El presidente del consejo del zémtsvo1, Yegór Fedórich Shmájin, estaba parado junto a la ventana y, con cólera, tamborileaba con los dedos sobre el cristal. La lentitud con que las horas y los minutos se marchaban a la eternidad, lo conducía a una desesperación colérica... Dos veces se acostó a dormir y se despertó, unas dos veces se dispuso a almorzar, unas seis veces tomó té, y el día aún sólo se inclinaba al atardecer.
La vista que se extendía ante sus ojos de presidente le parecía gris y aburrida. A través de los árboles pelados del jardín descuidado se veía la abrupta orilla barrosa... Medio arshín2 por debajo de ésta corría un río abandonado a su suerte. Éste se apuraba y desvivía, como si temiera que lo hicieran regresar y le pusieran las cadenas heladas de nuevo. De vez en cuando, ante los ojos de Shmájin, aparecía un hielito retrasado, que se apuraba también sin mirar atrás.
-Sentarse en ese hielito y a algún lugar... al diablo...
Por la orilla, bajando la cabeza, caminaba a zancadas el guarda Andrián, con un largo arpón en las manos; a cada rato, deteniéndose, dirigía su mirada aburrida al río. Cerca de los árboles andaba una vaca negra que olisqueaba las hojas del año pasado... Toda esta pequeña escena, con Shmájin y su hacienda, estaba cubierta, como un gran gorro velludo, por unas nubes pesadas e inmóviles, aunque olía a primavera... Pero Shmájin se sentía aburrido y sofocado. Estaba parado ante la ventana, miraba la escena odiosa, y recordaba que al atardecer, en casa del miembro permanente Riáblov, se armaba el wint; que en casa de María Nikoláevna, ese día, se festejaba el nacimiento de su Pétiechka... Si él fuera a alguno de esos lugares, no advertiría cómo pasaba el tiempo aburrido... Pero, ¿cómo podría ir, si el río desbordado había inundado todos los caminos, y la hacienda estaba rodeada de una cadena de fosos y barrancos llenos de agua? Shmájin se sentía como en la cárcel... Largo tiempo estuvo parado ante la ventana... Finalmente, la idea de que en casa de Riáblov ya se habían sentado sin él a jugar al wint, y de que en casa de María Nikoláevna ya estaban sentados con el té, y platicaban del cólera y de Herat3, se hizo insoportable.
-¡Tfú!- envió al tiempo, se apartó de la ventana y se sentó a la mesa redonda.
En la mesa, cerca de la lámpara y el cenicero, yacía un álbum. Shmájin ya había visto ese álbum un millón de veces, pero con el aburrimiento lo atrajo hacía sí y, por millonésima primera vez, se puso a observar las tarjetitas. Ante sus ojos pasaron fugazmente las hermanas, las tías retocadas, el oficial de talle estrecho, la abuelita con cofia blanca, el padre Efímii con la mátushka, cierta actriz en tricot4, él mismo, su finada esposa con el faldero en las manos... Su mirada se detuvo en su esposa por un instante... las cejas levantadas, los ojos asombrados, el moño pesado, el broche en el pecho, todo eso le traía recuerdos...
-¡Tfú!
En el reloj dieron las siete y media. Shmájin se levantó del diván, caminó de una esquina a la otra y, sin ningún objetivo, se detuvo en medio de la habitación.
“En la estación estás sentado y esperas –pensaba-, pero de todas formas esperas que ya-ya vendrá el tren y te irás, pero aquí no hay nada qué esperar... sin final... como si te cuelgas, diaablos... ¿Cenar, o qué? No, es temprano aún, y no quiero jamar... Voy a fumar por ahora...”
Al ir hacia el bote de tabaco echó una ojeada al rincón, y advirtió en la mesita redonda el tablero de damas.
-¿Acaso jugar a las damas? ¿Ah?
Tras colocar en el tablero las piezas negras y blancas, Shmájin se sentó a la mesita redonda y se puso a jugar consigo mismo. Los rivales eran las manos derecha e izquierda.
-Tú jugaste así... Hum... Espera, hermano... ¡Y yo así! Bieen... veremos...
