Moscú, 17 de diciembre de 1890.
Gentil mío, ahora telegrafié que habrá cuento1. Tengo un cuento apropiado, pero es largo y estrecho, como una escolopendra; hay que limpiarlo un poco y rescribirlo. Lo enviaré con seguridad, ya que ahora soy un hombre no perezoso y trabajador.
La figura de Pleschéev con su herencia de dos millones me resulta cómica. ¡Veremos cómo llevará a remolque sus millones! ¿Para qué diablos le hacen falta? Para fumar tabacos, comerse 50 pasteles dulces al día y tomar agua de seltzer, son suficientes tres rublos diarios.
Traje conmigo cerca de 10 mil tarjetas estadísticas y toda clase de papeles. Quisiera estar casado ahora con alguna señorita sensata, que me ayudara a entender esta basura; cargarle todo el trabajo a mi hermana me da vergüenza, pues ella ya tiene bastante trabajo.
Me crece la pancita y empieza la impotencia. Después de los trópicos me resfrié: tos, bochorno por las noches, y me duele la cabeza.
Grigoróvich nunca fue portero en Las arenas, por eso aprecia tan poco el reino celestial. Miente él.
Me parece que vivir eternamente sería tan difícil, como no dormir en toda la vida.
Si en el reino celestial el sol sale tan bien como en el golfo de Bengala pues, me atrevo a asegurarle, el reino celestial es una cosa muy buena.
El contenido del cuento de Bellamy2 me lo refirió en Sajalín el general Kononóvich; un pequeño fragmento de ese cuento lo leí pernoctando en algún lugar de Sajalín sur. Ahora, cuando vaya a Peter, lo leeré entero.
Dígame, ¿cuándo promoverán a Léikin a consejero civil activo? Esa bielúga literaria me escribe: “En verano bajé 16 libras de peso”; escribe sobre las pavas, sobre la literatura y la col. El tono de la carta es asombrosamente regular, sereno.
Cuando vaya, voy a contarle todo desde el mismo principio. ¡Cuán errado estaba usted cuando me aconsejaba no ir a Sajalín! Yo ahora tengo la pancita, la gentil impotencia, miríadas de mosquitas en la cabeza, un abismo infernal de planes, y toda clase de cosas; y qué amargado sería ahora si estuviera en casa. Antes del viaje La sonata a Kreutzer era para mí un acontecimiento, y ahora me es ridícula y me parece estúpida. Ya sea que maduré por el viaje, ya sea que me volví loco –el diablo me conoce.
Conocí al Dr. Scherbák. En mi opinión, es un hombre notable. Ahí donde sirve todos lo quieren, y yo casi me hice amigo de él. En el pasado tiene una clase de papilla, que el mismo diablo se atasca en ésta.
Bueno, que esté saludable y no conceda importancia a sus achaques: serio, a juzgar por la carta, no es nada. Si contrae tifus o pulmonía, entonces es otro asunto.
La figura de Pleschéev con su herencia de dos millones me resulta cómica. ¡Veremos cómo llevará a remolque sus millones! ¿Para qué diablos le hacen falta? Para fumar tabacos, comerse 50 pasteles dulces al día y tomar agua de seltzer, son suficientes tres rublos diarios.
Traje conmigo cerca de 10 mil tarjetas estadísticas y toda clase de papeles. Quisiera estar casado ahora con alguna señorita sensata, que me ayudara a entender esta basura; cargarle todo el trabajo a mi hermana me da vergüenza, pues ella ya tiene bastante trabajo.
Me crece la pancita y empieza la impotencia. Después de los trópicos me resfrié: tos, bochorno por las noches, y me duele la cabeza.
Grigoróvich nunca fue portero en Las arenas, por eso aprecia tan poco el reino celestial. Miente él.
Me parece que vivir eternamente sería tan difícil, como no dormir en toda la vida.
Si en el reino celestial el sol sale tan bien como en el golfo de Bengala pues, me atrevo a asegurarle, el reino celestial es una cosa muy buena.
El contenido del cuento de Bellamy2 me lo refirió en Sajalín el general Kononóvich; un pequeño fragmento de ese cuento lo leí pernoctando en algún lugar de Sajalín sur. Ahora, cuando vaya a Peter, lo leeré entero.
Dígame, ¿cuándo promoverán a Léikin a consejero civil activo? Esa bielúga literaria me escribe: “En verano bajé 16 libras de peso”; escribe sobre las pavas, sobre la literatura y la col. El tono de la carta es asombrosamente regular, sereno.
Cuando vaya, voy a contarle todo desde el mismo principio. ¡Cuán errado estaba usted cuando me aconsejaba no ir a Sajalín! Yo ahora tengo la pancita, la gentil impotencia, miríadas de mosquitas en la cabeza, un abismo infernal de planes, y toda clase de cosas; y qué amargado sería ahora si estuviera en casa. Antes del viaje La sonata a Kreutzer era para mí un acontecimiento, y ahora me es ridícula y me parece estúpida. Ya sea que maduré por el viaje, ya sea que me volví loco –el diablo me conoce.
Conocí al Dr. Scherbák. En mi opinión, es un hombre notable. Ahí donde sirve todos lo quieren, y yo casi me hice amigo de él. En el pasado tiene una clase de papilla, que el mismo diablo se atasca en ésta.
Bueno, que esté saludable y no conceda importancia a sus achaques: serio, a juzgar por la carta, no es nada. Si contrae tifus o pulmonía, entonces es otro asunto.
Suyo, A. Chejov.
1Gúsiev.
2Looking backward, novela de Edward Bellamy; Alexéi Suvórin la publica en 1891 con el título Dentro de 100 años.
Imagen: Denis Sholokhov, Sergiev-Posad, Febrero.