martes, 29 de abril de 2008

El beneficio del ruiseñor (Reseña)


Ocupamos un lugar a la orilla del riachuelo. Enfrente de nosotros descendía, abruptamente, la canela orilla barrosa, y a nuestras espaldas se oscurecía un boscaje extenso. Nos acomodamos bocabajo sobre la hierba joven, suave, las cabezas las apoyamos sobre los puños, y a las piernas les dimos rienda suelta: ponlas donde quieras. Los paletós de primavera nos los quitamos, pero no pagamos dos grívens1 por su cuidado, ya que a nuestro alrededor, gracias a Dios, no había lacayos. El boscaje, el cielo y el campo, hasta la lejanía más profunda, estaban bañados de luz lunar, y en la lejanía un fueguito rojo titilaba sereno. El aire estaba sereno, diáfano, fragante... Todo favorecía al beneficiado. Sólo le restaba no abusar de nuestra paciencia y empezar con rapidez. Pero él no empezó en largo tiempo... En su espera nosotros, de acuerdo al programa, escuchamos a otros intérpretes.
La noche empezó con el canto del cuclillo. Éste, con pereza, rompió a hacer cucú en algún lugar lejano del boscaje, y tras hacerlo unas diez veces, calló. Al instante, sobre nuestras cabezas, con un chillido aguzado, pasaron dos azores. Rompió a cantar luego en contralto el oriol, un cantante conocido, dedicado en serio. Lo escuchamos con gusto, y lo hubiéramos escuchado largo tiempo si no fuera por los grajos, que volaban a pernoctar... En la lejanía apareció una nube negra, que se movió hacia nosotros y, con mal augurio, descendió sobre el boscaje. En largo tiempo no calló esa nube.
Cuando gritaron los grajos croaron las ranas, que viven en los juncos, en locales públicos, y toda una media hora el espacio del concierto estuvo colmado de sonidos diversos, que se fundieron pronto en un sonido. En algún lugar gritó un mirlo soñoliento. Lo acompañaron la perdiz de río y el juncal. Tras esto, vino el entreacto y sobrevino un silencio, rara vez violado por el canto de un grillo, sentado en la hierba junto al público. En el entreacto nuestra paciencia alcanzó su límite: empezamos ya a murmurar sobre el beneficiado. Cuando cayó la noche sobre la tierra, y la luna se detuvo en medio del cielo, sobre el mismo boscaje, le llegó su turno. Apareció sobre un arce joven, revoloteó a un endrino, giró la cola y se quedó inmóvil. Llevaba un saco gris ...en general, ignora al público, y se presenta ante éste con el traje del mujík gorrión. (¡Es una vergüenza joven! ¡No es el público para usted, sino usted para el público!) Unos tres minutos estuvo callado, sin moverse... Pero las copas de los árboles empezaron a susurrar, sopló un vientecito, el grillo cantó más alto y, bajo el acompañamiento de esa orquesta, el beneficiado interpretó su primer trino. Rompió a cantar. No me dispongo a describir ese canto, sólo diré que la misma orquesta calló de emoción y enmudeció, cuando el artista, empinando su pico levemente, rompió a silbar e inundó el boscaje de trinos y repiques... Había fuerza y ternura en su voz... Por lo demás, no empezaré a quitarle el pan a los poetas, que lo escriban ellos. Él cantaba, y alrededor reinaba un silencio imponente. Sólo una vez gruñeron los árboles enojados y siseó el viento, cuando a la lechuza se le ocurrió cantar, deseando opacar al artista...
Cuando el cielo se agrisó, las estrellas se apagaron y la voz del cantor se hizo más débil y tierna, en el lindero del boscaje apareció el cocinero del conde hacendado. Encorvado y llevando en la mano izquierda un gorro, se agazapaba silencioso. En su mano derecha había un cestito. Empezó a aparecer entre los árboles y pronto se esfumó en el boscaje. El cantante cantó un poco más y de pronto calló. Nos dispusimos a marcharnos.
-¡Ahí está, el bribón! –oímos la voz de alguien, y pronto vimos al cocinero. El cocinero del conde caminaba hacia nosotros y, riendo con júbilo, nos enseñaba su puño. De su puño colgaban la cabecita y la cola del recién cazado beneficiado. ¡Pobre artista! ¡Libre Dios a cada uno de semejante cosecha!
-¿Para qué lo atrapó? –le preguntamos al cocinero.
-¡Y para la jaula!
Al encuentro de la mañana, rompió a gritar el rascón de modo lastimero, y empezó a susurrar el boscaje que había perdido al cantor. El cocinero metió al amante del rocío en el cestito y, con júbilo, corrió hacia el pueblo. Nosotros también nos separamos.

1Grívennik (expresión familiar), antigua moneda rusa igual a 10 kópeks.

Título original: Benefis soloviá, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 21, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
Isaac Levitan, Bonfire, 1890s.