Pero la mano izquierda sabía lo que quería la derecha, y pronto el mismo Shmájin perdió la cuenta de sus manos, y se confundió.
-¡Iliúshka! –gritó.
Entró un chico alto, flaco, con una levita gastada, mugrienta, y unas botas de cañas señoriales rotas.
-¿Qué haces tú ahí? –preguntó el señor.
-Nada... estoy sentado en el baúl...
-¡Vamos a jugar un partido de damas! ¡Siéntate!
-¿Qué le pasa?.. –sonrió Iliúshka con malicia. -¿Acaso se puede?
-¡Vamos, imbécil!, ¡siéntate!
-No importa, yo parado...
-Te dicen siéntate, ¡bueno, y siéntate! ¿Tú piensas que me es agradable, si vas a estar parado ahí, como un zoquete?
Iliúshka pensó un poco e hizo la primera jugada con el meñique.
-Usted jugó así... –caviló Shmájin, cubriendo la barbilla con la mano. –Así... ¡Bueno, y yo así! ¡Juega, pulga!
Iliúshka hizo otra jugada.
-Así... Entendemos, a dónde tú, morro, te metes... Entendemos... ¡Pero cómo apestas a cebolla! ¡Tú así, y yo... así!
El juego se prolongó... Shmájin tuvo suerte en las primeras instancias... comía dama tras dama, y ya hacía dama, pero una idea apremiante le impedía entender y meterse en el juego...
“Es agradable tener una lucha y vencer a un hombre semejante –pensaba-, a un hombre que, en el sentido social, está en el mismo punto que tú... Pero, ¿qué interés tengo yo en vencer a Iliúshka? Si lo vences o no, el mismo diablo: ningún gusto... ¡Oh, se comió la dama y sonríe! ¡Es agradable ganarle al señor! ¡Cómo no! ¡Apesta a cebolla, y seguro se alegra de ensuciar a un superior!” -¡Fuera de aquí! –gritó Shmájin.
-¿Qué?
-¡¡Fuera de aquí!! –gritó Shmájin, amoratándose. -¡Te sentaste ahí, bicho semejante!
Iliúshka dejó caer de la mano la dama, echó una mirada al señor con asombro y, caminando hacia atrás, salió de la sala. Shmájin echó una ojeada al reloj: eran sólo las siete menos diez... Hasta la cena y la noche quedaban aún unas cinco horas... En la ventana golpearon unas gotas de lluvia gruesas... En el jardín mugió la vaca negra ronca y tristemente, y el ruido del río fluyente era tan monótono y melancólico, como una hora atrás. Shmájin dejó de la mano y, tras tropezar con el quicio de la puerta, caminó con lentitud, sin ningún objetivo, hacia su gabinete.
“¡Dios mío! –pensaba. –Los otros, cuando se aburren, aserran, se dedican al espiritismo, curan a los mujíks con aceite de ricino, llevan diarios, y sólo yo soy tan infeliz, que no tengo ningún talento... Bueno, ¿qué puedo hacer ahora? ¿Qué? Soy el presidente del consejo del zémtsvo, el honorable juez de paz, un propietario rural, y... a pesar de todo, no encuentro con qué matar el tiempo... ¿Acaso leer algo?”
Shmájin se acercó al anaquel abarrotado de libros viejos. Había ahí todo tipo de índices judiciales, guías, una desaliñada pero aún no recortada revista Jardinería, una de cocina, prédicas, revistas viejas... Shmájin, indeciso, haló hacia sí un número de El contemporáneo del año 1859, y empezó a hojearlo...
-Nido de nobles... ¿De quién es esto? ¡Ajá! ¡De Turguéniev! Lo leí... Recuerdo... Olvidé de qué se trata; por lo tanto, se puede leer otra vez... Turguéniev escribe excelente... msí...
Shmájin se tendió en el sofá y se puso a leer... Y su alma añorante encontró sosiego en el gran escritor. A los diez minutos, Iliúshkin entró de puntillas al gabinete, puso debajo de la cabeza del señor un cojín y quitó de su pecho el número abierto...
El señor roncaba...
1Zémstvo (término histórico), administración local o provincial dirigida por la nobleza en la Rusia zarista.
