lunes, 7 de abril de 2008

Chejov a A.S. Suvórin


Moscú, 27 de octubre de 1888.

Ezhóv1 no es un gorrión2, sino más bien (expresándome en la lengua generosa de los cazadores) un cachorro que aún no se adiestró. Él aún sólo corre y olfatea, se lanza sin discernimiento sobre los pájaros y las ranitas. Determinar su raza y capacidades, por ahora lo dificulto. A su favor hablan fuertemente su juventud, honradez e inocencia en el sentido periodístico moscovita3.
Yo a veces predico la herejía, pero hasta la negación absoluta de las cuestiones en el arte, aún no llegué ni una vez. En las conversaciones con la hermandad de escritores yo siempre insisto, en que no es asunto del artista resolver las cuestiones especiales estrechas. Es malo si el artista se encarga de eso, que no entiende. Para las cuestiones especiales existen entre nosotros los especialistas; su asunto es juzgar sobre la comunidad, los destinos del capital, el perjuicio de la ebriedad, las botas, las enfermedades femeninas... Pero un artista sólo debe juzgar sobre eso que entiende, su círculo es tan limitado como el de cualquier otro especialista, eso yo lo repito y siempre insisto en eso. Que en su esfera no hay preguntas, sino sólo y únicamente respuestas, lo puede decir sólo ese que nunca escribió, y no tuvo asuntos con imágenes. Un artista observa, escoge, adivina, compone, ya sólo esas acciones suponen, en su principio, una pregunta; si desde el mismo principio no se hizo la pregunta, pues no hay nada que adivinar y nada que escoger. Para ser más breve, terminaré con la psiquiatría: si negar en la creación la cuestión y la intención, pues es necesario reconocer que el artista crea sin premeditación, sin intención, bajo la influencia del afecto; por eso, si algún autor se jactara ante mí, de que escribió un relato sin una intención premeditada de antemano, y sólo por inspiración, yo lo llamaría loco.
Al exigir a un artista una actitud consciente hacia el trabajo usted tiene razón, pero mezcla dos conceptos: la solución de la cuestión y el planteamiento correcto de la cuestión. Sólo lo segundo es obligatorio para el artista. En Anna Kariénina4 y en Oniéguin5 no se resuelve ninguna cuestión, pero éstos lo satisfacen por completo sólo, porque todas las cuestiones están planteadas correctamente. El tribunal está obligado a plantear las cuestiones correctamente, y que resuelvan los jurados, cada uno a su gusto.
Ezhóv no creció aún. Otro que recomiendo a su atención, A. Gruzínskii (Lázariev6), es más talentoso, inteligente y robusto.
Acompañé a Alexéi Alexéevich7 con un precepto: acostarse a dormir no más tarde de la medianoche. Pasar las noches en el trabajo y las conversaciones es tan nocivo, como parrandear por las noches. En Moscú él lucía más divertido que en Feodósia; vivíamos amistosamente y según los medios, él me convidaba con óperas, y yo con malos almuerzos.
Mañana en Korsh8 va mi Oso9. Escribí aun otro vodevil, dos papeles masculinos, uno femenino10.
Usted escribe que el héroe de mi Onomástico11 es una figura de la que uno debería ocuparse. Señor, yo pues no soy un cerdo insensible, yo entiendo eso. Yo entiendo que mutilo a mis héroes y los arruino, que un buen material se pierde en mí en vano... Hablando a conciencia, yo gustoso me sentaría con El onomástico medio año. Me gusta sosegarme, y no veo ningún encanto en la publicación precipitada. Yo con gusto, con placer, con sentimiento y disposición describiría a todo mi héroe, describiría su alma durante el parto de su esposa, el juicio a él, su sensación repulsiva tras el veredicto absolutorio, describiría cómo la comadrona y los doctores toman té por la noche, describiría la lluvia... Eso me causaría sólo placer, porque me gusta rebuscar y alborotar. ¿Pero qué puedo hacer? Empiezo un cuento el 10 de septiembre, con la idea de que estoy obligado a terminarlo hacia el 5 de octubre, el plazo límite; si prescribo, pues engaño y me quedaré sin dinero. El principio lo escribo tranquilo, sin cohibirme, pero en el medio ya empiezo a apocarme y a temer, que mi cuento salga largo: yo debo recordar que El Heraldo del norte tiene poco dinero, y que soy uno de los colaboradores caros. Por eso, el principio siempre me sale muy prometedor, como si