Iban dos amigos una vez al atardecer y mantenían entre sí una plática juiciosa1. Iban por la Niévskii2. El sol ya se ponía, pero no del todo... En algún lugar llameaban aún las chimeneas de las casas y brillaban las cruces de las iglesias... El aire levemente helado olía a primavera...
-¡La primavera está cerca! –le decía un amigo al otro, tratando de tomarlo por el brazo. -¡Es asquerosa esta primavera! Fango en todas partes, indisposición, muchos gastos... Alquila una casa de campo, una cosa, la otra... Tú, Pável Ivánich, eres un provinciano y no entiendes eso... Tú no puedes entender. Ustedes en provincia, como se expresó una vez cierto escritor, sólo tienen bondad de alma... No hay pena, ni tristeza. Comen, beben, duermen, y no saben de ningún asunto. No lo que nosotros... Empezó a helar... ¿lo notas?.. Por lo demás, ustedes tampoco viven sin pena... Ustedes en primavera tienen su tristeza. Je-je-je. Ahora a ustedes, a los provincianos, se les empieza a agitar la sangre... se les desatan las pasiones. Nosotros, los capitalinos, somos gente de piedra, de hielo, no hay llama en nosotros, y no sabemos de pasiones, ¡y ustedes son volcanes, vesubios! ¡Psh! ¡Psh! ¡Exhala! Je-je-je... ¡Oy, me quemo! Y confiesa pues, Pável Ivánich, ¿se te agita fuerte la sangre?
-No tiene por qué agitarse... -respondió Pável Ivánich sombríamente.
-¡Pues sí, basta, deja! Tú eres soltero, no eres un hombre viejo, ¿por qué pues, no se te va a agitar? ¡Que se te agite, si quiere!.. Y en vano te confundes... No hay nada confuso ahí... ¡Así, solamente! (Pausa.) ¡Y qué muchacha vi hace poco, hermano, qué muchacha! ¡Te chupas los dedos! ¡Chasqueas con los labios cien veces cuando la ves! ¡Un fuego! ¡Unas formas! Palabra de honor... ¿Quieres que te la presente? Una polaquita... Sózia, se llama... ¿Quieres que te lleve a verla?
-Hum... ¡Disculpa, Semión Petróvich, pero yo te diré que así, a un noble, no le corresponde proceder! ¡¡No le corresponde!! ¡Eso es asunto de mujeres, de taberna, pero no tuyo, no de nobles!
-¿Qué pasa? ¿Pero tú... qué? –se acobardó Semión Petróvich.
-¡Es una vergüenza, hermano! Tu finado padre era nuestro decano, tu mátushka de respeto... ¡Es una vergüenza! Yo ya hace un mes que visito tu casa, y noté un rasgo en ti... ¡No tienes tú un conocido, no hay un cada cual o un cada quisque, al que no le propongas una muchacha!.. Ya a uno, ya al otro... Y otra conversación no tienes... Al casamenteo te dedicas. Y aún eres casado también, honorable, pronto te vas a meter a activo3, a excelencia... ¡Es una vergüenza, una deshonra!.. Hace un mes que vivo en tu casa, y tú, ya es la décima que me propones... ¡Casamentero!
Semión Petróvich se confundió, empezó a voltearse, como si lo hubieran agarrado robando del bolsillo.
-Pero yo, nada... –empezó a farfullar. -Yo eso, sólo así... Je-je-je... Cómo eres...
Caminaron unos veinte pasos callados.
-¡Yo soy un hombre infeliz! –rompió a gemir de pronto Semión Petróvich, amoratándose y parpadeando. -¡Soy un infeliz! ¡Tú estás en lo cierto, que yo soy un casamentero! ¡Es cierto! ¡Y fui así, y voy a ser así hasta la misma lápida de la tumba, si lo quieres saber! ¡En el infierno, por eso mismo, voy a arder!
Semión Petróvich, desolado, agitó la mano derecha y se pasó la izquierda por los ojos. El cilindro se le deslizó hacia la nuca, sus chanclos crujieron por la vereda fuertemente. La punta de la nariz se le llenó de sangre...