2Arshín, antigua medida rusa igual a 0, 71 m.
3Herat, ciudad de Afganistán célebre por sus tapices.
La vista que se extendía ante sus ojos de presidente le parecía gris y aburrida. A través de los árboles pelados del jardín descuidado se veía la abrupta orilla barrosa... Medio arshín2 por debajo de ésta corría un río abandonado a su suerte. Éste se apuraba y desvivía, como si temiera que lo hicieran regresar y le pusieran las cadenas heladas de nuevo. De vez en cuando, ante los ojos de Shmájin, aparecía un hielito retrasado, que se apuraba también sin mirar atrás.
-Sentarse en ese hielito y a algún lugar... al diablo...
Por la orilla, bajando la cabeza, caminaba a zancadas el guarda Andrián, con un largo arpón en las manos; a cada rato, deteniéndose, dirigía su mirada aburrida al río. Cerca de los árboles andaba una vaca negra que olisqueaba las hojas del año pasado... Toda esta pequeña escena, con Shmájin y su hacienda, estaba cubierta, como un gran gorro velludo, por unas nubes pesadas e inmóviles, aunque olía a primavera... Pero Shmájin se sentía aburrido y sofocado. Estaba parado ante la ventana, miraba la escena odiosa, y recordaba que al atardecer, en casa del miembro permanente Riáblov, se armaba el wint; que en casa de María Nikoláevna, ese día, se festejaba el nacimiento de su Pétiechka... Si él fuera a alguno de esos lugares, no advertiría cómo pasaba el tiempo aburrido... Pero, ¿cómo podría ir, si el río desbordado había inundado todos los caminos, y la hacienda estaba rodeada de una cadena de fosos y barrancos llenos de agua? Shmájin se sentía como en la cárcel... Largo tiempo estuvo parado ante la ventana... Finalmente, la idea de que en casa de Riáblov ya se habían sentado sin él a jugar al wint, y de que en casa de María Nikoláevna ya estaban sentados con el té, y platicaban del cólera y de Herat3, se hizo insoportable.
-¡Tfú!- envió al tiempo, se apartó de la ventana y se sentó a la mesa redonda.
En la mesa, cerca de la lámpara y el cenicero, yacía un álbum. Shmájin ya había visto ese álbum un millón de veces, pero con el aburrimiento lo atrajo hacía sí y, por millonésima primera vez, se puso a observar las tarjetitas. Ante sus ojos pasaron fugazmente las hermanas, las tías retocadas, el oficial de talle estrecho, la abuelita con cofia blanca, el padre Efímii con la mátushka, cierta actriz en tricot4, él mismo, su finada esposa con el faldero en las manos... Su mirada se detuvo en su esposa por un instante... las cejas levantadas, los ojos asombrados, el moño pesado, el broche en el pecho, todo eso le traía recuerdos...
-¡Tfú!
En el reloj dieron las siete y media. Shmájin se levantó del diván, caminó de una esquina a la otra y, sin ningún objetivo, se detuvo en medio de la habitación.
“En la estación estás sentado y esperas –pensaba-, pero de todas formas esperas que ya-ya vendrá el tren y te irás, pero aquí no hay nada qué esperar... sin final... como si te cuelgas, diaablos... ¿Cenar, o qué? No, es temprano aún, y no quiero jamar... Voy a fumar por ahora...”
Al ir hacia el bote de tabaco echó una ojeada al rincón, y advirtió en la mesita redonda el tablero de damas.
-¿Acaso jugar a las damas? ¿Ah?
Tras colocar en el tablero las piezas negras y blancas, Shmájin se sentó a la mesita redonda y se puso a jugar consigo mismo. Los rivales eran las manos derecha e izquierda.
-Tú jugaste así... Hum... Espera, hermano... ¡Y yo así! Bieen... veremos...
Pero la mano izquierda sabía lo que quería la derecha, y pronto el mismo Shmájin perdió la cuenta de sus manos, y se confundió.
-¡Iliúshka! –gritó.
Entró un chico alto, flaco, con una levita gastada, mugrienta, y unas botas de cañas señoriales rotas.
-¿Qué haces tú ahí? –preguntó el señor.
