Mi tío Piótr Demiánich, un consejero colegiado seco, bilioso, muy parecido a un tímalo ahumado rancio, que tiene un palo clavado, una vez, al disponerse al gimnasio donde enseñaba lengua latina, advirtió, que la cubierta de su sintaxis estaba comida por los ratones.
-Oye, Praskóvia, -dijo entrando a la cocina y dirigiéndose a la cocinera. -¿De dónde salieron los ratones en la casa? Haz el favor, ayer me royeron el cilindro, hoy me arruinaron la sintaxis…¡Así, es posible, van a empezar a comerse la ropa!
-¿Y qué puedo hacer yo pues? ¡Yo no los traje! –respondió Praskóvia.
-¡Hay que hacer algo pues! ¿Si trajeras un gatito, o qué?..
-Hay un gatito, ¿pero para qué sirve?
Y Praskóvia señaló hacia un rincón donde, cerca de la escoba, acurrucado como una rosquilla, dormitaba un gatito blanco, flaco como una astilla.
-¿Por qué no sirve pues? –preguntó Piótr Demiánich.
-Es joven aún, y tonto. Cuenta, aún no tiene ni dos meses.
-Hum… ¡Pues hay que enseñarle! En vez de estar acostado así, sería mejor que aprendiera.
Dicho esto, Piótr Demiánich suspiró abrumado y salió de la cocina. El gatito levantó la cabeza, le echó una mirada con pereza y cerró los ojos de nuevo.
El gatito no dormía y pensaba. ¿En qué? No conociendo la vida real, no teniendo ninguna reserva de impresiones, podía pensar sólo por instinto, y pintarse la vida, solamente, por las imágenes que había recibido por herencia, con la carne y la sangre, de sus procreadores los tigres (véase Darwin). Sus pensamientos tenían un carácter de visiones de ensueño. Su imaginación felina se pintaba algo parecido al desierto Arábigo, por el que andaban unas sombras muy parecidas a Praskóvia, al hornito y a la escoba. Entre las sombras aparecía, de pronto, un platito de leche, al platito le salían unas patitas, empezaba a moverse y a manifestar la intención de huir; el gatito daba un saltito y, paralizado por una voluptuosidad sanguinaria, le clavaba las uñas… Cuando el platito se esfumaba en la neblina, aparecía un pedazo de carne dejado caer por Praskóvia; la carne, con un chillido miedoso, corría a algún lugar, a un costado, pero el gatito daba un saltito y le clavaba las uñas… todo lo que se le aparecía al joven soñador, tenía como punto de partida los saltitos, las uñas y los dientes… El alma ajena es una tiniebla, y la felina tanto más; pero cuánto las escenas recién descritas eran cercanas a la verdad, se veía por el siguiente hecho: entregado a sus visiones de ensueño, el gatito de pronto saltó, miró a Praskóvia con ojos brillantes, erizó la lana y, dando un saltito, clavó sus uñas en la falda de la cocinera. Evidentemente, había nacido cazador de ratones, digno por completo de sus sanguinarios antepasados. El destino lo había predestinado a ser el terror de los sótanos, los almacenes y los graneros, y si no fuera por su educación… Por lo demás, no vamos a adelantarnos.
Al regresar del gimnasio, Piótr Demiánich pasó por la tiendita de abarrotes y compró una ratonera por un altín de cinco. Después de almuerzo, le prendió al ganchito un pedacito de albóndiga y puso la trampa abajo del diván, donde se caían los ejercicios de los alumnos, utilizados por Praskóvia en las necesidades hogareñas. Puntualmente a las seis de la tarde, cuando el honorable latinista estaba sentado a la mesa y corregía los cuadernos de los alumnos, abajo del diván, de pronto, repercutió un “¡jlop!”, y tan ruidoso, que mi tío se estremeció y dejó caer la pluma. Sin demora, fue al diván y sacó la ratonera. Un ratón pequeño y limpiecito, del tamaño de un dedal, olfateaba el alambre y temblaba de miedo.
-¡Ajaá! –farfulló Piótr Demiánich, y le echó una mirada tan maligna al ratón, como si se dispusiera a ponerle una unidad. -¡Caiiíste, caanalla! ¡Espera pues, yo te voy a enseñar cómo comerte la sintaxis!
Tras contemplar a su víctima, Piótr Demiánich puso la ratonera en el suelo y gritó:
-¡Praskóvia, cayó un ratón! ¡Trae pues aquí al gatito!
-¡Ahoora! –respondió Praskóvia, y entró al minuto llevando en sus manos al descendiente de los tigres.
