sábado, 31 de mayo de 2008

Mi conversación con el administrador de correos


-Dígame, por favor, Semión Alexéich, -me dirigí al administrador de correos, al recibir de éste un paquete de dinero por un rublo, -¿para qué, a los paquetes de dinero, le pegan cinco sellos?
-No se puede sin eso... –respondió Semión Alexéich, arqueando las cejas de modo excesivo.
-¿Y por qué?
-Y porque sí... ¡No se puede!
-Ve, en cuanto yo entiendo, estos sellos exigen un sacrificio, tanto por parte de los habitantes, como por parte del gobierno. Al aumentar el peso del paquete, éstos, con lo mismo, golpean el bolsillo del habitante; al quitarle tiempo a los funcionarios para su pegado, causan un perjuicio a la tesorería. Si traen a alguien un provecho visible, pues es acaso, a los fabricantes de lacre...
-Tienen pues los fabricantes que vivir de algo... –observó Semión Alexéich con sabiduría.
-Así es, pero es que los fabricantes podrían traer provecho a la patria en otra palestra... No, en serio, Semión Alexéich, ¿qué sentido tienen estos cinco sellos? ¡No se puede pues pensar, que se peguen en vano! ¿Tienen un significado simbólico, profético, o algún otro? ¡Si eso no constituye un secreto estatal, pues explíqueme, hijito!
Semión Alexéich pensó un poco, suspiró y dijo:
-M-sí... ¡Por lo tanto, sin éstos no se puede, si los pegan!
-¿Y por qué? Antes, cuando los sobres eran sin pegamento, puede ser, tenían un sentido como medio preventivo contra los violadores, pero ahora...
-¡Pues ve! –se alegró el administrador de correos. -¿Y acaso no hay violadores?
-Pero ahora, –continué, –los sobres tienen un pegamento de goma arábiga, que es más fuerte que cualquier lacre. Y además, usted envuelve los paquetes con tantos papeles y fardos, que hasta a un infusorio, no ya a un ladrón, le sería difícil abrirlos. ¡Y contra quién sellarlos, no entiendo! El público de ustedes no roba, y si alguno de vuestros rangos bajos quiere violarlos, pues ése no mira los sellos. Ustedes mismos saben, que para quitar el sello y pegarlo de nuevo al lugar, ¡basta escupir una vez!
-Eso es cierto… -suspiró Semión Alexéich. -De tus ladrones no te proteges…
-¡Bueno, pues ve! ¿Para qué entonces el sello?
-Si entrar en todo… -pronunció el administrador de correos largamente, -y pensar en todo, cómo, por qué y para qué, pues el cerebro se dispersa, mejor haz así como se indica… ¡En verdad!
-Eso es justo… -convine yo. –Pero permítame aún una pregunta… Usted es un especialista por el lado del correo, y por eso dígame, por favor, ¿por qué, cuando una persona nace o se casa, pues no hay tales procedimientos, como cuando envía o recibe dinero? Tomemos de ejemplo, siquiera, a mi mamásha, que me envió este mismo rublo. ¿Usted piensa, que eso a ella le salió fácil? No-oo-o, a ella le es más fácil hacer cinco niños, que enviarme este mismo rublo… Juzgue usted mismo… Ante todo, ella tuvo que andar tres vérstas1 hasta el correo. En el correo hay que estar largo tiempo, y esperar el turno. ¡La civilización no llegó aún al correo con sillas y bancos pues! La viejecita está parada, y ahí le dicen: “¡Esperen! ¡No se amontonen! ¡Ruego no acodarse!”
-Sin eso no se puede…
-No se puede, pero permítame… Esperó hasta el turno, ahora el receptor toma el paquete, frunce el ceño y lo lanza de vuelta. “Usted, dice, olvidó escribir ‘de dinero’”… Mi viejecita va del correo a la tiendita, para escribir ahí “de dinero”, de la tiendita de nuevo al correo, a esperar el turno... Bueeno, el receptor toma el paquete de nuevo, cuenta el dinero y dice: “¿Su lacre?” Y mi mamásha, ese lacre, no lo tiene ni en la imaginación. En la casa, no tiene que tenerlo, y en la tiendita, usted mismo sabe, el palito cuesta un gríviennik2. El receptor, por supuesto, se ofende, y empieza a pegar el paquete con el lacre público. Le pegan unos sellotes, que ya no por palas, sino por carretadas tienes que contarlos. “¡Su sello, dice!” Y mi mamásha, excepto el dedal y los lentes de acero, no tiene ningún otro mueble…
-Se puede y sin sello…
-Pero permítame… Luego siguen los pesos, los seguros, por el lacre, por el recibo, por… ¡la cabeza te da vueltas! Para enviar un rublo, hay que tener consigo, seguro, por si acaso, dos… Bueeno, apuntan el rublo en 20 libros, y finalmente lo envían… Lo recibe usted ahora aquí, en su correo. Usted, en primer lugar, lo apunta en 20 libros, lo numera con cinco números y lo guarda bajo diez llaves, como algún bandido o sacrílego. Luego, el cartero me trae una notificación suya, y yo firmo que la notificación fue recibida en tal cual fecha. El cartero se va, y yo empiezo a caminar de una esquina a la otra, y a hablar entre dientes: “¡Ah, mamásha, mamásha! ¿Por qué se enfureció conmigo? ¿Y por cuál falta me envió este mismo rublo? ¡Pues ahora te mueres con las molestias!”
-¡Y hablar entre dientes de los padres es pecado! –suspiró Semión Alexéich.
-¡Así-así y es, pues! Es pecado, ¿pero cómo no hablar entre dientes? Estás de asuntos hasta el cuello, y tú ve a la policía, y certifica la identidad y la firma… Bueno aún que el certificado vale sólo unos 10-15 kópeks, pero, ¿qué si cobraran por éste unos cinco rublos? ¿Y para qué, se pregunta, es el certificado? Usted, Semión Petróvich, me conoce perfectamente…Y estuve en el baño con usted, y tomamos té juntos, y conversamos conversaciones inteligentes… ¿Para qué pues, le hace falta a usted mi certificado de identidad?
-¡No se puede, es la forma!... La forma, señor mío, es un tema que… mejor no enredarse… ¡La formalística, en una palabra!
-¡Pero usted me conoce pues!
-¡Acaso es poco lo que! Yo sé que es usted pero… ¿y de pronto no es usted? ¡Quién lo conoce a usted! ¡Puede, que usted es un incógnito!
-Y si razonara usted: ¿qué ventaja hay para mí, en falsificar una firma ajena para robar dinero? ¡Pues eso es falsificación! Es mucho menor el castigo si yo, simplemente, vengo aquí, a donde usted, y me robo todos los paquetes del baúl… No-o, Semión Alexéich, en el extranjero este asunto está puesto con más sencillez. Allá el cartero va a verlo, y: “¿Usted es fulano de tal? ¡Reciba el dinero!”
-No puede ser eso…-movió la cabeza el administrador de correos.
-¡Ahí tiene y no puede ser! Allá todo se basa en la confianza mutua… Yo confío en usted, usted en mí… Hace poco vino a verme el vigilante de manzana, a recibir por los gastos judiciales… ¡Pues yo no le exigí a él el certificado de identidad, sino así, le di a él el dinero! Nosotros, los habitantes, no le exigimos a ustedes, sino ustedes…
-Si profundizar en todo, -me interrumpió Semión Alexéich sonriendo con tristeza, -y si resolverlo todo, cómo, qué, por qué y para qué, pues para mí es mejor…
El administrador de correos no terminó de decir, dejó de la mano y, tras pensar un poco, dijo:
-¡No es asunto de nuestra mente eso!

