En el pensionado privado de m-me Jevouzem dan las doce. Las pensionistas, indolentes y caquécticas, tomadas de la mano, se pasean solemnes por el corredor. Las damas de clase, taimadas y primaverales, con una expresión de extrema inquietud en los rostros, no apartan los ojos de éstas y, a pesar del ideal silencio, a cada rato gritan: ¡Mesdames! ¡Silence!En el despacho profesoral, en ese misterioso santa-sanctorum, están sentados la misma Jevouzem y el maestro de matemática, Diriávin. El maestro ya hace tiempo que dio la clase y le es hora de irse, pero se quedó para pedirle a la jefa un aumento. Conociendo la avaricia de la “vieja bribona”, él introduce la cuestión del aumento no de modo directo, sino diplomático.
-Miro yo su cara, Bianca Ivánovna, y recuerdo el pasado...-dice suspirando. -¡Cuáles bellezas había antes, en nuestro tiempo! ¡Señor, qué clase de bellezas! ¡Los dedos te los chupabas! ¿Y ahora? ¡Se acabaron las bellezas! Verdaderas mujeres ahora no hay, son todas unas, perdona señor, aguzanieves y boquerones... Una peor que la otra...
-¡No, y ahora hay muchas mujeres bonitas! –tartajea Jevouzem.
-¿Dónde? ¿Enséñeme: dónde? –se acalora Diriávin. -¡Basta, Bianca Ivánovna! ¡Por su bondad de corazón, usted, hasta a una jeta de esturión la llamaría una belleza, yo la conozco! Discúlpeme por quel expressiones1, pero yo le hablo con franqueza. A propósito, ayer en el concierto examinaba a las mujeres: ¡jeta tras jeta, morro tras morro! Y tomar ahí, siquiera, nuestra clase mayor. Todas pues son unos botones, unas novias; las más, se puede decir, unas cremas, ¿y qué pues? ¡Son dieciocho muchachas, y siquiera una bonita!
-¡Pues no es verdad! A quien no le pregunte, cualquiera le dirá que en mi clase mayor hay muchas bonitas. Por ejemplo Kóchkina, Ivánova 2da, Páltzeva... ¡Y Páltzeva es, simplemente, un cuadrito! Yo soy mujer, y le echo miradas...
-Asombroso... –farfulla Diriávin. –Nada de bueno hay en ella...
-¡Unos ojos negros hermosos! –se inquieta Jevouzem. -¡Negros como la tinta! Usted échele un vistazo: es... ¡es la perfección! ¡En la antigüedad, hubieran pintado de ella una diosa!
Diriávin, desde su nacimiento, no había visto tales bellezas como Páltzeva, pero el ansia del aumento prevalece sobre la justicia, y él continúa demostrándole a la “vieja bribona” que en el tiempo actual, no hay bellezas...
-Sólo descansas, cuando miras la cara de alguna dama madura –dice él. –Es verdad, juventud y frescura no ves, pero en cambio el ojo descansa, siquiera, en los rasgos correctos... Lo principal, ¡lo correcto de los rasgos! Y su Páltzeva en la cara no tiene rasgos, sino una suerte de crema agria... de posca...
-Entonces, usted no la miró bien... –dice Jevouzem. –Usted mire bien, y entonces hable...
-Nada de bueno hay en ella –suspira Diriávin con sobriedad.
Jevouzem se levanta, va hacia la puerta y grita:
-¡Llámenme a Páltzeva! –Usted mírela bien -dice al maestro, apartándose de la puerta. –Usted préstele atención a los ojos y a la nariz... Una nariz mejor, en toda Rusia no la encuentra.
Al minuto, al despacho entra Páltzeva, una muchacha de unos diecisiete años, morena, esbelta, con unos ojos negros grandes y una hermosa nariz griega.
-Venga más cerca... -se dirige a ella Jevouzem con voz severa. –Mr. Diriávin aquí se me queja, de que usted... de que usted es desatenta en las clases de matemática. Usted, en general, es distraída y... y...
-Y en álgebra estudia mal... –farfulla Diriávin, examinando el rostro de Páltzeva.