-¡Y excelente! -empezó a farfullar Piótr Demiánich frotándose las manos. –Le vamos a enseñar… Ponlo frente a la ratonera… Pues así… Dale a olfatear y a mirar un poco… Así pues…
El gatito, con asombro, le echó una mirada al tío, a la butaca, olfateó perplejo la ratonera, después, asustado probablemente con la luz brillante de la lámpara y la atención dirigida a él, se escapó y, con horror, corrió hacia la puerta.
-¡Para! –le gritó el tío, agarrándolo por la cola. -¡Para, canalla tal! ¡Se asustó del ratón, imbécil! ¡Mira: es un ratón! ¡Mira pues! ¿Bueno? ¡Mira, te dicen!
Piótr Demiánich agarró al gatito por el cuello y le restregó el hocico en la ratonera.
-¡Mira, infame! Agárralo pues, Praskóvia, y sostenlo… Sostenlo frente a la puertita… Cuando yo suelte al ratón, tú suéltalo al instante… ¿Oyes? ¡Suéltalo al instante! ¿Bueno?
El tio dio a su rostro una expresión misteriosa y levantó la puertita… El ratón salió indeciso, olfateó el aire y voló como una flecha abajo del diván… El gatito soltado levantó la cola y corrió abajo de la mesa.
-¡Se fue! ¡Se fue! –empezó a gritar Piótr Demiánich, poniendo un rostro furioso. -¿Dónde está el miserable? ¿Debajo de la mesa? Espera pues…
El tío sacó el gatito de abajo de la mesa y lo sacudió en el aire…
-Canalla tal… -empezó a farfullar, halándole la oreja. -¡Ahí tienes! ¿Vas a bostezar la próxima vez? Caaanalla…
Al otro día, Praskóvia oyó de nuevo el grito:
-¡Praskóvia, cayó un ratón! ¡Trae pues aquí al gatito!..
El gatito, después de la ofensa de ayer, se había escondido debajo del hornito, y no había salido de ahí en toda la noche. Cuando Praskóvia lo sacó y, tras llevarlo por el cogote al gabinete, lo puso frente a la ratonera, empezó a temblar con todo el cuerpo y a maullar de modo lastimero.
-¡Bueno, déjalo que se acostumbre primero! –comandó Piótr Demiánich. –Deja que mire y olfatee. ¡Mira y aprende! ¡Para, que te mueras! –gritó al advertir cómo el gatito retrocedía de la ratonera. -¡Lo voy a zurrar! ¡Hálale pues la oreja! Así pues… Bueno, ahora ponlo frente a la puertita…
El tío, con lentitud, levantó la puertita… El ratón salió rápido ante las mismas narices del gatito, se golpeó con la mano de Praskóvia y corrió abajo del armario; y el gatito, al sentirse en libertad, dio un saltito frenético y se escondió abajo del diván.
-¡Otro ratón dejó ir! –empezó a vociferar Piótr Demiánich. -¡¿Qué gatito es este pues?! ¡Es una basura, una porquería! ¡A zurrarlo! ¡A zurrarlo junto a la ratonera!
Cuando cayó el tercer ratón, el gatito, ante la vista de la ratonera y de su habitante, empezó a temblar con todo el cuerpo y le arañó la mano a Praskóvia… Después del cuarto ratón, el tío se sacó de quicio, le lanzó una patada al gatito y dijo:
-¡Llévate a esa basura! ¡Que hoy mismo no esté en la casa! ¡Échalo por algún lugar! ¡No sirve ni para el diablo!
Pasó un año. El delgado y endeble gatito se convirtió en un gato respetable y juicioso. Una vez, avanzando por los traspatios, iba a un encuentro amoroso. Estando ya cerca del objetivo, oyó de pronto un susurro y, acto seguido, vio a un ratón, que corría desde la artesa del abrevadero hasta la caballeriza… Mi héroe se erizó, encorvó el espinazo, empezó a gruñir y, tras temblar con todo el cuerpo, emprendió una huída pusilánime.
¡Ay! A veces yo también me siento en la situación ridícula del gato escapado. Semejante al gatito yo, en mi tiempo, tuve el honor de aprender con el tío la lengua latina. Ahora, cuando me toca ver alguna obra de la antigüedad clásica pues, en lugar de extasiarme ávidamente, empiezo a recordar ut consecutivum, los verbos irregulares, el rostro amarillento-grisáceo del tío, el ablativus absolutus… palidezco, los pelos se me ponen de punta y, semejante al gato, emprendo una huída vergonzosa.
