martes, 14 de abril de 2009

El sueño del reportero


“Ruego encarecidamente estar hoy en el baile de disfraces de la colonia francesa. Excepto usted, no hay nadie que vaya. Haga una nota, en lo posible con detalle. Si por algún motivo no puede estar en el baile, pues informe de inmediato, le rogaré a algún otro. Con ésta adjunto un billete. Suyo... (sigue la firma del redactor).
PS. Habrá una lotería-tómbola. Se rifará un jarrón, regalado por el presidente de la república francesa. Le deseo ganar”.
Leído esta carta, Piótr Semiónovich, el reportero, se acostó en el diván, encendió un cigarrillo y, con suficiencia, se acarició el pecho y el estómago. (Recién había almorzado.)
-Le deseo ganar -remedó al redactor. -¿Y con qué dinero voy a comprar el billete? Seguro, no me va a dar dinero para los gastos, cer-rdo. Tacaño, como Pliúshkin1. Si tomara ejemplo de las redacciones extranjeras... Allá saben valorar a las personas. Tú eres, supongamos, Steily2, vas a buscar a Livingstone. Bueno. ¡Toma tantos miles de libras esterlinas! Eres John Bull3, vas a buscar al Jeanette4. Bueno. ¡Toma diez mil! ¿Vas a describir el baile de la colonia francesa? Bueno. Toma... unas cincuenta mil... ¡Así es en el extranjero! Y éste me mandó un billete, después me pagará un quinto por línea, y se figura... ¡Cer-rdo!
Piótr Semiónich cerró los ojos y se quedó pensativo. Una multitud de ideas, pequeñas y grandes, pulularon por su cabeza. Pero pronto todas esas ideas se cubrieron con una suerte de agradable neblina rosada. De todas las rendijas, agujeros y ventanas se empezó a derramar con lentitud, hacia todas partes, una gelatina semi-traslúcida, suave... El techo empezó a descender... Entraron corriendo unos enanitos, unos caballos pequeños con cabezas de ánade, algo batió su ala grande, suave, corrió un río... Pasó de largo un cajero pequeño con unas letras muy grandes, y sonrió... Todo se ahogó en su sonrisa y... Piótr Semiónich empezó a soñar.
Se puso el frac, los guantes blancos y salió a la calle. En la entrada ya hace tiempo que lo espera la carroza con el monograma de la redacción. Del pescante salta un lacayo con librea y lo ayuda a sentarse en la carroza, lo acomoda, como a una señorita aristócrata.
Al minuto la carroza se detiene a la entrada del Club de nobles. Él, arrugando la frente, entrega su abrigo y, con importancia, sube por la escalera iluminada, ricamente decorada. (Un lujo terrible.) Plantas tropicales, flores de Niza, trajes que valen miles.
-El corresponsal... -corre el murmullo entre la multitud numerosa. –Es él...
Hacia él corre un viejecito pequeño con un rostro preocupado, con órdenes.
-¡Disculpe, por favor! –le dice a Piótr Semiónich. -¡Ah, disculpe, por favor!
Y toda la sala repite tras él:
-¡Ah, disculpe, por favor!
-¡Ah, basta! Usted me confunde, en verdad... –dice el reportero.
Y de pronto, para su gran asombro, empieza a parlotear en francés. Antes sabía sólo “merci”, pero ahora ¡fluido! Así, qué hay de bueno, hasta hablas en chino.
Piótr Semiónich toma una flor y lanza cien rublos, y en ese mismo instante le entregan un telegrama del redactor: “Gane el regalo del presidente de la República francesa y describa sus impresiones. La respuesta de mil palabras está pagada. No escatime el dinero”. Va a la tómbola y empieza a tomar billetes. Toma uno... dos... diez... Toma cien, finalmente mil, y recibe un jarrón de porcelana de Sevres. Abrazando con ambas manos el jarrón, se apresura adelante.
A su encuentro viene una damita con unos suntuosos cabellos linosos y de ojos azules. Su vestido es notable, por encima de toda crítica. Tras ella la multitud.
-¿Quién es? –pregunta el reportero.
-Y esa es una francesita célebre. Encargada a Niza con las flores.
Piótr Semiónich se le acerca y se recomienda. Al minuto, la toma de la mano y anda, anda... Él necesita averiguar mucho de la francesita, mucho, mucho... ¡Ella es tan encantadora!
“¡Ella es mía! –piensa. -¿Y dónde pondré el jarrón en mi habitación?” –considera, admirando a la francesita. Su habitación es pequeña, y el jarrón crece, crece y crece tanto, que no se acomoda incluso en la habitación. Está listo a llorar.
-Aah... así, ¿usted ama al jarrón más que a mí? –dice de pronto, ni por lo uno ni lo otro, la francesita, ¡y pum al jarrón con el puño!
El vaso precioso se quiebra ruidosamente y vuela en pedazos. La francesita se ríe a carcajadas y corre a algún lugar en la neblina, en la nube. Todos los gaceteros están parados y se ríen a carcajadas... Piótr Semiónich, enfurecido, con espuma en la boca, corre tras ellos y de pronto, hallándose en el Teatro Bolshói, cae cabeza abajo desde la sexta grada.
Piótr Semiónovich abre los ojos y se ve en el suelo, junto a su diván. Le duelen, por la contusión, la espalda y el codo.
“Gracias a Dios no está la francesita -piensa, frotándose los ojos. –El jarrón, entonces, está entero. Bien que no estoy casado, si no, es posible, los niños se pondrían a retozar y romperían el jarrón”.
Frotados los ojos como es debido, no ve el jarrón tampoco.
“Todo esto es un sueño -piensa. –No obstante, ya es la una de la madrugada... El baile ya hace tiempo que empezó, es hora de ir... Me acostaré aún un poco, ¡y en marcha!”
Acostado aún un poco se desperezó y... se durmió, y así no fue al baile de la colonia francesa.
-¿Bueno, qué? –le preguntó al otro día el redactor. -¿Estuvo en el baile? ¿Le gustó?
-Más o menos... Nada peculiar... –dijo, poniendo cara aburrida.–Lánguido. Aburrido. Escribí una nota de doscientas líneas. Amonesto un poquito a nuestra sociedad, por que no sabe divertirse. Y dicho esto, se volvió hacia la ventana y pensó del redactor:
“¡Cer-rdo!

1Pliúshkin, prototipo del tacaño, personaje de Las almas muertas, novela de Nikolai Gógol.
2Henry Morton Steily, corresponsal de The New York Herald, que en 1871-1872 encabeza la búsqueda del misionero inglés David Livingstone perdido en África.
3John Bull, héroe de la sátira política Historia de John Bull, de John Arbuthnot; su nombre deviene lugar común entre los ingleses.
4Jeanette, barco al mando del capitán norteamericano J.V. DeLonge, aprisionado entre los hielos del Océano Antártico durante la expedición de 1879-1881.

Título original: Son reportëra, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1884, Nº 7, con el título El jardín francés, el subtítulo Fantasía de ensueño y la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, In Switzerland, 1908.