lunes, 28 de abril de 2008

Igualito al abuelito


Es una noche sofocante, con las ventanas abiertas de par en par, con pulgas y mosquitos. Sed, como después del arenque. Yo estoy acostado en mi cama, me volteo de un costado al otro, e intento dormirme. Tras la pared, en la otra habitación, no duerme y se voltea mi abuelito, un general retirado, que vive en mi casa a cuenta mía. A ambos nos pican las pulgas, y ambos nos enojamos con éstas y rezongamos. El abuelo gime, resopla y hace fru-frú con su gorro de dormir almidonado.
-¡Insensato! –farfulla. -¡Mmo... mocoso! ¡Te zurraron poco, muchacho absurdo!
-¿A quién eso tú, abuelo?
-Se sabe a quién... Son clementes con ustedes, los miman, no los castigan... (El abuelo aspira aire y estalla en una tos anciana.) Pasarte por la fila unas tres veces, así tú entenderías... ¿Por qué no compraste el talco pérsico? ¿Por qué, te pregunto? ¿Pereza? ¿Indolencia?
-¡Abuelito, usted no me deja dormir! ¡Cállese!
-¡No replicar! ¡Entiende, con quién hablas! (El abuelito se rasca ruidosamente y levanta la voz.) Repito: ¿por qué no compraste el talco pérsico? ¿Y cómo te atreves, muy señor mío, a permitirte tales acciones perturbadoras, que hasta llegan quejas de ti? ¿Ah? ¡Ayer el teniente Dubiákin se quejaba, de que tú le llevaste la esposa! ¿Quién te permitió eso? ¿Y qué derecho tienes tú?
El abuelito me regaña largo tiempo, y del regaño pasa a la moral: el séptimo mandamiento, los fundamentos del matrimonio y demás.
-Todo eso yo lo entiendo mejor que usted, abuelito –digo. –Le confieso, que me remuerde la conciencia, pero yo no puedo hacer nada conmigo. ¡Igualito a usted! Con la sangre y la carne, heredé de usted todas sus virtudes. ¡Es difícil luchar contra la herencia!
-Yo... yo a las esposas ajenas no las tocaba... ¡Inventas!
-¿Como si? ¡Y unos diez años atrás, cuando usted tenía sesenta años, recuerde pues, usted le llevó a un prójimo no la esposa, no una viuda de pega, sino la novia! Recuerde pues a Nínochka.
-Yo este... yo me casé...
-¡Cómo no! A Nínochka la educaron, la mimaron y la prepararon en absoluto, no para un anciano de sesenta años. Con esa lista y bella se hubiera casado cualquier buen bravo, y ella ya tenía un novio apropiado, y usted llegó con su rango y su dinero, asustó a los padres, y le envolvió la cabeza a la muchacha de diecisiete años con sus pacotillas diversas. ¡Cómo lloraba, cuando se casó con usted! ¡Cómo se arrepentía después, pobrecita! Y después se escapó con un teniente borracho, sólo para estar lejos de usted... ¡Un ganso es usted, abuelito!
-Espera... espera... Eso no es asunto tuyo... Si te pasaran pues, unas cinco veces por la fila, pues tú este no... no despojarías a tu hermana Dásha... Ofensor... ¿Para qué le pleiteaste las diez desiatínas1?
-De usted tomé ejemplo. ¡Igualito a usted, abuelito! ¡Con usted aprendí a despojar! Recuerde cuando usted servía en la intendencia, después cuando lo asignaron al gobierno de Ufímskaya, y...
Y largo tiempo discutimos así. El abuelito me acusa de veinte delitos, y todos los veinte yo se los atribuyo a la estirpe, a la herencia. Finalmente, el abuelito se queda ronco y empieza, de rabia, a arañar la pared.
-Mire qué, abuelito –digo. –Así en largo tiempo no nos vamos a dormir. ¡Vamos pues, a bañarnos y a tomar vodka! ¡Dormiremos perfectamente!
El abuelito enojado, hablando entre dientes, se viste, y vamos al riachuelo. Es una noche hermosa, de luna. Tras bañarnos, regresamos a la casa. La garrafita está sobre la mesa. Yo sirvo dos copitas. El abuelito toma una copita, se persigna y dice:
-Si te pasaran pues... unas diez veces por la fila... ¡entenderías entonces! ¡Bo... borracho!
Tras rezongar, el abuelito enojado bebe y pica del embutido. Yo también -porque heredé el amor por las bebidas alcohólicas- bebo y me voy a dormir.
Y así es para nosotros cada noche.

1Desiatína, antigua medida rusa de superficie igual a 1,09 ha.

Título original: Vies v diedushku, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 25, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
John Singer Sargent, In Switzerland, 1908.

domingo, 27 de abril de 2008

El único medio (A propos del proceso de la Sociedad peterburg. de crédito mutuo)