-¡Me va a perder mi conducta por completo! ¡Y no voy a morir mi muerte! ¡Voy a sucumbir! Yo siento mi vicio, hermano, y lo entiendo, pero no puedo hacer nada conmigo. ¿Para qué pues, los empalago a todos con el sexo femenino? ¡A la fuerza, hermano! ¡A ella, a ella, a la fuerza! ¡Soy celoso, como un perro! Te lo confieso, como mi amigo... ¡El celo me venció! Yo me casé, tú mismo lo sabes, con una jovencita, con una belleza... Cada uno la corteja, o sea, puede ser, que nadie quiere ni verla, pero a mí siempre me parece... Para la gallina ciega, sabes, todo es maíz. A cada paso temo... Hace poco tú, después de almuerzo, sólo le diste la mano, y a mí ya me pareció todo... quería darte una puñalada... ¡A todo le temo! Bueno, y tengo que emplear la astucia a la fuerza. Tan pronto noto que alguien empieza a rondarla, yo enseguida me le acerco con una muchacha: ¿no la quieres, le digo? La retirada es una astucia militar... ¡Soy un imbécil! ¡Qué hago! ¡Una vergüenza, una deshonra! Cada día corro por la Niévskii, recluto para mis amigos a esas bichas cola-sucias... ¡A esas villanas! ¡Y cuánto dinero se me va en ellas, si tú supieras! Algunos amigos pues, captaron mi debilidad, y se aprovechan... Se divierten a cuenta mía, villanos... ¡Ah!
Semión Petróvich dio un aullido y palideció. Por la Niévskii, por delante de los amigos, pasó una calesa. En ésta estaba sentada una dama joven, vis-à-vis con la dama estaba sentado un hombre.
-¿Ves, ves? Ahí va mi esposa. Bueno, ¿cómo no celar ahí? ¿Ah? ¡Pues ése, es ya la tercera vez que se pasea con ella! ¡No en vano! ¡No en vano, el bribón! ¿Viste cómo le echa miradas? Adiós... Corro... ¿Así, no quieres a Sózia? ¿No? ¡No la quieres! Adiós... Así, yo a él se la... a Sózia pues...
Semión Petróvich se encajó más el sombrero y, golpeando con el bastón, echó a correr, tratando de no perder de vista la calesa.
-El padre era un decano –suspiró Pável Ivánich. –La mátushka de respeto... Y la familia ilustre, de pura cepa... ¡A-a-ah! ¡Se apocó el pueblo!
1“Iban dos amigos una vez al atardecer y mantenían una juiciosa plática entre sí”, de Los transeúntes y los perros, fábula de Iván Krilóv.
2La célebre avenida Niévskii de San Petersburgo.
3Consejero activo, rango civil en la Rusia zarista.
Título original: Jitrietz, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 13, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Otto Strützel, La puerta del pasillo de ciudad en Munich, 1895.
-¡La primavera está cerca! –le decía un amigo al otro, tratando de tomarlo por el brazo. -¡Es asquerosa esta primavera! Fango en todas partes, indisposición, muchos gastos... Alquila una casa de campo, una cosa, la otra... Tú, Pável Ivánich, eres un provinciano y no entiendes eso... Tú no puedes entender. Ustedes en provincia, como se expresó una vez cierto escritor, sólo tienen bondad de alma... No hay pena, ni tristeza. Comen, beben, duermen, y no saben de ningún asunto. No lo que nosotros... Empezó a helar... ¿lo notas?.. Por lo demás, ustedes tampoco viven sin pena... Ustedes en primavera tienen su tristeza. Je-je-je. Ahora a ustedes, a los provincianos, se les empieza a agitar la sangre... se les desatan las pasiones. Nosotros, los capitalinos, somos gente de piedra, de hielo, no hay llama en nosotros, y no sabemos de pasiones, ¡y ustedes son volcanes, vesubios! ¡Psh! ¡Psh! ¡Exhala! Je-je-je... ¡Oy, me quemo! Y confiesa pues, Pável Ivánich, ¿se te agita fuerte la sangre?
-No tiene por qué agitarse... -respondió Pável Ivánich sombríamente.
-¡Pues sí, basta, deja! Tú eres soltero, no eres un hombre viejo, ¿por qué pues, no se te va a agitar? ¡Que se te agite, si quiere!.. Y en vano te confundes... No hay nada confuso ahí... ¡Así, solamente! (Pausa.) ¡Y qué muchacha vi hace poco, hermano, qué muchacha! ¡Te chupas los dedos! ¡Chasqueas con los labios cien veces cuando la ves! ¡Un fuego! ¡Unas formas! Palabra de honor... ¿Quieres que te la presente? Una polaquita... Sózia, se llama... ¿Quieres que te lleve a verla?
-Hum... ¡Disculpa, Semión Petróvich, pero yo te diré que así, a un noble, no le corresponde proceder! ¡¡No le corresponde!! ¡Eso es asunto de mujeres, de taberna, pero no tuyo, no de nobles!
