Dos amigos, el juez de paz Poluiéjtov y el teniente de estado general Fintifléev, estaban sentados ante un entremés fraternal y hablaban de artes.
-Yo leí a Taine1, a Lessing2... ¿y acaso es poco lo que leí? –decía Poluiéjtov, convidando a su amigo con vino kajetiano. –La juventud la pasé entre artistas, yo mismo escribía y entiendo mucho... ¿Sabes? ¡Yo no soy un escritor, un artista, pero tengo ese olfato, intuición! ¡Tengo corazón! Enseguida, hermano, entiendo dónde está lo falso o lo no natural. ¡A mí no me engañas, aunque seas Sara Bernard3 o Salvini4! Enseguida entiendo si hay algo así... algún truco. ¿Y tú por qué no comes? ¡Pues yo no tengo nada más!
-Yo ya me harté, hermano, gracias... Y que nuestro drama, como tú dices, cayó, pues es cierto... ¡Cayó del todo!
-¡Por supuesto! ¡Pero tú juzga, Fília! El dramaturgo y el actor actuales intentan, como expresarlo de forma más asequible para ti… intentan ser vitales, reales… En la escena tú ves, lo que ves en la vida… ¿Y acaso eso nos hace falta? ¡A nosotros nos hace falta la expresión, el efecto! La vida así ya te cansó, te hiciste a ésta, estás acostumbrado, te hace falta algo… así, ¡que te retuerza todos los nervios, que te revuelva las entrañas! El viejo actor hablaba con una voz no natural, de sepulcro, se golpeaba el pecho con el puño, gritaba, se hundía en la tierra, ¡pero en cambio era expresivo! ¡Y en sus palabras había expresión! Él hablaba del deber, del humanismo, de la libertad… ¡En cada acción tú veías la abnegación, las hazañas del filántropo, los sufrimientos, una pasión salvaje! ¡¿Y ahora?! Ahora, ves, nos hace falta vitalidad… Miras a la escena y ves.. ¡puf!.. y ves a algún basura… a un granuja, a un gusano con el pantalón roto, que dice alguna estupidez… Shpazhínskii5 o algún Nieviézhin6 ahí, consideran a ese sarnoso un héroe, pero yo, -¡por Dios, es enojoso! –si me cayera en mi cámara, lo agarraría a ese, al bellaco, y sabes, por el artículo7 119, por convicción personal, ¡unos tres meses así, cuatro!Se oyó la campanilla… Poluiéjtov, que se había parado para caminar nervioso de una esquina a la otra, se sentó de nuevo… A la habitación entró un pequeño estudiante de gimnasio de mejillas rosadas, con capote y mochila a la espalda… Éste se acercó a la mesa con timidez, chocó los tacones y le entregó a Poluiéjtov una carta.
-Lo reverencia la mamásha, tío –dijo, -y me mandó a entregarle esta carta.
Poluiéjtov deselló el sobre, se puso los lentes, resopló fuertemente y empezó la lectura.
-¡Ahora, almita! –dijo, tras leer la carta y levantándose. –Vamos… Disculpa, Fília, te voy a dejar por un segundo.
Poluiéjtov tomó al estudiante de la mano y, recogiendo los faldones de su bata, lo condujo a la otra habitación. Al minuto el teniente oyó unos sonidos extraños. Una voz infantil empezó a suplicar sobre algo… Las súplicas pronto se convirtieron en un aullido, y tras el aullido sobrevino un llanto que desgarraba el alma.
-¡Tío, no lo hago más! –oyó el teniente. -¡Hijito, no lo hago más! ¡A-y-a-y-a-y! ¡Carnalito, no lo hago!
Los sonidos extraños continuaron unos dos minutos… Después todo calló, la puerta se abrió y Poluiéjtov entró a la habitación. Tras él, abrochándose el paletó y conteniendo los sollozos, iba el estudiante con una cara llorosa. Tras abrocharse el paletó, el chico chocó los tacones, se limpió los ojos con la manga y salió. Se oyó el sonido de la puerta al cerrarse…
-¿Qué fue lo que hubo ahora aquí? –preguntó Fintifléev.
-Pues este, mi hermana me rogó en la carta zurrar al chiquillo… Recibió un dos en griego…
-¿Y tú con qué zurras?
-Con el cinturón… es lo mejor… Bueno, así que… ¿en qué me quedé? Antes, pasaba que estabas sentado en la butaca, ¡mirabas a la escena y sentías! ¡Tu corazón trabajaba, hervía! Oías palabras humanas, veías acciones humanas… veías, en una palabra, lo bello y… ¿lo crees?.. ¡yo lloraba! Pasaba, que estaba sentado y lloraba, como un imbécil. “¿Por qué lloras, Petia?” –me preguntaba mi esposa. Y yo mismo no sabía por qué lloraba… En mí, hablando en general, la escena influye de una forma didáctica… Sí, hablando con franqueza, ¿a quién no le conmueve el arte? ¿A quién no lo ennoblece? ¡A quién sino al arte, debemos la presencia en nosotros de sentimientos elevados, que no conocen los salvajes, que no conocían nuestros antepasados! Yo tengo pues lágrimas en los ojos… ¡Son buenas lágrimas, y no me avergüenzo de ellas! ¡Bebamos, hermano! ¡Que florezcan el arte y el humanismo!
-Bebamos… quiera Dios, que nuestros hijos sepan sentir así, como nosotros… sentimos.
Los amigos bebieron y empezaron a hablar de Shakespeare.
1Hipólito Taine, historiador, literato y crítico de arte francés.
2Gotthold Lessing, polígrafo, dramaturgo, esteta alemán.
3Sara Bernard, actriz francesa que actúa en Rusia en 1881-1882.
4Tommaso Salvini, actor italiano que visita Rusia en 1880-1882.
5Ippolít Shpazhínskii, actor, dramaturgo.
6Piótr Nieviézhin, escritor, dramaturgo.
7Artículo 119 del Estatuto del proceso judicial penal.
Título original: O drame, publicado por primera vez en la revista Oskolkii, 1884, Nº 44, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Edgar Degas, Henri Ruart und Sohn Alexis, 1896.