jueves, 1 de mayo de 2008

Chejov a A.S. Suvórin


Moscú, 30 de diciembre de 1888.

Nikúlina1 le agradece por las correcciones2. A Sabínin3 lo interpreta Góriev4. Los ensayos aún no empezaron. De que la pieza va a tener éxito yo estoy seguro, ya que los ojos de los actores son claros y las caras no traicioneras –eso significa, que la pieza les gusta y que ellos mismos creen en el éxito. Nikúlina me invitaba a almorzar. Le agradezco a usted.
El director5 considera a Ivánov6 un hombre superfluo al gusto turgueniano. Sávina7 pregunta: ¿por qué Ivánov es un canalla? Usted me escribe: “A Ivánov es necesario darle algo tal, por lo que se vea por qué dos mujeres se cuelgan por él, y por qué él es un canalla, y el doctor es un gran hombre”. Si ustedes tres me entendieron así, pues eso significa que mi Ivánov no sirve para nada. Yo, probablemente, no estoy en mi juicio, y escribí no lo que quería en absoluto. Si Ivánov me sale un canalla o un hombre superfluo, y el doctor un gran hombre, si no se entiende por qué Sárra8 y Sásha9 aman a Ivánov pues, evidentemente, mi pieza no bailó, y de su puesta no se puede hablar.
A mis héroes yo los entiendo así. Ivánov es un noble, un universitario, en nada notable; una natura fácilmente excitable, ardiente, bastante inclinada a las aficiones, honrada y directa, como la mayoría de los nobles ilustrados. Vivía en una hacienda y servía en el zémstvo. Qué hacía y cómo se conducía, qué le ocupaba y aficionaba, se ve por sus siguientes palabras, dirigidas al doctor (acto 1, esc. 5): “No se case ni con las hebreas, ni con las psicópatas, ni con las medias azules… no luche usted solo contra miles, no combata con los molinos, no se golpee la frente contra la pared… Que Dios lo guarde de todas las empresas racionales posibles, las escuelas excepcionales, los discursos ardientes…” He aquí lo que él tiene en el pasado. Sárra, que vio su administración racional y demás artificios, le dice sobre él al doctor: “Es, doctor, un hombre notable, y yo lamento que usted no lo conociera dos-tres años antes. Ahora él se entrega a la melancolía, calla, no hace nada, pero antes…¡qué encanto!” (acto 1, esc. 7). Su pasado es hermoso, como en la mayoría de los intelectuales rusos. No hay o casi no hay un señor ruso, o un universitario, que no se jacte de su pasado. El presente siempre es peor que el pasado. ¿Por qué? Porque la excitación rusa tiene una propiedad específica: la sustituye la fatiga con rapidez. El hombre, por ardor, apenas se levanta del banco escolar, se echa una carga superior a sus fuerzas, se encarga enseguida de la escuela, del mujík, de la administración racional, de El Heraldo de Europa, pronuncia discursos, escribe al ministro, lucha contra el mal, aplaude el bien, ama no simplemente y no de algún modo, sino con seguridad a las medias azules, las psicópatas, las judías o incluso a las prostitutas, a las que salva, y demás y demás… Pero apenas vivió hasta los 30-35 años, cuando ya empieza a sentir fatiga y aburrimiento. Aún no tiene unos bigotes decentes, pero ya dice con autoridad: “No se case, padrecito… Crea en mi experiencia”. O “¿Qué es en esencia el liberalismo? Hablando entre nosotros, Katkóv10 tenía razón a menudo…” Está listo ya a negar el zémstvo, la administración racional, la ciencia y el amor… Mi Ivánov le dice al doctor (acto 1, esc. 5): “Usted, gentil amigo, terminó el curso sólo el año pasado, aún es joven y vigoroso, y yo tengo treinta y cinco. Yo tengo derecho a aconsejarle…” Tal es el tono de esos hombres prematuramente fatigados. Más adelante, suspirando con autoridad, él aconseja: “No se case usted así o así (vea arriba uno de los extractos), sino elija para sí algo ordinario, grisecito, sin colores vivos, sin sonidos superfluos… En general, construya toda su vida por la plantilla. Mientras más gris y monótono el fondo, mejor… Y la vida a la que yo sobreviví, ¡qué fatigosa …ah, qué fatigosa!”
