Los franceses son notables por su ligereza. Leen novelas indiscretas, se casan sin permiso de los padres, no obedecen a los porteros, no respetan a los mayores, e incluso no leen Las noticias moscovitas. Son tan inmorales, que todos los consistorios franceses están abarrotados de causas de divorcio. Sara Bernard, por ejemplo, se divorcia tan a menudo de sus esposos, que un secretario de consistorio, por su gracia, se hizo de dos casas. Las mujeres se hacen actrices de opereta y pasean por la Niévskii, y los hombres hornean panes franceses y cantan la Marsellesa. Hay muchos alfonsos: Alphonse Daudet, Alphonse Rallet1, y otros...
Los suecos lucharon contra Pedro el Grande, y le dieron a nuestro compatriota la macarrónica idea de los cerillos suecos, pero no le enseñaron cómo hacer esos cerillos fácilmente inflamables y servibles para el consumo. Montan a las suecas, escuchan en los restaurantes el canto de las suecas y engrasan las ruedas con brea noruega. Viven en lugares apartados.
Los griegos se dedican con preferencia al comercio. Venden esponjas, pececitos dorados, vino santorino y jabón griego, los que no tienen derechos comerciales llevan monos, o se dedican a la enseñanza de lenguas antiguas. En el tiempo libre de ocupaciones, pescan cerca de las aduanas de Odesa y de Taganróg. Se alimentan con alimentos de mala calidad, preparados en los bodegones griegos, y mueren de éstos mismos. Entre ellos se encuentran a veces hombres elevados: así, el dueño del restaurante tártaro de Moscú, Vlados, es un hombre muy alto y muy gordo.
Los españoles tocan la guitarra día y noche, se baten en duelo bajo las ventanas y mantienen correspondencia con el hacendado de Zvienígorod, Konstantín Shilóvskii, que compuso El tigrecito y Deseo ser español2. En el servicio estatal no son aceptados, ya que llevan cabellos largos y capas. Se casan por amor, pero al instante, después de la boda, acuchillan a sus esposas por celos, a pesar incluso de la exhortación de los inspectores españoles, que en España son estimados. Se dedican a la confección de moscas cantáridas.
Los cherquesos todos, hasta el último, tienen el título de “excelencia”. Comen trocitos de carnero, toman vino kajetiáno y se pelean en las redacciones. Se dedican a la confección de la antigua arma caucasiana, no piensan nunca en nada, y poseen largas narices para su cómoda retirada de los lugares públicos, donde producen desórdenes.
Los persas luchan contra las chinches, pulgas y cucarachas rusas, con cuyo objetivo preparan el talco pérsico. Luchan ya hace tiempo, sin embargo aún no vencieron y, a juzgar por los tamaños de las plumas de los mercaderes y las rajaduras en las camas de los funcionarios, vencerán apenas no pronto. Los persas ricos se sientan en las alfombras persas, y los pobres en los palos; además, los primeros experimentan mucho más placer que los segundos. Llevan la orden de El león y el sol3, cuya orden tienen nuestro Yúlii Shreyer4, que conquistó las simpatías pérsicas, Ríkov5, que brindó a Rusia servicios pérsicos, y muchos mercaderes moscovitas, por su no endeble apoyo a la causa de la mencionada guerra contra los insectos.
Los ingleses valoran mucho el tiempo. “El tiempo es dinero”, dicen ellos, y por eso a su sastre, en lugar de dinero, le pagan con tiempo. Están ocupados de modo constante: pronuncian discursos en los mítines, viajan en barcos y envenenan a los chinos con opio. No tienen ocio... No tienen tiempo para almorzar, estar en los bailes, andar al rendez-vous, darse vapor en el baño. Al rendez-vous, en su lugar, envían a los comisionistas, a los que conceden ilimitadas plenipotencias. Los hijos, nacidos de los comisionistas, son reconocidos como legales. Vive este pueblo práctico en los clubes ingleses, en el malecón inglés y en el almacén inglés. Se alimenta de sal inglesa y muere de enfermedad inglesa.
1Alphonse Rallet, dueño de una fábrica de perfumes.
2El tigrecito, Deseo ser español, romanzas populares de Konstantín Shilóvskii.
3El león y el sol, orden extranjera popular en Rusia, obtenida a menudo por vía ilegal.
4Y.O. Shreyer, artillero de profesión, tras retirarse se convierte en periodista, y durante la guerra franco-prusiana publica reportes “desde el campo de batalla”.