1Vérsta, antigua medida rusa de superficie, igual a 1,06 km.
2Gríviennik (expresión familiar), antigua moneda rusa de 10 kópeks.

Título original: Moi razgovor s pochtmeisterom, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 11, con la firma “A. Chejonté”.
Imagen:
Edgar Degas, Retratos en una oficina, 1873.

viernes, 30 de mayo de 2008

M.V. Kiselióva a Chejov


Bábkino, 13 de noviembre de 1888.

Ayer me alegré con la carta de Sisóyeva1, ¡e imagine, mi relatito fue aceptado! Elogié a Sisóija hasta los cielos, pero me ruega eliminar cierta “corriente pedagógica” y algunos lugares, en su opinión, tendenciosos. Me escribe: “Hace tiempo que no leía nada tan encantador, como su cuento La dichosa suerte, y si no fuera por la corriente pedagógica, que no-no, y sí irrumpe en el tono general del cuento, La dichosa suerte sería un modelo (?) de cómo se debe escribir para los niños2. ¡Esto ya-ya! Yo siempre le dije a usted: ¡aprenda a escribir conmigo! ¿A quién decirle una palabra por usted?, ¡hable, no se avergüence! ¡En el número navideño me van a publicar, y todo con cuadritos3! Sisóija, cada diez líneas, me llama “mi querida”. Miente, canalla... ¡“La barata”, habría que decir!..
¡Hasta pronto! A pesar de la agobiante, incluso para mí, grandeza, yo, de todas formas, le estrecho la mano. A todos una reverencia.

Respetándolo a usted, M.K.

1Ekaterina Sisóyeva (Almedingen de nacimiento, Sisóija), escritora infantil, traductora, editora de la revista El manantial.
2La dichosa suerte, cuento de María Kiselióva, se publica en la revista El Manantial (1889, Nº 1).
3Cuadritos, ilustraciones.

Imagen: Valentin Serov, Winter in Abramtsevo. The Church. Study, 1886.

Chejov a M.V. Kiselióva


Petersburgo, 13 de diciembre de 1888.

¡Talentosa María Vladímirovna!
Así la llama a usted Sisóija1, en cuya casa estuve ayer. Es una grande-dame2 respetable, con huellas de una belleza que alguna vez fue, exaltada y generosa, el tipo de la coronela retirada, que vive de la pensión. De usted empecé a hablar de tal forma:
-M-me Kiselióva se enfada, porque usted le paga poco. Eso no está bien.
Ella saltó, alzó los brazos y exclamó:
-¡Ah! ¡Pero eso es perturbador! Yo pues, en una carta le pregunté a ella: ¿si estaba satisfecha con el honorario, o no? Ella me respondió, que estaba totalmente satisfecha y no quería más.
-¡Pero es que usted misma debe adivinar! ¿Acaso se puede pagar 30 rub. por pliego? Pues eso es una paga terrible...
Y demás. Terminó, en que Sisóija prometió enviarle a usted, por el último cuento, 40 r. por pliego, lo que hará. Si yo dije la palabra se enfada, y si esa palabra a usted no le gusta, pues me alegro mucho. Con usted no es necesario andar con ceremonias. En su nombre yo le dije a Sisóija tales cosas, que en su carta a usted, ella ya apenas la llame “mi querida”... Ella la llamará muy estimada, en cambio le pagará más, lo que se necesita demostrar. Sisóija es una dama generosa pero, con todo, es una gran Ma-Ste3. Almedinguen4 elogia su relato. Dice, que dentro de 5-10 años saldrá de usted una verdadera escritora.
Ahora conversé por teléfono con Sávina5. Ayer leí en la Sociedad literaria y tuve éxito6. Y en este instante me llaman a desayunar y me molestan al escribirle.
El 15 de diciembre estaré ya en Moscú. Una profunda reverencia al señor, a Vasilísa y a Elizaveta Alexándrovna7.
Devoto de corazón

Antoan Chejov.

1Ekaterina Sisóyeva (Almedingen de nacimiento, Sisóija), escritora infantil, traductora, editora de la revista El manantial.
2Grande-dame, gran dama.
3Ma-Ste, injuria jocosa de uso común en Bábkino, hacienda de María Kiselióva.
4Alexéi Almedingen, literato, co-editor y co-redactor de la revista El manantial.
5María Sávina, actriz del Teatro Alexandrínski de San Petersburgo, interpreta el papel de Sásha en Ivánov.
6Vladímir Davídov, actor del teatro Alexandrínski, lee La recaída en la Sociedad de literatura rusa; Chejov está presente en la velada y participa en la discusión de su cuento.
7Esposo, hija e institutriz de los hijos de María Kiselióva.

Imagen: Gustave Caillebotte, Vista de tejados bajo la nieve, 1878.

