miércoles, 2 de abril de 2008

Chejov a A.S. Suvórin


Súmi, 30 de mayo de 1888.


¡Estimado Alexéi Serguéevich!

Respondo a su carta, que recibí recién ayer; el sobre de la carta está roto, arrugado y manchado, a lo que mis dueños y gente de casa otorgaron un denso matiz político1.

Vivo a orillas del Psiol, en la accesoria de una vieja hacienda señorial. Renté una casa de campo en ausencia, a la ventura, y por ahora, aún no me arrepentí de eso. El río es ancho, profundo, abundante en islas, peces y langostinos, las orillas son bonitas, hay mucho verde... Y lo principal, espacioso a tal grado, que me parece que por mis cien rublos obtuve el derecho a vivir en una superficie, a la que no se ve fin. La naturaleza y la vida están cortadas por esa misma plantilla, que ahora envejeció tanto y se desecha en las redacciones: sin hablar ya de los ruiseñores, que cantan día y noche, el ladrido de los perros, que se oye desde la lejanía, de los viejos jardines abandonados, de las haciendas claveteadas, condenadas, muy poéticas y tristes, donde viven las almas de mujeres bonitas; sin hablar ya de los viejos lacayos-siervos, olorosos a incienso, las señoritas, que ansían el amor más de plantilla; no lejos de mí hay, incluso, una plantilla tan recorrida como un molino de agua (de 16 ruedas), con el molinero y su hija, que siempre está sentada junto a la ventana y, por lo visto, espera algo. Todo lo que veo y oigo ahora, me parece hace tiempo conocido por los antiguos relatos y cuentos infantiles. La novedad que me refrescó fue sólo la de un pájaro misterioso -el "toro de agua", que está en algún lugar lejano, en los juncos, y día y noche da un grito parecido, en parte, a un golpe en un barril vacío, en parte, al mugido de una vaca encerrada en un cobertizo. Cada jojól2 vio en su vida a ese pájaro, pero todos lo describen distinto, por lo tanto, nadie lo vio. Hay una novedad de otra clase, pero es extraña y, por lo tanto, no del todo nueva.

Cada día voy en bote al molino, y por las tardes, con los pescadores-maniáticos de la fábrica Jaritoniénko3, me dirijo a la isla a pescar. Las conversaciones suelen ser interesantes. En Trinidad, todos los maniáticos van a pernoctar en las islas y a pescar toda la noche, yo también. Hay tipos excelentes.

Mis dueños resultaron unas personas muy gentiles y hospitalarias. La familia es digna de estudio. Está compuesta de 6 miembros. La madre-vieja4, muy buena, flácida, una mujer harto sufrida; lee a Schopenhauer y va a la acafista5; estudia a conciencia cada Nº de El Heraldo de Europa y de El Heraldo del Norte, y conoce a tales literatos, que yo no he visto ni en sueños; otorga gran significado al hecho, de que en su accesoria vivió alguna vez el pintor Makóvskii6, y ahora vive un joven literato; al conversar con Pleschéev, siente en todo el cuerpo un temblor sagrado, y se alegra a cada instante de que "mereció" ver a un gran poeta.

Su hija mayor7, una mujer-médico -el orgullo de toda la familia y, como la llaman los mujíks, una santa- constituye en sí misma, en verdad, algo extraordinario. Tiene un tumor en el cerebro, por eso está totalmente ciega, sufre de epilepsia y constantes dolores de cabeza. Sabe qué le espera y, estoicamente, con una asombrosa sangre fría, habla de la muerte, que está cerca. Por consultar al público, yo estoy habituado a ver a personas que pronto morirán, y siempre me sentí como que extraño, cuando delante de mí hablaban, sonreían o lloraban las personas, cuya muerte estaba cerca; pero aquí, cuando veo en la terraza a una ciega que se ríe, bromea o escucha como le leen mi En el crepúsculo, ya empieza a parecerme extraño no que la doctorcita morirá, sino que nosotros no sentimos nuestra propia muerte, y escribimos En el crepúsculo como si nunca fuéramos a morir.

La segunda hija8 -es también una mujer-médico, una vieja doncella, callada, tímida, infinitamente buena, que quiere a todos y no es una bella creación. Los enfermos son para ella una verdadera tortura, y es aprensiva con ellos hasta la psicosis. En los concilios siempre no convenimos: yo toco misa ahí, donde ella ve muerte, y duplico las dosis que ella da. Donde la muerte es evidente y necesaria, ahí mi doctorcita se siente en absoluto no como una doctora. Una vez yo recibía con ella a los enfermos, en el punto de enfermería: vino una joven jojlita, con un tumor maligno en las glándulas del cuello y en la nuca. La afección había abarcado tanto lugar, que era impensable ninguna cura. Y por el hecho, de que la mujer ahora no sentía dolor, y dentro de medio año moriría en unos suplicios terribles, la doctorcita la miraba con tal profunda culpa, como si se disculpara por su salud, y se avergonzara de que la medicina era inútil. Ella se dedica con aplicación a la administración, y la entiende en todos sus pormenores. Incluso conoce a los caballos. Cuando, por ejemplo, el encuarte no lleva o empieza a alterarse, ella sabe cómo ayudarlo en la pena, e instruye al cochero. Ama mucho la vida familiar, que le negó el destino y, al parecer, sueña con ésta: cuando en las noches tocan y cantan en la casa grande, ella camina con rapidez y nerviosismo atrás y adelante por la alameda oscura, como un animal encerrado… Yo pienso que nunca hizo mal a nadie, y me parece que nunca fue ni será dichosa ni un solo instante.

