lunes, 10 de diciembre de 2007

Chejov a los Chejov


Krásnii Yar-Tomsk, 14-17 de mayo de 1890.

¡Espléndida mamásha mía, magnífica Másha1, dulce Másha2 y todos los míos de siempre! En Ekaterinburgo recibí el telegrama de respuesta desde Tiumén: “El primer barco a Tomsk saldrá el 18 de mayo”. Eso significaba que yo necesitaba, quieras o no, galopar a caballo. Así lo hice. De Tiumén salí el 3 de mayo, tras vivir en Ekaterinburgo 2-3 días, que utilicé para la compostura de mi carraspeante y hemorroidal persona. Llevan a través de Siberia los de postas y los libres. Yo tomé a los últimos: es lo mismo. Me sentaron a mí, siervo de Dios, en una canasta trenzada y me llevaron al vapor. Sentado en la canasta, miras el mundo de Dios, como un pardillo, y no piensas en nada... La llanura siberiana empieza, al parecer, desde el mismo Ekaterinburgo, y termina sabe el diablo dónde; yo diría que es muy parecida a nuestra estepa sureña rusa, si no fuera por el abedular escaso, que se encuentra ya por aquí, ya por allá, y si no fuera por el viento frío, que corta las mejillas. La primavera aún no empezó. Verdor no hay en absoluto, los bosques están pelados, la nieve no toda se derritió; en los lagos hay un hielo opaco. El 9 de mayo, día de San Nicolás, hubo helada, y hoy, 14, cayó 1 ½ viershók3 de nieve. De la primavera hablan sólo los patos. ¡Ah, son muchos los patos! Nunca en la vida había visto tal abundancia de patos. Vuelan sobre las cabezas, alzan vuelo cerca de la calesa, nadan en los lagos y los charcos, en resumen, en un día, con un fusil malo, yo cazaría unas mil piezas. Se oye cómo gritan los gansos salvajes... Éstos aquí son muchos también. A menudo se encuentran bandadas de grullas y de cisnes... En el abedular revolotean los urogallos y las ortegas. Las liebres, que aquí no comen y no cazan, titubean un mínimo, se paran sobre las patitas traseras y, tras parar las orejas, siguen con mirada curiosa a los viajeros. Éstas cruzan el camino tan a menudo, que eso aquí no se considera de mal indicio.
Frío al viajar... Sobre mí la pelliza. El cuerpo no está mal, bien, pero en los pies frío. Los arropo con el paletó de piel –no ayuda... Tengo puestos dos pantalones. Bueno, vas, vas... Pasan fugazmente los postes de vérstas, los charcos, los abedulares... Aquí pasamos a unos colonos, después a una escolta... Encontramos a unos vagabundos con calderos a la espalda; estos señores se pasean sin impedimento por toda la carretera siberiana. Ya acuchillan a una viejecita, para tomar su falda de peal, ya arrancan de los postes de vérstas la hojalata con números –servirá, ya le rompen la cabeza al mendigo de encuentro, o le sacan los ojos a su propio hermano deportado, pero a los viajeros no los tocan. En general, en el sentido de los bandidos, el viaje aquí es totalmente seguro. Desde Tiumén hasta Tomsk, ni los cocheros de correo, ni los libres recuerdan que a un viajero le hayan robado algo; cuando vas a la estación, dejas las cosas en el patio; a la pregunta no las roban acaso, responden con una sonrisa. De los robos y los asesinatos en el camino, no se acostumbra incluso hablar. Me parece que si yo perdiera mi dinero en la estación o en el carro, el cochero que lo encuentre, seguramente, me lo devolvería y no se jactaría de eso. En general, la gente aquí es buena, bondadosa y de tradiciones hermosas. Sus habitaciones están dispuestas con sencillez, pero con limpieza, con pretensiones de lujo; las camas son blandas, todas de plumón y con almohadas grandes, los pisos están pintados o cubiertos con alfombras de lienzo caseras. Eso se explica, por supuesto, con el bienestar, con que la familia tiene una parcela de 16 diesiatínas4 de tierra negra, y con que en esa tierra negra crece un buen trigo (la harina de trigo cuesta aquí 30 kóp. el pud5). Pero no todo se puede explicar con el bienestar y la saciedad, hay que conceder algo al modo de vida. Cuando entras de noche a la habitación, donde duermen, pues la nariz no siente ni la espira ni el espíritu ruso. Es verdad, una vieja, al darme una cucharita de té, la secó con el trasero, pero en cambio no lo sientan a usted a beber té sin mantel, no eructan ante usted, no se hurgan en la cabeza; cuando te sirven agua o leche, no meten los dedos dentro del vaso, la vajilla está limpia, el kvas transparente, como la cerveza, -en general, una limpieza sobre la que nuestros jojóles6 sólo pueden soñar, ¡y pues los jojóles son más limpios que los katzápos7! El pan lo hornean aquí riquísimo; yo, los primeros días, me harté de éste. Son ricas las empanadas, las hojuelas, los buñuelos y los bollos, que recuerdan las esponjosas roscas jojólas. Las hojuelas son finas... En cambio, todo lo restante no es para el