-¡Es una vergüenza, Páltzeva! –continúa Jevouzem. -¡No está bien! ¿Es posible que usted quiera, que yo la castigue al igual que a los pequeños? Usted ya es adulta, y debe darle ejemplo a los otros, y no eso de portarse tan mal... ¡Bueno... venga más cerca!
Jevouzem dice aún muchos “lugares comunes”. Páltzeva, distraída, la escucha y, moviendo las alas nasales, mira por sobre la cabeza de Diriávin a la ventana...
“Dalo todo y es poco -piensa el matemático, examinándola. -¡Un lujo la muchacha! Mueve las alas nasales, traviesa... Olfatea, que en junio se escapará a la libertad... Déjala sólo escapar, y olvidará a esta Jevousita, y al bellaco de Diriávin, y el álgebra... ¡No el álgebra le hace falta a ella! A ella le hace falta el espacio, el esplendor... le hace falta la vida...”
Diriávin suspira y continúa pensando:
“¡Oh, esas alas nasales! Y un mes no pasará, cuando toda mi álgebra se irá al diablo... Diriávin se convertirá en un recuerdo aburrido, gris... La encontraré, y ella sólo moverá las alas nasales, y ni buenas tardes me dirá. Gracias siquiera, por que una calesa no me atropelle...”
-Los buenos éxitos pueden ser sólo con atención y aplicación –continúa Jevouzem, –y usted es desatenta... Si van a continuar aún las quejas, pues me veré obligada a castigarla... ¡Es una vergüenza!
“No escuches, ángel, a esa cáscara de limón seca -piensa Diriávin. –En nada es una vergüenza... Tú eres mucho mejor que todos nosotros tomados juntos”.
-¡Vaya! –dice Jevouzem con severidad.
Páltzeva hace una reverencia y sale.
-¿Bueno qué? ¿Miró bien ahora? –pregunta Jevouzem.
Diriávin no oye su pregunta y piensa todavía.
-¿Bueno? –repite la jefa. -¿Es fea, en su opinión?
Diriávin, embotado, mira a Jevouzem, vuelve en sí y, tras recordar el aumento, revive.
-¡Aunque me mate, nada de bueno encuentro..! –dice. –Usted pues ya está en años, y la nariz y los ojos los tiene mucho mejor que ella... Palabra de honor... ¡Mírese pues a sí misma en el espejo!
Al final de todo, m-me Jevouzem conviene y Diriávin obtiene el aumento.
1Quel expressiones, estas expresiones.
Título original: V pansione, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 21, con la firma: “A.Chejonté”.
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Sophia Dragomirova-Lukomskaya, 1900.
-Miro yo su cara, Bianca Ivánovna, y recuerdo el pasado...-dice suspirando. -¡Cuáles bellezas había antes, en nuestro tiempo! ¡Señor, qué clase de bellezas! ¡Los dedos te los chupabas! ¿Y ahora? ¡Se acabaron las bellezas! Verdaderas mujeres ahora no hay, son todas unas, perdona señor, aguzanieves y boquerones... Una peor que la otra...
-¡No, y ahora hay muchas mujeres bonitas! –tartajea Jevouzem.
-¿Dónde? ¿Enséñeme: dónde? –se acalora Diriávin. -¡Basta, Bianca Ivánovna! ¡Por su bondad de corazón, usted, hasta a una jeta de esturión la llamaría una belleza, yo la conozco! Discúlpeme por quel expressiones1, pero yo le hablo con franqueza. A propósito, ayer en el concierto examinaba a las mujeres: ¡jeta tras jeta, morro tras morro! Y tomar ahí, siquiera, nuestra clase mayor. Todas pues son unos botones, unas novias; las más, se puede decir, unas cremas, ¿y qué pues? ¡Son dieciocho muchachas, y siquiera una bonita!
-¡Pues no es verdad! A quien no le pregunte, cualquiera le dirá que en mi clase mayor hay muchas bonitas. Por ejemplo Kóchkina, Ivánova 2da, Páltzeva... ¡Y Páltzeva es, simplemente, un cuadrito! Yo soy mujer, y le echo miradas...
-Asombroso... –farfulla Diriávin. –Nada de bueno hay en ella...
-¡Unos ojos negros hermosos! –se inquieta Jevouzem. -¡Negros como la tinta! Usted échele un vistazo: es... ¡es la perfección! ¡En la antigüedad, hubieran pintado de ella una diosa!