Hubo un tiempo cuando los cajeros despojaban, incluso, a nuestra Sociedad. ¡Es terrible recordarlo! Éstos no saqueaban sino, literalmente, limpiaban nuestra pobre caja. El interior de nuestra caja estaba forrado de terciopelo verde, y se robaron el terciopelo. Y uno se aficionó tanto, que se llevó con el dinero la cerradura y la tapadera. En los últimos cinco años tuvimos nueve cajeros, y todos los nueve nos envían ahora en las grandes fiestas, desde Krasnoyársk, sus tarjetas de visita. ¡Todos los nueve!
-¡Es horrible! ¿Qué hacer? –suspirábamos, cuando llevamos a juicio al noveno. -¡Una vergüenza, una deshonra! ¡Todos los nueve unos villanos!
Y empezamos a juzgar y a convenir: ¿a quién tomar de cajero? ¿Quién no es un canalla? ¿Quién no es un ladrón? Nuestra elección recayó en Iván Petróvich, el ayudante del contable: callado, devoto y vivía como un cerdo, sin confort. Lo elegimos, lo bendijimos en la lucha contra las tentaciones y nos calmamos, pero... ¡no por mucho tiempo!
Al otro día mismo, Iván Petróvich se apareció con una corbata nueva. Al tercero llegó a la dirección en coche, algo que antes nunca sucedía con él.
-¿Ustedes lo notaron? –murmurábamos a la semana. –Corbata nueva... Lentes... Ayer en el santo invitaba. Hay algo... Empezó a rezarle a Dios más a menudo... Hay que suponer, que su conciencia no está limpia...
Le informaron sus dudas a su excelencia.
-¿Es posible y que el décimo resulte un canalla? –suspiró nuestro director. –No, es imposible... Es un hombre tan moral, callado... Por lo demás... ¡vamos a verlo!
Se acercaron a Iván Petróvich y rodearon su caja.
-Disculpe, Iván Petróvich –se dirigió a él el director con una voz suplicante. –Nosotros confiamos en usted... ¡Creemos! M-sí... Pero, sabe... ¡Permita revisar la caja! ¡Usted pues permita!
-¡Dígnense! ¡Muy bien! –respondió con agilidad el cajero. -¡Cuánto quieran!
Empezaron a contar. Contaron, contaron, y faltaban cuatrocientos rublos... ¡¿Y este?! ¡¿Y el décimo?! ¡Es horrible! Eso en primer lugar; y en segundo, si este en una semana se zampó tanto dinero, ¡pues cuánto se robará en un año, en dos! Nos quedamos pasmados de horror, admiración, desolación... ¿Qué hacer? ¿Bueno, qué? ¿A juicio con él? No, eso es viejo e inútil. El onceno también robará, el doceno también... A todos no los llevarás a juicio. ¿Zurrarlo? No se puede, se ofenderá... ¿Correrlo y llamar en su lugar a otro? ¡Pero es que el onceno también robará! ¿Cómo hacer? El director rojo, y nosotros pálidos, mirábamos fijamente a Iván Petróvich y, recostados contra la rejilla amarilla, pensábamos... Pensábamos, tensábamos el cerebro y sufríamos... Y él seguía sentado e, imperturbable, chasqueaba sobre las cuentas, como si no hubiera robado... Callamos largo tiempo.
-¿A dónde tú metiste ese dinero? –se dirigió a él, finalmente, nuestro director, con lágrimas y un temblor en la voz.
-¡En las necesidades, su excelencia!
-Hum... En las necesidades... ¡Me alegro mucho! ¡A callar! Yo teee...
El director se paseó por la habitación y continuó:
-¿Qué hacer pues? ¿Cómo te proteges de semejantes... ídolos? Señores, ¿y por qué ustedes callan? ¿Qué hacer? ¡No lo vamos a azotar, al canalla! (El director se quedó pensativo.) Escucha, Iván Petróvich... Nosotros vamos a reponer ese dinero, no vamos a deshonrarnos con la publicidad, al diablo contigo, sólo que tú, francamente, sin equívoco... ¿Te gusta el sexo femenino, o qué?
Iván Petróvich se sonrió y confundió.
-Bueno, se entiende –dijo el director. -¿A quién no le gusta? Eso se entiende... Todos somos pecadores... Todos ansiamos amor, dijo algún... filósofo... Te entendemos... Mira qué... Ya que a ti te gusta así, pues dígnate: yo te voy a dar una carta para una... Es bonita... Ve a verla por mi cuenta. ¿Quieres? Y te voy a dar una carta para otra... ¡Y te voy a dar una carta para la tercera!.. Todas las tres son bonitas, hablan en francés... rollizas... ¿El vino, te gusta también?
-Vinos los hay diversos, su excelencia... el de Lisboa, por ejemplo, yo a la boca no me lo llevo... Cada bebida, su excelencia, tiene, así decir, su sentido...
-No repliques... Cada semana te voy a enviar una docena de botellas de champagne. ¡Zámpatelas, pero no gastes el dinero, no nos confundas! ¡No te ordeno, sino te suplico! ¿El teatro también, seguro, te gusta?
Y demás... Al final de todo decidimos, además del champagne, abonarle una butaca en el teatro, triplicarle el salario, comprarle candidaturas, enviarlo cada semana en tróika1 a las afueras de la ciudad, todo eso a cuenta de la Sociedad. El sastre, los tabacos, las fotografías, los bouquetes para las beneficiadas, los muebles también de la Sociedad... ¡Que disfrute pero, por favor, que no robe! ¡Que haga lo que quiera, pero que no robe!
¿Y qué pues? Ya pasó un año desde que Iván Petróvich está en la caja, y no podemos dejar de jactarnos de nuestro cajero. Todo es honrado y correcto... No roba... Por lo demás, durante cada revisión semanal faltan 10-15 rub., pero es que eso no es dinero, sino tonterías. Algo hay que darle en sacrificio al instinto del cajero. Que hurte, pero que no toque los miles.
Y ahora prosperamos... Nuestra caja siempre está llena. Es verdad, el cajero nos sale muy caro, pero en cambio es diez veces más barato que cada uno de sus nueve antecesores. ¡Y puedo asegurarles, que rara es la sociedad y raro el banco que tienen un cajero tan barato! ¡Estamos en ganancia, y por eso serían unos extraños excéntricos ustedes, los que tienen el poder, si no siguieran nuestro ejemplo!

1Tróika, tiro de tres caballos.

Título original: Edinstviennoe sriedstvo, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 4, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Eduard Gaertner, Edificio en Berlín, 1830.

sábado, 26 de abril de 2008

Barullo en Roma1

Rareza cómica en 3 actos,
5 escenas, con prólogo y dos fracasos

Personajes:

Conde Falconi, un hombre muy gordo2
Condesa, su esposa infiel
Luna, planeta agradable en todos los sentidos
Arthur, pintor-ventrílocuo, que canta con el vientre3
Hesse, pintor. Se ruega no confundir con el fabricante de cerillos y chocante satírico Hesse4
Huérfana, con medias rojas. Inocente y generosa, pero no tanto como para avergonzarse de su elección de la ropa de hombre
Lientóvskii, con tijeras. Desencantado
Caja, vieja doncella
Colecta grande
Colecta pequeña, sus niñas
Tamborileros, faquires, monjas, ranas, toro de papier-maché, un pintor superfluo, miles de esperanzas, genios malos y demás

Prólogo

Empieza la apoteosis según el dibujo de Schegtel5: Caja, pálida, flaca, sostiene en sus manos a su hija hambrienta, Colecta pequeña, y mira suplicante al público. Lientóvskii levanta un puñal, intentando matar a Colecta pequeña, pero no lo consigue, ya que el puñal está romo. Escena. Fuegos de bengala, gemidos... A través de la escena vuela un vampiro.

Lientóvskii. ¡Te mataré oh, chiquilla odiosa! ¡Iván, dame acá otro cuchillo! (Iván, parecido a Andrássy6, le da el cuchillo, pero en ese momento desciende el genio malo).
Genio malo (susurra a Lientóvskii). Pon Barullo en Roma, y el asunto está en el sombrero: Colecta pequeña morirá.
Lientóvskii (se golpea la frente). ¡Y cómo fue que no lo adiviné antes! ¡Grigórii Alexándrovich7, ponga Barullo en Roma! (Se oye la voz de Arbenin: “¡Excelente!”). ¡Con procesión, qué diablos! (Se duerme con dulces esperanzas).