jueves, 29 de mayo de 2008

En Moscú en la Plaza Trúbnaya


Una plaza pequeña cerca del Monasterio de la Resurrección, que llaman Trúbnaya o simplemente Trúba, los domingos hay en ésta comercio. Pululan, como cangrejos en jaula, cientos de pellizas, paletós, casquetes de piel, cilindros. Se oye el canto discorde de los pájaros, que recuerda la primavera. Si el sol brilla y no hay nubes en el cielo, el canto y el aroma del heno se sienten más fuertemente, y ese recuerdo de la primavera excita la mente y la lleva lejos-lejos. En uno de los extremos de la placita se extiende una hilera de carretas. En las carretas no hay ni heno, ni col, ni habas, sino jilgueros, pardillos, pimpollos, alondras, sinsontes negros y grises, paros y pinzones. Todo eso brinca en jaulas malas, artesanales, echa miradas con envidia a los gorriones y gorjeadores libres.
-¿A cuánto la alondra?
El vendedor mismo no sabe qué precio tiene su alondra. Se rasca la nuca y pide cuánto Dios le ponga en el alma, un rublo o tres kópeks, a juzgar por el comprador. Hay también pájaros caros. Sobre una varita embarrada está posado un viejo sinsonte desvaído, con la cola desplumada. Tiene un aire respetable, importante, y está inmóvil, como un general retirado. Ya hace tiempo que “dejó de la mano” su no libertad, y ya hace tiempo que mira al cielo azul con indiferencia. Debe ser, por su misma indiferencia, se considera un pájaro juicioso. No se le puede vender más barato que en cuarenta kópeks. Alrededor de los pájaros se amontonan, andando por el fango, alumnos de gimnasio, chicos de taller, jóvenes con paletós de moda, aficionados hasta lo imposible de los gorros usados, con los pantalones recogidos, gastados, como comidos por ratones. A los jóvenes y los chicos de taller les venden las hembras por machos, los jóvenes por viejos… Entienden poco de pájaros. En cambio, al aficionado no lo engañas. El aficionado ve y entiende al pájaro desde lejos.
-No hay positividad en este pájaro, -dice el aficionado, mirando la boca del pardillo y contando las plumas de su cola. –Él canta ahora, es cierto, pero, ¿y qué hay de eso? Yo también canto en compañía. No, tú cántame sin compañía, hermano, cántame solito, si puedes… ¡Tú dame ése de ahí, el que está posado y callado! ¡Dame el mosca muerta! Ése calla, por lo tanto, sabe lo que hace…
Entre las carretas con pájaros se encuentran carretas con otro tipo de bichos. Ahí usted ve liebres, conejos, erizos, conejillos de Indias, hurones. Hay una liebre que rumia paja por la pena. Los conejillos de Indias tiemblan de frío, y los erizos, con curiosidad, echan miradas al público desde abajo de sus espinas.
-Y yo leí en algún lugar, -dice un funcionario del departamento de correos con un paletó desvaído, sin dirigirse a nadie y echando miradas amorosas a la liebre, -yo leí que cierto científico tenía un gatito, un ratón, un azor y un gorrión que comían de la misma taza.
-Es muy posible eso, señor. Porque al gatito le pegaron, y al azor, seguro, le arrancaron toda la cola. No hay nada científico ahí, señor. Mi compadre tenía un gatito que, disculpe, comía pepino. Unas dos semanas le pegó con el mango del látigo, hasta que aprendió. La liebre, si le pegas, puede prender un cerillo. ¿De qué se asombran? ¡Muy sencillo! Agarra con la boca el cerillo, y ¡chirc! El animal es lo mismo que la persona. La persona, con los golpes, se hace más inteligente, como los bichos.
Entre la multitud se apresuran los caftanes con gallos y patos en los sobacos. Las aves están todas flacas, con hambre. Desde las jaulas los pollitos asoman sus cabezas feas, peladas, y pican algo en el fango. Los chiquillos con palomas intentan mirar el rostro, y reconocer en usted un aficionado a las palomas.
-¡Si-í! ¡No tiene que hablar! –grita alguien con enojo. -¡Usted mire, y hable después! ¿Acaso eso es una paloma? ¡Eso es un águila, y no una paloma!
Un hombre alto, delgado, con patillas y de bigotes afeitados, por su aspecto un lacayo, enfermo y borracho, vende una perrita faldera blanca como la nieve. La faldera-viejecita gime.
-Me mandó pues, a vender esta basura, -dice el lacayo, sonriendo con desprecio. –Cayó en bancarrota en edad avanzada, no tiene qué comer, y ahora pues, vende los perros y los gatitos. Llora, les besa las jetas asquerosas, y ella misma los vende por necesidad. ¡Por Dios, es un hecho! ¡Compren, señores! Hace falta dinero para el café.
Pero nadie se ríe. Un chiquillo está parado detrás y, entornando un ojo, lo mira con seriedad, con compasión.
Lo más interesante es la sección de peces. Unos diez mujíks sentados en hilera. Ante cada uno de ellos un balde, en los baldes un pequeño, auténtico infierno. Ahí, en un agua verdosa, turbia, pululan carasios, lochas, alevinos, caracoles, ranitas, tritones. Grandes escarabajos de río, con las patas rotas, se ajetrean por la pequeña superficie, trepando sobre los carasios y saltando entre las ranitas. Las ranitas se trepan sobre los escarabajos, los tritones sobre las ranitas. ¡Los bichos vivos! Las tencas verde oscuro, como peces más caros, gozan de privilegio: las tienen en un botecito especial donde no se puede nadar, pero que con todo no es tan estrecho…
-¡Un pez importante, el carasio! El carasio tenido, su excelencia, ¡que se muera! ¡Aunque lo tengas un año en el balde, todavía está vivo! Ya hace una semana que pesqué estos mismos peces. Los cogí, muy señor mío, en Periérva, y de ahí a pie. Los carasios a dos kópeks, las lochas a tres, y los alevinos a un gríviennik la decena, ¡que se mueran! Dígnese los alevinos por un quinto. ¿Unos gusanos, no ordena?
El vendedor busca en el balde y saca de ahí con sus dedos rudos, toscos un alevino o un carasio tierno, del tamaño de una uña. Junto a los baldes se extienden los sedales, los anzuelos, los aparejos, y los gusanos de estanque se irisan al sol en rojo vivo.
Alrededor de las carretas con pájaros y los baldes con peces, anda un anciano-aficionado con casquete de piel, lentes de hierro y unos chanclos parecidos a dos acorazados. Él, como lo llaman aquí, es un “tipo”. En el alma no tiene ni un kópek pero, a pesar de eso, comercia, se inquieta, importuna a los compradores con consejos. En apenas una hora alcanza a examinar todas las liebres, palomas y peces, a examinarlos hasta las sutilezas, a definir la raza de todos y cada uno de esos bichos, la edad y el precio. A él, como a un niño, le interesan los jilgueros, los carasios, los alevinos. Póngase a hablar con él, por ejemplo, de los sinsontes, y el excéntrico le contará algo, que usted no hallará en ningún libro. Le contará con admiración, con pasión, y en añadidura le reprochará por ignorancia. De los jilgueros y los pinzones está dispuesto a hablar sin fin, abriendo los ojos y agitando las manos fuertemente. Aquí, en la Trúba, se le puede encontrar sólo en tiempo frío, en verano está en algún lugar afuera de Moscú, cazando codornices con el caramillo o pescando con la caña.
Y hay también otro “tipo”, un señor muy alto, muy flaco, con lentes oscuros, afeitado, con una visera con cucarda, parecido a un escribano de los viejos tiempos. Es un aficionado, tiene no poco rango, sirve de maestro en el gimnasio, y eso es conocido de los asiduos de la Trúba; y éstos lo tratan con respeto, lo reciben con una reverencia, e incluso inventaron para él un título peculiar: “su pronombre”. En la Sujarióva hurga en los libros, y en la Trúba busca buenas palomas.
-¡Dígnese! –le gritan los palomeros. –¡Señor maestro, su pronombre, préstele atención a las tumbler! ¡Su pronombre!
-¡Su pronombre! –le gritan de distintas partes.
-¡Su pronombre! –repite un chiquillo en algún lugar del boulevard.
Y “su pronombre”, evidentemente, habituado ya hace tiempo a su título, serio, severo, toma con ambas manos la paloma y, alzándola por encima de su cabeza, la empieza a examinar, y al hacer eso frunce el ceño y se pone aún más serio, como un conjurado.
Y la Trúba, ese pequeño pedazo de Moscú, donde quieren a los animales con tanta ternura, y donde tanto los torturan, vive su vida pequeña, se alborota e inquieta, y esas personas diligentes, que pasan de largo por el boulevard, no entienden para qué se reunió esa multitud de personas, esa mezcla abigarrada de gorros, casquetes y cilindros, de qué hablan ahí, con qué comercian.

Título original: V Moskve na trubnoi ploschadi, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1883, Nº 43, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ludovic Piette, Le marché de la place de l'Hôtel de Ville à Pontoise, 1876.