estómago europeo. Por ejemplo, en todas partes me agasajaron con “bodrio de pato”. Es una absoluta porquería: un líquido turbio, donde nadan unos pedacitos de pato salvaje y cebolla no cocida; las tripas del pato no están del todo limpias de su contenido y por eso, al caer en la boca, obligan a pensar que la boca y el rectum cambiaron de lugar. Yo, una vez, rogué cocerme una sopa de carne y freírme una perca. La sopa me la sirvieron resalada, sucia, con pedacitos callosos de piel en lugar de carne, y la perca con escamas. Cocinan aquí schi8 de cecina; y ésta la fríen. Ahora me sirvieron la cecina frita: super repulsivo; la mastiqué y la arrojé. Té beben aquí de ladrillo. Es una infusión de salvia y cucarachas –así, por el sabor y por el color –no es té, sino vino de colchón9. Hablando a propósito, traje conmigo desde Ekaterinburgo ¼ de libra de té, 5 libras de azúcar y 3 limones. El té no me alcanzó, y no hay dónde comprar. En las ciudades sarnosas, hasta los funcionarios beben té de ladrillo, y las mejores tiendas no tienen un té más caro de 1 r. 50 k. la libra. Tuve que beber salvia.
La distancia entre las estaciones se determina por la distancia entre cada dos pueblos vecinos: 20-40 vérstas. Los pueblos aquí son grandes, colonias y caseríos no hay. En todas partes hay iglesias y escuelas; las isbás son de madera, las hay de dos pisos.
Al atardecer, los charcos y los caminos empiezan a helarse, y por la noche hay helada total, aunque te pongas la dojá...10 ¡brrr! Sacude, porque el fango se convierte en terrones. Retuerce el alma... Al amanecer, te fatigas terriblemente con el frío, las sacudidas y las campanillas; deseas apasionadamente el calor y la cama... Mientras cambian los caballos, fumas en algún lugar por un rincón, y al instante te duermes, y al minuto el cochero ya te tira de la manga y dice: “¡Levántate amigo, es hora!” A la segunda noche empecé a sentir un agudo dolor de muelas en los talones. Un dolor insoportable. Me pregunto: ¿no me helé acaso?
No obstante, escribir no se puede. Llegó el jurado (o sea, el comisario).
Nos conocimos y conversamos. Hasta mañana.

Tomsk, 16 de mayo.

Los culpables resultaron las botas de montar, estrechas en los talones. Dulce Mísha, si vas a tener hijos, de lo que no dudo, pues légales no perseguir las baraturas. La baratura de la mercancía rusa –es el diploma de su inutilidad. En mi opinión, es mejor andar descalzo que en botas baratas. ¡Imaginen mi martirio! A cada rato, me apeo del carro, me siento en la tierra cruda y me quito las botas, para dejar descansar los talones. ¡Qué cómodo es eso en la helada! Tuve que comprar unas botas de fieltro en Ishím... Así, viajé en botas de fieltro, mientras éstas no se me empaparon con la humedad y el fango.
Por la mañana, a las 5-6 horas, tomar té en la isbá. El té en el camino –es un auténtico beneficio. Yo ahora conozco su precio, y lo tomo con la exasperación de Yánov. Éste calienta, ahuyenta el sueño, con éste comes mucho pan, y el pan, en ausencia de otra comida, debe comerse en gran cantidad; por eso pues, los campesinos comen tanto pan y cereal. Tomas té y conversas con las mujeres, que aquí son sensatas, amantes de su prole, compasivas, laboriosas, y más liberadas que en Europa; los esposos no las maldicen y no las golpean, porque ellas son tan altas, fuertes e inteligentes como sus soberanos; ellas, cuando los esposos no están en casa, trabajan de cochero; gustan de los retruécanos. A los niños no los manejan con severidad, los miman. Los niños duermen sobre blando, cuanto quieran, toman té y comen junto a los mujíks, y maldicen cuando éstos se burlan de ellos con cariño. Difteria no hay. Reina aquí la viruela negra pero, es extraño, ésta aquí no es tan contagiosa como en otros lugares: dos-tres se enferman, mueren –y fin de la epidemia. Hospitales y médicos no hay. Curan los enfermeros. Las sangrías y las ventosas son de magnitudes grandiosas, salvajes. Yo, por el camino, examiné a un hebreo, enfermo de cáncer de hígado. El hebreo estaba agotado, apenas respiraba, pero eso no le impidió al enfermero ponerle 12 ventosas. A propósito de los hebreos. Aquí éstos aran, trabajan de cocheros, tienen transportes, comercian y se llaman campesinos porque ellos, en realidad, de jure y de facto11, son campesinos. Gozan del respeto general y, según las palabras del jurado, no raras veces los eligen para jefes. Yo vi a un judío, alto y delgado, que fruncía el ceño y escupía con aprensión, cuando el jurado contaba anécdotas escabrosas; un alma limpia; su esposa cocinó una excelente sopa de pescado. La esposa de ese judío, que está enfermo de cáncer, me convidó con caviar de lucio y un pan blanco riquísimo. De la explotación judía no se oye.