Escena I

Huérfana (sentada sobre una piedrita). Yo estoy enamorada de Arthur... Más nada les puedo decir. Yo misma soy pequeña, tengo una voz pequeña, un papel pequeño, y si digo larguezas grandes, pues para eso tienen ustedes orejas y paciencia. ¡Y yo no soy nada aún, pero esperen pues, que largueza les brindará ahora Tamárin! ¡Aún no así van a fruncir el ceño! (se amarga).
Luna.¡Hum! (Bosteza y frunce el ceño).
Rafael Tamárin8 (entra). Yo ahora les contaré... El asunto, ven, está en que... (aspira aire y empieza un larguísimo monólogo. Dos veces se sienta, cinco veces se seca el sudor, al final de todo se pone ronco y, sintiendo en la garganta una agonía de muerte, mira suplicante a Lientóvskii).
Lientóvskii (sonando las tijeras). Ya va a haber que recortar.
Luna (frunciendo el ceño) ¿No huir acaso? A juzgar por la primera escena, de esta opereta sólo saldrá tristeza.
Rafael (le compra a Huérfana un cuadro de Arthur por mil rublos). Diré que es mi cuadro.
Falconi (entra con la condesa). En la primera escena no hacemos falta ni yo ni mi esposa pero, por lo menos, con la venia del autor, permítanme presentarme... Mi esposa, la traidora. Ruego amarla y apreciarla... Si no es risible, pues disculpen.
Condesa (traiciona al esposo). ¡Una desgracia ser esposa de un esposo celoso! (Traiciona al esposo).
Hesse. Yo estoy demás en la escena, y entre tanto estoy parado aquí... ¿Adonde meter las manos? (Sin saber donde meter las manos, camina).
Huérfana (tras recibir de Rafael el dinero, va a Roma a ver a Arthur, de quien está enamorada. Con un objetivo ignorado, se viste con ropa de hombre. Tras ella todos van a Roma).
Luna. Qué aburrimiento mortífero... ¿No eclipsarme acaso? (Empieza un eclipse de luna).

Escenas II y III

Condesa (traiciona al esposo). Arthur es una almita...
Huérfana. Entraré con Arthur de alumna. (Entra y se amarga. Le obsequian una corona honoris causa).
Arthur
. Yo estoy enamorado de la condesa, pero a mí no me hace falta tal amor... Yo quiero amar en silencio, platónicamente...
Condesa (traiciona al esposo). Qué bonito chiquillo (contempla a huérfana). ¡Deja pues besarme con él! (traiciona al esposo y a Arthur).
Arthur. ¡Estoy perturbado!
Huérfana (se viste con ropa de mujer). ¡Yo soy una mujer! (Sale por Arthur, que súbitamente la ama).
Público. ¿Eso es todo? Hum...
Procesión: una multitud de personas, vestidas de rana, llevan un toro de papel y dos barriles.
Opereta (fracasando). ¡Pues cuántas diversas diversidades fracasaron en este mismo lugar!
Lientóvskii (agarrando a la opereta fracasada por el cuello). ¡No, espera! (Empieza a cortarla con las tijeras9). Espera, mátushka... Nosotros aún te vamos a arreglar... (Tras recortar, mira fijamente). Sólo la estropeé, qué diablos.
Opereta. Lo que deba ser, no lo podrás evitar.

Epílogo

Apoteosis. Lientóvskii está de rodillas. El genio bueno, defendiendo a Caja con la niña, está parado ante él en pose de predicador... En perspectiva están paradas las nuevas operetas y Colecta grande.

1Parodia de Carnaval en Roma, ópera cómica con música de Richard Strauss, puesta en el Teatro de M.V. y A.V. Lientóvskiis, en Moscú. “Carnaval en Roma, que fue ayer en El nuevo teatro, –reportan Las novedades del día,- no justificó, por desgracia, las esperanzas; el primer acto es imposible, y los restantes mediocres” (Nº 262, 23 de septiembre).
2Actor Bogdánov.
3Actor Leónov.
4A. Hesse, dueño de una fábrica de cerillos en Rúza, Moscú.
5Fiódor Schegtel, arquitecto, pintor (amigo de Nikolai Chejov), que participa en la conformación de los espectáculos en el teatro de Mijaíl Lientóvskii.
6D. Andrássy, conde, político húngaro, ministro de asuntos exteriores de Austro-Hungría de 1871 a 1879.
7Arbenin.
8R. Tamárin, actor que interpreta el papel del imaginario pintor Rafael.
9El 30 de septiembre la pieza, en la puesta de Mijaíl Lientóvskii, va ya con cortes (Las novedades del día, 1884, Nº 270, 1 de octubre).

Título original: Kavardak v Rime, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1884, Nº 38, con la firma: “El hermano de mi hermano”.
Imagen:
Tomás Campuzano y Aguirre, Tapa de la caja del teatro, XIX.

El sueño de la juventud dorada durante el llamado de noviembre


…y sueñan dulces sueños. Sueñan que, antes del examen de ingreso, se pusieron delgados como cerillos, que su estatura supera diez veces el volumen de su pecho, que resultó que padecen de afección cardiaca, que Suzetta se mordió el dedo, sobre lo que se levantó un acta legal policial. Al mismo tiempo, sus ojos son tan miopes, que están obligados a llevar lentes de cristales ustorios. En una palabra, la oficina del ejército renunció a aceptarlos como soldados. ¡Dichosos!

Título original: Son zolotij yuntzov vo vremia noyabrskogo nabora, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 47, con dibujo de V.I. Porfíriev y la firma: “An. Ch.”.
Imagen: Edgar Degas, El Violinista, 1

Ensueños poéticos


-Si tuviera, en lugar de este gatito, una hija de mercader rolliza… Y la hija del mercader tuviera unos trescientos o cuatrocientos mil… Y con esos trescientos mil comprar una casa… unos caballos moros… En las tróikas con las almitas… Sacaría a Katiúsha adelante…

Título original: Poeticheskie griezi, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 8, con dibujo de A.I. Liébediev y la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ferdinand Hodler, Un alma pobre, 1889.

viernes, 25 de abril de 2008

Se peleó con la esposa (Un caso)


