lunes, 26 de noviembre de 2007

De qué enfermedad murió Herodes


El sanguinario insaciable que ordenó ejecutar a catorce mil inocentes murió, como es sabido, de una enfermedad perniciosa, en condiciones que provocan en los contemporáneos asco y horror. En palabras de Farrar, murió de una enfermedad abominable, que se encuentra en la historia sólo en las personas que se denigraron por su ferocidad y crueldades. Hasta qué punto fueron terribles y poco ordinarios sus sufrimientos, se ve ya por que cinco días antes de su muerte intentó el suicidio y, en una desolación furibunda, probablemente para distraer un dolor fuerte con el otro, ordenó ejecutar a su hijo mayor. En su lecho de dolencia insufrible, hinchado por la enfermedad y ardiendo de sed, con el cuerpo cubierto de llagas y consumido en sus entrañas por un fuego lento, devorado en vida por la corrupción mortuoria, carcomido por los gusanos, el anciano miserable yacía en un frenesí salvaje, esperando su último instante. Según el testimonio de san Teófilo, citado en nuestros Santorales, este anciano miserable “devolvió su alma maligna” con la enfermedad, que estuvo acompañada de fuertes calenturas, hinchazón de las piernas, obstrucción de las fosas nasales, temblores en todo el cuerpo y, principalmente, de ciertos procesos de deterioro en los legumentos exteriores, con llagas profundas por las que pululaban los gusanos y “hendiduras” en todos los miembros.
Pero, ¿qué enfermedad era ésa? ¿Cómo llamarla? Según los rasgos que los no médicos describen basándose en la sola tradición es difícil, por supuesto, dar una respuesta definitiva. Y por separado, y en conjunto, todos éstos, si tomar en cuenta además la edad avanzada de Herodes, son característicos de muchas enfermedades, y bajo éstos se puede adelantar, incluso, nuestra sarna común (scabies), que por ese entonces, cuando los médicos entendían de medicina no más que los mismos enfermos, producía un deterioro terrible, y era tratada no raramente como lepra. Más pronto, se debe suponer que ahí se habla de cierto padecer penoso, indudablemente crónico, en el que estuvieron en primer plano fenómenos locales, y después ya generales como la calentura, los espasmos y demás. Con toda probabilidad, en el principio de la terrible enfermedad hubo algún proceso ulceroso, largo y agotador, como el lupus de todos conocido. En el breve cuadro clínico que nos dejó san Teófilo se nombra, entre tanto, esa parte del cuerpo que sufrió, por lo visto antes que todas, con el proceso ulceroso; y basándose en esta indicación, o más bien insinuación, ciertos médicos se detuvieron en la conclusión, de que Herodes murió de una llaga contagiosa muy conocida por desgracia en los países cultos, precisamente en su forma onerosa, observada con poca frecuencia, y que en medicina se llama fagedénica. Puede que sea así. El curso y los síntomas de esta llaga, al principio limitada pero después extendida por todo el cuerpo, su peculiar carácter maligno, tenacidad y el profundo deterioro que produce, a veces, en el organismo pueden dar, al final de todo, el cuadro de la enfermedad “abominable” y pudrición mortuoria de que habla Farrar.
A la descripción de la enfermedad de Herodes se aproxima bastante la llaga de Adén, desconocida en Europa y observada sólo en la zona tórrida, con preferencia en la Cochinchina y las islas y los litorales del Mar Rojo. Ésta fulmina, principalmente, a las personas debilitadas por las enfermedades, y se desarrolla con frecuencia en las extremidades inferiores, después del más minúsculo deterioro de la piel. Comúnmente, con esta enfermedad sufren la piel y el tejido celular subcutáneo, pero en los casos malignos, que no son raros, el proceso ulceroso se extiende en amplitud y profundidad, deteriorando los músculos, los tendones e incluso los huesos; la persona como que se pudre en vida y, al final de todo, muere de piohemia.

Título original: Ot kakoi bolieznii umier Irod, publicado por primera vez en el periódico Novoe vremia, 1892, Nº 6045, con la firma: “Z”.
Imagen: Germain Jean Drouais, Marius Imprisoned at Minturnae.