Al sentir la fatiga física y el aburrimiento, él no entiende qué le sucede y qué sucedió. Aterrándose, le dice al doctor (acto 1, esc. 3) “Usted pues dice, que ella pronto morirá, y yo no siento ni amor, ni lástima, sino una suerte de vacío, de fatiga… Si me echaran una mirada desde un costado, pues eso probablemente será horrible, yo mismo pues no entiendo, qué sucede con mi alma…” Al caer en esa situación, los hombres estrechos e inconscientes, comunmente, le echan toda la culpa al medio, o se apuntan en la plantilla de los hombres superfluos y los hamlets, y se tranquilizan con eso. Ivánov pues, un hombre directo, le declara abiertamente al doctor y al público, que no se entiende a sí mismo: “No entiendo, no entiendo…” Qué él francamente no se entiende a sí mismo, se ve por el monólogo grande del III acto donde él, platicando frente a frente con el público y confesándose ante éste, ¡incluso llora!
El cambio que se produce en él ofende su honradez. Él busca las causas afuera y no las encuentra; empieza a buscar dentro de sí, y encuentra sólo un ambiguo sentimiento de culpa. Es un sentimiento ruso. El hombre ruso –si se le murió alguien en la casa, si se le enfermó, si le debe a alguien o él mismo da en préstamo –siempre se siente culpable. Ivánov comenta de cierta culpa suya todo el tiempo, y el sentimiento de culpa crece en él con cada golpe. En el I acto dice: “Probablemente, yo soy terriblemente culpable, pero mis ideas se me han confundido, mi alma está sujeta a una suerte de pereza, y no tengo fuerzas para entenderme a mí mismo…” En el II acto le dice a Sásha: “Día y noche me remuerde la conciencia, siento que soy profundamente culpable, pero en qué estriba mi culpa, yo no lo entiendo…”
A la fatiga, el aburrimiento y el sentimiento de culpa añada aun un enemigo. Es -la soledad. Si Ivánov fuera un funcionario, un actor, un pope, un profesor, pues se habituaría a su situación. Pero él vive en una hacienda. En un distrito. Las personas –son o borrachos, o jugadores, o tales como el doctor… De ninguno de ellos es asunto sus sentimientos y los cambios en él. Él está solo. Los inviernos largos, las noches largas, el jardín vacío, las habitaciones vacías, el conde gruñón, la esposa enferma… No hay a dónde ir. Por eso lo angustia a cada instante la pregunta: ¿adónde meterse?
Ahora el quinto enemigo. Ivánov está fatigado, no se entiende a sí mismo, pero eso no es asunto de la vida en absoluto. Ésta le presenta sus demandas legales y él, quiera o no quiera, debe resolver las cuestiones. La esposa enferma –una cuestión, el montón de deudas –una cuestión, Sásha se le cuelga al cuello –una cuestión. Cómo resuelve él todas esas cuestiones, se debe ver por el monólogo del III acto y el contenido de los dos últimos actos. Los hombres como Ivánov no resuelven las cuestiones, sino caen bajo su peso. Se pierden, se cruzan de brazos, se ponen nerviosos, se lamentan, hacen tonterías y, al final de todo, tras dar rienda suelta a sus nervios porosos, disolutos, pierden el suelo bajo sus pies, e ingresan a las filas de los “aplastados” e “incomprendidos”.
El desencanto, la apatía, la porosidad nerviosa y la fatiga constituyen un efecto seguro de la excitación excesiva, y esa excitación es propia de nuestra juventud en grado sumo. Tome la literatura. Tome el presente… El socialismo -es una de las formas de la excitación. ¿Dónde está éste? Está en la carta de Tijomírov
11 al zar. Los socialistas se casaron y critican el zémstvo. ¿Dónde está el liberalismo? Hasta Mijailóvskii dice que todas las piezas se mezclaron ahora. ¿Y qué valen todas las aficiones rusas? La guerra fatiga, Bulgaria12 fatiga hasta la ironía, Zukki13 fatiga, la opereta también…
La fatiga (eso lo confirmará también el dr. Bertenson14) se expresa no sólo en la queja o la sensación de aburrimiento. La vida del hombre fatigado no se puede representar así:------ Ésta es muy irregular. Todos los hombres fatigados no pierden la capacidad de excitarse en fortísimo grado, pero por muy no largo tiempo; además, tras cada excitación llega una apatía aun mayor. Eso se puede representar gráficamente así:^^^^^ La caída hacia abajo, como ve, va no cuesta abajo, sino un poco de otra forma. Le declara Sásha su amor. Ivánov grita extasiado: “¡Una vida nueva!”, y a la mañana siguiente cree en esa vida tanto, como en el duende (monólogo del III acto); su esposa lo insulta, él se saca de quicio, se excita y le lanza un insulto cruel. Lo llaman canalla. Si eso no mata su cerebro poroso, pues se excita y se pronuncia una sentencia.
