Ocupamos un lugar a la orilla del riachuelo. Enfrente de nosotros descendía, abruptamente, la canela orilla barrosa, y a nuestras espaldas se oscurecía un boscaje extenso. Nos acomodamos bocabajo sobre la hierba joven, suave, las cabezas las apoyamos sobre los puños, y a las piernas les dimos rienda suelta: ponlas donde quieras. Los paletós de primavera nos los quitamos, pero no pagamos dos grívens1 por su cuidado, ya que a nuestro alrededor, gracias a Dios, no había lacayos. El boscaje, el cielo y el campo, hasta la lejanía más profunda, estaban bañados de luz lunar, y en la lejanía un fueguito rojo titilaba sereno. El aire estaba sereno, diáfano, fragante... Todo favorecía al beneficiado. Sólo le restaba no abusar de nuestra paciencia y empezar con rapidez. Pero él no empezó en largo tiempo... En su espera nosotros, de acuerdo al programa, escuchamos a otros intérpretes.
La noche empezó con el canto del cuclillo. Éste, con pereza, rompió a hacer cucú en algún lugar lejano del boscaje, y tras hacerlo unas diez veces, calló. Al instante, sobre nuestras cabezas, con un chillido aguzado, pasaron dos azores. Rompió a cantar luego en contralto el oriol, un cantante conocido, dedicado en serio. Lo escuchamos con gusto, y lo hubiéramos escuchado largo tiempo si no fuera por los grajos, que volaban a pernoctar... En la lejanía apareció una nube negra, que se movió hacia nosotros y, con mal augurio, descendió sobre el boscaje. En largo tiempo no calló esa nube.
Cuando gritaron los grajos croaron las ranas, que viven en los juncos, en locales públicos, y toda una media hora el espacio del concierto estuvo colmado de sonidos diversos, que se fundieron pronto en un sonido. En algún lugar gritó un mirlo soñoliento. Lo acompañaron la perdiz de río y el juncal. Tras esto, vino el entreacto y sobrevino un silencio, rara vez violado por el canto de un grillo, sentado en la hierba junto al público. En el entreacto nuestra paciencia alcanzó su límite: empezamos ya a murmurar sobre el beneficiado. Cuando cayó la noche sobre la tierra, y la luna se detuvo en medio del cielo, sobre el mismo boscaje, le llegó su turno. Apareció sobre un arce joven, revoloteó a un endrino, giró la cola y se quedó inmóvil. Llevaba un saco gris ...en general, ignora al público, y se presenta ante éste con el traje del mujík gorrión. (¡Es una vergüenza joven! ¡No es el público para usted, sino usted para el público!) Unos tres minutos estuvo callado, sin moverse... Pero las copas de los árboles empezaron a susurrar, sopló un vientecito, el grillo cantó más alto y, bajo el acompañamiento de esa orquesta, el beneficiado interpretó su primer trino. Rompió a cantar. No me dispongo a describir ese canto, sólo diré que la misma orquesta calló de emoción y enmudeció, cuando el artista, empinando su pico levemente, rompió a silbar e inundó el boscaje de trinos y repiques... Había fuerza y ternura en su voz... Por lo demás, no empezaré a quitarle el pan a los poetas, que lo escriban ellos. Él cantaba, y alrededor reinaba un silencio imponente. Sólo una vez gruñeron los árboles enojados y siseó el viento, cuando a la lechuza se le ocurrió cantar, deseando opacar al artista...
Cuando el cielo se agrisó, las estrellas se apagaron y la voz del cantor se hizo más débil y tierna, en el lindero del boscaje apareció el cocinero del conde hacendado. Encorvado y llevando en la mano izquierda un gorro, se agazapaba silencioso. En su mano derecha había un cestito. Empezó a aparecer entre los árboles y pronto se esfumó en el boscaje. El cantante cantó un poco más y de pronto calló. Nos dispusimos a marcharnos.
-¡Ahí está, el bribón! –oímos la voz de alguien, y pronto vimos al cocinero. El cocinero del conde caminaba hacia nosotros y, riendo con júbilo, nos enseñaba su puño. De su puño colgaban la cabecita y la cola del recién cazado beneficiado. ¡Pobre artista! ¡Libre Dios a cada uno de semejante cosecha!
-¿Para qué lo atrapó? –le preguntamos al cocinero.
