-¡Ah, querido joven! –lo recibió el doctor. –Bueno, ¿cómo nos sentimos? ¿Qué me dice de bueno?
Sásha parpadeó, se puso la mano en el corazón y dijo con voz emocionada:
-Mamásha lo reverencia, Iván Nikoláevich, y me mandó a agradecerle... Yo soy el hijo único de mi madre, y usted me salvó la vida... me curó de una enfermedad peligrosa, y… los dos no sabemos cómo agradecerle.
-¡Basta, joven! -lo interrumpió el doctor, derritiéndose de gusto. -Yo sólo hice, lo que hubiera hecho cualquier otro en mi lugar.
-Yo soy el hijo único de mi madre... Nosotros somos gente pobre, y por supuesto, no podemos pagarle por su trabajo, y... nos da mucha vergüenza, doctor; aunque, por lo demás, mamásha y yo… el hijo único de mi madre, le rogamos encarecidamente aceptar, en señal de nuestra gratitud… mire, esta cosa que... Es una cosa muy cara, de bronce antiguo... una obra de arte única.
-¡En vano! -frunció el ceño el doctor.–Bueno, ¿para qué esto?
-No, usted pues, por favor, no lo rechace, -continuó farfullando Sásha, desatando el envoltorio. -Nos ofenderá con el rechazo a mí y a mamásha... Es una cosa muy buena... de bronce antiguo... La recibimos de mi difunto papásha, y la guardamos como un preciado recuerdo... Mi papásha compraba bronces antiguos y se los vendía a los aficionados... Ahora mamásha y yo nos dedicamos a eso mismo...
Sásha desató el objeto y lo puso sobre la mesa triunfalmente. Era un candelabro mediano, de bronce viejo, un trabajo artístico. Representaba un conjunto: sobre un pedestal estaban paradas dos figuras femeninas con los vestidos de Eva, y en unas poses, para cuya descripción me falta el valor y el conveniente temperamento. Las figuras sonreían con coquetería y, en general, tenían un aspecto que, al parecer, si no fuera por la obligación de sostener el candelero, saltarían del pedestal y armarían en la habitación tal débauche1, que sería indecente para el lector incluso pensarlo.
Echada una mirada al regalo, el doctor se rascó detrás de la oreja con lentitud, graznó y, con indecisión, se sonó la nariz.
-Sí, es una cosa, realmente, hermosa, -musitó, -pero… cómo expresarme, no este… es demasiado no literaria… Esto pues, no es un décolleté2, sino el diablo sabe qué...
-O sea, ¿por qué pues?
-La misma serpiente-tentadora no podría haber inventado nada más infame. ¡Pues poner esa fantasmagoría sobre la mesa, significa ensuciar todo el apartamento!
-¡De qué forma extraña mira usted el arte, doctor! –se ofendió Sásha. -¡Pues esto es una cosa artística, échele un vistazo! ¡Tiene tanta belleza y gracia, que el alma se llena de una sensación de veneración, y se hace un nudo en la garganta! Cuando ves esa belleza, pues olvidas todo lo terrenal… ¡Usted échele un vistazo, cuánto movimiento, qué masa de aire, expresión!
-Todo eso lo entiendo perfectamente, querido mío, -lo interrumpió el doctor, -pero es que yo soy un hombre de familia, mis hijos corren por aquí, vienen las damas.
-Claro, si mirarlo desde el punto de vista del vulgo, -dijo Sásha, -pues claro, esta cosa altamente artística se presenta bajo otra luz… Pero, doctor, póngase por encima del vulgo; además de que, con su rechazo, nos apenará profundamente a mí, y a mamásha. Yo soy el hijo único de mi madre… usted me salvó la vida... Le damos la cosa más preciada para nosotros, y… y yo sólo lamento que usted no tiene una pareja para este candelabro...
-Gracias, hijito, le estoy muy agradecido... Reverencie a mamásha pero, por Dios, juzgue usted mismo, por aquí corren mis hijos, vienen las damas… ¡Bueno, por lo demás, que se quede! Pues a usted no le explicas.
-Y no hay nada que explicar, -se alegró Sásha. –Este candelabro póngalo ahí, junto al jarrón. ¡Es una lástima, que no tiene una pareja! ¡Una lástima! Bueno, adiós, doctor.
A la salida de Sásha, el doctor miró largo tiempo el candelabro, se rascó detrás de la oreja y meditó.
"Es una cosa excelente, no hay discusión, -pensaba, -y tirarla da lástima... Pero dejarla en la casa es imposible... ¡Hum!.. ¡He aquí una tarea! ¿A quién regalarla o donarla?"
