miércoles, 14 de mayo de 2008

La protección


Por la Niévskii iba un viejecito pequeño, arrugado, con una orden al cuello. Tras él, a saltitos, lo seguía un joven pequeño con una cucarda y la nariz morada. El viejecito estaba enfadado y abstraído, el joven parpadeaba preocupado y, al parecer, se disponía a llorar. Ambos iban a ver a Evlámpii Stepánovich.
-¡Yo no soy culpable, tío! –decía el joven, alcanzando apenas al viejecito. –A mí me despidieron por gusto. ¡Driankóvskii toma más que yo, y sin embargo a él no lo despidieron! Él todos los días se aparecía en la oficina borracho, y yo no todos los días. ¡Esto es tal injusticia de su excelencia, tío, que no se lo puedo ni expresar!
-Cállate... ¡Cerdo!
-Hum... Bueno, deja que yo sea un cerdo, aunque tengo amor propio. A mí no por la borrachera me despidieron, sino por el retrato. Le llevaron a él nuestro álbum con las tarjetitas1. Todos nos las tomamos, y yo me la tomé, pero mi tarjetita no servía, tío. Los ojos me salieron saltones, y las manos abiertas. La nariz yo nunca la tuve tan larga, como salió en la tarjetita. Y me dio vergüenza poner mi tarjetita en el álbum. Pues donde su excelencia hay damas, observan los retratos, y yo no deseo comprometerme ante las damas. Mi apariencia no es bonita, pero es atractiva, y en la tarjetita salí como un bufón. Evlámpii Stepánich se ofendió, porque mi tarjetita no estaba. Pensó, que yo por orgullo o librepensamiento... ¿Pero qué librepensamiento tengo yo? Yo voy a la iglesia, como el pastel de pascua, y no empino la nariz, como Driankóvskii. ¡Interceda, tío! ¡Un siglo voy a rezarle a Dios! Es mejor estar en la tumba, que andar sin puesto.
El viejecito y su acompañante doblaron por la esquina, pasaron aún tres callejones y, finalmente, tironearon la campanilla en la puerta de Evlámpii Stepánovich.
-Tú siéntate aquí –dijo el viejecito, entrando con el joven al recibidor, -y yo iré a verlo. Por ti todo son molestias. Imbécil... Quédate y párate ahí... Basura...
El viejecito se sonó la nariz, se arregló la orden al cuello y fue al gabinete. El joven se quedó en el recibidor. Su corazón empezó a latir.
“¿De qué hablan ellos ahí? –pensó helándose y cambiando una pierna sobre la otra con fastidio, cuando del gabinete le llegó el farfulleo de dos voces ancianas. -¿Escucha él acaso al tío?"
No soportando la ignorancia, se acercó a la puerta y pegó a ésta su gran oreja.
-¡No puedo! –oyó la voz de Evlámpii Stepánovich. -¡Créale a Dios, no puedo! ¡Yo a usted lo respeto, soy su amigo, Prójor Mijáilich, estoy dispuesto a todo por usted, pero... no puedo! ¡Y no me ruegue!
-Yo convengo con usted, su excelencia, es un chiquillo maleado. No me pondré a negar eso, y hasta le diré como amigo y benefactor, que es poco que sea un borracho. Eso aún no sería nada. ¡Es un villano! Y si hay algo mal puesto, se lo roba, y es un maestro en limpiar, y está dispuesto a alcahuetear... ¡Un sarnoso, que no se lo puedo ni expresar! ¡Usted hoy le hace un favor, y él mañana escribe una denuncia en contra suya! Una persona degenerada... A mí él no me da ninguna lástima. Si fuera por mi voluntad, yo hace tiempo que lo hubiera mandado a casa del diablo... ¡Pero a mí, su excelencia, su madre me da lástima! Por la madre sólo le ruego. La despojó, el canalla, a la madre, se lo bebió todo...
El joven se apartó de la puerta y caminó por el recibidor. A los cinco minutos se acercó a la puerta de nuevo y pegó la oreja.
-Por la viejecita hágalo, su excelencia, -decía el tío. –Ella se muere de tristeza, de que su canalla anda sin ocupación.
-Bueno, está bien, que así sea. Sólo con una condición: ¡a la más mínima, al instante fuera!
-Al instante lo echa si hay algo, al canalla ese.
El joven se apartó de la puerta y empezó a caminar por el recibidor.
-¡Bravo el tío! –murmuró frotándose las manos con exaltación. -¡Conmovedor lo describe! No es un hombre instruido, y qué inteligente le sale todo...
Del gabinete apareció el tío.
-Te aceptaron –dijo sombrío. -Basura... Vamos.
-¡Le agradezco, tío! –suspiró el joven, parpadeando con unos ojos llenos de gratitud y besándole la mano. –Sin su protección, yo hace tiempo que me hubiera perdido...
Ambos salieron a la calle y empezaron a caminar hacia la casa. El viejecito estaba enfadado y abstraído, el joven estaba radiante y contento.

1Tarjetitas, fotografías.

Título original: Protektsia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 35, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen:
Victor Vasnetsov, Peasant with a Pole, Study, 1877.