miércoles, 5 de diciembre de 2007

El repetidor


El alumno de gimnasio de séptimo grado, Yegór Zíbierov, tiende la mano a Pétia Udódov con bondad. Pétia, un chicuelo de doce años con un trajecito gris, rollizo y de mejillas rosadas, con una frente pequeña y los cabellos hirsutos, choca los talones y se trepa al armario por los cuadernos. La lección empieza.
De acuerdo al convenio concertado con el padre de Udódov, Zíbierov debe estudiar con Pétia dos horas diarias, por lo que recibe seis rublos al mes. Lo prepara para el segundo grado del gimnasio. (El año pasado lo preparó para el primer grado, pero Pétia suspendió.)
-Bueno… -empieza Zíbierov prendiendo un cigarrillo. –Se le había dado la cuarta declinación. ¡Decline fructus!
Pétia empieza a declinar.
-¡De nuevo no se la aprendió! –dice Zíbierov levantándose. -¡Por sexta vez le doy la cuarta declinación, y usted no sabe ni jota! ¿Cuándo pues, finalmente, va a empezar a estudiar las lecciones?
-¿De nuevo no se la aprendió? –se oye tras la puerta una voz carrasposa, y entra a la habitación el papásha de Pétia, el secretario de gobierno retirado, Udódov. -¿De nuevo? ¿Por qué pues no te la aprendiste? ¡Ah tú, cerdo, cerdo! ¿Me cree, Yegór Alexéich? ¡Pues ayer lo zurré!
Y tras suspirar con dificultad, Udódov se sienta junto al hijo y escruta el gastado Kunner. Zíbierov empieza a examinar a Pétia delante del padre. ¡Qué el padre estúpido sepa cuán estúpido es su hijo! El alumno de gimnasio cae en el frenesí del examen, aborrece, desprecia al pequeño estúpido de mejillas rosadas, está dispuesto a pegarle. Incluso le resulta enojoso cuando el chicuelo responde con acierto, ¡así le repugna este Pétia!
-¡Usted, incluso, no se sabe la segunda declinación! ¡No se sabe ni la primera! ¡Mire cómo estudia! Bueno, dígame, ¿cómo es el caso vocativo de meus filius?
-¿De meus filius? Meus filius… es… eso es…
Pétia mira al techo largo tiempo, mueve los labios largo tiempo, pero no da la respuesta.
-¿Y cómo es el dativo plural de dea?
Deabus… filiabus! –recalca Pétia.
El viejo Udódov, con aprobación, asiente con la cabeza. El alumno de gimnasio, que no esperaba una respuesta acertada, siente enojo.
-¿Y qué otro sustantivo tiene abus en el acusativo? –pregunta.
Resulta que abus tiene en el acusativo anima, alma, que no está en el Kunner.
-¡Una lengua sonora la latina! –observa Udódov. –Alon… tron… bonus… antropos… ¡Una sabihondez! ¡Y todo eso pues hace falta! –dice con un suspiro.
“Me molesta, el cerdo, al estudiar… -piensa Zíbierov. –Está echado encima de mí y me vigila. ¡No puedo soportar el control!” –Bueno, -se dirige a Pétia.-Para la próxima vez tome lo mismo de latín. Ahora de aritmética… Tome la pizarra. ¿Cuál es la próxima tarea?
Pétia escupe la pizarra y borra con la manga. El maestro toma el manual y dicta:
-Un mercader compró 138 arsh. de paño negro y azul en 540 rub. Se pregunta, ¿cuántos arshíns compró de uno y de otro, si el azul costaba 5 rub. el arshín, y el negro 3 rub.?” Repita la tarea.
Pétia repite la tarea y ahí mismo, sin decir ni una palabra, empieza a dividir 540 entre 138.
-¿Para qué pues divide eso? ¡Espere! Por lo demás, así… continúe. ¿Obtiene un residuo? Aquí no puede haber residuo. ¡Déme pues, yo lo divido!
Zíbierov divide, obtiene 3 con residuo y lo borra con rapidez.
“Es extraño… -piensa, revolviéndose los cabellos y sonrojándose. -¿Cómo pues se resuelve? ¡Hum!.. Esto es una tarea de ecuación indefinida, y no de aritmética en absoluto…”
El maestro mira la respuesta y ve 75 y 63.
“¡Hum!.. es extraño… ¿Poner 5 y 3, y después dividir 540 entre 8? ¿Así es, o qué? No, no es eso”.
-¡Resuelva pues! –le dice a Pétia.
-¿Bueno, en qué piensas? ¡Pero si es una tarea tontita! –dice Udódov a Pétia. -¡Qué imbécil eres, hermano! Resuélvasela usted, Yegór Alexéich.
Yegór Alexéich toma la tiza con la mano y empieza a resolver. Tiene hipo, se sonroja, palidece.
-Esta tarea, hablando con propiedad, es algebraica, -dice. –Se puede resolver con la equis y con la y griega. Por lo demás, se puede resolver así. Yo, mire, dividí… ¿entiende? Ahora, mire, hay que restar… ¿entiende? O mire qué… Resuélvame esta tarea usted mismo para mañana… Piense un poco…
Pétia sonríe con escarnio. Udódov sonríe también. Ambos entienden la turbación del maestro. El alumno de séptimo grado se confunde aún más, se levanta y empieza a caminar de una esquina a la otra.
-Y sin el álgebra se puede resolver –dice Udódov, extendiendo la mano hacia la cuenta y suspirando. –Mire, dígnese a ver…
Chasquea sobre las cuentas y obtiene 75 y 63, lo que hacía falta.
-Mire… a la nuestra, a lo no científico.
El maestro siente un espanto insufrible. Con el corazón helado echa un vistazo al reloj, y ve que hasta el final de la lección queda aún una hora y cuarto, ¡toda una eternidad!
-Ahora el dictado.
Después del dictado la geografía, tras la geografía la ley de Dios, después la lengua rusa, ¡hay muchas ciencias en este mundo! Pero aquí, finalmente, se termina la lección de dos horas. Zíbierov toma el gorro, tiende la mano a Pétia con bondad y se despide de Udódov.
-¿No puede darme hoy un poco de dinero? –ruega con timidez. –Mañana me hace falta pagar la cuota de estudio. Usted me debe seis meses.
-¿Yo? Ah, sí, sí… -farfulla Udódov sin mirar a Zíbierov. -¡Con gusto! Sólo que ahora no tengo, le daré dentro de una semana… o dentro de dos…
Zíbierov conviene y, tras ponerse sus pesados chanclos fangosos, se va a otra lección.

Título original: Repetitor, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 6, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Ivan Kramskoy, Portrait of the Artist Feodor Vasilyev, 1871.