empezara una novela; el medio es acortado, apocado, y el final, como en un cuento pequeño, es de fuegos artificiales. Por fuerza, al hacer un cuento, te preocupas ante todo de sus límites: del montón de héroes y semihéroes tomas sólo a un personaje -la esposa o el esposo-, pones a ese personaje sobre un fondo y lo dibujas sólo a él, y lo subrayas a él, y a los restantes los esparces por el fondo, como moneda de cambio, y se obtiene algo parecido a la bóveda celestial: una luna grande y a su alrededor un montón de estrellas muy pequeñas. Pero la luna no te sale, porque ésta se puede entender sólo entonces, si se han entendido las otras estrellas, y las estrellas no están acabadas. Y me sale no literatura, sino algo parecido a desnudar a un santo para vestir a otro. ¿Qué hacer? No sé y no sé. Confío en el tiempo que todo lo cura.
Si de nuevo hablar a conciencia, pues yo aún no empecé mi actividad literaria, aunque recibí un premio. En la cabeza se me consumen los sujetos para cinco relatos y dos novelas. Una de las novelas está pensada ya hace tiempo, así que algunos de los personajes ya envejecieron, sin alcanzar a ser escritos. En mi cabeza tengo todo un ejército de personas, que me ruega salir al exterior y espera órdenes. Todo lo que yo escribí hasta ahora, es una tontería en comparación con eso, que quisiera escribir y escribiría con éxtasis. Para mí es indiferente -escribir acaso El onomástico, o Las luces12, o un vodevil, o una carta a un amigo, -todo eso es aburrido, maquinal, indolente, y yo suelo sentir enojo con ese crítico que otorga un significado, por ejemplo, a Las luces, me parece que lo engaño con mis obras, como engaño a muchos con mi cara seria o alegre sin medida... No me gusta que tengo éxito; esos sujetos que tengo en la cabeza, están celosos y enojados con lo ya escrito; es ofensivo que lo baladí ya está hecho, y lo bueno está tirado en el almacén, como basura libresca. Por supuesto, en este lamento mucho está exagerado, mucho sólo me parece, pero hay una porción de verdad, y una porción grande. ¿Qué yo llamo bueno? Esas imágenes que me parecen las mejores, que amo y cuido celosamente, para no gastar o mutilar con Los onomásticos urgentes... Si mi amor se equivoca, pues no tengo razón, ¡pero es posible pues que no se equivoque! Yo soy un imbécil y un hombre autosuficiente o, en realidad, soy un organismo capaz de ser un buen escritor; todo lo que se escribe ahora no me gusta y me provoca aburrimiento, pero todo lo que está en mi cabeza me interesa, conmueve e inquieta, y de eso yo concluyo que todos hacen no eso que es necesario, y que sólo yo conozco el secreto, cómo se debe hacer. Lo más probable de todo, es que todos los que escriben piensen así. Por lo demás, el mismo diablo se rompe la crisma en estas cuestiones...
En la decisión cómo ser y qué hacer, el dinero no ayudará. Unos mil rublos de más no resolverán la cuestión, y cien mil están escritos en el cielo. Además, cuando yo tengo dinero (acaso es por la no costumbre, no sé) me pongo en extremo descuidado y perezoso, entonces el mar me da por la rodilla... Yo necesito soledad y tiempo.
Perdone que ocupo su atención con mi persona. Se me salió de la pluma. Por algo ahora no trabajo.
Gracias por que coloca mis articulitos13. En aras del creador, no ande con ceremonias con éstos: acorte, alargue, cambie de forma, arroje y haga lo que quiera. Le doy a usted, como dice Korsh, carta blanca. Yo estaré contento, si mis artículos no van a ocupar un lugar ajeno.
Lea en el Cien cabezas14 las reglas de correo, sobre el envío de paquetes con dinero. Es Alexéi Alexéevich quien inventa esas reglas. Su sección médica está por debajo de toda crítica, ¡puede trasmitirle esta opinión de un especialista!
Escríbame cómo se llama en latín la enfermedad ocular de Anna Ivánovna15. Yo le escribiré a usted si es serio o no. Si le fue recetado atropina, pues es serio, aunque no incondicional. ¿Y Nástia16 qué tiene? Si piensa curarse en Moscú del aburrimiento, pues en vano: un aburrimiento terrible. Han arrestado a muchos literatos, entre ellos al inmiscuido en todo Góltziev17, autor de La novena sinfonía18. Por uno de ellos gestiona V.S. Mámishev19, que estuvo hoy en casa.
Una reverencia a todos los suyos.