Y a propósito de los polacos. Se encuentran confinados, enviados aquí de Polonia12 en 1864. Una gente buena, hospitalaria y delicadísima. Unos viven muy ricamente, otros muy pobremente, y sirven de escribanos en las estaciones. Los primeros, después de la amnistía, se fueron a su patria, pero pronto regresaron a Siberia –aquí hay más riqueza; los segundos sueñan con la patria, aunque ya están viejos y enfermos. En Ishím, un rico pan13 llamado Zaliésskii, cuya hija se parece a Sásha Kiselióva, me convidó por 1 rublo a un almuerzo excelente, y me dio un cuarto para dormir bien; tiene una taberna, se hizo terrateniente hasta la médula de los huesos, se pelea con todos pero, de todas formas, se siente al señor en las maneras, en la mesa, en todo. Él no va a la patria por avaricia, por avaricia soporta la nieve el día de Nicolás; cuando él muera, su hijita, que nació en Ishím, se quedará aquí para siempre -¡e irán de esa forma a reproducirse por Siberia los ojos negros y los rasgos tiernos! Estas mezclas de sangre casuales son necesarias, ya que en Siberia la población no es bonita. Trigueños no hay en absoluto. Acaso, ¿escribirles también sobre los tártaros? Permitan. Éstos aquí no son muchos. Son gente buena. En el gobierno de Kazánskii hablan bien de ellos hasta los clérigos, y en Siberia ellos son “mejores que los rusos” –así me dijo el jurado delante de unos rusos, que confirmaron eso con el silencio. ¡Dios mío, qué rica es Rusia de gente buena! ¡Si no fuera por el frío, que despoja a Siberia del verano, y si no fuera por los funcionarios, que pervierten a los campesinos y a los confinados, pues Siberia sería una riquísima y felicísima tierra!
De almorzar no hay nada. Las personas inteligentes, cuando van a Tomsk, llevan consigo, comúnmente, medio pud de fiambre. Yo pues resulté un imbécil, y por eso me alimenté 2 semanas sólo de leche y de huevos, que aquí cocinan así: la yema dura, y la clara pasada por agua. Cansa esa comida a los 2 días. En todo el camino sólo almorcé dos veces, si no contar la sopa de pescado judía, que tomé estando lleno, después del té. Vodka no tomé; el vodka siberiano es repulsivo, y además, me desacostumbré a éste mientras viajaba hasta Ekaterinburgo. El vodka pues se debe tomar. Éste excita el cerebro, que por el camino se pone indolente y embotado, por lo que te atontas y debilitas.
¡Stop! No se puede escribir: vino a conocerme el redactor de El Heraldo siberiano, Kartamíshev, un Nozdrióv14 local, borracho y perdido.
Kartamíshev tomó cerveza y se marchó. Continúo.
Los primeros tres días de voyage15, por las sacudidas y los empujones, me dolieron las clavículas, los hombros, las vértebras, el coxis... Ni sentarse, ni caminar, ni acostarse... Pero en cambio pasaron todos los dolores de pecho y de cabeza, se despertó hasta lo imposible el apetito, y las hemorroides, como si tuvieran la boca llena de agua –ni una palabra. Por la tensión, por el frecuente tráfago con las maletas y demás, y acaso por las borracheras de despedida en Moscú, tenía por la mañana unos esputos hemorrágicos, que me infundían algo parecido al abatimiento, despertándome pensamientos sombríos, y que al final del camino cesaron; ahora incluso no tengo tos; hace tiempo que no tosía tan poco como ahora, tras una estancia de dos semanas al aire libre. Tras los primeros tres días de voyage, mi cuerpo se acostumbró a las sacudidas, y para mí llegó un momento, cuando empecé a no advertir cómo tras la mañana llegaba el mediodía, y después la tarde y la noche. Los días pasaban rápido, como en una larga enfermedad. Piensas que aún no es mediodía, y los mujíks dicen que tú, señor, te quedes a pernoctar, para que no te pierdas en la noche; y en efecto, echas una mirada al reloj –las 8 de la noche.
