martes, 20 de noviembre de 2007

El filántropo


En el tocador lujoso, decorado con ingenio, de una de las más conocidas bonvivant1 moscovitas, estaba sentado un doctor. Era de mediodía. Ella, una ama bonita, recién se había levantado de su lecho y, arrellanada en un sofacito blando, se desperezaba abúlicamente y echaba miradas inquisitivas a los ojos del doctor. El doctor, un joven de unos veintiséis años, estaba sentado vis-à-vis con ella, en una pose pensativa, y fruncía el ceño. El sol del mediodía jugaba en sus dijes macizos, quemaba su gran frente blanca, obligaba a sus ojos a entornarse, pero él no lo advertía.
Él no estaba para las sensaciones físicas cuando otras heridas, más ardientes y sensibles, no le daban sosiego: le dolía el alma.
Se reprendía, despreciaba, odiaba... Estaba dispuesto a desgarrar su persona.
El asunto era que ella esperaba una palabra de él... ¿Y qué le diría él?
"¡Soy un canalla! -pensaba, mirando de soslayo la carita de la mujer bonita sentada frente a él. -¡Mil veces un canalla! Dos semanas corrí tras ella, la importuné, revoloteé ante ella como el último fatuo, posé como cualquier imbécil... ¿Y qué pues? Yo logré que ella me amara... No pasa un día, sin que no mande por mí unas cuatro veces... Yo la obligué a amarme, pero... ¿acaso soy capaz de pagarle con lo mismo? ¡Infeliz! ¡Y de qué forma lastimera mira ella! ¡Con qué impaciencia espera una declaración definitiva!"
Realmente, los ojos, fijos en el rostro del doctor, estaban llenos del amor más tierno, ¡de la pasión más ardiente, palpitante, salvaje!
"¿Y para qué logré su amor? -continuaba pensando el doctor. -Así... por fatuidad... Quería halagar mi amor propio. A los fatuos y a los imbéciles les gusta vencer a las mujeres. Para qué necesitan esas victorias, ellos no se preguntan... ¿Pero qué voy a hacer yo, por ejemplo, con esta muñeca? ¡La pobre!"
-¡Y en la mano derecha me dan punzadas! -interrumpió la damita los pensamientos del doctor. -Toda la noche me dieron punzadas. Y la cabeza me dolía por la noche...
-Hum... Así... ¿Y durmió bien?
-Mal... Un ruido en la cabeza así...
-¿Palpitaciones? -preguntó el doctor por hacer algo.
-Sí, y palpitaciones -mintió la damita. -En general, tengo los nervios terriblemente alterados. No sé ni qué hacer... Cada día lo molesto, y demás.
Pasó media hora en semejantes preguntas y respuestas. Finalmente, se hizo repulsivo.
El doctor se levantó y tomó el sombrero.
-Movimiento hace falta más -dijo éste. -Las emociones evítelas... En verano al extranjero, si es posible al Cáucaso... Mañana voy a pasar.
La damita también se levantó y, calladamente, puso en la mano tendida un sobre. Él lo tomó sin mirarla... Pero, sin intención, echó una mirada al espejo, y vio allí... que la carita pequeña, bonita, caprichosa se disponía a llorar. Sus ojos, sus pobres ojos azules, parpadeaban fuertemente y se cubrían de humedad. Sus labios se apretaban de rabia y fastidio.
"¡Infeliz!" -pensó el doctor, suspiró y se apiadó de ella...
-Por lo demás, mire qué... -musitó este. -Pruebe pues a tomar estas píldoras... Ahora se las voy a recetar... Pruebe...
El doctor se sentó, arrancó del pliego blanco el papelito de la receta y, bajo el signito de la receta (Rp.), escribió:
"Estar hoy a las ocho de la noche en la esquina de Kuztniétzkii y Nieglína, junto a Datsiaro2. Voy a esperar".
El doctor se puso el guante, reverenció y salió.
Ocho de la noche... Por lo demás, pondré el punto. Yo siempre preferí el punto al punto suspensivo, y lo prefiero ahora.

1Bonvivant, vive bien.
2Datsiaro, tienda de arte en la esquina de Kuzniétzkii Most y Nieglína, en Moscú.

Título original: Filantrop, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1883, Nº 19, con la firma: "El hombre sin bazo".
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Henrietta Girshman, 1907.