La obra de arte


Llevando en el sobaco algo envuelto en el número 223 de Las noticias de la Bolsa, Sásha Smirnóv, hijo único de su madre, puso una cara amarga y entró al gabinete del doctor Koshelkóv.
-¡Ah, querido joven! –lo recibió el doctor. –Bueno, ¿cómo nos sentimos? ¿Qué me dice de bueno?
Sásha parpadeó, se puso la mano en el corazón y dijo con voz emocionada:
-Mamásha lo reverencia, Iván Nikoláevich, y me mandó a agradecerle... Yo soy el hijo único de mi madre, y usted me salvó la vida... me curó de una enfermedad peligrosa, y… los dos no sabemos cómo agradecerle.
-¡Basta, joven! -lo interrumpió el doctor, derritiéndose de gusto. -Yo sólo hice, lo que hubiera hecho cualquier otro en mi lugar.
-Yo soy el hijo único de mi madre... Nosotros somos gente pobre, y por supuesto, no podemos pagarle por su trabajo, y... nos da mucha vergüenza, doctor; aunque, por lo demás, mamásha y yo… el hijo único de mi madre, le rogamos encarecidamente aceptar, en señal de nuestra gratitud… mire, esta cosa que... Es una cosa muy cara, de bronce antiguo... una obra de arte única.
-¡En vano! -frunció el ceño el doctor.–Bueno, ¿para qué esto?
-No, usted pues, por favor, no lo rechace, -continuó farfullando Sásha, desatando el envoltorio. -Nos ofenderá con el rechazo a mí y a mamásha... Es una cosa muy buena... de bronce antiguo... La recibimos de mi difunto papásha, y la guardamos como un preciado recuerdo... Mi papásha compraba bronces antiguos y se los vendía a los aficionados... Ahora mamásha y yo nos dedicamos a eso mismo...
Sásha desató el objeto y lo puso sobre la mesa triunfalmente. Era un candelabro mediano, de bronce viejo, un trabajo artístico. Representaba un conjunto: sobre un pedestal estaban paradas dos figuras femeninas con los vestidos de Eva, y en unas poses, para cuya descripción me falta el valor y el conveniente temperamento. Las figuras sonreían con coquetería y, en general, tenían un aspecto que, al parecer, si no fuera por la obligación de sostener el candelero, saltarían del pedestal y armarían en la habitación tal débauche1, que sería indecente para el lector incluso pensarlo.
Echada una mirada al regalo, el doctor se rascó detrás de la oreja con lentitud, graznó y, con indecisión, se sonó la nariz.
-Sí, es una cosa, realmente, hermosa, -musitó, -pero… cómo expresarme, no este… es demasiado no literaria… Esto pues, no es un décolleté2, sino el diablo sabe qué...
-O sea, ¿por qué pues?
-La misma serpiente-tentadora no podría haber inventado nada más infame. ¡Pues poner esa fantasmagoría sobre la mesa, significa ensuciar todo el apartamento!
-¡De qué forma extraña mira usted el arte, doctor! –se ofendió Sásha. -¡Pues esto es una cosa artística, échele un vistazo! ¡Tiene tanta belleza y gracia, que el alma se llena de una sensación de veneración, y se hace un nudo en la garganta! Cuando ves esa belleza, pues olvidas todo lo terrenal… ¡Usted échele un vistazo, cuánto movimiento, qué masa de aire, expresión!
-Todo eso lo entiendo perfectamente, querido mío, -lo interrumpió el doctor, -pero es que yo soy un hombre de familia, mis hijos corren por aquí, vienen las damas.
-Claro, si mirarlo desde el punto de vista del vulgo, -dijo Sásha, -pues claro, esta cosa altamente artística se presenta bajo otra luz… Pero, doctor, póngase por encima del vulgo; además de que, con su rechazo, nos apenará profundamente a mí, y a mamásha. Yo soy el hijo único de mi madre… usted me salvó la vida... Le damos la cosa más preciada para nosotros, y… y yo sólo lamento que usted no tiene una pareja para este candelabro...
-Gracias, hijito, le estoy muy agradecido... Reverencie a mamásha pero, por Dios, juzgue usted mismo, por aquí corren mis hijos, vienen las damas… ¡Bueno, por lo demás, que se quede! Pues a usted no le explicas.
-Y no hay nada que explicar, -se alegró Sásha. –Este candelabro póngalo ahí, junto al jarrón. ¡Es una lástima, que no tiene una pareja! ¡Una lástima! Bueno, adiós, doctor.
A la salida de Sásha, el doctor miró largo tiempo el candelabro, se rascó detrás de la oreja y meditó.
"Es una cosa excelente, no hay discusión, -pensaba, -y tirarla da lástima... Pero dejarla en la casa es imposible... ¡Hum!.. ¡He aquí una tarea! ¿A quién regalarla o donarla?"
Después de una larga meditación, recordó a su buen amigo el abogado Újov, a quien le debía por llevar un asunto.
"Y perfecto, -decidió el doctor. –A él, como amigo, le es incómodo cobrarme dinero, y será muy decente si le presento esta cosa. ¡Le llevaré pues esta diablura! A propósito, es soltero y frívolo…
Sin guardar el asunto en cajón largo3, el doctor se vistió, tomó el candelabro y fue a ver a Újov.
-¡Saludos, amigo! –dijo, hallando al abogado en la casa. –Vengo a verte… Vine a agradecerte, hermano, por tus trabajos… Dinero no me quieres cobrar, así, toma al menos esta cosa... mira, hermano mío… ¡La cosa, un lujo!
Al ver la cosa, el abogado llegó a un éxtasis indescriptible.
-¡Mira qué pieza! –se carcajeó. -¡Ah, que se la lleve el diablo, los diablos inventan pues cada pieza! ¡Es maravillosa! ¡Magnífica! ¿Dónde conseguiste esa preciosidad?
Vertido su éxtasis, el abogado, asustado, echó una mirada a la puerta y dijo:
-Sólo que tú, hermano, llévate tu regalo. Yo no lo voy a aceptar…
-¿Por qué? –se asustó el doctor.
-Y porque... A mi casa viene mi madre, los clientes... y me da vergüenza con la servidumbre...
-Ni-ni-ni… ¡No te atrevas a rechazarla! –agitó las manos el doctor. -¡Es una puercada de tu parte! Es una cosa artística… cuanto movimiento... expresión... ¡Y hablar no quiero! ¡Me ofendes!
-Si al menos estuviera maquillada, o pegarle unas hojitas de parra...
Pero el doctor agitó las manos aún más, salió del apartamento de Újov y, satisfecho con que supo librarse del regalo, se fue a su casa.
A su salida, el abogado examinó el candelabro, lo tocó por todas partes con los dedos y, semejante al doctor, se rompió la cabeza largo tiempo con la pregunta: ¿qué hacer con el regalo?
"Es una cosa hermosa, –razonaba,-y da lástima tirarla, y tenerla en mi casa es indecente. Lo mejor es regalársela a alguien... Mira qué, le llevaré pues este candelabro, hoy por la tarde, al cómico Sháshkin. A ese canalla le gustan esas piezas, y a propósito, hoy tiene un beneficio..."
Dicho, hecho. Al atardecer, el candelabro envuelto con cuidado fue llevado al cómico Sháshkin. Toda la tarde, el camerino del cómico fue tomado por asalto por hombres que llegaban a contemplar el regalo; todo el tiempo hubo en el camerino un vocerío exaltado y unas risas parecidas a relinchos de caballo. Si alguna de las artistas se acercaba a la puerta y preguntaba: “¿se puede entrar?”, al instante se oía la voz ronca del cómico:
-¡No, no mátushka! ¡No estoy vestido!
Después del espectáculo, el cómico se encogió de hombros, abrió los brazos y dijo:
-Bueno, ¿a dónde voy a meter esta basura? ¡Pues yo vivo en un apartamento particular! ¡A mí me visitan las artistas! ¡Esto no es una fotografía, no la escondes en el escritorio!
-Y usted, señor, véndalo,-le aconsejó el peluquero, desvistiendo al cómico. -Ahí, en los arrabales, vive una vieja que compra bronces antiguos… Vaya y pregúntele a Smirnóv... A ella todos la conocen.
El cómico obedeció... A los dos días, el doctor Kochelkóv estaba sentado en su gabinete y, puesto el dedo en la frente, pensaba en los ácidos biliares. De pronto, se abrió la puerta y Sásha Smirnóv entró volando al gabinete. Sonreía, irradiaba, y toda su figura exhalaba dicha… En las manos tenía algo envuelto en un periódico.
-¡Doctor! –empezó, sofocado. -¡Imagine mi alegría! ¡Para suerte suya, pudimos adquirir una pareja para su candelabro!.. Mamásha está tan contenta... Yo soy el hijo único de mi madre… usted me salvó la vida...
Y Sásha, temblando por la sensación de gratitud, puso delante del doctor el candelabro. El doctor abrió la boca, quiso decir algo, pero no dijo nada: se le trabó la lengua.