Te llevan rápido, pero de asombroso en esa rapidez no hay nada. Probablemente, encontré el camino malo, en invierno te llevan más rápido. En las montañas van a galope, y antes de salir del patio, y antes de que el cochero se siente al pescante, retienen unos dos-tres caballos. Los caballos recuerdan a los caballos bomberos moscovitas; una vez casi no aplasté a una vieja, y otra vez casi no volé sobre una escolta. Ahora dígnense a una aventura que debo al viaje siberiano. Sólo le ruego a mamásha no ayear y no lamentarse, ya que todo salió favorablemente. La noche del 6 de mayo, al amanecer, me llevaba un viejo muy gentil a todo vapor. Una calesita. Yo dormitaba y, sin nada que hacer, miraba cómo en el campo y el abedular chispeaban unos fuegos con formas de serpientes: eso, ardía la hierba del año pasado, que aquí queman. De pronto, oigo un golpeteo de ruedas quebrado. Al encuentro, con toda el alma, como un pájaro, corre una tróika16 de correo. Mi viejo se apura a virar a la derecha, la tróika vuela por el lado, y yo diviso en las tinieblas una inmensa, pesada telega de correo, donde está sentado el cochero trasero. Tras esta tróika corre una segunda tróika, también con toda el alma. Nosotros nos apuramos a virar a la derecha... Para mi gran desconcierto y miedo, la tróika vira no a la derecha, sino a la izquierda... Apenas alcancé a pensar: “¡Dios mío, chocamos!”, cuando repercutió un estruendo violento, los caballos se mezclan en una masa oscura, los arcos caen, mi calesa se pone en dos patas y yo vuelo a la tierra, y sobre mí mis maletas. Pero eso no es todo... Vuela una tercera tróika... En verdad, ésta debía despedazarme a mí y a mis maletas pero, gracias a Dios, yo no dormía, no me rompí nada por la caída y supe saltar tan rápido, que pude correr hacia un lado. “¡Para! –grité a la tercera tróika. -¡Para!” La tróika embistió a la segunda y se detuvo... Por supuesto, si yo supiera dormir en la calesa, o si la tercera tróika corriera enseguida tras la segunda, pues hubiera regresado a casa inválido o jinete sin cabeza. Resultados de la colisión: los pértigos rotos, los arneses destrozados, los arcos y el equipaje en la tierra, los caballos estupefactos, martirizados, y el miedo por la idea de que recién se sobrevivió a un peligro. Resultó que el primer cochero fustigó a los caballos, y en las dos segundas tróikas los cocheros dormían, y los caballos solos corrían tras la primera tróika, no había nadie para dirigirlos. Recobrado de la batahola, mi viejo y los cocheros de todas las tres tróikas empezaron a maldecir sin consuelo. ¡Ah, cómo maldecían! Yo pensaba que terminaría en pelea. Ustedes no pueden imaginarse qué soledad sientes en medio de esta horda salvaje, maldiciente, en medio de los campos, antes del amanecer, a la vista de los fuegos cercanos y lejanos, que devoran la hierba, ¡pero que no calientan ni una pizca el frío aire nocturno! ¡Ah, qué peso en el alma! Escuchas la maldición, miras los pértigos rotos y tu equipaje desecho, y te parece que fuiste arrojado a otro mundo, que ahora te hundirán... Tras una hora de maldición, mi viejo empezó a atar con unas cuerdas los pértigos y los arneses; entró en acción también mi cinturón. Hasta la estación caminamos con lentitud más o menos, casi casi, y a cada rato nos deteníamos...
Después de 5-6 días, empezaron las lluvias con viento fuerte. Llovió día y noche. Entró en acción el paletó de piel, que me había salvado de la lluvia y el viento. Milagroso paletó. El fango se hizo intransitable, los cocheros empezaron a llevar de mala gana por la noche. Pero lo más terrible de todo, y lo que no olvidaré en toda mi vida, es el paso a través de los ríos. Te acercas de noche al río... Empiezas a gritar con el cochero... La lluvia, el viento, por el río se arrastran los témpanos de hielo, se oye el chapoteo... Y, a propósito, una alegría: muge el toro. En los ríos siberianos viven los toros. Significa, que éstos reconocen no el clima, sino la situación geográfica... Bueno, al cabo de una hora, surge de las tinieblas una balsa inmensa, con forma de barcaza; los remos inmensos, parecidos a pinzas de cangrejo. Los barqueros –son gente pícara, la mayoría confinados, enviados aquí por una sociedad que condena la vida depravada. Maldicen de modo insoportable, gritan, piden dinero para el vodka... Llevan a través del río largo, largo tiempo... ¡torturante largo tiempo! La balsa se arrastra... De nuevo la sensación de soledad, y parece que el toro muge a propósito, como si quisiera decir: “¡No temas tío, yo estoy aquí, los Lintvarióv del Psiól me enviaron aquí!”
