jueves, 15 de noviembre de 2007

Los disfrazados


Anochecer. Por la calle va una multitud abigarrada, compuesta de zamarras y chaquetas borrachas. Risa, vocerío y bailoteo. Delante de la multitud brinca un soldado pequeño, con un capote viejo y el gorro ladeado.
Al encuentro de la multitud va un “suboficial”.
-¿Y tú por qué no me rindes honores? –se abalanza el suboficial sobre el soldado pequeño. -¿Ah? ¿Por qué? ¡Espera! ¿Cuál tú, este? ¿Para qué?
-¡Queridito, pero si estamos disfrazados! –dice con voz de mujercita el soldadito, y la multitud, junto al suboficial, estalla en una risa ruidosa...

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En el palco está sentada una señora bonita, rolliza; precisar sus años es difícil, pero aún es joven, y por largo tiempo aún va a ser joven... Está vestida lujosamente. En sus manos blancas tiene brazaletes macizos, en el pecho un broche de brillantes. A su lado yace una pelliza de miles. En el corredor la espera su lacayo con galones, y en la calle una pareja de caballos moros y un trineo con una manta de oso... El rostro saciado, bonito y la situación dicen: “Yo soy feliz y rica”. ¡Pero no crea, lector!
“Yo soy una disfrazada –piensa ella. –Mañana o pasado mañana el barón se entenderá con Nadine, y me quitará todo esto...”

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A la mesa de cartas está sentado un gordiflón de frac, con una barbilla de tres pisos y unas manos blancas. Cerca de sus manos hay un montón de dinero. Él pierde, pero no se desanima. Al contrario, sonríe. A él pues nada le cuesta perder un millar, otro. En el comedor varios sirvientes le preparan ostras, champagne y faisanes. A él le gusta cenar bien. Después de la cena irá en la carroza a verla a ella. Ella lo espera. ¿No es verdad que él vive bien? ¡Él es feliz! ¡Pero miren qué tontería se remueve en su grasoso cerebro!
“Yo soy un disfrazado. ¡Llegará la inspección, y todos se enterarán de que yo soy sólo un disfrazado!..”

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En el juicio el abogado defiende a la acusada... Ésta es una mujer bonita, con un rostro triste hasta lo imposible, ¡es inocente! ¡Dios ve que ella es inocente! Los ojos del abogado brillan, sus mejillas arden, en su voz se oyen lágrimas... ¡Él sufre por la acusada, y si la condenan, él morirá de pena!.. El público lo escucha, se queda pasmado de placer y teme que termine. “Es un poeta” –murmuran los oyentes. ¡Pero él solo se disfrazó de poeta!
“Si el querellante me diera cien más, yo la encerraría! –piensa él. –¡En el papel de acusador, yo sería más efectivo!”

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Por el pueblo va un pequeño mujík borracho, canta y gañe con el acordeón. En su rostro hay una ternura borracha. Él suelta risillas y bailotea. Él vive contento, ¿no es verdad? No, es un disfrazado.
“Quisiera jamar” –piensa.

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El joven profesor-médico lee una conferencia de introducción. Asegura que no hay mayor felicidad que servir a la ciencia. “¡La ciencia lo es todo –dice-, es la vida!” Y le creen... Pero lo llamarían un disfrazado, si oyeran lo que dijo a su esposa después de la conferencia. Él le dijo:
-Ahora yo, mátushka, soy un profesor. El profesor tiene diez veces más práctica que el médico ordinario. Ahora yo calculo veinticinco mil al año.

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Seis entradas, miles de luces, la multitud, los gendarmes, las señoritas. Es el teatro. Sobre sus puertas, como en el Ermitage de Lientóvskii1, está escrito: “Sátira y moral”. Aquí pagan buen dinero, escriben largas reseñas, aplauden mucho y rara vez abuchean... ¡Un templo!
Pero este templo está disfrazado. Si ustedes quitan la “Sátira y moral”, pues no les será difícil leer “Cancán y burla”2.

1Mijaíl Lientóvskii, actor, director y empresario de grupo teatral.
2En su folletín Las moscas, de El rumor mundano, Alexéi Pleschéev refiere: “Sobre la misma escena del teatro bufo, en el arco que corona el pórtico, se divisan escritas, en inmensísimas letras, las palabras ‘¡Sátira y moral!’ Eso sobre una escena, donde se interpreta el cancán en todos sus modos y manifestaciones” (1882, Nº 30).

Título original: Riazhenie, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1883, Nº 2, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Pierre-Auguste Renoir, La Loge, 1874.