-¡Que se los lleve el diablo! ¡Llegas del servicio a la casa con un hambre de perro, y sabe el diablo qué te dan de comer! ¡Y decirlo aún no se puede! ¡Lo dices, y enseguida el llanto, las lágrimas! ¡Que sea yo tres veces anatema por que me casé!
Dicho esto, el esposo tintineó con la cuchara en el plato, se levantó y, con exasperación, azotó la puerta. La esposa empezó a sollozar, se pegó al rostro la servilleta y salió también. El almuerzo terminó.
El esposo llegó a su gabinete, se tumbó en el diván y hundió su rostro en la almohada.
“¡El diablo te mandó a casarte! –pensó. -¡Buena vida 'familiar', ni qué decir! ¡No alcanzaste a casarte, cuando ya te quisieras suicidar!”
Al cuarto de hora, tras la puerta se oyeron unos pasos ligeros...
“Sí, en el orden de cosas... Me insultó, me injurió, y ahora anda por la puerta, quiere reconciliarse... ¡Pero qué diablos! ¡Primero me cuelgo, antes de reconciliarme!"
La puerta se abrió con suave chirrido y no se cerró. Alguien entró y, con unos pasos suaves, tímidos, se dirigió al diván.
“¡Está bien! Pide perdón, suplica, llora... ¡Una higa con nuez vas a recibir!, ¡diablo peludo! Ni una palabra lograrás, aunque te mueras... ¡Yo duermo pues, y no deseo hablar!”
El esposo metió su cabeza en la almohada de modo más profundo, y empezó a roncar suavemente. Pero los hombres son tan débiles como las mujeres. A éstos es fácil amargarlos y calentarlos. Al sentir a su espalda un cuerpo cálido, el esposo se arrimó con terquedad al espaldar del diván, y dio una patada.
“Sí... Ahora se mete, se pega, lame... Pronto va a empezar a besarme el hombro, a ponerse de rodillas. ¡No soporto esas ternuras!.. Con todo... habrá que disculparla. Para ella, en su estado, es nocivo alarmarse. La torturaré una hora, la castigaré y la perdonaré...
Sobre su misma oreja voló suavemente un suspiro profundo. Tras éste otro, un tercero... El esposo sintió en el hombro el roce de una mano pequeña.
“¡Bueno, que vaya con Dios! La perdonaré por última vez. ¡Basta de torturarla, pobrecita! ¡Además, de que yo mismo soy culpable! Por una tontería armé un motín...” -¡Bueno, basta, mi miguita!
El esposo extendió su mano hacia atrás y abrazó un cuerpo cálido.
-¡Tfú!
Junto a él yacía su gran perra Diánka.

Título original: S zhenoi possorilsia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 23, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, Peter Harrison Asleep, 1905.

El Montecillo rojo1


Así se llama entre nosotros la semana de Tomás, entre los rusos antiguos ese nombre lo llevaba una fiesta en honor de la primavera, que coincidía en el tiempo, precisamente, con la semana de Tomás. La primavera no es un funcionario importante y no hay por qué festejarla, pero los antiguos, los krivichís2, los miéris3 y restantes antecesores nuestros, que no contaban entre sí con laureados consejeros civiles ni comisarios de policía, tenían que festejar a la fuerza no a las personas, sino las estaciones del año y otras abstracciones. Ya que de la ignorancia salimos pero a la civilización, gracias a Dios, aún no hemos llegado, y habitamos el dorado intermedio, pues esta fiesta pagana se conservó hasta nuestro tiempo en toda su plenitud. Se celebra ésta en las montañas y los montecillos, donde la nieve se derrite antes y aparece la hierba verde, de aquí el nombre de la fiesta. Convendría llamarla realmente montecillo verde, pero nuestros antepasados salieron a nuestros contemporáneos: dar a todo lo destacado un matiz rojo era su pasión.
Las señoritas, la primavera, las plazas mejores, el pez más sabroso, todo eso se llamaba rojo y se hallaba bajo sospecha. En nuestro tiempo, el Montecillo rojo se celebra de esta manera. Los muchachos y las muchachas, con los rostros cubiertos de pecas en honor de la primavera, reunidos en algún lugar del montecillo, organizan corros y cantan canciones. Se cantan canciones de toda clase, sin elección y sin ningún sistema. Unos cantan: ¡Ah tú, pajarito canario!, y otros, que sirven en la ciudad de botones o de sirvientas, canturrean Nuestra China es país de libertad o Cuando el esposo quiere de pronto4, una mezcla de criterios paganos y humanitarios... Alternativamente con las canciones, se zurran los unos a los otros por la espalda en honor de la primavera, recuerdan después de cada palabra a los padres y hablan de los atrasos. El asunto termina en que a la multitud se acerca un sub-oficial y, tras reprochar ignorancia, invita al público a regresar. En la antigüedad, el Montecillo rojo se celebraba con raciocinio. Los caballeros y las señoritas, trabados en un estrecho grand-rond, empezaban a cantar canciones de modo solemne y generoso, las primaveras, en las que cantaban a Svaróg5, a S.T. Aksákov6, al trueno, a la lluvia primaveral y demás. Todo aquel que dilataba un cuplecito o empezaba a jugar con los labios, era expulsado con deshonor. El contenido de las primaveras se podía considerar entonces censurable por completo: el sol, encarnado bajo la apariencia de un príncipe, iba hacia la radiante princesa primavera, venciendo por el camino los obstáculos helados; al final de todo, cuando los obstáculos habían sido sorteados, el sol encerraba entre sus brazos a la primavera liberada, y no había capital, y la inocencia no se observaba, pero por lo menos era conmovedor... Pero ahora, cuando los matrimonios civiles están marcados por el desprecio de todas las personas bien pensadas, cuando por la apropiación de un título de príncipe ajeno, los culpables son castigados con toda la severidad de la ley, semejantes canciones no pueden no ser publicadas, no cantadas.
En nuestro tiempo, en el Montecillo rojo los habitantes van al cementerio rural y, bajo la apariencia de conmemorar a los parientes, organizan allí verdaderos picnics. Las conmemoraciones se acompañan de libaciones y dadivosos repartos de roscas, algo que gusta mucho a los diáconos supernumerarios y a las viudas salmistas, que no saben “donde apoyar la cabeza” ni "donde hay para el ofendido un sentido de rinconcito". Pero el Montecillo rojo no complacía tanto, con ninguna otra cosa, a los rusos antiguos, como con la comezón nupcial. Después de una prohibición de ocho semanas, los habitantes entraban en tal ardor febril, que las señoritas apenas alcanzaban a pescar el momento y los papáshas a registrar el adjetivo... Se casaban todos, al por menor y al por mayor, y se hallaban entre el número de las doncellas sabias no sólo las dignas, sino incluso las defectuosas e intactas tras los incendios e inundaciones... Tal epidemia nupcial se podía explicar sólo con las influencias atmosféricas y la larga cuaresma... Es extraño, entre nosotros, en cuaresma no se puede casarse, y después de Pascua se puede; y entre los hebreos es al revés, en cuaresma se puede, y después de Pascua no se puede; por lo tanto, los hebreos ven el matrimonio como algo de cuaresma.
A 20 vérstas de Kronshtadt, hay una elevación cubierta de arena rojiza, llamada Montecillo rojo. En ésta se construyó una estación de telégrafos, y en ese Montecillo rojo se casan sólo los telegrafistas. A propósito, una anécdota. Un alemán, miembro de nuestra Academia de ciencias, traduciendo algo del ruso al alemán, tradujo la frase “él se casó en el Montecillo rojo” de esta manera: “Er heiratete die m-lle Montecilla rojo”.