El 7 de mayo el cochero libre, cuando yo le pedí caballos, dijo que el Irtísh se desbordó e inundó las praderas, que ayer había ido Kuzmá y a duras penas volvió, y que no se podía ir, había que esperar... Pregunto: ¿hasta cuándo esperar? Respuesta: ¡Y Dios sabe! Eso es indefinido, y además, yo me había dado la palabra de deshacerme en el camino de mis dos vicios, que me acarrearon no pocos gastos, gestiones e incomodidades; éstos –la deferencia y la complacencia. Yo convengo rápidamente, y por eso tuve que ir sabe el diablo en qué, pagar a veces el doble, esperar por horas enteras... Empecé a no convenir y a no creer –y sentí alivio en mis costados. Por ejemplo, enganchan no un carro, sino una telega sencilla, que se sacude. Rehúsas a ir en la telega, te empeñas, y seguramente aparecerá un carro, aunque antes afirmaban que en todo el pueblo no había un carro, y demás. Bueno, sospechando que la crecida del Irtísh fue inventada sólo para no llevarme en la noche por el fango, protesté y ordené partir. El mujík, que había oído de la crecida por Kuzmá, y que no la había visto, se rascó y convino; los viejos lo animaron y le dijeron que cuando ellos, en su juventud, trabajaban de cocheros, pues no le temían a nada... Partimos... El fango, la lluvia, el viento furioso, el frío... y las botas de fieltro en los pies. ¿Saben qué son las botas de fieltro mojadas? Son botas de gelatina. Vamos, vamos, y he aquí ante mis ojos se extiende un lago inmenso, donde se entreven por lugares unas manchas de tierra y sobresalen unas matas –son las praderas inundadas. A lo lejos se extiende la orilla escarpada del Irtísh; sobre ésta blanquea la nieve... Empezamos a ir por el lago. Sería posible regresar, pero me lo impide la terquedad, y me posee como un ímpetu incomprensible, que me obligó a lanzarme al Mar negro desde un yate, y que me ha incitado a hacer no pocas tonterías... Debe ser, una psicosis. Vamos y escogemos las islitas, las franjitas. La dirección la indican los puentes y las pasarelas; éstos están derribados. Para pasar por éstos, hay que desenganchar los caballos y conducir los caballos uno por uno... El cochero los desengancha, yo salto en botas de fieltro al agua y retengo a los caballos... ¡Entretenido! Y ahí la lluvia, el viento... ¡sálvame zarina celestial! Finalmente, llegamos a la islita, donde hay una isbita sin techo... Por el estiércol mojado deambulan los caballos mojados. Sale de la isbita un mujík con un palo largo y se dispone a acompañar... Con el palo mide la profundidad del agua y prueba el terreno... Dios le dé salud, nos sacó a una franja larga, que llamó “espinazo”. Nos enseñó que, desde ese espinazo, intentáramos tomar por algún lugar a la derecha o, no recuerdo, a la izquierda, y llegar al otro espinazo. Así lo hicimos...
Vamos... Las botas de fieltro mojadas, como en el retrete. Chapoteo, las medias se ponen mocosas. El cochero calla y chasquea con los labios, abatido. Le gustaría regresar, pero ya es tarde, oscurece... Finalmente -¡oh, alegría!- nos acercamos al Irtísh... aquella orilla escarpada, y ésta -declinada. Ésta fangosa, se ve resbalosa, repulsiva, no hay huella de vegetación... El agua turbia de crestas blancas la azota y bota hacia atrás con rabia, como si le fuera repulsivo acercarse a una orilla deforme, mojada y resbalosa donde, como parece, sólo pueden vivir los sapos y las almas de los asesinos... El Irtísh no susurra, no brama, sino parece como si en su fondo golpeara en tumbas... ¡Una impresión maldita! Aquella orilla elevada, parda, desierta...
Una isbá; ahí viven los barqueros. Sale uno y declara que soltar la balsa no se puede, ya que se desató el mal tiempo. El río, dice, está ancho y el viento fuerte... ¿Y qué pues? Tuve que pernoctar en la isbá... Recuerdo la noche, el ronquido de los barqueros y de mi cochero, el susurro del viento, el golpe de la lluvia, el rugido del Irtísh... Antes de dormir, le escribí a María Vladímirovna una carta: recordé el remolino Bozharóvskii.
Por la mañana no nos quisieron llevar en la almadía: hay viento. Tuvimos que navegar en bote. Navego por el río y llueve a cántaros, el viento sopla, el equipaje se moja, las botas de fieltro, que por la noche se secaron a la estufa, de nuevo se convierten en gelatina. ¡Oh, gentil paletó de piel! Si no me resfrié, pues se lo debo sólo a él. Cuando regrese, úntenle por eso cebo o aceite de ricino. En la orilla estuve sentado todo una hora sobre la maleta, y esperé a que vinieran los caballos del campo. Recuerdo, que escalar la orilla era muy resbaloso. En el pueblo me calenté y tomé té. Venían los confinados por la limosna. Para éstos cada familia fermenta diariamente un pug17 de harina de trigo. Es una suerte de prestación. Los confinados toman el pan y se lo beben en la taberna. Un confinado, un viejo harapiento, afeitado, a quien le sacaron los ojos en la taberna los propios confinados, al oír que en la habitación había un forastero y tomarme por un mercader, empezó a cantar y a recitar plegarias. Y por la salud, y por el descanso, y hasta una pastoral cantó. “Que Dios resucite”, y “Por el descanso sagrado” -¡qué sólo no cantó! Después, empezó a mentir que él era de los mercaderes moscovitas. Yo advertí cómo este borracho despreciaba a los mujíks, ¡a costa de quienes vivía!
