Hubo un tiempo cuando los cajeros despojaban, incluso, a nuestra Sociedad. ¡Es terrible recordarlo! Éstos no saqueaban sino, literalmente, limpiaban nuestra pobre caja. El interior de nuestra caja estaba forrado de terciopelo verde, y se robaron el terciopelo. Y uno se aficionó tanto, que se llevó con el dinero la cerradura y la tapadera. En los últimos cinco años tuvimos nueve cajeros, y todos los nueve nos envían ahora en las grandes fiestas, desde Krasnoyársk, sus tarjetas de visita. ¡Todos los nueve!
-¡Es horrible! ¿Qué hacer? –suspirábamos, cuando llevamos a juicio al noveno. -¡Una vergüenza, una deshonra! ¡Todos los nueve unos villanos!
Y empezamos a juzgar y a convenir: ¿a quién tomar de cajero? ¿Quién no es un canalla? ¿Quién no es un ladrón? Nuestra elección recayó en Iván Petróvich, el ayudante del contable: callado, devoto y vivía como un cerdo, sin confort. Lo elegimos, lo bendijimos en la lucha contra las tentaciones y nos calmamos, pero... ¡no por mucho tiempo!
Al otro día mismo, Iván Petróvich se apareció con una corbata nueva. Al tercero llegó a la dirección en coche, algo que antes nunca sucedía con él.
-¿Ustedes lo notaron? –murmurábamos a la semana. –Corbata nueva... Lentes... Ayer en el santo invitaba. Hay algo... Empezó a rezarle a Dios más a menudo... Hay que suponer, que su conciencia no está limpia...
Le informaron sus dudas a su excelencia.
-¿Es posible y que el décimo resulte un canalla? –suspiró nuestro director. –No, es imposible... Es un hombre tan moral, callado... Por lo demás... ¡vamos a verlo!
Se acercaron a Iván Petróvich y rodearon su caja.
-Disculpe, Iván Petróvich –se dirigió a él el director con una voz suplicante. –Nosotros confiamos en usted... ¡Creemos! M-sí... Pero, sabe... ¡Permita revisar la caja! ¡Usted pues permita!
-¡Dígnense! ¡Muy bien! –respondió con agilidad el cajero. -¡Cuánto quieran!
Empezaron a contar. Contaron, contaron, y faltaban cuatrocientos rublos... ¡¿Y este?! ¡¿Y el décimo?! ¡Es horrible! Eso en primer lugar; y en segundo, si este en una semana se zampó tanto dinero, ¡pues cuánto se robará en un año, en dos! Nos quedamos pasmados de horror, admiración, desolación... ¿Qué hacer? ¿Bueno, qué? ¿A juicio con él? No, eso es viejo e inútil. El onceno también robará, el doceno también... A todos no los llevarás a juicio. ¿Zurrarlo? No se puede, se ofenderá... ¿Correrlo y llamar en su lugar a otro? ¡Pero es que el onceno también robará! ¿Cómo hacer? El director rojo, y nosotros pálidos, mirábamos fijamente a Iván Petróvich y, recostados contra la rejilla amarilla, pensábamos... Pensábamos, tensábamos el cerebro y sufríamos... Y él seguía sentado e, imperturbable, chasqueaba sobre las cuentas, como si no hubiera robado... Callamos largo tiempo.
-¿A dónde tú metiste ese dinero? –se dirigió a él, finalmente, nuestro director, con lágrimas y un temblor en la voz.
-¡En las necesidades, su excelencia!
-Hum... En las necesidades... ¡Me alegro mucho! ¡A callar! Yo teee...
El director se paseó por la habitación y continuó:
-¿Qué hacer pues? ¿Cómo te proteges de semejantes... ídolos? Señores, ¿y por qué ustedes callan? ¿Qué hacer? ¡No lo vamos a azotar, al canalla! (El director se quedó pensativo.) Escucha, Iván Petróvich... Nosotros vamos a reponer ese dinero, no vamos a deshonrarnos con la publicidad, al diablo contigo, sólo que tú, francamente, sin equívoco... ¿Te gusta el sexo femenino, o qué?
Iván Petróvich se sonrió y confundió.
