lunes, 19 de noviembre de 2007

En la noche oscura


Ni luna, ni estrellas... Ni contornos, ni siluetas, ni un exiguo punto luminoso... Todo se ahogó en la tiniebla continua, impenetrable. Miras, miras, y no ves nada, como si te hubieran sacado los ojos... Llueve a chorros, a cántaros... Un fango terrible...
Por el camino vecinal trota una pareja de pencos de correo. En la tartana está sentado un hombre con un capote de ingeniero-ferroviario. A su lado su esposa. Ambos están empapados. El cochero está borracho como una cuba. El de vara cojea, bufa, se estremece y trota a duras penas... El asustadizo encuarte a cada rato tropieza, se detiene y se lanza a un costado. El camino es terrible... A cada paso es una hondonada, un montículo, un puente derrubiado. A la izquierda aúlla el lobo, a la derecha, dicen, hay un abismo.
-¿No nos salimos del camino? –suspira la ingeniera. -¡Un camino terrible! ¡No nos vuelques!
-¿Para qué volcarlos? ¡Ee...h! ¿Qué necesidad tengo yo de volcarlos? ¡Eh, vi... villano! ¡Tiembla! ¡Que-rido!
-Nosotros, me parece, nos salimos del camino –dice el ingeniero. -¿A dónde nos llevas, diablo? ¿No ves, o qué? ¿Acaso esto es el camino?
-¡Debe ser el camino!..
-¡El terreno no es ese, jeta borracha! ¡Vuelve! ¡Vira a la derecha! ¡Bueno, arrea! ¿Dónde está el látigo?
-Lo per... perdí, su excelen...
-Te mato si lo... ¡Recuerda! ¡Arrea, villano! Espera, ¿a dónde vas? ¿Acaso por ahí es el camino?
Los caballos se detienen. El ingeniero se levanta con rapidez, se cierne sobre los hombros del cochero, tira de las riendas y jala la derecha. El aborigen chapotea en el fango, se vuelve en redondo y de pronto, sin más ni más, empieza como a forcejear de modo extraño... El cochero se cae y desaparece, el encuarte la emprende con cierta peña, y el ingeniero siente que la tartana, junto a los pasajeros, vuela a algún lugar al diablo...
El abismo no es profundo. El ingeniero se levanta, toma en sus brazos a su esposa y sale a duras penas hacia arriba. Arriba, al borde del abismo, está sentado el cochero y gime. El ferroviario se le acerca corriendo y, levantando el puño, está listo a destrozarlo, eliminarlo, aplastarlo...
-¡Te mato, baaandido! –grita.
El puño se levanta y ya está a medio camino hacia el físico del cochero... Un segundo más y...
-¡Mísha, recuerda Kukúevskaya1! –dice la esposa.
Mísha se estremece y su puño amenazante se detiene a medio camino. El cochero está salvado.

1La catástrofe de Kukúevskaya. En 1882 se produce el descarrilamiento de una locomotora de la línea Moscú-Kursk (cerca del pueblo Kukúevko), que despierta una encendida polémica sobre los reglamentos de las vías férreas en los periódicos de la capital.

Título original: Tiomnoyu nochiyu, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 4, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Arkhip Kuinji, Moonlight Night on Dneper, 1880.