Para no fatigarlo hasta el agotamiento, paso al doctor Lvov15. Es el tipo de hombre honrado, directo, ardiente, pero rectilíneo. Sobre éstos las personas inteligentes dicen: “Es estúpido, pero en él hay un sentimiento honrado”. Todo lo que se parece a la amplitud de visión o la espontaneidad de sentimiento, es extraño a Lvov. Es la plantilla personificada, la tendencia caminante. Cada fenómeno y persona lo mira a través de un marco estrecho, juzga sobre todo de un modo preconcebido. Quien grita: “¡Paso al trabajo honrado!”, por ese reza; y quien no grita eso, ése es un canalla y un terrateniente. No hay medio. Se educó en las novelas de Mijáilov16; en el teatro vio a “los hombres nuevos” en la escena, o sea, a los terratenientes y a los hijos del siglo solamente, dibujados por los nuevos dramaturgos, a “la gente pudiente” (Proporióv, Ojliabióv, Navaríguin17, y demás). Se dio por enterado y se enteró tan bien, que al leer Rúdin18 se pregunta con seguridad: “¿Es un canalla Rúdin o no?” La literatura y la escena lo educaron así, que él se aproxima a toda persona en la vida y en la literatura con esa pregunta… Si él lograra ver su pieza, pues le echaría a usted la culpa, de que no dijo claramente si: ¿son canallas los sres. Kotiélnikov, Sabínin, Adáshev y Matvéev19, o no son canallas? Ésa cuestión para él es importante. Para él es poco, que todos los hombres son pecadores. ¡A él que le sirvan santos y canallas!
Al distrito llegó ya prejuiciado. En todos los mujíks acaudalados vio enseguida terratenientes, y en el incomprensible para él Ivánov –enseguida un canalla. El hombre tiene a la esposa enferma y va a ver a la vecina rica –bueno, ¿acaso no es un canalla? Evidentemente, mata a la esposa para casarse con la rica…
Lvov es honrado, directo, y corta desde el hombro sin compasión del estómago20. Si es necesario, lanzará la bomba bajo la carroza, le dará por el morro al inspector, soltará al canalla. No se detendrá ante nada. Remordimiento de conciencia nunca siente, -¡para eso es “un trabajador honrado”, para castigar a “la fuerza oscura”!
Esos hombres son necesarios y, en su mayoría, simpáticos. Dibujarlos como caricaturas, siquiera en interés de la escena, no es honrado, y además, no conduce a nada. Es verdad, la caricatura es más brusca y por eso más comprensible, pero es mejor no acabar de dibujar que deshonrar…
Ahora sobre las mujeres. ¿Por qué ellas aman? Sárra ama a Ivánov porque él es un hombre bueno, porque es impetuoso, brillante y habla tan apasionadamente como Lvov (acto 1, esc. 7). Ama ella mientras él está excitado y es interesante; y cuando él empieza a nublarse a sus ojos y a perder su fisonomía definida, ella ya no lo entiende, y al final del tercer acto lo expresa directa y bruscamente.
Sásha –es una señorita de novísima formación. Es instruida, inteligente, honrada, y demás. Cuando no hay pescado el langostino es pescado21, y por eso ella distingue al Ivánov de 35 años. Él es mejor que todos. Ella lo conocía cuando era pequeña, y veía de cerca su actividad en aquel entonces, cuando él no estaba aún fatigado. Él es amigo de su padre.