La tercera infante9, que terminó el curso en Biestúzhevka, -es una señorita joven, de complexión masculina, fuerte, huesuda, como una brema, musculosa, bronceada, vocinglera... Se ríe a carcajadas así, que se oye a una vérsta… Una jojlomana apasionada. Construyó en su hacienda, por su cuenta, una escuela, y enseña a los jojlítos las fábulas de Krilóv en traducción a la lengua de la Rusia menor. Va a la tumba de Shevchénko10, como las turcas a la Meca. No se corta el cabello, lleva corset y polisón, se dedica a la administración, le gusta cantar y reír a carcajadas, y no renunciará al amor más de plantilla, aunque leyó El capital de Marx; pero a duras penas se case, ya que no es bonita.

El hijo mayor11 -es un joven callado, modesto, inteligente, sin talento y trabajador, sin pretensiones y, por lo visto, satisfecho con lo que le dio la vida. Fue expulsado del 4º curso de la universidad, de lo que no se jacta. Habla poco. Ama la administración y la tierra, con los jojóles vive de acuerdo.

El segundo hijo12 -es un joven, tocado con que Chaikóvskii es un genio. Es pianista. Sueña con una vida a lo Tolstoi.

Aquí tiene una breve descripción del público, a cuyo alrededor vivo ahora. En lo que respecta a los jojóles, pues las mujeres me recuerdan a la Zankoviétzkaya13, y todos los hombres -a Panás Sadóvskii14. Suele haber muchas visitas.

Me visita A.N. Pleschéev. Todos lo miran como a un semidiós, consideran una dicha si honra con su atención la leche cuajada de alguien; le obsequian bouquetes, lo invitan a todas partes, y demás. En particular, lo corteja la señorita Vata15, una estudiante de instituto de Poltáva, que visita a los dueños. Y él "escucha y come16", y fuma sus puros, con los que a sus admiradoras les duele la cabeza. Es torpe de movimientos y perezoso como un anciano, pero eso no le impide al bello sexo pasearlo en los botes, llevarlo a las haciendas vecinas y cantarle romanzas. Aquí representa en sí, lo mismo que en Petersburgo, o sea, un ícono, al que rezan por que es viejo y estuvo colgado alguna vez junto a íconos milagrosos. Yo, personalmente, además de que es un hombre muy bueno, cálido y sincero, veo en él un vaso lleno de tradiciones, recuerdos interesantes y buenos lugares comunes.

Escribí y ya envié al Tiempo nuevo un cuento17.

Eso que escribe usted de Los fuegos es totalmente justo. Nikolai y Másha18 pasan como un hilo rojo por Los fuegos pero, ¿qué hacer? Por la no costumbre de escribir extenso yo soy aprensivo; cuando escribo, cada vez me asusta la idea de que mi relato es largo y fuera de rango, e intento escribir lo más corto posible. El final del ingeniero con Kísochka19 me parecía un detalle no importante, un relato invasor, y por eso lo excluí, tras cambiarlo a la fuerza por el de Nikolai y Másha.

Usted escribe que ni la conversación sobre el pesimismo, ni el relato de Kísochka no adelantan y no resuelven en nada la cuestión del pesimismo. Me parece que no los literatos deben resolver tales cuestiones como Dios, el pesimismo, y demás. El asunto del literato es representar sólo quiénes, cómo y en qué circunstancias hablaron o pensaron en Dios o el pesimismo. Un artista no debe ser juez de sus personajes ni de lo que éstos hablan, sino sólo un testigo imparcial. Yo oí una conversación desordenada, que no resuelve nada, entre dos hombres rusos sobre el pesimismo, y debo trasmitir esa conversación de la misma forma en que la oí, y la valoración la harán los jurados, o sea, los lectores. Mi asunto está sólo en ser talentoso, o sea, en saber distinguir las muestras importantes de las no importantes, en saber recrear las figuras y hablar en su lenguaje. Scheglóv-Leóntiev me hecha la culpa, de que yo terminé un cuento con la frase: "¡No entiendes nada en este mundo!” En su opinión, un artista-psicólogo debe entender, pues para eso es psicólogo. Pero yo no estoy de acuerdo con él. Ya es hora de que la gente que escribe, sobre todo los artistas, reconozca que en este mundo no se entiende nada, como reconoció alguna vez Sócrates20 y como reconoció Voltaire21. El vulgo piensa que lo sabe todo y lo entiende todo, y mientras más estúpido es, más amplio le parece su horizonte. Si un artista, a quien el vulgo cree, se decidiera a declarar que no entiende nada de lo que ve, pues ya eso solo sería un gran conocimiento en la esfera del pensamiento, y un gran paso adelante.