El 11 fui en las de correo. Por aburrimiento, leía en las estaciones los libros de quejas. Hice un descubrimiento que me asombró y que, en la lluvia y la humedad, no tiene precio: las estaciones de correo, en los zaguanes, tienen retretes. ¡Oh, ustedes no pueden apreciar eso!
El 12 de mayo no me dieron caballos, dijeron que no se puede ir, ya que el Ob se desbordó e inundó todas las praderas. Me aconsejaron: “Vaya usted en dirección de la carretera hasta Krásnii Yar; allí atravesará en bote unas 12 vérstas hasta Dubróvin, y en Dubróvin le darán caballos de correo...” Fui con los libres a Krásnii Yar. Llego por la mañana. Dicen que bote hay, pero hay que esperar un poco, ya que el abuelo mandó en éste, a Dubróvin, a un trabajador, que llevaba al escribano del jurado. De acuerdo, esperaremos... Transcurre una hora, otra, la tercera... Llega el mediodía, después la tarde... ¡Alá sabe, cuánto té tomé, cuánto pan comí, cuántas ideas cambié! ¡Y cuán mucho dormí! Llega la noche, y el bote aún no está... Llega la mañana temprana... Finalmente, a las 9, regresa el trabajador. ¡Gloria al cielo, navegamos! ¡Y qué bien navegamos! Silencio en el aire, los remeros buenos, las islas bonitas... El agua tomó a la gente y al ganado por sorpresa, y veo cómo las mujeres navegan en botes hacia las islas, para ordeñar las vacas. Y las vacas están flacas, abatidas... Con motivo de los fríos, no hay forraje en absoluto. Navegué 12 vérstas. En Dubróvin, en la estación, té, y con el té me sirvieron, pueden imaginarse, barquillo... La dueña, debe ser, es una confinada o esposa de un confinado... En la próxima estación, el viejo escribano, un polaco, a quien di antipirina para el dolor de cabeza, se quejaba de la pobreza y decía que hace poco pasó por Siberia el conde Sapéga, chambelán de la corte austriaca, un polaco que ayuda a los polacos. “¡Se alojó cerca de la estación, -contaba el escribano,- y yo no sabía eso! ¡Madre santísima! ¡Él me hubiera ayudado! Yo le escribí a Viena, pero no recibí respuesta”... y demás. ¿Por qué yo no soy Sapéga? Yo enviaría a este pobre hombre a su patria.
El 14 de mayo de nuevo no me dieron caballos. Desbordado el Tom. ¡Qué fastidio! ¡No fastidio, sino desolación! ¡A 50 vérstas de Tomsk y tan inesperado! Una mujer empezaría a sollozar en mi lugar... Para mí, las buenas gentes hallaron una salida: “Váyase, su excelencia, hasta Tom –a sólo 6 vérstas de aquí; ahí lo llevarán en bote hasta Yar, y de ahí a Tomsk lo llevará Iliá Markóvich”. Alquilo a un libre y voy a Tom, al lugar donde debe estar el bote. Me acerco –el bote no está. Dicen, que recién zarpó con el correo y apenas vuelva, ya que sopla un viento fuerte. Empiezo a esperar... La tierra cubierta de nieve, cae lluvia y granizo, el viento... Pasa una hora, otra, y el bote no está... ¡Se ríe de mí el destino! Regreso a la estación. Ahí, tres tróikas de correo y el cartero se disponen a ir a Tom. Digo que no hay bote. Se quedan. Recibo una recompensa del destino: el escribano, a mi indecisa pregunta de si no hay algo de picar, dice que la dueña tiene schi... ¡Oh éxtasis! ¡Oh día preclaro! Y en realidad, la hijita de la dueña me sirve un estupendo schi con una carne excelente y unas papitas fritas con pepino. Después del pan Zaliésskii, ni una vez había almorzado así. Después de las papitas, me retiré y me preparé un café. ¡Una orgía!