1Débauche, alboroto, escándalo.
2Décolleté, escote.
3Sin guardar el asunto en cajón largo (expresión popular), sin dar largas al asunto.

Título original: Proizvidienie iskusstva, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 50, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Sebastian Stoskopff, Bodegón con Estatua y Conchas, Siglo XVI.

sábado, 24 de mayo de 2008

El agradecido (Esbozo psicológico)


-¡Aquí tienes trescientos rublos! –dijo Iván Petróvich, entregando un fajo de créditos a su secretario y pariente lejano, Mísha Bobóv. –Que así sea, tómalos... No te los quería dar, pero... ¿qué hacer? Tómalos... Por última vez... Agradécele a mi esposa. Si no fuera por ella, yo no te los daría... Me lo suplicó.
Mísha tomó el dinero y empezó a parpadear. No encontraba palabras de gratitud. Sus ojos se enrojecieron y cubrieron de humedad. Él hubiera abrazado a Iván Petróvich, pero... ¡abrazar a los jefes era tan embarazoso!
-Agradécele a mi esposa –dijo otra vez Iván Petróvich. –Ella me lo suplicó... Tú la conmoviste tanto con tu jetita llorosa... Agradécele a ella.
Mísha retrocedió y salió del gabinete. Fue a agradecer a su parienta lejana, la esposa de Iván Petróvich. Ésta, una rubia bonita, estaba sentada en un sofacito en su gabinete, y leía una novela. Mísha se detuvo ante ella y pronunció:
-¡No sé, ni cómo agradecerle!
Ella sonrió con indulgencia, soltó el libro y, con gentileza, le señaló un lugar a su lado. Mísha se sentó.
-¿Cómo puedo yo agradecerle? ¿Cómo? ¿Con qué? ¡Enséñeme! ¡María Semiónovna! ¡Usted me hizo más que un beneficio! ¡Pues con este dinero yo celebraré mi boda con mi gentil, mi querida Katia!
Por la mejilla de Mísha resbaló una lágrima. Su voz temblaba.
-¡Oh, le agradezco!
Se inclinó y plantó un beso en la mano rolliza de María Semiónovna.
-¡Usted es tan buena! ¡Y qué bueno es su Iván Petróvich! ¡Qué bueno es, qué indulgente! ¡Tiene un corazón de oro! ¡Usted debe agradecerle al cielo, que le envió a tal esposo! ¡Mi querida, quiéralo! ¡Le suplico, quiéralo!
Mísha se inclinó y plantó un beso en ambas manos a la vez. Una lágrima resbaló por su otra mejilla. Un ojo se le hizo menor.
-¡Él es viejo, no bonito, pero en cambio qué alma tiene! ¡Encuéntreme en algún lugar otra alma igual! ¡No la encuentra! ¡Quiéralo pues! ¡Ustedes, las esposas jóvenes, son tan ligeras! Ustedes buscan en los hombres, ante todo, la apariencia... el efecto... ¡Le suplico!
Mísha tomó sus codos y, febrilmente, los apretó entre sus palmas. En su voz se oían sollozos.
-¡No lo engañe! ¡Engañar a ese hombre, significa engañar a un ángel! ¡Aprécielo, quiéralo! ¡Querer a un hombre tan maravilloso, pertenecer a él... pues es una beatitud! Ustedes, las mujeres, no quieren entender mucho... mucho... ¡Yo a usted la quiero terriblemente, salvajemente, por que usted le pertenece a él! Todo un santuario, que le pertenece a él... Este es un beso santo... No tema, yo soy un novio... No es nada...
Mísha, conmovido, sofocado, se extendió de su oreja a su mejilla, y la rozó con sus bigotes.
-¡No lo engañe, mi querida! ¿Pues usted lo quiere? ¿Sí? ¿Lo quiere?
-Sí.
-¡Oh, maravillosa!
Por un minuto Mísha, con éxtasis y ternura, miró sus ojos. En estos leyó un alma bondadosa...
-¡Usted es maravillosa!... –continuó él, tendiendo la mano hacia su talle. –Usted lo quiere... A ese ángel... maravilloso... Es un corazón de oro... un corazón...
Ella quería liberar su talle de sus manos, empezó a moverse, pero se enredó aún más... Su cabeza- ¡es incómodo estar sentado en esos sofacitos! –cayó sin intención sobre el pecho de Mísha.
-Su alma... corazón... ¿Dónde encontrar otro hombre así? Quererlo... Escuchar los latidos de su corazón... Ir con él mano a mano... Sufrir... compartir las alegrías... ¡Entiéndame! ¡Entiéndame!..
De los ojos de Mísha brotaron las lágrimas... Su cabeza se sacudió febrilmente y se inclinó sobre el pecho de ella. Sollozó y apretó a María Semiónovna entre sus brazos.
¡Es terriblemente incómodo estar sentado en esos sofacitos! Ella quería liberarse de sus brazos, consolarlo, serenarlo... ¡Él estaba tan nervioso! Ella le agradecía, que él era tan dispuesto hacia su esposo... ¡Pero no te parabas de ningún modo!
-Quiéralo... No lo engañe... ¡Le suplico! Ustedes... las mujeres... son tan ligeras... no entienden...
Mísha no dijo una palabra más... Su lengua se enredó y calló...
A los cinco minutos, Iván Petróvich entró para algo a su gabinete... ¡Infeliz! ¿Por qué no llegó antes? Cuando ellos vieron el rostro amoratado del jefe, sus puños apretados, cuando oyeron su voz apagada, ahogada, se pararon...
-¿Qué te pasa? –preguntó María Semiónovna palideciendo.
¡Preguntó, porque hacía falta hablar!
-¡Pero... pero, pues yo francamente, su excelencia! –musitó Mísha. –¡Palabra de honor, francamente!

Título original: Blagodarnii, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 7, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
John Everett Millais, The Black Brunswicker, 1860.

