Por la mañana, cuando yo, recobrado del sueño, me paro ante el espejo y me pongo la corbata, a mi habitación entran en silencio y con ceremonia mi suegra, mi esposa y mi cuñada. Ellas se ponen en fila y, sonriendo con respeto, me dan los buenos días. Yo les asiento con la cabeza y les doy un discurso, en el que les explico que el cabeza de la casa, soy yo.
-Yo a ustedes, racailles2, les doy de comer, de beber, las instruyo –les digo-, les enseño, lerdas, el juicio y la razón, y por eso ustedes están obligadas a respetarme, a venerar, palpitar, maravillarse con mis obras, y a no salirse de los límites de la obediencia ni un milímetro, en caso contrario... ¡Oh, cien diablos y una bruja, ustedes me conocen! ¡Al cuerno del carnero las mando! ¡Yo les enseñaré, dónde invernan los cangrejos3!, y demás.
Tras escuchar mi discurso, mis inquilinas salen y se dedican a la tarea. Mi suegra y mi esposa corren a las redacciones con los artículos: mi esposa a El despertador, mi suegra a Las noticias del día, a donde Lípskierov4. Mi cuñada se sienta a pasar en limpio mis folletines, relatos y tratados. Para el cobro del honorario envío a mi suegra. Si el editor paga poco, convida con “desayunos” pues, antes de enviar por el honorario, alimento tres días a mi suegra sólo con carne cruda, la exaspero hasta la furia y le inculco un odio invencible a la tribu editorial; ella, roja, feroz, borbotando, va por la paga, y no hubo una ocasión en que volviera con las manos vacías. Dentro de sus obligaciones está la protección de mi persona de la importunidad de los acreedores. Si los acreedores son muchos y no me dejan dormir, pues le inoculo a mi suegra la rabia, según el método de Pasteur, y la pongo en la puerta: ¡no se cuela ni un bribón!
En el almuerzo, cuando me deleito con las legumbres y el ganso con col, mi esposa se sienta al piano y toca para mí algo de Boccaccio, Elena y Las campanas de Corneville5, y mi suegra y mi cuñada bailan la cachucha alrededor de la mesa. A esa que me complace en particular, le prometo regalarle un libro de mi creación, con el facsímile del autor, y no mantengo la promesa, ya que la afortunada ese mismo día, con alguna acción, se atrae mi cólera, y de esa forma pierde el derecho al premio. Después de almuerzo, cuando me relajo en el diván, expandiendo el olor del tabaco a mi alrededor, mi cuñada lee en voz alta mis obras, y mi suegra y mi esposa escuchan.
-¡Ah, qué bien! –están obligadas a exclamar. -¡Excelente! ¡Que profundidad de pensamiento! ¡Que mar de sentimiento! ¡Maravilloso!
Cuando empiezo a dormitar, ellas se sientan a un costado y susurran en voz alta, para que yo pueda oír:
-¡Es un talento! ¡No, es un extraordinario talento! ¡La humanidad pierde mucho, al no intentar entenderlo! ¡Pero qué dichosos somos nosotros, los insignificantes, que vivimos bajo un mismo techo con tal genio!
Si yo me duermo, pues la de guardia se sienta a mi cabecera y me espanta las moscas con un abanico.
Al despertarme, yo grito:
-¡Pelmas, el té!
Pero el té ya está listo. Me lo traen y me ruegan con una reverencia:
-¡Coma, padre y benefactor! Aquí tiene la confitura, aquí el bollito... Reciba nuestra ofrenda posible.
Después del té, comúnmente, las castigo por los desacatos en contra del bienestar hogareño. Si no hay desacatos, pues el castigo se registra a cuenta del futuro. El grado del castigo corresponde a la magnitud del desacato.
Así, si estoy insatisfecho con la copia, la cachucha o la confitura, pues la culpable está obligada a aprender de memoria varias escenas de la vida del mercader, correr en un solo pie por todas las habitaciones e ir por la obtención del honorario a la redacción, en la que yo no trabajo. En caso de desobediencia o expresión de disgusto, recurro a medidas más severas: encierro en la despensa, doy a oler alcohol de amoníaco y demás. Si mi suegra empieza a alborotar, pues mando por el alguacil y el portero.
Por la noche, cuando duermo, todas mis tres inquilinas no duermen, caminan por las habitaciones y hacen guardia, para que los ladrones no roben mis obras.
1Domostrói, código de reglas cotidianas y preceptos de la Rusia antigua, regulado por el arcipestre Silvestre.
2Racaille, canalla, chusma.
3Yo le enseñaré, dónde invernan los cangrejos (amenaza), aproximadamente, le enseñaré lo que es bueno.
4Abrám Lípskierov, periodista, editor del periódico ilustrado Las noticias del día, muy popular en Moscú.
5Boccaccio, opereta de Franz von Suppé; La hermosa Elena, opereta de Jacobo Offenbach; Las campanas de Corneville, opereta de Robert Planquette.
