jueves, 24 de abril de 2008

Mi plática con Edison (De nuestro propio corresponsal)


Yo estuve con Thomas Edison. Es un chico muy gentil, decente. Todas sus habitaciones están abarrotadas de teléfonos, micrófonos, fotófonos y restantes “fonos”.
-¡Yo soy ruso! –me recomendé a Edison. –Se oye hablar mucho de sus talentos. Aunque sus inventos no entraron aún en nuestro programa de centros de enseñanza secundaria, a pesar de eso, su nombre se recuerda a menudo en las “misceláneas” de los periódicos.
-Mucho gusto, ¡pero le advierto, por Dios, que no puedo prestarle dinero!
-¡Yo no le pido! –me confundí con la afrenta inesperada.
-Usted disculpe, pero yo leí y oí, que pedirle prestado a todos es un rasgo nacional de los rusos.
-¡Haga el favor, qué le pasa!
-Nos sentamos, charlamos.
-Bueno, ¿qué inventó de nuevo? –pregunté. -¡Seguro que inventó un abismo infernal1 de toda clase de cosas! Por ejemplo, ¿qué colgajo es ese?
-Eso es un gastronomofón… usted pone carbón candente en este orificio… hace girar esta hélice, aprieta esta pieza, libera la corriente, y a cien, doscientas millas de aquí obtiene el reflejo del carbón de forma aumentada. En el reflejo usted puede cocer y freír todo lo que le plazca…
-¡Aaah, dígame! ¿Y eso qué es?
-Eso es una cosa necesaria en extremo para los turistas. La recomiendo a su atención. En nuestro dinero vale un rublo, en el suyo tres rublos. Supongamos que usted viaja de Rusia a América, y deja a su esposa en la casa. Viaja uno, dos, tres años… ¿y qué le puede garantizar, que por el camino usted no querrá tener un hijo, a quien pudiera dejarle su buen nombre? Entonces, basta sólo acercarse a este alambre, realiza ciertas maniobras, y al otro día mismo recibe un telegrama: ¡nació su hijo!
-Aaah… Pero en nuestro país, Thomas Ivánich, eso se hace aún más fácil. Te vas a América, y dejas a tu amigo en la casa… Telegramas, por supuesto, no recibes, pero en cambio, cuando regresas a la casa, encuentras no a uno, sino a tres o cuatro: ¡saludos, papásha! En nuestro país, un doctor fue comisionado al extranjero con un objetivo científico. Llega de vuelta, y tiene nueve hijas.
-¿Y qué pues?
-¡Y nada! Se lo explicó como que a lo científico: el epitelio vibrátil, la presión sanguínea, esto, lo otro… ¿Y qué arandela es esa?
-Eso es un disco para investigar los pensamientos. Basta sólo pegarlo a la frente del sometido, poner la corriente, y los secretos son descubiertos…
-Aaah… Por lo demás, en nuestro país, eso se hace más fácil. Te metes en el escritorio, desellas una carta, dos, tres, ¡y todo como en la palma de la mano! ¡En nuestro país el bishopismo2 está muy en boga!
Y de esta forma examiné todos los nuevos inventos. Mis elogios le gustaron tanto a Edison que, al despedirse de mí, no resistió y dijo:
-¡Bueno, si es ya así, vaya con Dios! ¡Aquí tiene prestado!

1Un abismo infernal, una gran cantidad.
2Bishop, lector de pensamientos de fama mundial, de gira por Moscú en 1885.

Título original: Moya besieda s Edisonom (Ot nashevo sobstviennovo korrespondienta), publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 10, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: John Cameron, Thomas Alva Edison American Inventor, XX.