lunes, 14 de abril de 2008

Caballeros sin miedo ni reproche

En la estación Razbéisia, en los locales del sr. jefe de estación, sesionaba una gran partida. Había ahí jefes de estación, jefes de sección, de almacenes, de depósitos y demás, retirados y no retirados, viejos y jóvenes. Entre las levitas de los uniformes ferroviarios se divisaban los colores de las modes et robes1 femeninas, se hallaban morritos infantiles... La partida tomaba té, jugaba a las cartas, tocaba música y se deleitaba con la plática. Hablaban de los casos ocurridos, casualmente, en una u otra línea. Fue contado mucho, no lo escribes todo. Un sr. Ukusílov habló dos horas... ¡Dígnense pues a escribir! Seré, como de costumbre, breve.
-¡Tres vagones se estrellaron! –terminó su discurso de dos horas el sr. Ukusílov. –Dos muertos, cinco heridos, y lo mejor de todo es que, del pícaro: no oficial, o sea... Je-je, nosotros... De un artel2 hubo seis heridos... Los llamo... “¡Hay!.. ¡Pero hay alguien! ¡Pero a alguien!.. ¡Di que te golpeaste!” A dos soldados se les dio de a tres, para el apaciguamiento: ¡cállate y no te extiendas! Precauciones se tomaron muchas, y entre tanto, no se arregló sin daño. Me espantaron del puesto, y me amenazaron con el juicio. Tú pues estabas dormido, me dijeron, y no entregaste los telegramas. El jefe de estación, resulta, que no puede dormir... Una gente sin vergüenza... Por unas tonterías, a un hombre de familia, lo privaron del puesto. En uno de los vagones, al jefe de circulación, de su hacienda, le llevaban unos cangrejos frescos, y en el alboroto los perdieron. El jefe soñaba con comer cangrejos a la bordelais esa noche. De educación tierna... Y si no fuera por esos malditos cangrejos, no me hubiera caído a mí en la estación el sumario, y no hubiera perdido el puesto...
-¿Usted ahora está sin puesto? –preguntó una papisa de la aldea vecina. (Ésta había venido a la estación a pedir “por relación”, para su mamásha, un viaje gratis a casa de su tía.)
-¡Cuál! A la semana yo ya servía en otra vía, aunque había ido a juicio.
-Y miren... un caso también –empezó el sr. Gartzunóv, sirviéndose vodka. –Ustedes, por supuesto, conocen a Iván Mijáilich, el que iba de conductor jefe. ¡Una bestia, les diré! Un hombre honrado, generoso, pero un canalla en su género, un andariego... O sea, no un canalla, sino más o menos... un genio en su género, un halcón... Llega él una vez a Árbol vivo con el tren... Con el de mercancías iba. A los de pasajeros no lo promovían, porque no podía ver a las mujeres tranquilo: le daba un desmayo. Viene con el tren... Y para ese entonces, en la plataforma, había unos treinta segadores. Tiempo laboral, ¿saben?, de verano...
“¿A dónde van, segadores? –les pregunta. –Vamos, les dice, los llevo en el tren de mercancías, hasta la próxima estación. Un gríviennik3 les cobro por persona, solamente...
-A éstos les viene a la mano, por supuesto, sólo eso les hace falta. Recibió Iván Mijáilich de cada uno un gríviennik, y los encerró a todos en el vagón de servicio. Partieron nuestros segadores... Con el entusiasmo empezaron a cantar una canción. ¡Una diver-sión! Para ese entonces, yo iba en el vagón, quería alcanzar al bautizo, donde Iliá pues, Petróvich... A su Óliechka bautizaban...
“-¿Para qué usted, le digo, Iván Mijáilich, los metió? ¡Pues en la estación está el inspector!
“-¿Pero esos?”
“-Ahora, a morirse...”
-Iván Mijáilich se quedó pensando... Es sabido, no quería confundirse. Eso no es nada pues, ¿saben?, todos llevan de gratis, y de todos es perfectamente sabido, pero como que es incómodo, ¿saben?.. Y además, los inspectores son distintos... Un diablo así te toca, que no te alegras de por vida... ¡Sucede! Por maldad denuncian más, o quieren destacarse ante la jefatura...
“-Al tren no lo paras –dice Iván Mijáilich, -y apearlos, diablos, hace falta... ¿Cómo hacer?”
-Y ahí aún nos topamos con un tren, con tres faroles en el vagón de servicio. Ellos, los conductores, tienen una señal así: si en el vagón de servicio hay tres faroles, supongamos, dos banderas o alguna otra cosa convenida, pues en la estación, entonces, está el inspector. Mis palabras se confirmaron. Iván Mijáilich pensó y la inventó. ¡Una diver-sión! Abrió la puerta del vagón, agarró a los señores segadores por el cuello, y a todo correr, ¡en marcha! ¡Salta! Saltaban los segadores... Je-je-je... Caían como gavillas.
“-¡Salta! –gritaba. -¡Salta adelante, y no te pasa nada! ¡Salta, tal, más cual! ¡Demonio, diablo!”
-Nosotros mirábamos y nos moríamos de risa... Todos saltaron. Uno solo se rompió la pierna, y los restantes, todos favorables. Así se perdieron sus grívienniks... Je-je-je... A la semana, de algún modo, se enteraron del escándalo, sacaron de algún lugar al segador con la pierna rota... Lo delató alguien, qué diablos... La maldad de la gente... Al segador le dieron cinco rublos, y a Iván Mijáilich fuera del puesto... Je-je...
-¿Y él está sin puesto ahora?
-A la ópera, oí, ingresa. Un barítono tiene, glorioso. Pasaba que iba en el tren, se emborrachaba, y dale a cantar. ¡Las fieras escuchaban, los pájaros lloraban! Un hombre talentoso, ni qué decir...

1Modes et robes, modas y ropas.
2Artél, cooperativa agrícola.
3Gríviennik (expresión familiar), antigua moneda rusa de 10 kópeks.

Título original: Ritzari biez straja i uprioka, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 14, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Aureliano de Beruete, Tren en la noche, 1891.