-Bueno, se entiende –dijo el director. -¿A quién no le gusta? Eso se entiende... Todos somos pecadores... Todos ansiamos amor, dijo algún... filósofo... Te entendemos... Mira qué... Ya que a ti te gusta así, pues dígnate: yo te voy a dar una carta para una... Es bonita... Ve a verla por mi cuenta. ¿Quieres? Y te voy a dar una carta para otra... ¡Y te voy a dar una carta para la tercera!.. Todas las tres son bonitas, hablan en francés... rollizas... ¿El vino, te gusta también?
-Vinos los hay diversos, su excelencia... el de Lisboa, por ejemplo, yo a la boca no me lo llevo... Cada bebida, su excelencia, tiene, así decir, su sentido...
-No repliques... Cada semana te voy a enviar una docena de botellas de champagne. ¡Zámpatelas, pero no gastes el dinero, no nos confundas! ¡No te ordeno, sino te suplico! ¿El teatro también, seguro, te gusta?
Y demás... Al final de todo decidimos, además del champagne, abonarle una butaca en el teatro, triplicarle el salario, comprarle candidaturas, enviarlo cada semana en tróika1 a las afueras de la ciudad, todo eso a cuenta de la Sociedad. El sastre, los tabacos, las fotografías, los bouquetes para las beneficiadas, los muebles también de la Sociedad... ¡Que disfrute pero, por favor, que no robe! ¡Que haga lo que quiera, pero que no robe!
¿Y qué pues? Ya pasó un año desde que Iván Petróvich está en la caja, y no podemos dejar de jactarnos de nuestro cajero. Todo es honrado y correcto... No roba... Por lo demás, durante cada revisión semanal faltan 10-15 rub., pero es que eso no es dinero, sino tonterías. Algo hay que darle en sacrificio al instinto del cajero. Que hurte, pero que no toque los miles.
Y ahora prosperamos... Nuestra caja siempre está llena. Es verdad, el cajero nos sale muy caro, pero en cambio es diez veces más barato que cada uno de sus nueve antecesores. ¡Y puedo asegurarles, que rara es la sociedad y raro el banco que tienen un cajero tan barato! ¡Estamos en ganancia, y por eso serían unos extraños excéntricos ustedes, los que tienen el poder, si no siguieran nuestro ejemplo!
1Tróika, tiro de tres caballos.
Título original: Edinstviennoe sriedstvo, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 4, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Eduard Gaertner, Edificio en Berlín, 1830.
Y empezamos a juzgar y a convenir: ¿a quién tomar de cajero? ¿Quién no es un canalla? ¿Quién no es un ladrón? Nuestra elección recayó en Iván Petróvich, el ayudante del contable: callado, devoto y vivía como un cerdo, sin confort. Lo elegimos, lo bendijimos en la lucha contra las tentaciones y nos calmamos, pero... ¡no por mucho tiempo!
Al otro día mismo, Iván Petróvich se apareció con una corbata nueva. Al tercero llegó a la dirección en coche, algo que antes nunca sucedía con él.
-¿Ustedes lo notaron? –murmurábamos a la semana. –Corbata nueva... Lentes... Ayer en el santo invitaba. Hay algo... Empezó a rezarle a Dios más a menudo... Hay que suponer, que su conciencia no está limpia...
Le informaron sus dudas a su excelencia.
-¿Es posible y que el décimo resulte un canalla? –suspiró nuestro director. –No, es imposible... Es un hombre tan moral, callado... Por lo demás... ¡vamos a verlo!
Se acercaron a Iván Petróvich y rodearon su caja.
-Disculpe, Iván Petróvich –se dirigió a él el director con una voz suplicante. –Nosotros confiamos en usted... ¡Creemos! M-sí... Pero, sabe... ¡Permita revisar la caja! ¡Usted pues permita!
-¡Dígnense! ¡Muy bien! –respondió con agilidad el cajero. -¡Cuánto quieran!