La plática del hombre con el perro


Era una noche de luna helada. Alexéi Ivánich Románsov se espantó un diablito verde de la manga, abrió la portezuela con cuidado y entró al patio.
-El hombre –filosofaba él, evitando el hueco del muladar y tambaleándose, –es polvo, espejismo, ceniza... Pável Nikoláich es el gobernador, pero él es ceniza también. Su aparente grandeza es sueño, humo... Soplas una vez, ¡y no está!
-Rrrr... –llegó a los oídos del filósofo.
Románsov miró al costado y vio, a dos pasos de sí, a un enorme perro negro, de la raza de los mastines de la estepa y del tamaño de un buen lobo. Estaba sentado junto a la perrera de la portería y hacía resonar la cadena. Románsov le echó una mirada, pensó un poco y expresó asombro en su rostro. Después, se encogió de hombros, movió la cabeza y sonrió con tristeza.
-Rrrr... –repitió el perro.
-¡Noo entiendo! –abrió los brazos Románsov. -¿Y tú... tú puedes gruñirle a un hombre? ¿Ah? Por primera vez en la vida lo oigo. Que me pegue Dios... ¿Pero acaso tú no sabes, que el hombre es la cúspide del universo? Tú mira... Yo me voy a acercar a ti... Mira aquí... ¿Pues yo soy un hombre? ¿Qué tú opinas? ¿Yo soy un hombre o no soy un hombre? ¡Explícame!
-Rrrr... ¡Guau!
-¡La pata! –le extendió Románsov la mano al perro. -¡La paata! ¿No me la da? ¿No lo desea? Y no hace falta. Así lo vamos a apuntar. Y por ahora permítame por el hocico... Yo con cariño...
-¡Guau! ¡Guau! Rrr.. ¡guau! ¡Guau!
-Aaah... ¿tú muerdes? Muy bien, bueno. Así lo vamos a recordar. Entonces, ¿a ti no te importa que el hombre es la cúspide del universo... el rey de los animales? Entonces, ¿de esto sigue, que a Pável Nikoláich tú puedes morderlo también? ¿Sí? Ante Pável Nikoláich todos caen boca abajo, y para ti qué es él, si no otro objeto, ¿te da lo mismo? ¿Así acaso te entiendo? Aah... ¿Así, por lo tanto, tú eres socialista? Espera, tú respóndeme... ¿Tú eres socialista?
-Rrr... ¡guau! ¡guau!
-Espera, no muerdas... ¿De qué, este, yo? Ah sí, de la ceniza. Soplas, ¡y no está! ¡Pff! ¿Y para qué vivimos, pregunto? Nacemos entre dolores de la madre, comemos, bebemos, pasamos las ciencias, morimos... ¿y para qué todo esto? ¡Cenizas! ¡No vale nada el hombre! Tú eres pues un perro, y no entiendes nada, ¡pero si tú pudieras... meterte en el alma! ¡Si tú pudieras penetrar en la psicología!
Románsov movió la cabeza y escupió.
-Una suciedad... Te parece que yo, Románsov, el secretario colegiado... soy el rey de la naturaleza... ¡Te equivocas! ¡Yo soy un parásito, un sobornado, un hipócrita!.. ¡Yo soy un vil!
Alexéi Ivánich se golpeó el pecho con el puño y rompió a llorar.
-Un soplón, un murmurador... ¿Tú piensas, que a Yegórka Korniúshkina la corrieron no por mí? ¿Ah? ¿Y quién, permítame preguntarle, le estafó los doscientos rublos al comité y se los cargó a Surgúchov? ¿Acaso no yo? ¡Vil, fariseo... Judas! ¡Alcahueta, exacionista... degenerado!
Románsov se limpió las lágrimas con la manga y empezó a sollozar.
-¡Muérdeme! ¡Cómeme! Nadie me ha dicho una palabra sensata desde que nací... Todos, en su alma, sólo me consideran un canalla, y a los ojos, excepto elogios y sonrisas, ¡ni-ni! ¡Si alguna vez alguien me pegara por la jeta y me insultara! ¡Cómeme, perro! ¡Muérdeme! ¡Rrrompe al anatema! ¡Zámpate al traidor!
Románsov se tambaleó y cayó sobre el perro.
-¡Así, así mismo! ¡Rómpeme la jeta! ¡No me da lástima! Aunque me duela, no te apiades. ¡Toma, muérdeme las manos también! ¡Ajá, corre la sangre! ¡Así te hace falta, schmerz1! ¡Así! Merci, galopín o, ¿cómo te llamas? Merci... Rómpeme la pelliza también. Da lo mismo, es un soborno... Vendí al prójimo, y me compré una pelliza con el dinero ganado... Y la visera con la cucarda también... Pero, ¿de qué, este, yo?.. Es hora de irse... Adiós, perrito... pilluelo...
-Rrrr.
Románsov acarició al perro y, tras dejarle morderlo una vez más por la pantorrilla, se arropó con la pelliza y, tambaleándose, caminó con lentitud hacia su puerta...
Al despertarse al otro día de mediodía, Románsov vio algo excepcional. Su cabeza, manos y piernas estaban vendados. Junto a la cama estaban parados la esposa llorosa y el doctor preocupado.

1Schmerz (expresión injuriosa), alemán, salchichero.

Título original: Razgovor chelovieka s sobakoi, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 10, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen:
Constant Troyon, Guardabosques parado junto a sus perros, 1854.

viernes, 23 de mayo de 2008

Tabla de rangos literarios


Si a todos los literatos rusos vivos, conforme a sus talentos y méritos, llevarlos a rangos1, pues:

Consejeros secretos activos: (vacante).
Consejeros secretos: Liév Tolstoi, Goncharóv.
Consejeros civiles activos: Saltikóv-Schedrín, Grigoróvich.
Consejeros civiles: Ostróvskii, Lieskóv, Polónskii.
Consejeros colegiados: Máikov, Suvórin, Gárshin, Buriénin, Serguei Maxímov, Gliéb Uspiénskii, Katkóv, Pipín, Pleschéev.
Consejeros provinciales: Koroliénko, Skabichévskii, Avérkiev, Boboríkin, Gorbunóv, c. Salias, Daniliévskii, Murávlin, Vasílievskii, Nadson, N. Mijailóvskii.
Asesores colegiados: Mináev, Mordóvtziev, Avséenko, Niezlóbin, A. Mijáilov, Pálmin, Trefóliev, Piótr Veinberg, Sálov.
Consejeros titulares: Álbov, Barantzévich, Mijniévich, Zlatovrátskii, Shpazhínskii, Serguei Atáva, Chuikóv, Mieschérskii, Ivánov-Klássik, Vas. Nemiróvich-Dánchenko.
Secretarios colegiados: Frug, Apújtin, Vs. Solovióv, V. Krilóv, Yúriev, Goleníschev-Kutúzov, Ertel, K. Sluchévskii.
Secretarios de gobierno: Notóvich, Maxím Bielínskii, Niviézhin, Karázin, Venguiérov, Nefiódov.
Registradores colegiados: Mínskii, Trofímov, F. Berg, Miasnítzkii, Linióv, Zasodímskii, Bázhin.
No portadores de rango: Okréitz2.