“Él se casó con la m-lle Montecilla Rojo” (Nota de Antón Chejov).

1Chejov escribe a Nikolai Léikin el 22 de marzo de 1885: “…envío tres cositas… De éstas, sólo una puede resultar inservible, pero las otras, me parece, sirven.”
2Krivichís (palabra anticuada), eslavos orientales que habitaban las regiones del Dviná occidental, el Dniéper y el Volga en los siglos VI-X, y se dedicaban a la agricultura, la ganadería y la artesanía.
3Miéris (palabra anticuada), finlandeses y ucranianos que habitaban el entrerío Volga-Ókskii en el primer milenio D.C., y se dedicaban a la agricultura, la caza y la artesanía.
4Principio del aria de Elena en La hermosa Elena, opereta de Jacobo Offenbach.
5Svaróg, Dios del cielo y del fuego celestial en la mitología eslava rusa.
6Serguéi Aksákov, escritor, poeta, crítico, censor, antiguo presidente del Comité de Censura de Moscú, autor de memorias noveladas.

Título original: Krasnaya gorka, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 13, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Alexey Savrasov, Rainbow, 1875.

jueves, 24 de abril de 2008

Mi plática con Edison (De nuestro propio corresponsal)


Yo estuve con Thomas Edison. Es un chico muy gentil, decente. Todas sus habitaciones están abarrotadas de teléfonos, micrófonos, fotófonos y restantes “fonos”.
-¡Yo soy ruso! –me recomendé a Edison. –Se oye hablar mucho de sus talentos. Aunque sus inventos no entraron aún en nuestro programa de centros de enseñanza secundaria, a pesar de eso, su nombre se recuerda a menudo en las “misceláneas” de los periódicos.
-Mucho gusto, ¡pero le advierto, por Dios, que no puedo prestarle dinero!
-¡Yo no le pido! –me confundí con la afrenta inesperada.
-Usted disculpe, pero yo leí y oí, que pedirle prestado a todos es un rasgo nacional de los rusos.
-¡Haga el favor, qué le pasa!
-Nos sentamos, charlamos.
-Bueno, ¿qué inventó de nuevo? –pregunté. -¡Seguro que inventó un abismo infernal1 de toda clase de cosas! Por ejemplo, ¿qué colgajo es ese?
-Eso es un gastronomofón… usted pone carbón candente en este orificio… hace girar esta hélice, aprieta esta pieza, libera la corriente, y a cien, doscientas millas de aquí obtiene el reflejo del carbón de forma aumentada. En el reflejo usted puede cocer y freír todo lo que le plazca…
-¡Aaah, dígame! ¿Y eso qué es?
-Eso es una cosa necesaria en extremo para los turistas. La recomiendo a su atención. En nuestro dinero vale un rublo, en el suyo tres rublos. Supongamos que usted viaja de Rusia a América, y deja a su esposa en la casa. Viaja uno, dos, tres años… ¿y qué le puede garantizar, que por el camino usted no querrá tener un hijo, a quien pudiera dejarle su buen nombre? Entonces, basta sólo acercarse a este alambre, realiza ciertas maniobras, y al otro día mismo recibe un telegrama: ¡nació su hijo!
-Aaah… Pero en nuestro país, Thomas Ivánich, eso se hace aún más fácil. Te vas a América, y dejas a tu amigo en la casa… Telegramas, por supuesto, no recibes, pero en cambio, cuando regresas a la casa, encuentras no a uno, sino a tres o cuatro: ¡saludos, papásha! En nuestro país, un doctor fue comisionado al extranjero con un objetivo científico. Llega de vuelta, y tiene nueve hijas.
-¿Y qué pues?
-¡Y nada! Se lo explicó como que a lo científico: el epitelio vibrátil, la presión sanguínea, esto, lo otro… ¿Y qué arandela es esa?
-Eso es un disco para investigar los pensamientos. Basta sólo pegarlo a la frente del sometido, poner la corriente, y los secretos son descubiertos…
-Aaah… Por lo demás, en nuestro país, eso se hace más fácil. Te metes en el escritorio, desellas una carta, dos, tres, ¡y todo como en la palma de la mano! ¡En nuestro país el bishopismo2 está muy en boga!
Y de esta forma examiné todos los nuevos inventos. Mis elogios le gustaron tanto a Edison que, al despedirse de mí, no resistió y dijo:
-¡Bueno, si es ya así, vaya con Dios! ¡Aquí tiene prestado!

1Un abismo infernal, una gran cantidad.
2Bishop, lector de pensamientos de fama mundial, de gira por Moscú en 1885.