Empezaron a contar. Contaron, contaron, y faltaban cuatrocientos rublos... ¡¿Y este?! ¡¿Y el décimo?! ¡Es horrible! Eso en primer lugar; y en segundo, si este en una semana se zampó tanto dinero, ¡pues cuánto se robará en un año, en dos! Nos quedamos pasmados de horror, admiración, desolación... ¿Qué hacer? ¿Bueno, qué? ¿A juicio con él? No, eso es viejo e inútil. El onceno también robará, el doceno también... A todos no los llevarás a juicio. ¿Zurrarlo? No se puede, se ofenderá... ¿Correrlo y llamar en su lugar a otro? ¡Pero es que el onceno también robará! ¿Cómo hacer? El director rojo, y nosotros pálidos, mirábamos fijamente a Iván Petróvich y, recostados contra la rejilla amarilla, pensábamos... Pensábamos, tensábamos el cerebro y sufríamos... Y él seguía sentado e, imperturbable, chasqueaba sobre las cuentas, como si no hubiera robado... Callamos largo tiempo.
-¿A dónde tú metiste ese dinero? –se dirigió a él, finalmente, nuestro director, con lágrimas y un temblor en la voz.
-¡En las necesidades, su excelencia!
-Hum... En las necesidades... ¡Me alegro mucho! ¡A callar! Yo teee...
El director se paseó por la habitación y continuó:
-¿Qué hacer pues? ¿Cómo te proteges de semejantes... ídolos? Señores, ¿y por qué ustedes callan? ¿Qué hacer? ¡No lo vamos a azotar, al canalla! (El director se quedó pensativo.) Escucha, Iván Petróvich... Nosotros vamos a reponer ese dinero, no vamos a deshonrarnos con la publicidad, al diablo contigo, sólo que tú, francamente, sin equívoco... ¿Te gusta el sexo femenino, o qué?
Iván Petróvich se sonrió y confundió.
-Bueno, se entiende –dijo el director. -¿A quién no le gusta? Eso se entiende... Todos somos pecadores... Todos ansiamos amor, dijo algún... filósofo... Te entendemos... Mira qué... Ya que a ti te gusta así, pues dígnate: yo te voy a dar una carta para una... Es bonita... Ve a verla por mi cuenta. ¿Quieres? Y te voy a dar una carta para otra... ¡Y te voy a dar una carta para la tercera!.. Todas las tres son bonitas, hablan en francés... rollizas... ¿El vino, te gusta también?
-Vinos los hay diversos, su excelencia... el de Lisboa, por ejemplo, yo a la boca no me lo llevo... Cada bebida, su excelencia, tiene, así decir, su sentido...
-No repliques... Cada semana te voy a enviar una docena de botellas de champagne. ¡Zámpatelas, pero no gastes el dinero, no nos confundas! ¡No te ordeno, sino te suplico! ¿El teatro también, seguro, te gusta?
Y demás... Al final de todo decidimos, además del champagne, abonarle una butaca en el teatro, triplicarle el salario, comprarle candidaturas, enviarlo cada semana en tróika1 a las afueras de la ciudad, todo eso a cuenta de la Sociedad. El sastre, los tabacos, las fotografías, los bouquetes para las beneficiadas, los muebles también de la Sociedad... ¡Que disfrute pero, por favor, que no robe! ¡Que haga lo que quiera, pero que no robe!
¿Y qué pues? Ya pasó un año desde que Iván Petróvich está en la caja, y no podemos dejar de jactarnos de nuestro cajero. Todo es honrado y correcto... No roba... Por lo demás, durante cada revisión semanal faltan 10-15 rub., pero es que eso no es dinero, sino tonterías. Algo hay que darle en sacrificio al instinto del cajero. Que hurte, pero que no toque los miles.
Y ahora prosperamos... Nuestra caja siempre está llena. Es verdad, el cajero nos sale muy caro, pero en cambio es diez veces más barato que cada uno de sus nueve antecesores. ¡Y puedo asegurarles, que rara es la sociedad y raro el banco que tienen un cajero tan barato! ¡Estamos en ganancia, y por eso serían unos extraños excéntricos ustedes, los que tienen el poder, si no siguieran nuestro ejemplo!
1Tróika, tiro de tres caballos.
Título original: Edinstviennoe sriedstvo, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 4, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Eduard Gaertner, Edificio en Berlín, 1830.