domingo, 25 de noviembre de 2007

El vánka1


Eran las dos de la madrugada.
El consejero comercial, Iván Vasílievich Kotlóv, salió del restaurante El bazar eslavo, y caminó despacio a lo largo de la Nikólskaya, hacia el Krémlin. La noche era hermosa, estrellada... Tras los jirones y retazos de nubes las estrellas titilaban contentas, como si les agradara mirar la tierra. El aire estaba sereno y diáfano.
"Alrededor del restaurante los cocheros son caros -pensaba Kotlóv, -hay que alejarse un poco... Ahí más adelante son más baratos... Y además, me hace falta caminar: me harté y estoy borracho".
Cerca del Krémlin alquiló a un vánka nocturno.
-¡A la Yakimánka! -ordenó.
El vánka, un muchacho de unos veinticinco años, chasqueó con los labios y tiró de las riendas con pereza. El caballo arrancó del lugar y anduvo despacio con un trote menudo, malito... El vánka le parecía a Kotlóv el más auténtico, típico... Mirabas su rostro soñoliento, cuerudo, barroso, y en seguida precisabas en éste al cochero.
Fueron a través del Krémlin.
-¿Qué hora es ahora? -preguntó el vánka.
-Las dos -respondió el consejero comercial.
-Así... ¡Y hace más calor! Había frío, y ahora hace más calor de nuevo... ¡Cojeas villano! ¡E-e-e... forzado!
El cochero se levantó y paseó el látigo por el lomo del caballo.
-¡El invierno! -continuó este, sentándose más cómodo y volviéndose hacia el viajero. -¡No me gusta! ¡Yo soy demasiado friolento! Estoy parado en la helada y me entumezco todo, tiemblo... Sopla el frío, y a mí ya se me hinchó la jeta... ¡Una complexión así! ¡No estoy acostumbrado!
-Acostúmbrate... Tú tienes, hermano, tal oficio, que debes acostumbrarte...
-El hombre se puede acostumbrar a todo, eso es cierto, su excelencia... Pero hasta que te acostumbras, así te hielas unas veinte veces... Yo soy un hombre delicado, mimado, su excelencia... A mí mi padre y mi madre me mimaron. No pensaban que yo iba a ser cochero. Me colmaron de cariño. ¡El reino de los cielos para ellos! Desde que me parieron en una estufa cálida, así, hasta los diez años no me sacaron de ahí. Me acostaba en la estufa y me zampaba las empanadas, como cerdo bellaco... Era su preferido... Me vestían de la mejor manera, me enseñaron a leer para la finura. Pasaba que si corría descalzo: "¡Te vas a resfriar, querido!" Como si no fuera un mujík, sino un señor. Me pegaba mi padre, y mi madre lloraba... Me pegaba mi madre, y a mi padre le daba lástima. Iba con mi padre al bosque por ramas secas, y mi madre me arropaba con tres pellizas, como si fuera a Moscú o a Kíev...
-¿Acaso vivían en la opulencia?
-A la usanza vivíamos, a lo mujík... Pasó el día, y gracias a Dios. Ricos no éramos, pero de hambre, gracias a Dios, no nos moríamos. Vivíamos, señor, en familia... de la familia, por lo tanto... Mi abuelo entonces estaba vivo, y con él vivían dos hijos. Un hijo, mi padre o sea, estaba casado, el otro no estaba casado. Y yo era el único chiquillo nada más, para consuelo de toda la familia; bueno, y me mimaban. El abuelo también me mimaba... El abuelo, sabes, tenía dinero escondido, y tenía en su imaginación esto, que yo no fuera por la línea del mujík... "A ti, Petrúja -decía-, te abriré una tienda. ¡Crece!" Me colmaron de cariño pues, me colmaron, vivieron-vivieron, y salió después tal malentendido, que no es para el cariño del todo... Mi tío pues, el hijo de mi abuelo y hermano de mi padre, agarró y le robó al abuelo el dinero. Unos dos mil habían... desde que se los robó, así, desde ese entonces, vino la ruina... Los caballos los vendieron, las vacas... Mi padre y mi abuelo fueron a emplearse... Se sabe, cómo es eso en el campesinado... Y a mí, siervo de Dios, de pastor... ¡Ahí tiene el cariño pues!
-Pero, ¿tu tío pues? ¿Él que es?
-Él no es nada... como es debido... Arrendó en el camino real una taberna, y empezó a vivir canturreando... En unos cinco años se casó con una burguesa rica de Siérpujov. Ocho mil cobró por ella... Después de la boda la taberna se quemó... ¿Por qué, este mismo, no se va a quemar, si está asegurada en la sociedad? Así es debido... Y después del incendio se fue a Moscú, y arrendó allí una tienda de abarrotes... Ahora, dicen, se hizo rico, y no hay modo de llegar a él... Nuestros mujíks, los de Jabárovsk, lo vieron allí, contaron... Yo no lo vi... Su apellido es Kotlóv, y de nombre y patronímico, Iván Vasíliev... ¿No oyó?
-No... ¡Bueno, ve más rápido!
-¡Nos ofendió Iván Vasíliev, uh cómo nos ofendió! Nos arruinó y nos soltó por el mundo... ¿Si no fuera por él, acaso me helaría yo aquí, con mi, este mismo, complexión, con mi debilidad? Viviría yo, y estaría viviendo en mi pueblito... ¡Ehh! Llaman pues a maitines... Quisiera rezarle al señor Dios, para que lo castigue por todo mi suplicio... ¡Bueno, que vaya con Dios! ¡Que Dios lo perdone! ¡Aguantaremos!
-¡A la derecha, hacia la entrada!
-Obedezco... Bueno, pues y llegamos... Y por la fábula un quintito debería...
Kotlóv sacó del bolsillo un altín2 de cinco y se lo dio al vánka.
-¡Agregarme debería! ¡Lo llevé pues cómo! Y aún de rango...
-¡Basta para ti!
El señor tiró de la campanilla y al minuto desapareció tras una puerta de roble labrada.
Y el cochero subió al pescante y fue de regreso con lentitud... Sopló un viento frío... El vánka frunció el ceño y empezó a meter sus manos friolentas en las mangas rotas.
Él no estaba acostumbrado al frío... Era un mimado...

1Vánka (expresión anticuada), cochero de invierno con coche de plaza, caballo de tiro y arreos viejos.
2Altín, antigua moneda rusa igual a 3 kópeks.

Título original: Vánka, publicado por primera vez en la revista Russkii satiricheskii listok, 1884, Nº 5, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Ignacio Pinazo, Coche de caballos.