En lo que respecta a su pieza22, pues en vano la denigra. Sus defectos no están en que a usted no le alcanzó talento y poder de observación, sino en el carácter de su capacidad creativa. Usted se inclina más a la creación rigurosa, en la que lo educó la lectura frecuente de los modelos clásicos y su amor a éstos. Imagine que su Tatiana está escrita en verso, y verá entonces que sus defectos adquieren otra fisonomía. Si ésta estuviera escrita en verso, pues nadie advertiría que todos los personajes hablan en un mismo lenguaje, nadie le reprocharía a sus héroes que éstos no hablan, sino filosofan y folletinean; -todo eso, en la forma versificada, clásica, se funde con el fondo general, como el humo con el aire, -y no sería notable la ausencia del lenguaje trivial, y de los movimientos triviales, menudos que deben abundar en los dramas y las comedias modernas, y que en su Tatiana no hay en absoluto. Déle a sus héroes apellidos latinos, vístalos de toga, y resultará lo mismo... Los defectos de su pieza son incorregibles, porque son orgánicos. Consuélese con que éstos, en usted, son producto de sus cualidades positivas, y con que si le regalara esos defectos suyos a otros dramaturgos, por ejemplo a Krilóv o a Tíjonov, pues las piezas de éstos se harían más interesantes, e inteligentes.

Ahora sobre el futuro. A finales de junio o principios de julio iré a Kíev, de ahí por el Dniéper hacia abajo a Ekaterinosláv, después a Alexándrovsk, y así hasta el Mar negro. Estaré en Feodósia. Si en realidad irá a Constantinopla pues, ¿acaso no puedo ir con usted? Visitaríamos la isla de Paísii23, quien nos demostrará que la doctrina de Tolstoi viene del diablo. Todo junio voy a escribir y por eso, según todas las probabilidades, el dinero me alcanzará para el camino. De Crimea iré a Póti, de Póti a Tibilísi, de Tibilísi al Don, del Don al Psiol... En Crimea empezaré a escribir una pieza lírica24.

¡Qué carta, no obstante, le escribí! Hay que terminar. Reverencie a Anna Ivánovna, Nástia y Bória. Alexéi Nikoláevich le manda un saludo. Hoy está un poco enfermo: le es penoso respirar, y el pulso le cojea, como a Léikin. Lo voy a curar. Adiós, que esté saludable y Dios le dé todo lo bueno.

Sinceramente devoto


A. P. Chejov.

1La familia Lintvarióv, de inclinación liberal, es vigilada por la policía secreta.
2
Jojól (expresión familiar, anticuada, jocosa), ucraniano.
3
I.G. Jaritoniénko, dueño de una fábrica en el distrito Súmskii.
4
Alexándra Lintvarióva, terrateniente, dueña de la hacienda El recodo junto a ciudad Súmi, gobierno Járkovskii.
5
Acafista, himno a la virgen María, madre de Dios, que se canta de pie, en la iglesia ortodoxa.
6
Vladímir Makóvskii, pintor, del movimiento de los “ambulantes”.
7
Zinaída Lintvarióva, médico, hija de Alexándra Lintvarióva.
8
Elena Lintvarióva, médico, hija de Alexándra Lintvarióva.
9
Natalia Lintvarióva, maestra, hija de Alexándra Lintvarióva.
10
Tarás Shevchénko, poeta y pintor ucraniano, fundador de la literatura moderna ucraniana.
11
Pável Lintvarióv, activista rural, hijo de Alexándra Lintvarióva.
12
Georgii Lintvarióv (“George”), pianista, hijo de Alexándra Lintvarióva.
13
María Zankoviétzkaya, actriz ucraniana.
14
Panás Sadóvskii (Tobiliévich), actor ucraniano.
15
Valentina Ivánova (“Vata”), sobrina de Alexándra Lintvarióva.
16
"Escucha y come", de El gato y el cocinero, fábula de Iván Krilóv.
17
Pequeñez mundana, primera variante de El disgusto.
18
Nikolai y Másha, personajes secundarios de Los fuegos, publicado por primera vez en el periódico El Heraldo del norte, 1888, Nº 6, con la firma: "Antón Chejov".
19
Kísochka, personaje de Los fuegos.
20
Se refiere a la famosa máxima de Sócrates: “Yo sólo sé que no sé nada".
21
Se refiere a la famosa máxima de Voltaire:
22
Tatiana Riépina. El argumento de la pieza está basado en el trágico destino de la actriz E.P. Kádmina quien, conmocionada por la traición de su prometido, se envenena en la escena y muere a los pocos días. Este acontecimiento es recreado también por Iván Turguéniev en Después de la muerte (Clara Milich), y por Alexánder Kuprín en El último debut, y en otras obras de la época.
23
El monje Paísii, posteriormente archimandrita de Taganróg, suele decir que “todo viene del diablo”.
24
Chejov concibe la pieza El silvano.

Imagen: Isaac Levitan, The Lake, XIX.