Después de una larga meditación, recordó a su buen amigo el abogado Újov, a quien le debía por llevar un asunto.
"Y perfecto, -decidió el doctor. –A él, como amigo, le es incómodo cobrarme dinero, y será muy decente si le presento esta cosa. ¡Le llevaré pues esta diablura! A propósito, es soltero y frívolo…
Sin guardar el asunto en cajón largo3, el doctor se vistió, tomó el candelabro y fue a ver a Újov.
-¡Saludos, amigo! –dijo, hallando al abogado en la casa. –Vengo a verte… Vine a agradecerte, hermano, por tus trabajos… Dinero no me quieres cobrar, así, toma al menos esta cosa... mira, hermano mío… ¡La cosa, un lujo!
Al ver la cosa, el abogado llegó a un éxtasis indescriptible.
-¡Mira qué pieza! –se carcajeó. -¡Ah, que se la lleve el diablo, los diablos inventan pues cada pieza! ¡Es maravillosa! ¡Magnífica! ¿Dónde conseguiste esa preciosidad?
Vertido su éxtasis, el abogado, asustado, echó una mirada a la puerta y dijo:
-Sólo que tú, hermano, llévate tu regalo. Yo no lo voy a aceptar…
-¿Por qué? –se asustó el doctor.
-Y porque... A mi casa viene mi madre, los clientes... y me da vergüenza con la servidumbre...
-Ni-ni-ni… ¡No te atrevas a rechazarla! –agitó las manos el doctor. -¡Es una puercada de tu parte! Es una cosa artística… cuanto movimiento... expresión... ¡Y hablar no quiero! ¡Me ofendes!
-Si al menos estuviera maquillada, o pegarle unas hojitas de parra...
Pero el doctor agitó las manos aún más, salió del apartamento de Újov y, satisfecho con que supo librarse del regalo, se fue a su casa.
A su salida, el abogado examinó el candelabro, lo tocó por todas partes con los dedos y, semejante al doctor, se rompió la cabeza largo tiempo con la pregunta: ¿qué hacer con el regalo?
"Es una cosa hermosa, –razonaba,-y da lástima tirarla, y tenerla en mi casa es indecente. Lo mejor es regalársela a alguien... Mira qué, le llevaré pues este candelabro, hoy por la tarde, al cómico Sháshkin. A ese canalla le gustan esas piezas, y a propósito, hoy tiene un beneficio..."
Dicho, hecho. Al atardecer, el candelabro envuelto con cuidado fue llevado al cómico Sháshkin. Toda la tarde, el camerino del cómico fue tomado por asalto por hombres que llegaban a contemplar el regalo; todo el tiempo hubo en el camerino un vocerío exaltado y unas risas parecidas a relinchos de caballo. Si alguna de las artistas se acercaba a la puerta y preguntaba: “¿se puede entrar?”, al instante se oía la voz ronca del cómico:
-¡No, no mátushka! ¡No estoy vestido!
Después del espectáculo, el cómico se encogió de hombros, abrió los brazos y dijo:
-Bueno, ¿a dónde voy a meter esta basura? ¡Pues yo vivo en un apartamento particular! ¡A mí me visitan las artistas! ¡Esto no es una fotografía, no la escondes en el escritorio!
-Y usted, señor, véndalo,-le aconsejó el peluquero, desvistiendo al cómico. -Ahí, en los arrabales, vive una vieja que compra bronces antiguos… Vaya y pregúntele a Smirnóv... A ella todos la conocen.
El cómico obedeció... A los dos días, el doctor Kochelkóv estaba sentado en su gabinete y, puesto el dedo en la frente, pensaba en los ácidos biliares. De pronto, se abrió la puerta y Sásha Smirnóv entró volando al gabinete. Sonreía, irradiaba, y toda su figura exhalaba dicha… En las manos tenía algo envuelto en un periódico.
-¡Doctor! –empezó, sofocado. -¡Imagine mi alegría! ¡Para suerte suya, pudimos adquirir una pareja para su candelabro!.. Mamásha está tan contenta... Yo soy el hijo único de mi madre… usted me salvó la vida...
Y Sásha, temblando por la sensación de gratitud, puso delante del doctor el candelabro. El doctor abrió la boca, quiso decir algo, pero no dijo nada: se le trabó la lengua.
1Débauche, alboroto, escándalo.
2Décolleté, escote.
3Sin guardar el asunto en cajón largo (expresión popular), sin dar largas al asunto.
Título original: Proizvidienie iskusstva, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 50, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Sebastian Stoskopff, Bodegón con Estatua y Conchas, Siglo XVI.