Ella es una hembra, a la que los machos vencen no con la brillantez de sus plumas, ni con su agilidad ni su valentía, sino con sus lamentos, quejidos y fracasos. Es una mujer que ama a los hombres en sus períodos de caída. Apenas Ivánov perdió el ánimo, cuando la señorita está al punto. Ella sólo esperaba eso. ¡Qué me dice, tiene una tarea tan generosa, sagrada! Ella resucitará al caído, lo pondrá sobre sus pies, le dará felicidad… Ama ella no a Ivánov, sino esa tarea. Arganton22 en Daudet dijo: ¡la vida no es una novela! Sásha no sabe eso. Ella no sabe, que el amor para Ivánov constituye sólo una complicación superflua, un golpe demás por la espalda. ¿Y qué pues? Se azota Sásha con Ivánov todo un año y éste, de todos modos, no resucita y cae más y más abajo.
Me duelen los dedos, termino… Si todo lo escrito arriba no está en la pieza, pues de su puesta no se puede ni hablar. Significa, que escribí no lo que quería. Retire la pieza. Yo no quiero predicar la herejía desde la escena. Si el público sale del teatro con la conciencia de que los Ivánovs -son unos canallas, y los doctores Lvovs –unos grandes hombres, pues deberé presentar mi dimisión y arrojar mi pluma al diablo. Con las correcciones y las adiciones no harás nada. Ninguna corrección puede hacer descender a un hombre grande de su pedestal, y ninguna adición es capaz de hacer de un canalla un hombre pecador común. Sásha se puede excluir al final, pero a Ivánov y a Lvov ya no les puedo añadir nada más. No sé. Si añado algo, pues siento que lo estropearé aun más. Crea en mi sentimiento, pues es el del autor.
Me disculpo con Potiójin23 y Yurkóvskii24, pues sólo los molesté en vano. Que me perdonen. Hablando francamente, la puesta de la pieza me seducía no con la gloria, no con Sávina25… Yo contaba con adquirir cerca de mil rublos. Pero es mejor pedir esos mil prestados, que arriesgarme a hacer una estupidez.
¡No me seduzca con el éxito! El éxito para mí, si no muero, está aún en adelante. Le apuesto que tarde o temprano le arrancaré a la dirección 6-7 mil. ¿Quiere apostar?
¡A Kiselióvskii26 por nada lo dejaría interpretar al conde! ¡Mi pieza le ocasionó en Moscú no pocas aflicciones! Andaba por todas partes quejándose de que lo obligaban a interpretar a tal hijo de perra como mi conde. ¿Para qué afligirlo de nuevo?
Dicen con incomodidad: él pues actuó… ¿Por qué sí es cómodo darle Ivánov a Sazónov27 o a Dálmatov28? ¡Si a Ivánov lo interpretaba Davídov29!
¡Eh, pues lo fatigué con esta carta! ¡Shabbath30, basta!
¡Lo felicito por el año nuevo! ¡Hura-a-a-a!
¡Afortunados, van a beber o ya bebieron champagne verdadero, y yo brebaje!
Mi hermana31 está enferma. Dolor de huesos, alta temperatura, le duele la cabeza, y demás. Lo mismo tiene también la cocinera32. Ambas están en cama. Temo que sea tifus.
Perdone, hijito, por la larga, desesperada e importuna carta. Saludo a todos los suyos, y a Anna Ivánovna33 le beso la mano. Que esté saludable.

Suyo, A. Chejov.

Si el público no entiende “el hierro en la sangre”, pues al diablo con éste, o sea, con la sangre en la que no hay hierro.
Leí esta carta. En la característica de Ivánov se encuentra la palabra “ruso” a menudo. No se enoje por eso. Cuando yo escribía la pieza, pues tenía en cuenta sólo lo que es necesario, o sea, sólo a los típicos diablos rusos. Así, la excesiva excitación, el sentimiento de culpa, la fatiga –son puramente rusos. Los alemanes nunca se excitan, y por eso Alemania no conoce ni a los desencantados, ni a los superfluos, ni a los fatigados… La excitación de los franceses se mantiene constante a una misma altura, sin tener ascensos ni descensos súbitos, y por eso el francés, hasta la vejez más decrépita, está normalmente excitado. En otras palabras, los franceses no tienen que gastar sus fuerzas en la excitación excesiva; gastan ellos sus fuerzas de modo inteligente, por eso no conocen la bancarrota.
Se entiende, que en la pieza yo no utilicé tales términos como ruso, excitación, fatiga y demás, con la esperanza absoluta de que el lector y el espectador estarán atentos, y de que no se requerirá para ellos el letrero: “Esto no es melón, sino ciruela”. Yo intenté expresarme con sencillez, no anduve con astucias, y estuve lejos de la sospecha, de que los lectores y los espectadores iban a pescar a mis héroes en la frase, a subrayar las pláticas sobre la dote, y demás.