Diriávin, desde su nacimiento, no había visto tales bellezas como Páltzeva, pero el ansia del aumento prevalece sobre la justicia, y él continúa demostrándole a la “vieja bribona” que en el tiempo actual, no hay bellezas...
-Sólo descansas, cuando miras la cara de alguna dama madura –dice él. –Es verdad, juventud y frescura no ves, pero en cambio el ojo descansa, siquiera, en los rasgos correctos... Lo principal, ¡lo correcto de los rasgos! Y su Páltzeva en la cara no tiene rasgos, sino una suerte de crema agria... de posca...
-Entonces, usted no la miró bien... –dice Jevouzem. –Usted mire bien, y entonces hable...
-Nada de bueno hay en ella –suspira Diriávin con sobriedad.
Jevouzem se levanta, va hacia la puerta y grita:
-¡Llámenme a Páltzeva! –Usted mírela bien -dice al maestro, apartándose de la puerta. –Usted préstele atención a los ojos y a la nariz... Una nariz mejor, en toda Rusia no la encuentra.
Al minuto, al despacho entra Páltzeva, una muchacha de unos diecisiete años, morena, esbelta, con unos ojos negros grandes y una hermosa nariz griega.
-Venga más cerca... -se dirige a ella Jevouzem con voz severa. –Mr. Diriávin aquí se me queja, de que usted... de que usted es desatenta en las clases de matemática. Usted, en general, es distraída y... y...
-Y en álgebra estudia mal... –farfulla Diriávin, examinando el rostro de Páltzeva.
-¡Es una vergüenza, Páltzeva! –continúa Jevouzem. -¡No está bien! ¿Es posible que usted quiera, que yo la castigue al igual que a los pequeños? Usted ya es adulta, y debe darle ejemplo a los otros, y no eso de portarse tan mal... ¡Bueno... venga más cerca!
Jevouzem dice aún muchos “lugares comunes”. Páltzeva, distraída, la escucha y, moviendo las alas nasales, mira por sobre la cabeza de Diriávin a la ventana...
“Dalo todo y es poco -piensa el matemático, examinándola. -¡Un lujo la muchacha! Mueve las alas nasales, traviesa... Olfatea, que en junio se escapará a la libertad... Déjala sólo escapar, y olvidará a esta Jevousita, y al bellaco de Diriávin, y el álgebra... ¡No el álgebra le hace falta a ella! A ella le hace falta el espacio, el esplendor... le hace falta la vida...”
Diriávin suspira y continúa pensando:
“¡Oh, esas alas nasales! Y un mes no pasará, cuando toda mi álgebra se irá al diablo... Diriávin se convertirá en un recuerdo aburrido, gris... La encontraré, y ella sólo moverá las alas nasales, y ni buenas tardes me dirá. Gracias siquiera, por que una calesa no me atropelle...”
-Los buenos éxitos pueden ser sólo con atención y aplicación –continúa Jevouzem, –y usted es desatenta... Si van a continuar aún las quejas, pues me veré obligada a castigarla... ¡Es una vergüenza!
“No escuches, ángel, a esa cáscara de limón seca -piensa Diriávin. –En nada es una vergüenza... Tú eres mucho mejor que todos nosotros tomados juntos”.
-¡Vaya! –dice Jevouzem con severidad.
Páltzeva hace una reverencia y sale.
-¿Bueno qué? ¿Miró bien ahora? –pregunta Jevouzem.
Diriávin no oye su pregunta y piensa todavía.
-¿Bueno? –repite la jefa. -¿Es fea, en su opinión?
Diriávin, embotado, mira a Jevouzem, vuelve en sí y, tras recordar el aumento, revive.
-¡Aunque me mate, nada de bueno encuentro..! –dice. –Usted pues ya está en años, y la nariz y los ojos los tiene mucho mejor que ella... Palabra de honor... ¡Mírese pues a sí misma en el espejo!
Al final de todo, m-me Jevouzem conviene y Diriávin obtiene el aumento.
1Quel expressiones, estas expresiones.
Título original: V pansione, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 21, con la firma: “A.Chejonté”.
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Sophia Dragomirova-Lukomskaya, 1900.