lunes, 21 de abril de 2008

Plática de gansos


En el azul del cielo, haciendo su migración habitual, volaban los gansos salvajes en larga hilera. Adelante volaban los viejos, los auténticos gansos consejeros civiles, detrás sus familias, el estado mayor y la cancillería. Los viejos, gimiendo, resolvían cuestiones corrientes, las gansas hablaban de moda, y los gansitos jóvenes, que volaban atrás, se contaban chistes los unos a los otros, y murmuraban. A los jóvenes les parecía que los viejos volaban adelante no con tanta rapidez, como lo exigían las leyes de la naturaleza...
-¡Así no se puede volar! –decían, cuando se agotó la reserva de chistes obscenos. -¡El diablo sabe qué parece esto! ¡Volamos, volamos, y aún no llegamos al Mar Negro! ¡Hey, sus excelencias! ¿Van ustedes a volar como Dios manda, o no?
Pero los razonables viejos razonaban de otra forma:
-¡Y no entiendo para qué volamos, Ganso Gánsich! –le decía un viejecito a otro, que apuntaba los apellidos de los murmuradores. –¡Volamos al Occidente, a un abismo desconocido, al país de las operetas! Convengo, la opereta es una cosa buena, incluso necesaria, ¡pero entienda pues, que nosotros aún no maduramos para ésta! Para mí y usted, el couplet “Todos somos inocentes de nacimiento1”, es posible, no es nada aún, pero para una mente inmadura es la perdición.
-Me alegro de alma, su excelencia, de que encuentro en usted un copartícipe de mi pesar. La naturaleza nos obliga a volar, y el sentido común pregunta: bueno, ¿hacia qué volamos? Si pasáramos el invierno aquí, donde hay mucho lugar, manjares en abundancia, y la moral gansuna es autóctona. ¡Mire a esos gansos suyos! ¡Qué envidiable es su suerte! Viven de modo sedentario... Ahí tienen pasto gratuito, agua y estiércol, cuyas entrañas contienen muchas riquezas, y una poligamia consagrada por los siglos... ¡Y cuántas proezas adornan sus anales! ¡Si no hubieran salvado a Roma, a ese semillero de ideas romanas podridas, pues no tendrían rivales en la historia! ¡Mire qué saciados, satisfechos están, qué morales son sus esposas!
-Pero, su excelencia –se inmiscuyó un ganso de la raza de los jóvenes y precoces, –a ellos les cobran demasiado caro por esa visible satisfacción. Ellos pagan con su independencia. ¡Con ellos, su excelencia, preparan el ganso con col, el tocino de ganso y las plumas de ganso!
-¡Mira, si tú tuvieras en la cabeza menos de esas ideas –enseñó los dientes el viejo, -pues no hablarías así con los mayores! ¿Cuál es tu apellido?
Y demás. Hasta su lugar de destino los gansos volaron favorablemente. De particular no pasó nada. Sólo una vez los viejos, al ver en la tierra a una joven gansita suya, parpadearon, chasquearon con las lenguas y, tomando el dinero del forraje, bajaron, pero no por mucho tiempo. La gansa tomó el dinero, pero rechazó el sentir de los viejos, alegando su inocencia.

1Copla 2da del aria de Elena en La hermosa Elena, opereta de Jacobo Offenbach, puesta en Rusia por primera vez en la temporada de 1866-1867 por un grupo teatral francés.
Chejov escribe a Nikolai Léikin entre el 21 y 24 de agosto de 1883: “Escribo en las condiciones más abominables. Ante mí, mi trabajo no literario, que me remuerde en la conciencia impiadosamente, en la habitación contigua un fortachón grita que vino a visitar a su pariente, en la otra habitación mi padre le lee a mi madre en voz alta El ángel grabado… Alguien trajo un cofrecito, y oigo La hermosa Elena…”

Título original: Gusinii razgovor, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 40, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Juan Zubieta, Gansos sobre el Gromo, XX.