). Yo estoy en sus manos. Si a usted le es cara la vida de un hombre que la ama con pasión, pues responda. Espero la respuesta. Su Palásha me conoce. Puede a través de ella responder. Su vis-à-vis de ayer (talmente, fulano de tal)…
PS. ¡Apiádese!”
Tras sellar esta carta, puse ante mí, sobre la mesa, el revolver –más para la “fantasía” que para el suicidio-, y fui entre las casas de campo a buscar el buzón de correo. El buzón fue hallado y la carta echada.
He aquí lo que sucedió, según me contó después Palásha, con mi carta. Al otro día por la mañana, a eso de las once, Palásha, tras la llegada del cartero, puso mi carta en una bandeja de plata y la llevó a la alcoba de la ama. Valeria Andréevna yacía bajo una ligera cobija de seda y se desperezaba abúlicamente. Recién se había despertado y prendía su primer cigarrillo. Sus ojos se entornaban de modo caprichoso por un rayo que, a través de la ventana, golpeaba su rostro de forma importuna. Al ver mi carta, hizo una mueca agria.
-¿De quién es eso? –preguntó. –¡Léela tú misma, Palásha! A mí no me gusta leer esas cartas. Tonterías todo…
Palásha deselló mi carta y emprendió la lectura. Mientras más se adentraba en la lectura de mi composición, más redondos y anchos se hacían los ojos de su señora. Cuando leyó hasta el revolver, Valeria Andréevna abrió la boca y, con horror, le echó una mirada a Palásha.
-¿Qué significa eso? –preguntó sin entender.
Palásha leyó otra vez. Valeria Andréevna parpadeó.
-¿Quién es ese? ¿Quién es él? Bueno, ¿para qué escribe así? –rompió a hablar llorosa. -¿Quién es él?
Palásha le recordó y me describió.
-¡Ah! ¿Y para qué él escribe eso? Bueno, ¿acaso se puede así? ¿Qué puedo hacer yo? ¡No puedo yo, Palásha! ¿Él es rico, o qué?
Palásha, a quien yo había dado para el té casi todos mis dividendos, pensó un poco y dijo que yo, probablemente, era rico.
-¡No puedo yo! Hoy, pues, va a estar Alexéi Matvéich en casa, mañana el barón… El jueves va a estar Romb… ¿Cuándo yo puedo recibirlo a él? ¿Por el día acaso?
-Grigóri Grigórich prometió estar en su casa ahora, por el día…
-¡Bueno, ves pues! ¿Acaso yo puedo? Bueno, dile a él… Que… Que venga siquiera a tomar el té hoy…Más yo no puedo…
Valeria Andréevna estaba dispuesta a llorar. Por primera vez en la vida sabía qué clase de cosa era el revolver, ¡y lo supo por mi composición! Por la noche yo estuve en su casa y tomé té. Me tomé cuatro vasos, aunque sufría… Para mi dicha llovió, y no vino a ver a Valeria su Alexéi Matvéich. Al final de todo me regocijé.
1Nana, novela de Emilio Zola sobre una muchacha pobre que se hace cortesana y humilla a la clase responsable de su desgracia anterior.
Título original: Moya Nana, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 21, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Ilya Repin, Autumn Bouquet, Portrait of Vera Repina, 1892.
Imagen: Ilya Repin, Autumn Bouquet, Portrait of Vera Repina, 1892.