1Escrito después de la revisión de la Tabla de rangos establecida por Pedro I en 1724, anunciada por esos días en la prensa.
Chejov escribe a Alexéi Suvórin el 11 de diciembre de 1891 sobre Tolstoi: “…no es un hombre, sino un hombrón, un Júpiter”.
Escribe a Gorbunóv-Posádov el 9 de noviembre de 1897: “En mi vida, yo no he respetado a ningún hombre de modo tan profundo, se puede decir tan abnegado, como a Liév Nikoláevich”.
Escribe a Alexéi Pleschéev el 14 de mayo de 1889: “Me da lástima Schedrín. Era una cabeza robusta, fuerte (…) Fustigar sabe cualquier gacetero, burlarse sabe Buriénin, pero despreciar abiertamente sabía sólo Saltikóv”.
Escribe a Alexéi Suvórin en mayo de 1889 sobre Goncharóv: “…escritor de primera clase”, incluyo su nombre en mi lista de “semidioses”.
En Antón Chejov y sus sujetos, Mijaíl Chejov refiere que “por A.N. Pleschéev, Antón Pávlovich sentía un profundo respeto, apreciaba su nombre” (pag. 56).
Escribe Chejov a Alexéi Pleschéev el 15 de noviembre de 1888: “A tales hombres como el finado Gárshin, yo los quiero con toda el alma, y considero mi deber testificar mi simpatía por él públicamente”.
Alexánder Lázariev-Gruzínskii escribe a Nikolai Ezhóv el 14 de mayo de 1886 sobre la Tabla de rangos de Chejov: “Katkóv, Lieskóv, Suvórin y Buriénin, Murávlin (son inexpertos e incapaces), Vasílievskii y por el estilo están demasiado elevados”.
2Stanisláv Okréitz, redactor de El rayo, revista conservadora.

Título original: Literaturnaya tabel o rangaj, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 19, con la firma : “El hombre sin bazo”.

Imagen: Ilja Repin, El escritor Leo Tolstoi, 1887.

El nabito (Traducción infantil)


Había una vez un abuelo y una abuela. Había una vez y tuvieron a Siérzh. Siérzh tenía las orejas largas y en lugar de cabeza un nabito. Siérzh creció mucho-mucho... El abuelo le tiró de las orejas, tiró-tiró, y no pudo sacarlo adelante. El abuelo llamó a la abuela.
La abuela tiró del abuelo, el abuelo del nabito, tiraron-tiraron, y no pudieron sacarlo adelante. La abuela llamó a la tía princesa.
La tía tiró de la abuela, la abuela del abuelo, el abuelo del nabito, tiraron-tiraron, y no pudieron sacarlo adelante. La princesa llamó al compadre general.
El compadre tiró de la tía, la tía de la abuela, la abuela del abuelo, el abuelo del nabito, tiraron-tiraron, y no pudieron sacarlo adelante. El abuelo no resistió. Casó a la hija con un mercader rico. Atrajo al mercader con billetes de cien rublos.
El mercader tiró del compadre, el compadre de la tía, la tía de la abuela, la abuela del abuelo, el abuelo del nabito, tiraron-tiraron, y sacaron adelante a la cabeza-nabito.
Y Siérzh se hizo consejero activo1.

1Consejero activo, rango civil en la Rusia zarista.

Título original: Riepka, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 8, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Mariano Fortuny, Ein Junge in Portici, 1874.

Iluminación de vagón


(Dibujo: el conductor se dirige a un paletó colgado de la pared.)
-¡Su boleto! ¡A quién le hablo! ¡Su boleto!

Título original: Vagonnoe osvieschenie, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 5, con dibujo de A.I. Liébediev y la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
Terence Cuneo, Out of the night, XX.

jueves, 22 de mayo de 2008

El pícaro


Iban dos amigos una vez al atardecer y mantenían entre sí una plática juiciosa1. Iban por la Niévskii2. El sol ya se ponía, pero no del todo... En algún lugar llameaban aún las chimeneas de las casas y brillaban las cruces de las iglesias... El aire levemente helado olía a primavera...
-¡La primavera está cerca! –le decía un amigo al otro, tratando de tomarlo por el brazo. -¡Es asquerosa esta primavera! Fango en todas partes, indisposición, muchos gastos... Alquila una casa de campo, una cosa, la otra... Tú, Pável Ivánich, eres un provinciano y no entiendes eso... Tú no puedes entender. Ustedes en provincia, como se expresó una vez cierto escritor, sólo tienen bondad de alma... No hay pena, ni tristeza. Comen, beben, duermen, y no saben de ningún asunto. No lo que nosotros... Empezó a helar... ¿lo notas?.. Por lo demás, ustedes tampoco viven sin pena... Ustedes en primavera tienen su tristeza. Je-je-je. Ahora a ustedes, a los provincianos, se les empieza a agitar la sangre... se les desatan las pasiones. Nosotros, los capitalinos, somos gente de piedra, de hielo, no hay llama en nosotros, y no sabemos de pasiones, ¡y ustedes son volcanes, vesubios! ¡Psh! ¡Psh! ¡Exhala! Je-je-je... ¡Oy, me quemo! Y confiesa pues, Pável Ivánich, ¿se te agita fuerte la sangre?
-No tiene por qué agitarse... -respondió Pável Ivánich sombríamente.
-¡Pues sí, basta, deja! Tú eres soltero, no eres un hombre viejo, ¿por qué pues, no se te va a agitar? ¡Que se te agite, si quiere!.. Y en vano te confundes... No hay nada confuso ahí... ¡Así, solamente! (Pausa.) ¡Y qué muchacha vi hace poco, hermano, qué muchacha! ¡Te chupas los dedos! ¡Chasqueas con los labios cien veces cuando la ves! ¡Un fuego! ¡Unas formas! Palabra de honor... ¿Quieres que te la presente? Una polaquita... Sózia, se llama... ¿Quieres que te lleve a verla?
-Hum... ¡Disculpa, Semión Petróvich, pero yo te diré que así, a un noble, no le corresponde proceder! ¡¡No le corresponde!! ¡Eso es asunto de mujeres, de taberna, pero no tuyo, no de nobles!
-¿Qué pasa? ¿Pero tú... qué? –se acobardó Semión Petróvich.
-¡Es una vergüenza, hermano! Tu finado padre era nuestro decano, tu mátushka de respeto... ¡Es una vergüenza! Yo ya hace un mes que visito tu casa, y noté un rasgo en ti... ¡No tienes tú un conocido, no hay un cada cual o un cada quisque, al que no le propongas una muchacha!.. Ya a uno, ya al otro... Y otra conversación no tienes... Al casamenteo te dedicas. Y aún eres casado también, honorable, pronto te vas a meter a activo3, a excelencia... ¡Es una vergüenza, una deshonra!.. Hace un mes que vivo en tu casa, y tú, ya es la décima que me propones... ¡Casamentero!
Semión Petróvich se confundió, empezó a voltearse, como si lo hubieran agarrado robando del bolsillo.
-Pero yo, nada... –empezó a farfullar. -Yo eso, sólo así... Je-je-je... Cómo eres...
Caminaron unos veinte pasos callados.
-¡Yo soy un hombre infeliz! –rompió a gemir de pronto Semión Petróvich, amoratándose y parpadeando. -¡Soy un infeliz! ¡Tú estás en lo cierto, que yo soy un casamentero! ¡Es cierto! ¡Y fui así, y voy a ser así hasta la misma lápida de la tumba, si lo quieres saber! ¡En el infierno, por eso mismo, voy a arder!
Semión Petróvich, desolado, agitó la mano derecha y se pasó la izquierda por los ojos. El cilindro se le deslizó hacia la nuca, sus chanclos crujieron por la vereda fuertemente. La punta de la nariz se le llenó de sangre...
-¡Me va a perder mi conducta por completo! ¡Y no voy a morir mi muerte! ¡Voy a sucumbir! Yo siento mi vicio, hermano, y lo entiendo, pero no puedo hacer nada conmigo. ¿Para qué pues, los empalago a todos con el sexo femenino? ¡A la fuerza, hermano! ¡A ella, a ella, a la fuerza! ¡Soy celoso, como un perro! Te lo confieso, como mi amigo... ¡El celo me venció! Yo me casé, tú mismo lo sabes, con una jovencita, con una belleza... Cada uno la corteja, o sea, puede ser, que nadie quiere ni verla, pero a mí siempre me parece... Para la gallina ciega, sabes, todo es maíz. A cada paso temo... Hace poco tú, después de almuerzo, sólo le diste la mano, y a mí ya me pareció todo... quería darte una puñalada... ¡A todo le temo! Bueno, y tengo que emplear la astucia a la fuerza. Tan pronto noto que alguien empieza a rondarla, yo enseguida me le acerco con una muchacha: ¿no la quieres, le digo? La retirada es una astucia militar... ¡Soy un imbécil! ¡Qué hago! ¡Una vergüenza, una deshonra! Cada día corro por la Niévskii, recluto para mis amigos a esas bichas cola-sucias... ¡A esas villanas! ¡Y cuánto dinero se me va en ellas, si tú supieras! Algunos amigos pues, captaron mi debilidad, y se aprovechan... Se divierten a cuenta mía, villanos... ¡Ah!
Semión Petróvich dio un aullido y palideció. Por la Niévskii, por delante de los amigos, pasó una calesa. En ésta estaba sentada una dama joven, vis-à-vis con la dama estaba sentado un hombre.
-¿Ves, ves? Ahí va mi esposa. Bueno, ¿cómo no celar ahí? ¿Ah? ¡Pues ése, es ya la tercera vez que se pasea con ella! ¡No en vano! ¡No en vano, el bribón! ¿Viste cómo le echa miradas? Adiós... Corro... ¿Así, no quieres a Sózia? ¿No? ¡No la quieres! Adiós... Así, yo a él se la... a Sózia pues...
Semión Petróvich se encajó más el sombrero y, golpeando con el bastón, echó a correr, tratando de no perder de vista la calesa.
-El padre era un decano –suspiró Pável Ivánich. –La mátushka de respeto... Y la familia ilustre, de pura cepa... ¡A-a-ah! ¡Se apocó el pueblo!

