miércoles, 21 de noviembre de 2007

El esclavo retirado


-Nuestro riachuelo se enroscaba como una serpiente, como en zig-zag… Corría por el campo en curvas, con unas verticulaciones1 así, como quebrado… Cuando pasaba que trepabas a la montaña y mirabas abajo, pues se veía todo como en la palma de la mano. Por el día era como un espejo, y por la noche se volvía de azogue. En la orilla había un junco, que miraba al agua... ¡Una belleza! Allí un junco, allá un mimbre y allá un sauce...
Así describía Nikífor Filimónich, sentado a una mesita de la taberna y tragando vino. Hablaba con afición, con fervor… Su rostro arrugado, afeitado, y su cuello rojizo se estremecían y contraían en un espasmo, cada vez que subrayaba en su cuento algún lugar particularmente poético. Lo escuchaba una bonita asistenta de dieciséis años, Tania. Posando el pecho sobre el mostrador y apoyando la cabeza sobre los puños ésta, admirándose, palideciendo y sin parpadear, captaba cada palabra con éxtasis.
Nikífor Filimónich visitaba cada noche la taberna y platicaba con Tania. La quería por su orfandad y dulzura callada, que inundaba todo su rostro pálido, de ojos vivos. Y a quien él quería, a ese le revelaba todos los secretos de su pasado. Empezaba la plática, comúnmente, por el mismo principio, por la descripción de la naturaleza. De la naturaleza pasaba a la caza, de la caza a la personalidad del finado señor, el príncipe Svintzóv.
-¡Un hombre notable era! –contaba del príncipe. –Era famoso no tanto por la riqueza y la amplitud de las tierras, como por el carácter. Era un donjuán.
-¿Y qué significa un donjuán?
-Eso significa, que para el sexo femenino era un gran donjuán. Amaba a su prójimo. Toda su fortuna en el sexo femenino la derrochó. Sí… Y cuando vivíamos en Moscú, en nuestro grandhotel, casi todo el piso superior vivía a cuenta nuestra. En Petersburgo, con la baronesa von Taussig, teníamos grandes relaciones, y tuvimos hijitos. La baronesa esa, una noche, toda su fortuna la perdió al stoss2, y quería levantarse la mano, y el príncipe no la dejó terminar con su vida. Era bonita, así joven… Un año estuvo enredada con él, y se murió… ¡Y cómo lo querían las mujeres, Tániechka! ¡Cómo lo querían! ¡No podían vivir sin él!
-¿Era bonito?
-¿Cuál?.. Viejo era, no bonito… Y usted pues, Tániechka, le hubiera gustado… A él le gustaban así, delgaditas, paliditas... No se confunda. ¿Para qué confundirse? No he mentido yo por los siglos de los siglos, y no miento ahora…
Después Nikífor Filimónich la emprendía con la descripción de los carruajes, los caballos, los ropajes… De todo eso era un conocedor. Después empezaba a enumerar los vinos.
-Y hay tales vinos, que vale un cuarto la botella. Te tomas una copita, y en el estómago se te hace como si te murieras de contento.
A Tania, más que todo, le gustaba la descripción de las noches de luna calladas… En verano, una orgía de verde ruidosa, entre las flores; y en invierno, en los trineos con una manta cálida, en los trineos que vuelan como rayos.
-Vuelan los trineos, y a usted le parece que la luna corre… ¡Una maravilla!
Largo tiempo contó de esa manera Nikífor Filimónich. Terminó cuando el chiquillo apagó el farol sobre la puerta y entró a la taberna el letrero de la fachada.
Una noche de invierno, Nikífor Filimónich yacía borracho junto a una valla y se resfrió. Lo llevaron a un hospital. Tras darse de alta del hospital al mes, ya no encontró en la taberna a su escucha. Ésta había desaparecido.
Al año y medio iba Nikífor Filimónich en Moscú por la Tvierdskáya3, y vendía un paletó de verano usado. Se encontró con su preferida, Tania. Ésta, candente, rozagante, con un sombrero de alas frenéticamente dobladas, iba de la mano de cierto señor con un cilindro y, ruidosamente, se reía a carcajadas de algo… El viejo le echó una mirada, la reconoció, la siguió con los ojos y, con lentitud, se quitó el gorro. Por su rostro corrió la ternura, en sus ojos brilló una lágrima.
-Bueno, Dios le dé… -murmuró. –Ella es buena.
Y, tras ponerse el gorro, callado, se echó a reír.

1Verticulaciones, palabra absurda.
2Stoss, juego de azar alemán.
3Tvierskáya, célebre avenida de Moscú.

Título original: Otstavnoi rab, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 37, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ilya Repin, A Shy Peasant, 1877.