Título original: Moya besieda s Edisonom (Ot nashevo sobstviennovo korrespondienta), publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 10, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: John Cameron, Thomas Alva Edison American Inventor, XX.

martes, 22 de abril de 2008

La lengua te lleva hasta Kíev


1ro.-¡Quítese el gorro! ¡Aquí no se permite!
2do.-¡Yo no tengo un gorro, sino un cilindro!
1ro.-¡Es lo mismo!
2do.-No, no es lo mismo... ¡El gorro lo compras con un poltínnik, y ve pues a comprar un cilindro!
1ro.-El gorro o el sombrero... en general...
2do.-(Quitándose el sombrero). Así, exprésese más claro... (Remeda.) El gorro, el gorro...
1ro.-¡Le ruego no conversar! ¡Usted no deja a los demás escuchar!
2do.-Es usted quien conversa y molesta, y no yo. Yo me callo, hermano... Y en general me callaría, si no me tocaran.
1ro.-Sch...
2do.-No hay por qué sch... (Callándose.) Yo mismo sé sch... Y los ojos, no tiene por qué fijarlos en mí... No le temo... No tales he visto...
Esposa del 2do.-¡Pero déjalo! ¡Basta para ti!
2do.-¿Y por qué se me pegó? ¿Pues yo no lo toqué? ¿Pues no? ¿Así, por qué se mete conmigo? ¿O quiere que me queje de usted al señor comisario?
1ro.-Después, después... Cállese...
2do.-¡Ajá, se asustó! Así-así... Un bravo, como se dice, contra la oveja, y contra el bravo, tú mismo eres una oveja.
En el público.-Sch...
2do.-Hasta el público lo notó... Para el orden está puesto, y él mismo arma el desorden... (Sonríe con sarcasmo.) Y todavía con medallas en el pecho... un sable... ¡La gente, habrase visto!
(El 1ro se va por un minuto.)
2do.-Le dio vergüenza, se fue... Por lo tanto, todavía no ha perdido la vergüenza por completo, si las palabras le dan vergüenza... Si hubiera hablado más, así, yo no eso le diría. ¡Sé cómo tratar a este hermano!
Esposa del 2do.-¡Cállate, el público mira!
2do.-Deja que mire... Pagué con mi dinero, y no con el de otro... Y si converso, pues no me agotes la paciencia... Se fue ese... ese mismo, bueno, y me callo ahora... Si nadie me toca pues, ¿para qué voy a empezar a conversar? Conversar no hay para qué... Yo entiendo... (Aplaude.) ¡Bis!¡Bis!
1ro,3ro,4to,5to y 6to.-(Como saliendo de la tierra).-¡Dígnese!¡Ande!
2do.-¿A dónde pues? (Palideciendo.) ¿Por qué cosa?
1ro,3ro,4to,5to y 6to.-¡Dígnese! (Toman de la mano al 2do.) No agite los pies... ¡Dígnese! (Lo sacan.)
2do.- Pagué con mi dinero, y de pronto... esto mismo... (Se aficiona.)
En el público.-¡Sacaron a un ratero!

Título original: Yazik do Kieva doviediot, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 41, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Edgar Degas, Músicos en la orquesta, 1871.

lunes, 21 de abril de 2008

Sobre las mujeres1


La mujer, desde la misma creación del mundo, se considera una criatura nociva y de mala calidad. Está en un nivel de desarrollo físico, moral y mental tan bajo, que cualquiera se considera en el derecho de juzgarla y burlarse de sus defectos, incluso el bellaco privado de todos los derechos y el besucón que se suena la nariz en los pañuelos ajenos.
Su estructura anatómica está por debajo de toda crítica. Cuando algún respetable padre de familia ve la imagen de una mujer au naturel, siempre se encoge con aprensión y escupe al costado. Tener semejantes imágenes a la vista, y no en la mesa o en el bolsillo, se considera un mauvais ton2. El hombre es mucho más bello que la mujer. Por muy fibroso, peludo y barroso que sea él, por muy rojiza que sea su nariz y estrecha su frente, siempre mira la belleza femenina con indulgencia, y se casa no de otra forma, que después de una elección severa. No hay un Quasimodo3 que no esté profundamente convencido, de que su pareja puede ser sólo una mujer bonita.
Un teniente retirado, que despojó a la suegra y se exhibía en los botines de su mujer, aseguraba que si el hombre procedía del mono, pues al principio procedió de ese animal la mujer, y después ya el hombre. El consejero titular Sliúnkin, a quien la esposa le escondía el vodka, decía a menudo: “El insecto más zahiriente del mundo es el sexo femenino”.
La mente de las mujeres no sirve para nada. Ésta tiene los cabellos largos, pero la mente corta, y en los hombres es al revés. Con la mujer no se puede hablar ni de política, ni del estado del curso, ni de los tributarios4. Al mismo tiempo que un alumno de gimnasio de III grado ya resuelve problemas mundiales, y los registradores colegiados estudian el libro de las 30 000 palabras extranjeras5, las mujeres inteligentes y adultas hablan sólo de moda y de militares.
La lógica de las mujeres se convirtió en proverbio. Cuando algún consejero provincial Anafiémskii o guarda de departamento Doroféi, entablan conversación sobre Bismarck6 o la bondad de las ciencias, es un placer escucharlos: es agradable y conmovedor; pero cuando la esposa de alguien, ante la carencia de otros temas, empieza a hablar de los niños o de la ebriedad del esposo, qué esposo se contendrá para no exclamar: “¡Empezó a tarantear la taranta! ¡Bueno, qué lógica pues, señor, perdóname por pecador!” De estudiar las ciencias la mujer no es capaz. Eso se evidencia ya sólo por el hecho, de que para ella no se crean centros de estudio. Los hombres, incluso el idiota y el cretino, pueden no sólo estudiar las ciencias, sino incluso ocupar cátedras, pero la mujer: ¡nulidad es su nombre! Ella no inventa manuales para la venta, no lee ponencias ni largos discursos académicos, no hace viajes de comisión científica a cuenta pública, y no aplica las tesis en el extranjero. ¡Es horriblemente subdesarrollada! De talentos creativos ella, ni una gota. No sólo lo grande y lo genial, sino incluso lo trivial y lo chantajista es escrito por los hombres, y a ella le ha sido dado por naturaleza sólo la capacidad de voltear las empanadas hechas por los hombres, y hacer de éstas papillotes. 
Es viciosa e inmoral. De ella parte el principio de todos los males. En un libro antiguo se dice: “Mulier est malleus, per quem diabolus mollit et malleat universum mundum7". Cuando al diablo le viene el deseo de armar alguna vileza o enredo, siempre intenta actuar a través de las mujeres. Recuerden que la guerra de Troya estalló por la bella Elena, Mesalina desvió del camino de la verdad a más de un cordero... Gógol dice que los funcionarios aceptan sobornos sólo, porque sus esposas los empujan a eso. Eso es totalmente cierto. Beben, pierden al wint, y en Amalia los funcionarios se gastan sólo el salario... Los bienes de los empresarios, los contratistas públicos y los secretarios de las instituciones lucrativas siempre están registrados a nombre de las esposas. La mujer es disoluta hasta lo imposible. Cada señora rica está siempre rodeada de decenas de jóvenes, ansiosos de ingresar de alfonsos con ella. ¡Pobres jóvenes!
A la patria la mujer no le trae ningún bien. Ella no va a la guerra, no copia papeles, no construye vías férreas, y al esconderle a su esposo la garrafita de vodka, contribuye a la disminución de la recaudación de accisas. 
En resumen, es pícara, habladora, trivial, falsa, hipócrita, codiciosa, inepta, frívola, mala... Sólo una cosa es simpática en ella, y precisamente que trae al mundo a tales gentiles, graciosas y terriblemente inteligentes almitas como los hombres... Por esa virtud, le perdonaremos todos sus pecados. Seamos con ella magnánimos todos, incluso las cocottes con chaquetas y esos señores, a los que les pegan por la jeta con los candelabros en los clubes. 