Título original: Kto vinovat?, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 51, con la firma “A. Chejonté”.
Imagen: Fritz von Uhde, Una muchacha leyendo con un gato, 1885.
-Oye, Praskóvia, -dijo entrando a la cocina y dirigiéndose a la cocinera. -¿De dónde salieron los ratones en la casa? Haz el favor, ayer me royeron el cilindro, hoy me arruinaron la sintaxis…¡Así, es posible, van a empezar a comerse la ropa!
-¿Y qué puedo hacer yo pues? ¡Yo no los traje! –respondió Praskóvia.
-¡Hay que hacer algo pues! ¿Si trajeras un gatito, o qué?..
-Hay un gatito, ¿pero para qué sirve?
Y Praskóvia señaló hacia un rincón donde, cerca de la escoba, acurrucado como una rosquilla, dormitaba un gatito blanco, flaco como una astilla.
-¿Por qué no sirve pues? –preguntó Piótr Demiánich.
-Es joven aún, y tonto. Cuenta, aún no tiene ni dos meses.
-Hum… ¡Pues hay que enseñarle! En vez de estar acostado así, sería mejor que aprendiera.
Dicho esto, Piótr Demiánich suspiró abrumado y salió de la cocina. El gatito levantó la cabeza, le echó una mirada con pereza y cerró los ojos de nuevo.
El gatito no dormía y pensaba. ¿En qué? No conociendo la vida real, no teniendo ninguna reserva de impresiones, podía pensar sólo por instinto, y pintarse la vida, solamente, por las imágenes que había recibido por herencia, con la carne y la sangre, de sus procreadores los tigres (véase Darwin). Sus pensamientos tenían un carácter de visiones de ensueño. Su imaginación felina se pintaba algo parecido al desierto Arábigo, por el que andaban unas sombras muy parecidas a Praskóvia, al hornito y a la escoba. Entre las sombras aparecía, de pronto, un platito de leche, al platito le salían unas patitas, empezaba a moverse y a manifestar la intención de huir; el gatito daba un saltito y, paralizado por una voluptuosidad sanguinaria, le clavaba las uñas… Cuando el platito se esfumaba en la neblina, aparecía un pedazo de carne dejado caer por Praskóvia; la carne, con un chillido miedoso, corría a algún lugar, a un costado, pero el gatito daba un saltito y le clavaba las uñas… todo lo que se le aparecía al joven soñador, tenía como punto de partida los saltitos, las uñas y los dientes… El alma ajena es una tiniebla, y la felina tanto más; pero cuánto las escenas recién descritas eran cercanas a la verdad, se veía por el siguiente hecho: entregado a sus visiones de ensueño, el gatito de pronto saltó, miró a Praskóvia con ojos brillantes, erizó la lana y, dando un saltito, clavó sus uñas en la falda de la cocinera. Evidentemente, había nacido cazador de ratones, digno por completo de sus sanguinarios antepasados. El destino lo había predestinado a ser el terror de los sótanos, los almacenes y los graneros, y si no fuera por su educación… Por lo demás, no vamos a adelantarnos.
Al regresar del gimnasio, Piótr Demiánich pasó por la tiendita de abarrotes y compró una ratonera por un altín de cinco. Después de almuerzo, le prendió al ganchito un pedacito de albóndiga y puso la trampa abajo del diván, donde se caían los ejercicios de los alumnos, utilizados por Praskóvia en las necesidades hogareñas. Puntualmente a las seis de la tarde, cuando el honorable latinista estaba sentado a la mesa y corregía los cuadernos de los alumnos, abajo del diván, de pronto, repercutió un “¡jlop!”, y tan ruidoso, que mi tío se estremeció y dejó caer la pluma. Sin demora, fue al diván y sacó la ratonera. Un ratón pequeño y limpiecito, del tamaño de un dedal, olfateaba el alambre y temblaba de miedo.
-¡Ajaá! –farfulló Piótr Demiánich, y le echó una mirada tan maligna al ratón, como si se dispusiera a ponerle una unidad. -¡Caiiíste, caanalla! ¡Espera pues, yo te voy a enseñar cómo comerte la sintaxis!
Tras contemplar a su víctima, Piótr Demiánich puso la ratonera en el suelo y gritó:
-¡Praskóvia, cayó un ratón! ¡Trae pues aquí al gatito!
-¡Ahoora! –respondió Praskóvia, y entró al minuto llevando en sus manos al descendiente de los tigres.