Yo no supe escribir la pieza. Por supuesto, es una lástima. Ivánov y Lvov me parecen en mi imaginación hombres vivos. Se lo digo a conciencia, francamente, esos hombres nacieron en mi cabeza no de la espuma marina, no de las ideas preconcebidas, no del “intelectualismo”, no casualmente. Ellos son el resultado de la observación y el estudio de la vida. Ellos están en mi cerebro, y yo siento que no mentí ni por un centímetro, y no sutilicé ni por una iota. Si ellos en el papel salieron no vivos y confusos, pues los culpables no son ellos, sino mi incapacidad de trasmitir mis ideas. Significa que me es temprano aún para emprender las piezas.

1Nadiézhda Nikúlina, actriz del teatro Máli de Moscú.
2Correcciones en Tatiana Rpina, pieza de Alexéi Suvórin y Antón Chejov (cada uno escribe una variante).
3Sabínin, personaje de Tatiana Rpina.
4Fiódor Góriev, actor del teatro Máli.
5Alexéi Suvórin escribe antes a Chejov sobre el concepto que tiene el director del personaje Ivánov, al trabajar en la puesta en escena de Ivánov.
6Nikolai Ivánov, miembro del Consejo de Asuntos del campesinado, personaje principal de Ivánov.
7María Sávina, actriz del Teatro Alexandrínski de San Petersburgo.
8Sásha, hija de Liébediev, personaje de Ivánov.
9Sárra Abramson, esposa de Ivánov, personaje de Ivánov.
10Mijaíl Katkóv, publicista, editor-redactor del periódico Noticias moscovitas y de la revista El Heraldo ruso.
11Liév Tijomírov, antiguo miembro de la organización revolucionaria La voluntad popular. Organizador de una serie de atentados contra Alexánder II; emigra al extranjero en 1888 y publica en París el folleto Por qué dejé de ser un revolucionario, donde expresa al zar Alejandro III su “amargo arrepentimiento” y le solicita permiso para regresar a Rusia.
12Ferdinand Coburg
13Virginia Zukki, bailarina italiana de la compañía del teatro Marnskii; desde 1888 actúa a la cabeza de su propia compañía en Moscú y otras ciudades.
14Liév Bertenson, médico de la corte del Zar.
15Evguénii Lvov, joven médico rural, personaje de Ivánov.
16Mijáilov Sheller (de seudónimo “A. Mijáilov”), escritor.
17Proporióv, personaje de Las cadenas; Navaríguin, personaje de Los Arkazánovis, piezas de Alexánder Yúzhin (príncipe “Sumbátov”); Ojlopióv (no Ojliabióv), personaje de El triunfo y de Sin timón ni remo, de Vladímir Tíjonov.
18Rúdin, novela de Iván Turguéniev.
19Kotiélnikov, Sabínin, Adáshev, Matvéev, personajes de Tatiana Rpina.
20Corta desde el hombro sin compasión del estómago (refrán), aproximadamente, cortar por lo sano, sin compasión de sí mismo.
21Cuando no hay pescado el langostino es pescado (refrán), aproximadamente, a falta de pan, buenas son tortas.
22Arganton, personaje de Jack, novela de Alphonse Daudet.
23Alexéi Potjin, dramaturgo, jefe de la sección de repertorio del teatro Alexandrínski.
24Fiódor Fiódorov-Yurkóvskii, director del teatro Alexandrínski, que pone Ivánov.
25María Sávina, actriz del teatro Alexandrínski.
26Iván Kiselióvskii, actor del teatro Alexandrínski.
27Nikolai Sazónov, actor del teatro Alexandrínski.
28Vasílii Dálmatov, actor del teatro Alexandrínski.
29Vladímir Davídov, actor del teatro Alexandrínski.
30Shabbath, sábado, descanso; (expresión popular), para, basta, deja, terminado.
31María Chejova, hermana del autor.
32Olga Gorójova, sirvienta de la familia Chejov.
33Anna Ivánovna, segunda esposa de Alexéi Suvórin.

Imagen: Christian Rohlfs, Berkaer Strasse en invierno, 1888.