1Iban dos amigos una vez al atardecer y mantenían una juiciosa plática entre sí”, de Los transeúntes y los perros, fábula de Iván Krilóv.
2La célebre avenida Niévskii de San Petersburgo.
3Consejero activo, rango civil en la Rusia zarista.

Título original: Jitrietz, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 13, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
Otto Strützel, La puerta del pasillo de ciudad en Munich, 1895.

El adicto


Veinte años se dispuso el director de la vía férrea Z.-B-.J. a sentarse a su escritorio y, finalmente, hace dos días, se dispuso. Media vida la idea ardiente, punzante e inquieta había girado en su cabeza, tomado una forma decente, redondeado, detallado, crecido y, finalmente, había adquirido la magnitud de un proyecto grandioso... Él se sentó a la mesa, tomó la pluma en su mano e... ingresó al espinoso camino de la autoría.
La mañana era serena, radiante, helada... En las habitaciones era cálido, cómodo... En la mesa había un vaso de té que humeaba levemente... No tocaban, no gritaban, no se colaban con pláticas... ¡Es excelente escribir en ese ambiente! ¡Toma la pluma en la mano y pasea a tu gusto!
Al director no le hacía falta pensar mucho para empezar... En su cabeza hacía tiempo ya que todo estaba empezado y terminado: ¡sólo sabe copiar del cerebro al papel!
Él frunció el ceño, apretó los labios, aspiró un chorro de aire y escribió el título: Unas palabras en defensa de la prensa. El director amaba la prensa. Le era fiel con toda su alma, con todo su corazón y todos sus pensamientos. Escribir su palabra en defensa de ella, decir esa palabra en voz alta, para que todos la oyeran, ¡era para él su sueño preferido, veintenario! Él le debía mucho a ella: su desarrollo, su descubrimiento de los abusos, su puesto... ¡mucho! Había que agradecerle... Y además, quería ser autor siquiera por un día... A los escritores, aunque los criticaban, de todas formas los veneraban... En particular las mujeres... Hum...
Tras escribir el título, el director expiró el chorro de aire y escribió en un minuto catorce líneas. Le salió bien, llano... Empezaba en general sobre la prensa y, tras escribir media hoja, empezó a hablar de la libertad de prensa... Él exigía... Las protestas, los datos históricos, las citas, las sentencias, los reproches y las burlas brotaban de su pluma aguda.
“Nosotros somos liberales –escribía. -¡Atrévanse con ese término! ¡Búrlense! Pero nosotros estamos orgullosos, y vamos a estar orgullosos de ese alias por ahora...”
-¡Trajeron los periódicos! –informó el lacayo...
A las diez de la mañana, el director comúnmente leía los periódicos. Y por esta vez no cambió su costumbre. Tras abandonar la escritura, se levantó, se desperezó, se extendió en el sofacito y la emprendió con los periódicos. Tras tomar en sus manos El tiempo nuevo, sonrió con desprecio, recorrió con sus ojos el editorial y, sin leerlo hasta el final, lo dejó.
-Flor de Demidron...1 –rezongó. -¡Yo les voy a rrrecetar!
Tras expeler El tiempo nuevo al butacón, el director la emprendió con La voz. Sus ojos se encendieron con un buen sentimiento, en sus mejillas bailó el rubor. Le gustaba La voz, y él mismo, alguna vez, había escrito en ésta.
Leyó el editorial y las noticias menores... Recorrió el folletín... Mientras más leía, más aceitosos se hacían sus ojos. Leyó Entre periódicos y revistas... Se saltó hasta la tercera página...
-Sí, sí. Así... Y yo sobre esto recordé... ¡Cierto, totalmente cierto!.. Hum. ¿Y esto sobre qué es?
El director entornó los ojos...
“A la vía férrea Z.-B-.J. –empezó a leer, -ha ingresado por estos días, para su elaboración, un proyecto bastante extraño... El creador de ese proyecto es el mismo director de la vía, el anterior...”
A la media hora de la lectura de La voz, el director, rojo, sudado, trémulo, estaba sentado a su escritorio y escribía. Escribía una “orden sobre la línea”... En esa orden se recomendaba no suscribirse a “ciertos” periódicos y revistas...
Junto al director enojado yacían unos trozos de papel. Esos trozos, media hora antes, constituían unas palabras en defensa de la prensa...
¡Sic transit gloria mundi2!

1Flor de Demidron, alias del periódico El tiempo nuevo, de Alexéi Suvórin. Demidron, restaurante de San Petersburgo.
2¡Sic transit gloria mundi!, ¡Así pasa la gloria del mundo! Palabras (quizás de la Imitación de Cristo, I, 3, 6) dirigidas al Soberano Pontífice en el momento de su elevación.

Título original: Rievnitiel, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1883, Nº 12, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Mikhail Nesterov, Portrait of Alexey Severtsov, 1934.