martes, 20 de noviembre de 2007

La hoja (Algo navideño)


El recibidor. En la esquina una mesita de juego. En la mesita una hoja gris de papel público, una pluma con el tintero y un arenillero. De una esquina a la otra camina el portero, ávido y ansioso. En su morro saciado está escrita la codicia, en los bolsillos tintinean los frutos de la concusión. A las diez empieza a caminar con lentitud, desde la calle hasta el recibidor, un hombre pequeño o, como se digna a llamarlo su excelencia, “un sujeto”. El sujeto camina con lentitud, se acerca de puntillas a la mesa, toma la pluma con timidez, con mano trémula, y escribe con esmero en la hoja gris su apellido discreto. Escribe él largo tiempo, con sentido, con eficacia, como si aprendiera caligrafía... Toma tinta con la pluma casi-casi, un poquito, unas cinco veces: teme gotear. Que haga una mancha y... ¡todo está perdido! (Hubo una vez un caso así... Por lo demás, no hay tiempo...) La rúbrica no la estampa: ni-ni... Y la “erre” la dibuja. Tras terminar la caligrafía, mira su escritura largo tiempo, busca el error y, al no encontrar tal, se limpia el sudor de la frente.
-¡Cristo resucitó! –se dirige al portero.
Los bigotes teñidos entran tres veces en contacto con los bigotes erizados... Repercuten los sonidos de los besos, y en el bolsillo del cerbero, con agradable tintineo, cae una nueva “pequeña partícula”. Tras el primer sujeto camina con lentitud otro, tras éste un tercero... y así hasta la una. La hoja se cubre de firmas por todas partes. A las cuatro el cerbero la lleva a los apartamentos. Un viejecito la toma en las manos y empieza a contar.
-Todos... Pero, no obstante, ¿qué significa esto? ¡Ps! ¡Aquí, eeh... yo no veo ni una letra conocida! ¡Aquí hay sólo la letra de alguien! ¡Algún calígrafo escribió! ¡Alquilaron a un calígrafo, y este firmó por ellos! ¡Son buenos, ni qué decir! ¡Les era difícil venir ellos mismos y felicitar! ¡A-ah! ¿Qué les hice de malo? ¿Por qué tanto no me estiman? (Pausa.) ¡Eeh... Maxím! Ve, hermano, a ver al ejecutor y demás...

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Las once. Un joven con una cucarda en el fondo de la visera, sudado, respirando con dificultad, colorado... Trepa por la infinita escalera hacia el quinto piso... Trepado, tira de la campanilla con frenesí. Le abre una mujer joven.
-¿Su Iván Kapitónich está en casa? –pregunta el joven sofocado de cansancio. -¡Oh! ¡Dígale a él que corra a casa de su excelencia lo más pronto posible, a firmar de nuevo! ¡Se robaron la hoja! Oh... Hace falta ahora una hoja nueva... ¡¡Pronto!!
-¿Y quién se la robó? ¿A quién le hace falta?
-Su diablesa... esa... ffff... ¡Su ama de llaves se la levantó! Recoge los papeles, los vende por puds... ¡Una mujer cicatera, que no tenga ni fondo ni tapita! No obstante, tengo que correr a ver a ocho aún... ¡Adiós!

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Aún el recibidor... La mesa y la hoja. En una esquina, en un taburete, está sentado el portero, viejo como un “hijo de la patria”1 y flaco como una astilla... A las once se abre la puerta de los apartamentos. Se asoma una cabeza calva.
-¿Qué, aún no estuvo nadie, Efímushka? –pregunta la cabeza.
-Nadie, su excelencia....
A la una se asoma la misma cabeza.
-¿Qué, aún no estuvo nadie, Efímushka?
-¡Ni un alma, su excelencia!
-Hum... Ves tú... Hum...
A las dos lo mismo, a las tres lo mismo... A las cuatro se asoma de los apartamentos todo un torso, con pies y manos. El viejecito se acerca a la mesita y mira la hoja vacía largo tiempo. En su rostro está escrito un gran pesar.
-¡Hum... no es lo que los años anteriores, Efímushka! –dice, suspirando. –Así... Hum... Y en la frente, entonces, las palabras fatales2: “¡¡¡Al retiro!!!” En Nekrásov, al parecer, es así... ¡Para que mi vieja no se ría de mí, vamos siquiera a firmar por ellos!.. Toma la pluma...

1El hijo de la patria, revista de Moscú.
2Cita de Indigente y elegante, poema de Nikolai Nekrásov.

Título original: List, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 16, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Dmitry Stasov, 1908.