Suyo, A. Chejov.

En mi habitación vuela un mosquito. ¿De dónde salió?
Le agradezco por los llamativos anuncios sobre mis libros.

1Nikolai Ezhóv (de seudónimo “Don Quijote de la Mancha”), escritor y periodista.
2Gorrión, gorrión viejo, perro viejo, toro corrido.
3Alexéi Suvórin se niega a publicar La bofetada, cuento de Nikolai Ezhóv, y escribe a su autor: “Si usted leyera el cuento de Chejov, donde el doctor le pega al enfermero (El disgusto). Vea, cuán simple y legiblemente explica Chejov el estado de ánimo de esos personajes después del suceso escandaloso. El lector dice sí, es correcto, así sucede en la prática... Repito, observe cómo todo es claro en los cuentos de Chejov, y en ustedes, los novísimos debutantes, es oscuro” (N. Ezhóv. Alexéi Serguéevich Suvórin, El Heraldo histórico, 1915, Nº 1, p. 119).
4Anna Kariénina, novela de Liév Tolstoi.
5Eugenio Oniéguin, novela en verso de Alexánder Púshkin.
6Alexánder Lázariev-Gruzínskii, escritor, periodista, poeta.
7Alexéi Alexéevich Suvórin, periodista, redactor jefe del periódico Tiempo nuevo, hijo de Alexéi Suvórin.
8Fiódor Korsh, dramaturgo, traductor, dueño de un teatro en Moscú.
9El oso. Broma en un acto, publicada por primera vez en el periódico Tiempo nuevo, 1888, Nº 4491, con la firma “A.P.”.
10La propuesta. Broma en un acto, publicada por primera vez en la litografía de la Biblioteca teatral, de E.N. Rassójina, M., 1889.
11El onomástico, publicado por primera vez en la revista El heraldo del norte, 1888, Nº 11, con la firma: “Antón Chejov”.
12Las luces, publicado por primera vez en la revista El heraldo del norte, 1888, Nº 6, con la firma: “Antón Chejov”.
13Chejov publica en Tiempo nuevo, en octubre de 1888, el cuento Los hipócritas moscovitas, la necrología N.M. Przheválskii y diversas reseñas teatrales.
14El calendario ilustrado Cien cabezas es editado por los hijos de Alexéi Suvórin.
15Anna Ivánovna Suvórina, segunda esposa de Alexéi Suvórin.
16Anastasia Suvórina, “Nastia”, hija de Alexéi Suvórin con su segunda esposa.
17Víctor Góltziev (de seudónimo “Goltz”), periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso. Es arrestado por aceptar una petición de trabajo de un ilegal escapado del destierro. Después de tres semanas en la prisión Basmánnaya es liberado.
18La novena sinfonía, publicada en El pensamiento ruso (1885, Nº 9).
19Vasílii Mámishev, inspector judicial de Zvienígorod, pariente de Alexéi Suvórin.

Imagen: Isaac Levitan, Autumn. Study, 1890s.