-¡Y excelente! -empezó a farfullar Piótr Demiánich frotándose las manos. –Le vamos a enseñar… Ponlo frente a la ratonera… Pues así… Dale a olfatear y a mirar un poco… Así pues…
El gatito, con asombro, le echó una mirada al tío, a la butaca, olfateó perplejo la ratonera, después, asustado probablemente con la luz brillante de la lámpara y la atención dirigida a él, se escapó y, con horror, corrió hacia la puerta.
-¡Para! –le gritó el tío, agarrándolo por la cola. -¡Para, canalla tal! ¡Se asustó del ratón, imbécil! ¡Mira: es un ratón! ¡Mira pues! ¿Bueno? ¡Mira, te dicen!
Piótr Demiánich agarró al gatito por el cuello y le restregó el hocico en la ratonera.
-¡Mira, infame! Agárralo pues, Praskóvia, y sostenlo… Sostenlo frente a la puertita… Cuando yo suelte al ratón, tú suéltalo al instante… ¿Oyes? ¡Suéltalo al instante! ¿Bueno?
El tio dio a su rostro una expresión misteriosa y levantó la puertita… El ratón salió indeciso, olfateó el aire y voló como una flecha abajo del diván… El gatito soltado levantó la cola y corrió abajo de la mesa.
-¡Se fue! ¡Se fue! –empezó a gritar Piótr Demiánich, poniendo un rostro furioso. -¿Dónde está el miserable? ¿Debajo de la mesa? Espera pues…
El tío sacó el gatito de abajo de la mesa y lo sacudió en el aire…
-Canalla tal… -empezó a farfullar, halándole la oreja. -¡Ahí tienes! ¿Vas a bostezar la próxima vez? Caaanalla…
Al otro día, Praskóvia oyó de nuevo el grito:
-¡Praskóvia, cayó un ratón! ¡Trae pues aquí al gatito!..
El gatito, después de la ofensa de ayer, se había escondido debajo del hornito, y no había salido de ahí en toda la noche. Cuando Praskóvia lo sacó y, tras llevarlo por el cogote al gabinete, lo puso frente a la ratonera, empezó a temblar con todo el cuerpo y a maullar de modo lastimero.
-¡Bueno, déjalo que se acostumbre primero! –comandó Piótr Demiánich. –Deja que mire y olfatee. ¡Mira y aprende! ¡Para, que te mueras! –gritó al advertir cómo el gatito retrocedía de la ratonera. -¡Lo voy a zurrar! ¡Hálale pues la oreja! Así pues… Bueno, ahora ponlo frente a la puertita…
El tío, con lentitud, levantó la puertita… El ratón salió rápido ante las mismas narices del gatito, se golpeó con la mano de Praskóvia y corrió abajo del armario; y el gatito, al sentirse en libertad, dio un saltito frenético y se escondió abajo del diván.
-¡Otro ratón dejó ir! –empezó a vociferar Piótr Demiánich. -¡¿Qué gatito es este pues?! ¡Es una basura, una porquería! ¡A zurrarlo! ¡A zurrarlo junto a la ratonera!
Cuando cayó el tercer ratón, el gatito, ante la vista de la ratonera y de su habitante, empezó a temblar con todo el cuerpo y le arañó la mano a Praskóvia… Después del cuarto ratón, el tío se sacó de quicio, le lanzó una patada al gatito y dijo:
-¡Llévate a esa basura! ¡Que hoy mismo no esté en la casa! ¡Échalo por algún lugar! ¡No sirve ni para el diablo!
Pasó un año. El delgado y endeble gatito se convirtió en un gato respetable y juicioso. Una vez, avanzando por los traspatios, iba a un encuentro amoroso. Estando ya cerca del objetivo, oyó de pronto un susurro y, acto seguido, vio a un ratón, que corría desde la artesa del abrevadero hasta la caballeriza… Mi héroe se erizó, encorvó el espinazo, empezó a gruñir y, tras temblar con todo el cuerpo, emprendió una huída pusilánime.
¡Ay! A veces yo también me siento en la situación ridícula del gato escapado. Semejante al gatito yo, en mi tiempo, tuve el honor de aprender con el tío la lengua latina. Ahora, cuando me toca ver alguna obra de la antigüedad clásica pues, en lugar de extasiarme ávidamente, empiezo a recordar ut consecutivum, los verbos irregulares, el rostro amarillento-grisáceo del tío, el ablativus absolutus… palidezco, los pelos se me ponen de punta y, semejante al gato, emprendo una huída vergonzosa.
Título original: Kto vinovat?, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 51, con la firma “A. Chejonté”.
Imagen: Fritz von Uhde, Una muchacha leyendo con un gato, 1885.