-¿Qué pasa? ¿Pero tú... qué? –se acobardó Semión Petróvich.
-¡Es una vergüenza, hermano! Tu finado padre era nuestro decano, tu mátushka de respeto... ¡Es una vergüenza! Yo ya hace un mes que visito tu casa, y noté un rasgo en ti... ¡No tienes tú un conocido, no hay un cada cual o un cada quisque, al que no le propongas una muchacha!.. Ya a uno, ya al otro... Y otra conversación no tienes... Al casamenteo te dedicas. Y aún eres casado también, honorable, pronto te vas a meter a activo3, a excelencia... ¡Es una vergüenza, una deshonra!.. Hace un mes que vivo en tu casa, y tú, ya es la décima que me propones... ¡Casamentero!
Semión Petróvich se confundió, empezó a voltearse, como si lo hubieran agarrado robando del bolsillo.
-Pero yo, nada... –empezó a farfullar. -Yo eso, sólo así... Je-je-je... Cómo eres...
Caminaron unos veinte pasos callados.
-¡Yo soy un hombre infeliz! –rompió a gemir de pronto Semión Petróvich, amoratándose y parpadeando. -¡Soy un infeliz! ¡Tú estás en lo cierto, que yo soy un casamentero! ¡Es cierto! ¡Y fui así, y voy a ser así hasta la misma lápida de la tumba, si lo quieres saber! ¡En el infierno, por eso mismo, voy a arder!
Semión Petróvich, desolado, agitó la mano derecha y se pasó la izquierda por los ojos. El cilindro se le deslizó hacia la nuca, sus chanclos crujieron por la vereda fuertemente. La punta de la nariz se le llenó de sangre...
-¡Me va a perder mi conducta por completo! ¡Y no voy a morir mi muerte! ¡Voy a sucumbir! Yo siento mi vicio, hermano, y lo entiendo, pero no puedo hacer nada conmigo. ¿Para qué pues, los empalago a todos con el sexo femenino? ¡A la fuerza, hermano! ¡A ella, a ella, a la fuerza! ¡Soy celoso, como un perro! Te lo confieso, como mi amigo... ¡El celo me venció! Yo me casé, tú mismo lo sabes, con una jovencita, con una belleza... Cada uno la corteja, o sea, puede ser, que nadie quiere ni verla, pero a mí siempre me parece... Para la gallina ciega, sabes, todo es maíz. A cada paso temo... Hace poco tú, después de almuerzo, sólo le diste la mano, y a mí ya me pareció todo... quería darte una puñalada... ¡A todo le temo! Bueno, y tengo que emplear la astucia a la fuerza. Tan pronto noto que alguien empieza a rondarla, yo enseguida me le acerco con una muchacha: ¿no la quieres, le digo? La retirada es una astucia militar... ¡Soy un imbécil! ¡Qué hago! ¡Una vergüenza, una deshonra! Cada día corro por la Niévskii, recluto para mis amigos a esas bichas cola-sucias... ¡A esas villanas! ¡Y cuánto dinero se me va en ellas, si tú supieras! Algunos amigos pues, captaron mi debilidad, y se aprovechan... Se divierten a cuenta mía, villanos... ¡Ah!
Semión Petróvich dio un aullido y palideció. Por la Niévskii, por delante de los amigos, pasó una calesa. En ésta estaba sentada una dama joven, vis-à-vis con la dama estaba sentado un hombre.
-¿Ves, ves? Ahí va mi esposa. Bueno, ¿cómo no celar ahí? ¿Ah? ¡Pues ése, es ya la tercera vez que se pasea con ella! ¡No en vano! ¡No en vano, el bribón! ¿Viste cómo le echa miradas? Adiós... Corro... ¿Así, no quieres a Sózia? ¿No? ¡No la quieres! Adiós... Así, yo a él se la... a Sózia pues...
Semión Petróvich se encajó más el sombrero y, golpeando con el bastón, echó a correr, tratando de no perder de vista la calesa.
-El padre era un decano –suspiró Pável Ivánich. –La mátushka de respeto... Y la familia ilustre, de pura cepa... ¡A-a-ah! ¡Se apocó el pueblo!
1“Iban dos amigos una vez al atardecer y mantenían una juiciosa plática entre sí”, de Los transeúntes y los perros, fábula de Iván Krilóv.
2La célebre avenida Niévskii de San Petersburgo.
3Consejero activo, rango civil en la Rusia zarista.
Título original: Jitrietz, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 13, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Otto Strützel, La puerta del pasillo de ciudad en Munich, 1895.