1Artículo satírico escrito con motivo del libro Sobre las mujeres. Ideas viejas y nuevas, publicado bajo el seudónimo Signo de interrogación (-?-) en febrero de 1886, en San Petersburgo. Konstantín Skalkóvskii, el autor del libro, es colaborador permanente del periódico Tiempo nuevo, y tenido por un “conocedor del corazón humano y de las mujeres”. 
2Mauvais ton, mal tono, malas maneras, trato grosero.
3Quasimodo, jorobado, hombre de cuerpo deforme, personaje de Nuestra Señora de París, novela de Víctor Hugo. 
4En la prensa rusa se debate la cuestión sobre los derechos de los campesinos-propietarios en los gobiernos occidentales y bielorusos, que pagan tributo a los terratenientes por el arriendo de la tierra.
5Diccionario explicativo de las palabras extranjeras que entraron en uso en la lengua rusa, con indicación de sus raíces, de I.F. Bourdon y A.D. Michelson (M., 1881).
6En la prensa europea se discute sobre la oposición del Reichstag a los proyectos de ley del canciller Otto Bismarck, como la restricción de la publicidad en los asuntos judiciales, la ley “sobre los socialistas”, y otros. 
7“Mulier est malleus, per quem diabolus mollit et malleat universum mundum".

Título original: O zhenshinaj, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 17, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen:
Édouard Manet, Olympia, 1863.

Plática de gansos


En el azul del cielo, haciendo su migración habitual, volaban los gansos salvajes en larga hilera. Adelante volaban los viejos, los auténticos gansos consejeros civiles, detrás sus familias, el estado mayor y la cancillería. Los viejos, gimiendo, resolvían cuestiones corrientes, las gansas hablaban de moda, y los gansitos jóvenes, que volaban atrás, se contaban chistes los unos a los otros, y murmuraban. A los jóvenes les parecía que los viejos volaban adelante no con tanta rapidez, como lo exigían las leyes de la naturaleza...
-¡Así no se puede volar! –decían, cuando se agotó la reserva de chistes obscenos. -¡El diablo sabe qué parece esto! ¡Volamos, volamos, y aún no llegamos al Mar Negro! ¡Hey, sus excelencias! ¿Van ustedes a volar como Dios manda, o no?
Pero los razonables viejos razonaban de otra forma:
-¡Y no entiendo para qué volamos, Ganso Gánsich! –le decía un viejecito a otro, que apuntaba los apellidos de los murmuradores. –¡Volamos al Occidente, a un abismo desconocido, al país de las operetas! Convengo, la opereta es una cosa buena, incluso necesaria, ¡pero entienda pues, que nosotros aún no maduramos para ésta! Para mí y usted, el couplet “Todos somos inocentes de nacimiento1”, es posible, no es nada aún, pero para una mente inmadura es la perdición.
-Me alegro de alma, su excelencia, de que encuentro en usted un copartícipe de mi pesar. La naturaleza nos obliga a volar, y el sentido común pregunta: bueno, ¿hacia qué volamos? Si pasáramos el invierno aquí, donde hay mucho lugar, manjares en abundancia, y la moral gansuna es autóctona. ¡Mire a esos gansos suyos! ¡Qué envidiable es su suerte! Viven de modo sedentario... Ahí tienen pasto gratuito, agua y estiércol, cuyas entrañas contienen muchas riquezas, y una poligamia consagrada por los siglos... ¡Y cuántas proezas adornan sus anales! ¡Si no hubieran salvado a Roma, a ese semillero de ideas romanas podridas, pues no tendrían rivales en la historia! ¡Mire qué saciados, satisfechos están, qué morales son sus esposas!
-Pero, su excelencia –se inmiscuyó un ganso de la raza de los jóvenes y precoces, –a ellos les cobran demasiado caro por esa visible satisfacción. Ellos pagan con su independencia. ¡Con ellos, su excelencia, preparan el ganso con col, el tocino de ganso y las plumas de ganso!
-¡Mira, si tú tuvieras en la cabeza menos de esas ideas –enseñó los dientes el viejo, -pues no hablarías así con los mayores! ¿Cuál es tu apellido?
Y demás. Hasta su lugar de destino los gansos volaron favorablemente. De particular no pasó nada. Sólo una vez los viejos, al ver en la tierra a una joven gansita suya, parpadearon, chasquearon con las lenguas y, tomando el dinero del forraje, bajaron, pero no por mucho tiempo. La gansa tomó el dinero, pero rechazó el sentir de los viejos, alegando su inocencia.

1Copla 2da del aria de Elena en La hermosa Elena, opereta de Jacobo Offenbach, puesta en Rusia por primera vez en la temporada de 1866-1867 por un grupo teatral francés.
Chejov escribe a Nikolai Léikin entre el 21 y 24 de agosto de 1883: “Escribo en las condiciones más abominables. Ante mí, mi trabajo no literario, que me remuerde en la conciencia impiadosamente, en la habitación contigua un fortachón grita que vino a visitar a su pariente, en la otra habitación mi padre le lee a mi madre en voz alta El ángel grabado… Alguien trajo un cofrecito, y oigo La hermosa Elena…”

Título original: Gusinii razgovor, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 40, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Juan Zubieta, Gansos sobre el Gromo, XX.