5Iván Ríkov, director del Banco de Skopín, juzgado y condenado por desfalcar y hacer quebrar dicha institución bancaria.
Título original: K jarakteristike narodov, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 46, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Claude Monet, El carnaval en el Boulevard des Capucines, 1873.
Los suecos lucharon contra Pedro el Grande, y le dieron a nuestro compatriota la macarrónica idea de los cerillos suecos, pero no le enseñaron cómo hacer esos cerillos fácilmente inflamables y servibles para el consumo. Montan a las suecas, escuchan en los restaurantes el canto de las suecas y engrasan las ruedas con brea noruega. Viven en lugares apartados.
Los griegos se dedican con preferencia al comercio. Venden esponjas, pececitos dorados, vino santorino y jabón griego, los que no tienen derechos comerciales llevan monos, o se dedican a la enseñanza de lenguas antiguas. En el tiempo libre de ocupaciones, pescan cerca de las aduanas de Odesa y de Taganróg. Se alimentan con alimentos de mala calidad, preparados en los bodegones griegos, y mueren de éstos mismos. Entre ellos se encuentran a veces hombres elevados: así, el dueño del restaurante tártaro de Moscú, Vlados, es un hombre muy alto y muy gordo.
Los españoles tocan la guitarra día y noche, se baten en duelo bajo las ventanas y mantienen correspondencia con el hacendado de Zvienígorod, Konstantín Shilóvskii, que compuso El tigrecito y Deseo ser español2. En el servicio estatal no son aceptados, ya que llevan cabellos largos y capas. Se casan por amor, pero al instante, después de la boda, acuchillan a sus esposas por celos, a pesar incluso de la exhortación de los inspectores españoles, que en España son estimados. Se dedican a la confección de moscas cantáridas.
Los cherquesos todos, hasta el último, tienen el título de “excelencia”. Comen trocitos de carnero, toman vino kajetiáno y se pelean en las redacciones. Se dedican a la confección de la antigua arma caucasiana, no piensan nunca en nada, y poseen largas narices para su cómoda retirada de los lugares públicos, donde producen desórdenes.
Los persas luchan contra las chinches, pulgas y cucarachas rusas, con cuyo objetivo preparan el talco pérsico. Luchan ya hace tiempo, sin embargo aún no vencieron y, a juzgar por los tamaños de las plumas de los mercaderes y las rajaduras en las camas de los funcionarios, vencerán apenas no pronto. Los persas ricos se sientan en las alfombras persas, y los pobres en los palos; además, los primeros experimentan mucho más placer que los segundos. Llevan la orden de El león y el sol3, cuya orden tienen nuestro Yúlii Shreyer4, que conquistó las simpatías pérsicas, Ríkov5, que brindó a Rusia servicios pérsicos, y muchos mercaderes moscovitas, por su no endeble apoyo a la causa de la mencionada guerra contra los insectos.
Los ingleses valoran mucho el tiempo. “El tiempo es dinero”, dicen ellos, y por eso a su sastre, en lugar de dinero, le pagan con tiempo. Están ocupados de modo constante: pronuncian discursos en los mítines, viajan en barcos y envenenan a los chinos con opio. No tienen ocio... No tienen tiempo para almorzar, estar en los bailes, andar al rendez-vous, darse vapor en el baño. Al rendez-vous, en su lugar, envían a los comisionistas, a los que conceden ilimitadas plenipotencias. Los hijos, nacidos de los comisionistas, son reconocidos como legales. Vive este pueblo práctico en los clubes ingleses, en el malecón inglés y en el almacén inglés. Se alimenta de sal inglesa y muere de enfermedad inglesa.
1Alphonse Rallet, dueño de una fábrica de perfumes.
2El tigrecito, Deseo ser español, romanzas populares de Konstantín Shilóvskii.
3El león y el sol, orden extranjera popular en Rusia, obtenida a menudo por vía ilegal.
4Y.O. Shreyer, artillero de profesión, tras retirarse se convierte en periodista, y durante la guerra franco-prusiana publica reportes “desde el campo de batalla”.
5Iván Ríkov, director del Banco de Skopín, juzgado y condenado por desfalcar y hacer quebrar dicha institución bancaria.
Título original: K jarakteristike narodov, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 46, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Claude Monet, El carnaval en el Boulevard des Capucines, 1873.