Antes del anochecer, el cartero, un hombre maduro, aparentemente sufrido, que no se atreve a sentarse en mi presencia, empezó a disponerse para ir a Tom. Y yo también. Partimos. Tan pronto nos acercamos al río, apareció un bote, tan largo como yo nunca había visto antes ni en sueños. Cuando cargaron el correo en el bote, fui testigo de un extraño fenómeno: tronó un trueno –eso con nieve y viento frío. Cargamos y navegamos. Dulce Misha, perdona, ¡cómo me alegré de que no te traje conmigo! ¡Qué bien hice que no traje a nadie! Al principio, nuestro bote navegó por la pradera, cerca de unas matas de mimbre... Como sucede antes de la tormenta o durante la tormenta, de pronto corrió por el agua un viento fuerte, que levantó oleadas. El remero, sentado al timón, aconsejó pasar el mal tiempo en las matas de mimbre; a eso le respondieron que si el mal tiempo se hacía más fuerte, estarías en los mimbres hasta la noche, y de todas formas te ahogarías. Empezaron a decidir por mayoría, y decidieron seguir navegando. ¡Funesto, ridículo destino mío! Bueno, ¿para qué estas bromas? Navegamos en silencio, concentrados... Recuerdo la figura del cartero, que había visto bastante... Recuerdo a un soldadito, que de pronto se puso morado, como jugo de cereza... Yo pensaba: si el bote se voltea, pues arrojo la pelliza y el paletó de piel... después las botas de fieltro... después, y demás. ... Y he aquí la orilla cada vez más cerca, más cerca... En el alma cada vez más alivio, alivio, el corazón se encoge de alegría, suspiras profundo por algo, como que descansaste de pronto, y saltas a la orilla mojada, resbalosa... ¡Gracias a Dios!
En casa de Iliá Markóvich, el convertido, dicen que a la noche no se puede viajar –el camino es malo, que es necesario quedarse a pernoctar. De acuerdo, me quedo. Después del té, me siento a escribirles esta carta, interrumpida por la llegada del jurado. El jurado –es una mezcla espesa de Nozdrióv, Jlestakóv18 y los perros. Borracho, perverso, mentiroso, cantor, contador de anécdotas y, a pesar de todo, un buen hombre. Trajo consigo un gran baúl repleto de asuntos, una cama con colchón, una escopeta y al escribano. El escribano es un hombre excelente, intelectual, un liberal protestón, que estudió en Petersburgo, libre, se desconoce cómo cayó en Siberia, contagiado hasta la médula de los huesos de todas las enfermedades, y dado a la bebida por gentileza de su principal, que lo llama Kólia. Manda la autoridad por el licor. “¡Doctor! –exclama ésta-. Tome una copita más, reverencio hasta los pies!” Por supuesto, tomo. Se zampa la autoridad el licor fuertemente, miente locamente, blasfema sin vergüenza. Nos acostamos a dormir. Por la mañana, de nuevo mandan por el licor. Se zampan el licor hasta las 10, y finalmente se van. El convertido Iliá Markóvich, a quien los mujíks adoran aquí –así me dijeron, -me dio caballos hasta Tomsk.
Yo, el jurado y el escribano nos sentamos en un carro. El jurado todo el camino mintió, bebió de la botella, se jactó de que no acepta sobornos, se admiró con la naturaleza y amenazó con el puño a los vagabundos al encuentro. Recorrí 15 vérstasstop! El pueblo Bróvkino... Nos alojamos cerca de la tiendita judía y vamos a “descansar”. El judío corre por el licor, y la judía cocina la sopa de pescado, sobre la que ya escribí. El jurado dispuso que vinieran el policía, el capataz y el contratista de caminos y, borracho, empezó a regañarlos, sin avergonzarse en absoluto de mi presencia. Maldecía como un tártaro.
Pronto me separé del jurado y, por un camino repulsivo, la noche del 15 de mayo, llegué a Tomsk. Los últimos 2 días hice sólo 70 vérstas -¡pueden juzgar qué camino!
En Tomsk hay un fango intransitable. De la ciudad y la vida local voy a escribir en unos días, y ahora hasta pronto. Me fatigó escribir. Una reverencia a Papásha, Iván19, tía20, Aliósha21, Alexándra Vasílievna22, Zinaída Mijáilovna23, al Doctor24, Trósha25, al gran pianista26, a Mariúshka27. Si conocen la dirección de la gentilísima Gundásija28, pues escríbanle a esa extraordinaria, admirable señorita que la reverencio. A la gloriosa Jamais29 un saludo de alma. Si los va a visitar en verano, yo estaré muy contento. Ella es muy buena. Díganle a Trósha que ahora bebí con su vasito. Brindé, por lo demás, con Kartamíshev.
Álamos no hay. El general Kuvshínnikov30 mintió. Ruiseñores no hay. Urracas y cuclillos hay.
Hoy recibí un telegrama de Suvórin de 80 palabras.
A todos los abrazo, beso y bendigo.

Vuestro, A. Chejov.

La carta de Mísha fue recibida. Gracias.
Perdonen, que la carta parece una vinaigrette31. Es incoherente. Pero, ¿y qué hacer? Sentado en el número no la escribirás mejor. Disculpen que es larga. Yo no soy culpable. La mano se soltó, y además, quería hablar de tendido con ustedes. Son las 3 de la madrugada. La mano se me fatigó. A la vela se le gastó la mecha, se ve mal. Escríbanme a Sajalín cada 4-5 días. Resulta que el correo allá va no sólo por mar, sino también a través de Siberia. Significa, que voy a recibirlo a tiempo y a menudo.
