Irkútsk, 5 de junio de 1890.
¡Hermano europeo!
Por supuesto, no es agradable vivir en Siberia, pero es mejor estar en Siberia y sentirse un hombre generoso, que vivir en Petersburgo y pasar por un borracho y un canalla. No hablo de los presentes.
Al irme de Rusia, oh hermano, te escribí que recibirías de mí muchos encargos. Antes de la partida, no me disponía a escribirte, en el camino no estaba para las cartas, y ahora, tras reflexionar, veo que tengo para ti no muchos encargos, sino sólo uno, el cual ruego realizar so pena de privación de la herencia. El encargo estriba he aquí en qué: cuando recibas la carta de tu hermana sobre el dinero, pues ponte los pantalones y ve a la librería de Tiempo nuevo: ahí recibe el dinero de mis libros y envíalo a tu hermana completo. Eso es todo.
Siberia es un país frío y largo. Voy, voy, y no se ve el final. Interesante y novedoso veo poco, en cambio percibo y experimento bastante. Luché con las crecidas de los ríos, con el frío, con el fango intransitable, con la hambruna, con el deseo de dormir... Unas sensaciones, como las que no experimentarás en Moscú ni por un millón. ¡Te haría falta ir a Siberia! Solicita a los fiscales que te envíen aquí.
De todas las ciudades siberianas, la mejor es Irkútsk. Tomsk no vale un grosh de cobre, y todos los distritos no son mejores que ese Kriépkaya1, donde cometiste la imprudencia de nacer. Lo más ofensivo de todo, es que en las ciudades de distrito no hay nada de comer, ¡y eso, en el camino, uh, cómo se siente! Te acercas a la ciudad y esperas comerte toda una montaña, y llegaste -¡traj!, ni embutido, ni queso, ni carne, ni menos arenque, sino los mismos huevos y leche insípidos que en los pueblos.
En general, estoy satisfecho con mi viaje y no lamento que vine. Es penoso viajar, pero en cambio el descanso es maravilloso. Descanso con placer.
De Irkútsk me moveré al Baikál, que navegaré en barco; desde el Baikál mil vérstas hasta el Amúr, y allí en barco hasta el Océano Pacífico donde, en primer lugar, me bañaré y comeré ostras.
Aquí llegué ayer y, en primer lugar, me dirigí al baño, después me acosté a dormir. ¡Ah, cómo dormí! Sólo ahora entiendo lo que significa el sueño.
Bueno, que estés saludable. A Natalia Alexándrovna2, la enmudecida Kúka3 y a mi tocayo4 una profundísima reverencia y deseo de todos los bienes. Mi dirección: Puesto Alexándrovskii en Sajalín. Escríbeme cómo van tus asuntos y si no hay algo nuevito. Escribe a los nuestros más a menudo, pues están aburridos.
Te bendigo con ambas manos.
Por supuesto, no es agradable vivir en Siberia, pero es mejor estar en Siberia y sentirse un hombre generoso, que vivir en Petersburgo y pasar por un borracho y un canalla. No hablo de los presentes.
Al irme de Rusia, oh hermano, te escribí que recibirías de mí muchos encargos. Antes de la partida, no me disponía a escribirte, en el camino no estaba para las cartas, y ahora, tras reflexionar, veo que tengo para ti no muchos encargos, sino sólo uno, el cual ruego realizar so pena de privación de la herencia. El encargo estriba he aquí en qué: cuando recibas la carta de tu hermana sobre el dinero, pues ponte los pantalones y ve a la librería de Tiempo nuevo: ahí recibe el dinero de mis libros y envíalo a tu hermana completo. Eso es todo.
Siberia es un país frío y largo. Voy, voy, y no se ve el final. Interesante y novedoso veo poco, en cambio percibo y experimento bastante. Luché con las crecidas de los ríos, con el frío, con el fango intransitable, con la hambruna, con el deseo de dormir... Unas sensaciones, como las que no experimentarás en Moscú ni por un millón. ¡Te haría falta ir a Siberia! Solicita a los fiscales que te envíen aquí.
De todas las ciudades siberianas, la mejor es Irkútsk. Tomsk no vale un grosh de cobre, y todos los distritos no son mejores que ese Kriépkaya1, donde cometiste la imprudencia de nacer. Lo más ofensivo de todo, es que en las ciudades de distrito no hay nada de comer, ¡y eso, en el camino, uh, cómo se siente! Te acercas a la ciudad y esperas comerte toda una montaña, y llegaste -¡traj!, ni embutido, ni queso, ni carne, ni menos arenque, sino los mismos huevos y leche insípidos que en los pueblos.
En general, estoy satisfecho con mi viaje y no lamento que vine. Es penoso viajar, pero en cambio el descanso es maravilloso. Descanso con placer.
De Irkútsk me moveré al Baikál, que navegaré en barco; desde el Baikál mil vérstas hasta el Amúr, y allí en barco hasta el Océano Pacífico donde, en primer lugar, me bañaré y comeré ostras.
Aquí llegué ayer y, en primer lugar, me dirigí al baño, después me acosté a dormir. ¡Ah, cómo dormí! Sólo ahora entiendo lo que significa el sueño.
Bueno, que estés saludable. A Natalia Alexándrovna2, la enmudecida Kúka3 y a mi tocayo4 una profundísima reverencia y deseo de todos los bienes. Mi dirección: Puesto Alexándrovskii en Sajalín. Escríbeme cómo van tus asuntos y si no hay algo nuevito. Escribe a los nuestros más a menudo, pues están aburridos.
Te bendigo con ambas manos.
Tu hermano asiático, A. Chejov.
1Distrito Kriépkaya, a 75 kilómetros de Taganróg, donde vivía Yegór Chejov, el abuelo de los Chejov.
2Natalia Chejova (Golden de soltera), segunda esposa de Alexánder Chejov.
3Kúka, cocinera de Alexánder Chejov.
4Antón Chejov, hijo de Alexánder Chejov, sobrino del escritor.
Imagen: Boris Kustodiev, The Fair, 1908.