-Nada... estoy sentado en el baúl...
-¡Vamos a jugar un partido de damas! ¡Siéntate!
-¿Qué le pasa?.. –sonrió Iliúshka con malicia. -¿Acaso se puede?
-¡Vamos, imbécil!, ¡siéntate!
-No importa, yo parado...
-Te dicen siéntate, ¡bueno, y siéntate! ¿Tú piensas que me es agradable, si vas a estar parado ahí, como un zoquete?
Iliúshka pensó un poco e hizo la primera jugada con el meñique.
-Usted jugó así... –caviló Shmájin, cubriendo la barbilla con la mano. –Así... ¡Bueno, y yo así! ¡Juega, pulga!
Iliúshka hizo otra jugada.
-Así... Entendemos, a dónde tú, morro, te metes... Entendemos... ¡Pero cómo apestas a cebolla! ¡Tú así, y yo... así!
El juego se prolongó... Shmájin tuvo suerte en las primeras instancias... comía dama tras dama, y ya hacía dama, pero una idea apremiante le impedía entender y meterse en el juego...
“Es agradable tener una lucha y vencer a un hombre semejante –pensaba-, a un hombre que, en el sentido social, está en el mismo punto que tú... Pero, ¿qué interés tengo yo en vencer a Iliúshka? Si lo vences o no, el mismo diablo: ningún gusto... ¡Oh, se comió la dama y sonríe! ¡Es agradable ganarle al señor! ¡Cómo no! ¡Apesta a cebolla, y seguro se alegra de ensuciar a un superior!” -¡Fuera de aquí! –gritó Shmájin.
-¿Qué?
-¡¡Fuera de aquí!! –gritó Shmájin, amoratándose. -¡Te sentaste ahí, bicho semejante!
Iliúshka dejó caer de la mano la dama, echó una mirada al señor con asombro y, caminando hacia atrás, salió de la sala. Shmájin echó una ojeada al reloj: eran sólo las siete menos diez... Hasta la cena y la noche quedaban aún unas cinco horas... En la ventana golpearon unas gotas de lluvia gruesas... En el jardín mugió la vaca negra ronca y tristemente, y el ruido del río fluyente era tan monótono y melancólico, como una hora atrás. Shmájin dejó de la mano y, tras tropezar con el quicio de la puerta, caminó con lentitud, sin ningún objetivo, hacia su gabinete.
“¡Dios mío! –pensaba. –Los otros, cuando se aburren, aserran, se dedican al espiritismo, curan a los mujíks con aceite de ricino, llevan diarios, y sólo yo soy tan infeliz, que no tengo ningún talento... Bueno, ¿qué puedo hacer ahora? ¿Qué? Soy el presidente del consejo del zémtsvo, el honorable juez de paz, un propietario rural, y... a pesar de todo, no encuentro con qué matar el tiempo... ¿Acaso leer algo?”
Shmájin se acercó al anaquel abarrotado de libros viejos. Había ahí todo tipo de índices judiciales, guías, una desaliñada pero aún no recortada revista Jardinería, una de cocina, prédicas, revistas viejas... Shmájin, indeciso, haló hacia sí un número de El contemporáneo del año 1859, y empezó a hojearlo...
-Nido de nobles... ¿De quién es esto? ¡Ajá! ¡De Turguéniev! Lo leí... Recuerdo... Olvidé de qué se trata; por lo tanto, se puede leer otra vez... Turguéniev escribe excelente... msí...
Shmájin se tendió en el sofá y se puso a leer... Y su alma añorante encontró sosiego en el gran escritor. A los diez minutos, Iliúshkin entró de puntillas al gabinete, puso debajo de la cabeza del señor un cojín y quitó de su pecho el número abierto...
El señor roncaba...
1Zémstvo (término histórico), administración local o provincial dirigida por la nobleza en la Rusia zarista.
2Arshín, antigua medida rusa igual a 0, 71 m.
3Herat, ciudad de Afganistán célebre por sus tapices.
4Tricot, malla, tejido de punto.
Título original: Bieznadiozhnii, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 15, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer, Dr. Pozzi at Home, 1881.
Imagen: John Singer, Dr. Pozzi at Home, 1881.