Mañana iré a ver a Vladislávliev32 y a Florínskii33. El dinero está entero. Las costuras aún no las descosí. ¿Qué hay con Artiómenko34? Jaritónienko35 recibió la estrella. Felicito a Súmi.
En Tomsk, en todas las iglesias, descolla La proposición36.
Los tomianos dicen que una primavera tan fría y lluviosa como la de este año, hubo en 1842. La mitad de Tomsk está inundada. ¡Mi dicha!
Como caramelos.
Si a Másha le duele la garganta en verano también, pues después de llegar a Moscú en septiembre, que el prof. Kuzmín37 le corte un pedacito de cada amígdala. Es una operación inocente, indolora. Sin esa operación, Másha no se liberará hasta la vejez de los foliculares y restantes anginas. Si Elena Mijáilovna38 acepta hacer esa operación, pues mejor aun. Por ahora, las amígdalas aún no son muy grandes, es suficiente cortar un pedacito muy pequeño.
En Tomsk será necesario esperar hasta el tiempo, cuando cesen las lluvias. Dicen que el camino hasta Irkútsk es perturbador. Aquí hay un Bazar eslavo. Los almuerzos son buenos, pero llegar a ese Bazar no es fácil –un fango intransitable.
Hoy (17 de mayo) iré al baño. Dicen que para todo Tomsk se tiene un solo bañero –Arjíp.

1En su Alrededor de Chejov, Mijaíl Chejov recuerda: “Era necesario llevar consigo unas botas de fieltro demás o, finalmente, revestirle de antemano la piel a esas que llevaba consigo. Pero no hicimos nada de esto” (cap. VIII, pag. 220).
2Másha, diminutivo de María Chejova, hermana del escritor.
3Viershók, antigua medida rusa igual a 4,4 cm.
4Desiatína, antigua medida rusa de superficie igual a 1,09 ha.
5Pud, antigua medida rusa de peso igual a 16, 3 kg.
6Jojól (expresión familiar, anticuada, jocosa), ucraniano.
7Katzápo, apodo que ponen los rusos de la Rusia menor a los rusos de la Gran Rusia.
8Schi, sopa de legumbres con carne.
9Vino tinto barato que se vende en Taganróg.
10Dojá, pelliza larga de pieles.
11De jure y de facto, de derecho y de hecho.
12Tras el aplastamiento del levantamiento polaco en 1863.
13Pan (término histórico), noble, hidalgo en Polonia, Bielorrusia y Ucrania zaristas.
14Nozdrióv, personaje grotesco de Las almas muertas, novela de Nikolai Gógol.
15Voyage, viaje.
16Tróika, tiro de tres caballos.
17Pug”, palabra pud mal pronunciada por los lugareños.
18Nozdrióv, Jlestakóv, personajes grotescos de Las almas muertas y El inspector, novela y comedia de Nikolai Gógol.
19Iván Chejov, hermano del escritor.
20Fedósia Dolzhénko, hermana de la madre de Chejov, tía de Chejov.
21Aliósha, diminutivo de Alexéi Dolzhénko, primo de Chejov.
22Alexándra Lintvarióva, terrateniente, dueña de la hacienda El recodo, madre de Natalia Lintvarióva.
23Zinaída Lintvarióva, médico, hija de Alexándra Lintvarióva.
24Elena Lintvarióva, médico, hija de Alexándra Lintvarióva.
25“Trósha”, apodo de Natalia Lintvarióva, maestra, hija de Alexándra Lintvarióva.
26Geórgii Lintvarióv, pianista, hijo de Alexándra Lintvarióva.
27María Bielenóvskaya (“Mariúshka”, “abuelita”), viejita, antigua cocinera que se queda a vivir en casa de la familia Chejov.
28Olga Kundásova (“Astrónoma”), matemático, conocida cercana de la familia Chejov.
29«Jamais», apodo de Lidia Mizínova.
30Dmítrii Kuvshínnikov, médico de la policía de Moscú, conocido de Chejov.
31Vinaigrette, salpicón; ensaladilla rusa con remolacha; (expresión familiar), ensalada, mezcolanza, revoltijo.
32S.M. Vladislávliev, arquitecto, (hijo del tenor del Teatro Bolshói Mijaíl Vladislávliev), conocido de la familia Chejov, de Bábkino.
33N.M. Florínskii, médico de la clínica de la Universidad de Tomsk.
34Frósia Artiómenko, conocida de la familia Chejov, de El recodo.
35Iván Jaritónienko, dueño de una fábrica en el distrito Súmski.
36Afiche teatral de un vodevil de Chejov.
37V.A. Kuzmín, profesor, médico laringólogo.
38La misma Elena Lintvarióva, médico.

Imagen: Isaac Levitan, Vladimirka Road, 1892.