Un hombre de nariz azulada se acercó a la campana y llamó sin ganas. El público, hasta entonces tranquilo, empezó a corretear intranquilo, a agitarse... Por la plataforma traquetearon las carretillas con los equipajes. Sobre los vagones, con alboroto, empezaron a tender la cuerda... La locomotora silbó y se acercó rodando a los vagones. La acoplaron. Alguien agitado, en algún lugar, rompió una botella... Se oyeron adioses, sollozos ruidosos, voces femeninas...
Cerca de uno de los vagones de segunda clase estaban parados un joven y una muchacha. Ambos se despedían y lloraban.
-¡Adiós, mi encanto! –decía el joven, besando a la señorita en su cabeza rubia. -¡Adiós! ¡Yo soy tan infeliz! ¡Tú me dejas por toda una semana! ¡Para un corazón amante, eso es toda una eternidad! A-diós... Seca tus lágrimas... No llores...
De los ojos de la muchacha brotaron las lágrimas, una lágrima cayó en el labio del joven.
-¡Adiós, Vária! Reverencia a todos... ¡Ah, sí! A propósito... Si vez allá a Mrákov, pues dale estos... estos... No llores, almita... Dale a él estos veinticinco rublos...
El joven sacó un cuarto del bolsillo y se lo dio a Vária.
-Tómate el trabajo de dárselos... Yo le debo a él... ¡Ah, qué penoso!
-No llores, Pétia. El sábado yo, seguro... vendré... Y tú no me olvides...
La rubia cabeza se reclinó sobre el pecho de Pétia.
-¿A ti? ¡¿A ti olvidarte?! ¿Acaso es posible?
Tocó la segunda llamada. Pétia estrechó entre sus brazos a Vária, parpadeó y empezó a sollozar, como un chiquillo. Vária se colgó de su cuello y empezó a gimotear. Entraron al vagón.
-¡Adiós! ¡Querida! ¡Encanto! ¡Dentro de una semana!
El joven, por última vez, besó a Varia y salió del vagón. Se paró junto a la ventana y sacó un pañuelo del bolsillo, para empezar a agitarlo... Vária clavó sus ojos húmedos en su rostro...
-¡Entren al vagón! –ordenó el conductor. ¡Tercera llamada! ¡Lees ruego!
Tocó la tercera llamada. Pétia agitó el pañuelo. Pero de pronto su rostro se alargó... Se pegó en la frente y, como un loco, entró corriendo al vagón.
-¡Vária! –dijo sofocado. –Yo te di veinticinco rublos para Mrákov... Palomita... ¡¡Dame un recibo!! ¡Pronto! ¡Un recibo, querida! ¿Y cómo lo olvidé?
-¡Es tarde, Pétia! ¡Ah! ¡El tren arrancó!
El tren arrancó. El joven saltó del vagón, empezó a llorar con amargura y agitó el pañuelo.
-¡Envía el recibo siquiera por correo! –le gritó a la rubia cabeza que le asentía.
“¡Pero qué imbécil soy!” –pensó él, cuando el tren se perdió de vista. -¡Doy dinero sin recibo! ¿Ah? ¡Qué equivocación, chiquillada! (Suspiro.) A la estación, debe ser, se acerca ahora... ¡Palomita!”
Título original: Zhenij, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 10, con la firma: “A. Chejonté”.
Cerca de uno de los vagones de segunda clase estaban parados un joven y una muchacha. Ambos se despedían y lloraban.
-¡Adiós, mi encanto! –decía el joven, besando a la señorita en su cabeza rubia. -¡Adiós! ¡Yo soy tan infeliz! ¡Tú me dejas por toda una semana! ¡Para un corazón amante, eso es toda una eternidad! A-diós... Seca tus lágrimas... No llores...
De los ojos de la muchacha brotaron las lágrimas, una lágrima cayó en el labio del joven.
-¡Adiós, Vária! Reverencia a todos... ¡Ah, sí! A propósito... Si vez allá a Mrákov, pues dale estos... estos... No llores, almita... Dale a él estos veinticinco rublos...
El joven sacó un cuarto del bolsillo y se lo dio a Vária.
-Tómate el trabajo de dárselos... Yo le debo a él... ¡Ah, qué penoso!
-No llores, Pétia. El sábado yo, seguro... vendré... Y tú no me olvides...
La rubia cabeza se reclinó sobre el pecho de Pétia.
-¿A ti? ¡¿A ti olvidarte?! ¿Acaso es posible?
Tocó la segunda llamada. Pétia estrechó entre sus brazos a Vária, parpadeó y empezó a sollozar, como un chiquillo. Vária se colgó de su cuello y empezó a gimotear. Entraron al vagón.
-¡Adiós! ¡Querida! ¡Encanto! ¡Dentro de una semana!
El joven, por última vez, besó a Varia y salió del vagón. Se paró junto a la ventana y sacó un pañuelo del bolsillo, para empezar a agitarlo... Vária clavó sus ojos húmedos en su rostro...
-¡Entren al vagón! –ordenó el conductor. ¡Tercera llamada! ¡Lees ruego!
Tocó la tercera llamada. Pétia agitó el pañuelo. Pero de pronto su rostro se alargó... Se pegó en la frente y, como un loco, entró corriendo al vagón.
-¡Vária! –dijo sofocado. –Yo te di veinticinco rublos para Mrákov... Palomita... ¡¡Dame un recibo!! ¡Pronto! ¡Un recibo, querida! ¿Y cómo lo olvidé?
-¡Es tarde, Pétia! ¡Ah! ¡El tren arrancó!
El tren arrancó. El joven saltó del vagón, empezó a llorar con amargura y agitó el pañuelo.
-¡Envía el recibo siquiera por correo! –le gritó a la rubia cabeza que le asentía.
“¡Pero qué imbécil soy!” –pensó él, cuando el tren se perdió de vista. -¡Doy dinero sin recibo! ¿Ah? ¡Qué equivocación, chiquillada! (Suspiro.) A la estación, debe ser, se acerca ahora... ¡Palomita!”
Título original: Zhenij, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 10, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Claude Monet, Gare de Saint-Lazare.