-¡Y para la jaula!
Al encuentro de la mañana, rompió a gritar el rascón de modo lastimero, y empezó a susurrar el boscaje que había perdido al cantor. El cocinero metió al amante del rocío en el cestito y, con júbilo, corrió hacia el pueblo. Nosotros también nos separamos.
1Grívennik (expresión familiar), antigua moneda rusa igual a 10 kópeks.
Título original: Benefis soloviá, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 21, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Isaac Levitan, Bonfire, 1890s.
La noche empezó con el canto del cuclillo. Éste, con pereza, rompió a hacer cucú en algún lugar lejano del boscaje, y tras hacerlo unas diez veces, calló. Al instante, sobre nuestras cabezas, con un chillido aguzado, pasaron dos azores. Rompió a cantar luego en contralto el oriol, un cantante conocido, dedicado en serio. Lo escuchamos con gusto, y lo hubiéramos escuchado largo tiempo si no fuera por los grajos, que volaban a pernoctar... En la lejanía apareció una nube negra, que se movió hacia nosotros y, con mal augurio, descendió sobre el boscaje. En largo tiempo no calló esa nube.
Cuando gritaron los grajos croaron las ranas, que viven en los juncos, en locales públicos, y toda una media hora el espacio del concierto estuvo colmado de sonidos diversos, que se fundieron pronto en un sonido. En algún lugar gritó un mirlo soñoliento. Lo acompañaron la perdiz de río y el juncal. Tras esto, vino el entreacto y sobrevino un silencio, rara vez violado por el canto de un grillo, sentado en la hierba junto al público. En el entreacto nuestra paciencia alcanzó su límite: empezamos ya a murmurar sobre el beneficiado. Cuando cayó la noche sobre la tierra, y la luna se detuvo en medio del cielo, sobre el mismo boscaje, le llegó su turno. Apareció sobre un arce joven, revoloteó a un endrino, giró la cola y se quedó inmóvil. Llevaba un saco gris ...en general, ignora al público, y se presenta ante éste con el traje del mujík gorrión. (¡Es una vergüenza joven! ¡No es el público para usted, sino usted para el público!) Unos tres minutos estuvo callado, sin moverse... Pero las copas de los árboles empezaron a susurrar, sopló un vientecito, el grillo cantó más alto y, bajo el acompañamiento de esa orquesta, el beneficiado interpretó su primer trino. Rompió a cantar. No me dispongo a describir ese canto, sólo diré que la misma orquesta calló de emoción y enmudeció, cuando el artista, empinando su pico levemente, rompió a silbar e inundó el boscaje de trinos y repiques... Había fuerza y ternura en su voz... Por lo demás, no empezaré a quitarle el pan a los poetas, que lo escriban ellos. Él cantaba, y alrededor reinaba un silencio imponente. Sólo una vez gruñeron los árboles enojados y siseó el viento, cuando a la lechuza se le ocurrió cantar, deseando opacar al artista...
Cuando el cielo se agrisó, las estrellas se apagaron y la voz del cantor se hizo más débil y tierna, en el lindero del boscaje apareció el cocinero del conde hacendado. Encorvado y llevando en la mano izquierda un gorro, se agazapaba silencioso. En su mano derecha había un cestito. Empezó a aparecer entre los árboles y pronto se esfumó en el boscaje. El cantante cantó un poco más y de pronto calló. Nos dispusimos a marcharnos.
-¡Ahí está, el bribón! –oímos la voz de alguien, y pronto vimos al cocinero. El cocinero del conde caminaba hacia nosotros y, riendo con júbilo, nos enseñaba su puño. De su puño colgaban la cabecita y la cola del recién cazado beneficiado. ¡Pobre artista! ¡Libre Dios a cada uno de semejante cosecha!
-¿Para qué lo atrapó? –le preguntamos al cocinero.
-¡Y para la jaula!
Al encuentro de la mañana, rompió a gritar el rascón de modo lastimero, y empezó a susurrar el boscaje que había perdido al cantor. El cocinero metió al amante del rocío en el cestito y, con júbilo, corrió hacia el pueblo. Nosotros también nos separamos.
1Grívennik (expresión familiar), antigua moneda rusa igual a 10 kópeks.
Título original: Benefis soloviá, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 21, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Isaac Levitan, Bonfire, 1890s.