-¡Que se los lleve el diablo! ¡Llegas del servicio a la casa con un hambre de perro, y sabe el diablo qué te dan de comer! ¡Y decirlo aún no se puede! ¡Lo dices, y enseguida el llanto, las lágrimas! ¡Que sea yo tres veces anatema por que me casé!
Dicho esto, el esposo tintineó con la cuchara en el plato, se levantó y, con exasperación, azotó la puerta. La esposa empezó a sollozar, se pegó al rostro la servilleta y salió también. El almuerzo terminó.
El esposo llegó a su gabinete, se tumbó en el diván y hundió su rostro en la almohada.
“¡El diablo te mandó a casarte! –pensó. -¡Buena vida 'familiar', ni qué decir! ¡No alcanzaste a casarte, cuando ya te quisieras suicidar!”
Al cuarto de hora, tras la puerta se oyeron unos pasos ligeros...
“Sí, en el orden de cosas... Me insultó, me injurió, y ahora anda por la puerta, quiere reconciliarse... ¡Pero qué diablos! ¡Primero me cuelgo, antes de reconciliarme!"
La puerta se abrió con suave chirrido y no se cerró. Alguien entró y, con unos pasos suaves, tímidos, se dirigió al diván.
“¡Está bien! Pide perdón, suplica, llora... ¡Una higa con nuez vas a recibir!, ¡diablo peludo! Ni una palabra lograrás, aunque te mueras... ¡Yo duermo pues, y no deseo hablar!”
El esposo metió su cabeza en la almohada de modo más profundo, y empezó a roncar suavemente. Pero los hombres son tan débiles como las mujeres. A éstos es fácil amargarlos y calentarlos. Al sentir a su espalda un cuerpo cálido, el esposo se arrimó con terquedad al espaldar del diván, y dio una patada.
“Sí... Ahora se mete, se pega, lame... Pronto va a empezar a besarme el hombro, a ponerse de rodillas. ¡No soporto esas ternuras!.. Con todo... habrá que disculparla. Para ella, en su estado, es nocivo alarmarse. La torturaré una hora, la castigaré y la perdonaré...
Sobre su misma oreja voló suavemente un suspiro profundo. Tras éste otro, un tercero... El esposo sintió en el hombro el roce de una mano pequeña.
“¡Bueno, que vaya con Dios! La perdonaré por última vez. ¡Basta de torturarla, pobrecita! ¡Además, de que yo mismo soy culpable! Por una tontería armé un motín...” -¡Bueno, basta, mi miguita!
El esposo extendió su mano hacia atrás y abrazó un cuerpo cálido.
-¡Tfú!
Junto a él yacía su gran perra Diánka.
Título original: S zhenoi possorilsia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 23, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, Peter Harrison Asleep, 1905.
Dicho esto, el esposo tintineó con la cuchara en el plato, se levantó y, con exasperación, azotó la puerta. La esposa empezó a sollozar, se pegó al rostro la servilleta y salió también. El almuerzo terminó.
El esposo llegó a su gabinete, se tumbó en el diván y hundió su rostro en la almohada.
“¡El diablo te mandó a casarte! –pensó. -¡Buena vida 'familiar', ni qué decir! ¡No alcanzaste a casarte, cuando ya te quisieras suicidar!”
Al cuarto de hora, tras la puerta se oyeron unos pasos ligeros...
“Sí, en el orden de cosas... Me insultó, me injurió, y ahora anda por la puerta, quiere reconciliarse... ¡Pero qué diablos! ¡Primero me cuelgo, antes de reconciliarme!"
La puerta se abrió con suave chirrido y no se cerró. Alguien entró y, con unos pasos suaves, tímidos, se dirigió al diván.
“¡Está bien! Pide perdón, suplica, llora... ¡Una higa con nuez vas a recibir!, ¡diablo peludo! Ni una palabra lograrás, aunque te mueras... ¡Yo duermo pues, y no deseo hablar!”
El esposo metió su cabeza en la almohada de modo más profundo, y empezó a roncar suavemente. Pero los hombres son tan débiles como las mujeres. A éstos es fácil amargarlos y calentarlos. Al sentir a su espalda un cuerpo cálido, el esposo se arrimó con terquedad al espaldar del diván, y dio una patada.
“Sí... Ahora se mete, se pega, lame... Pronto va a empezar a besarme el hombro, a ponerse de rodillas. ¡No soporto esas ternuras!.. Con todo... habrá que disculparla. Para ella, en su estado, es nocivo alarmarse. La torturaré una hora, la castigaré y la perdonaré...
Sobre su misma oreja voló suavemente un suspiro profundo. Tras éste otro, un tercero... El esposo sintió en el hombro el roce de una mano pequeña.
“¡Bueno, que vaya con Dios! La perdonaré por última vez. ¡Basta de torturarla, pobrecita! ¡Además, de que yo mismo soy culpable! Por una tontería armé un motín...” -¡Bueno, basta, mi miguita!
El esposo extendió su mano hacia atrás y abrazó un cuerpo cálido.
-¡Tfú!
Junto a él yacía su gran perra Diánka.
Título original: S zhenoi possorilsia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 23, con la firma: “A. Chejonté”.