Título original: Moi domostroi, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1886, Nº 42, con la firma: “El hermano de mi hermano”.
Imagen: Joaquin Sorolla y Bastida, Mi mujer y mis hijas en el jardín.
-Yo a ustedes, racailles2, les doy de comer, de beber, las instruyo –les digo-, les enseño, lerdas, el juicio y la razón, y por eso ustedes están obligadas a respetarme, a venerar, palpitar, maravillarse con mis obras, y a no salirse de los límites de la obediencia ni un milímetro, en caso contrario... ¡Oh, cien diablos y una bruja, ustedes me conocen! ¡Al cuerno del carnero las mando! ¡Yo les enseñaré, dónde invernan los cangrejos3!, y demás.
Tras escuchar mi discurso, mis inquilinas salen y se dedican a la tarea. Mi suegra y mi esposa corren a las redacciones con los artículos: mi esposa a El despertador, mi suegra a Las noticias del día, a donde Lípskierov4. Mi cuñada se sienta a pasar en limpio mis folletines, relatos y tratados. Para el cobro del honorario envío a mi suegra. Si el editor paga poco, convida con “desayunos” pues, antes de enviar por el honorario, alimento tres días a mi suegra sólo con carne cruda, la exaspero hasta la furia y le inculco un odio invencible a la tribu editorial; ella, roja, feroz, borbotando, va por la paga, y no hubo una ocasión en que volviera con las manos vacías. Dentro de sus obligaciones está la protección de mi persona de la importunidad de los acreedores. Si los acreedores son muchos y no me dejan dormir, pues le inoculo a mi suegra la rabia, según el método de Pasteur, y la pongo en la puerta: ¡no se cuela ni un bribón!
En el almuerzo, cuando me deleito con las legumbres y el ganso con col, mi esposa se sienta al piano y toca para mí algo de Boccaccio, Elena y Las campanas de Corneville5, y mi suegra y mi cuñada bailan la cachucha alrededor de la mesa. A esa que me complace en particular, le prometo regalarle un libro de mi creación, con el facsímile del autor, y no mantengo la promesa, ya que la afortunada ese mismo día, con alguna acción, se atrae mi cólera, y de esa forma pierde el derecho al premio. Después de almuerzo, cuando me relajo en el diván, expandiendo el olor del tabaco a mi alrededor, mi cuñada lee en voz alta mis obras, y mi suegra y mi esposa escuchan.
-¡Ah, qué bien! –están obligadas a exclamar. -¡Excelente! ¡Que profundidad de pensamiento! ¡Que mar de sentimiento! ¡Maravilloso!
Cuando empiezo a dormitar, ellas se sientan a un costado y susurran en voz alta, para que yo pueda oír:
-¡Es un talento! ¡No, es un extraordinario talento! ¡La humanidad pierde mucho, al no intentar entenderlo! ¡Pero qué dichosos somos nosotros, los insignificantes, que vivimos bajo un mismo techo con tal genio!
Si yo me duermo, pues la de guardia se sienta a mi cabecera y me espanta las moscas con un abanico.
Al despertarme, yo grito:
-¡Pelmas, el té!
Pero el té ya está listo. Me lo traen y me ruegan con una reverencia:
-¡Coma, padre y benefactor! Aquí tiene la confitura, aquí el bollito... Reciba nuestra ofrenda posible.
Después del té, comúnmente, las castigo por los desacatos en contra del bienestar hogareño. Si no hay desacatos, pues el castigo se registra a cuenta del futuro. El grado del castigo corresponde a la magnitud del desacato.
Así, si estoy insatisfecho con la copia, la cachucha o la confitura, pues la culpable está obligada a aprender de memoria varias escenas de la vida del mercader, correr en un solo pie por todas las habitaciones e ir por la obtención del honorario a la redacción, en la que yo no trabajo. En caso de desobediencia o expresión de disgusto, recurro a medidas más severas: encierro en la despensa, doy a oler alcohol de amoníaco y demás. Si mi suegra empieza a alborotar, pues mando por el alguacil y el portero.
Por la noche, cuando duermo, todas mis tres inquilinas no duermen, caminan por las habitaciones y hacen guardia, para que los ladrones no roben mis obras.
1Domostrói, código de reglas cotidianas y preceptos de la Rusia antigua, regulado por el arcipestre Silvestre.
2Racaille, canalla, chusma.
3Yo le enseñaré, dónde invernan los cangrejos (amenaza), aproximadamente, le enseñaré lo que es bueno.
4Abrám Lípskierov, periodista, editor del periódico ilustrado Las noticias del día, muy popular en Moscú.
5Boccaccio, opereta de Franz von Suppé; La hermosa Elena, opereta de Jacobo Offenbach; Las campanas de Corneville, opereta de Robert Planquette.
Título original: Moi domostroi, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1886, Nº 42, con la firma: “El hermano de mi hermano”.
Imagen: Joaquin Sorolla y Bastida, Mi mujer y mis hijas en el jardín.