martes, 4 de diciembre de 2007

Chejov a V.M. Lavróv


Moscú, 10 de abril de 1890.

¡Vúkol Mijáilovich! En el librito de marzo de El pensamiento ruso, en la página 147 de la sección bibliográfica, leí casualmente esta frase: “Aún ayer, incluso los sacerdotes de la escritura sin principios, como los sres. Yasínskii y Chejov, cuyos nombres”1, y demás… A la crítica comúnmente no se responde, pero en este caso puede tratarse no de la crítica, sino simplemente de una calumnia. Yo, tal vez, no respondería a una calumnia, pero en unos días me voy de Rusia2 por largo tiempo, acaso ya no regrese nunca, y no tengo fuerzas para abstenerme de la respuesta.
Un escritor sin principios o, lo que es lo mismo, un bribón, yo nunca fui.
Es verdad, toda mi labor literaria estuvo conformada de una incesante serie de errores, a veces crasos, pero eso encuentra su explicación en la magnitud de mi ingenio y no, en absoluto, en que yo sea un buen o un mal hombre. Yo no chantajeé, no escribí ni libelos, ni denuncias, no adulé, no mentí, no ofendí, hablando en resumen, tengo muchos cuentos y artículos editoriales que arrojaría gustoso por su inutilidad, pero no tengo una sola línea tal, por la que ahora me diera vergüenza. Si admitir el supuesto, de que por falta de principios usted entiende la triste circunstancia de que yo, un hombre instruido, que publica a menudo, no hice nada por esos que quiero, que mi labor no dejó huellas, por ejemplo, en el zémstvo, el juzgado nuevo, la libertad de prensa, la libertad en general y demás, pues en ese sentido El pensamiento ruso debe en justicia considerarme su compañero, pero no acusarme más, como hizo hasta ahora, de la tendencia expresada –pues de eso no somos culpables ni usted ni yo.
Si se me juzgara como escritor desde el aspecto externo, pues y ahí apenas merezca una acusación pública por falta de principios. Hasta ahora llevé una vida aislada, viví entre cuatro paredes; nos encontramos usted y yo una vez cada dos años, y por ejemplo, al sr. Machtet3 no lo vi ni una vez en la vida –puede juzgar por eso cuán a menudo salgo de la casa; siempre me abstuve con firmeza de participar en las veladas literarias, las fiestas, las asambleas y por el estilo; sin invitación no me aparecía en ninguna redacción, siempre intenté que mis conocidos vieran en mí más al médico que al escritor; en resumen, fui un escritor modesto, y esta carta que ahora escribo, -es la primera inmodestia por toda mi labor de diez años. Con los compañeros mantengo excelentes relaciones; nunca me adjudiqué el papel de juez de ellos ni de esas revistas y periódicos donde trabajan, considerándome incompetente y encontrando que, en la actual situación dependiente de la prensa, toda palabra contra una revista o un escritor es no sólo despiadada y falta de tacto, sino francamente criminal. Hasta ahora decidí rehusar sólo a esas revistas y periódicos, cuya baja calidad era evidente y probada, y cuando tenía que escoger entre éstos, pues daba preferencia a esos de ellos que, por razones materiales u otras circunstancias determinadas, necesitaban más de mis servicios, y por eso trabajé no donde usted y no en El heraldo de Europa, sino en El heraldo del norte, y por eso recibía dos veces menos de lo que podría recibir con otra visión de mis obligaciones.
Su acusación –es una calumnia. Rogar que la tome de vuelta no puedo, ya que ésta entró ya en su virtud y no la cortarás con un hacha; explicar esto como una imprudencia, una ligereza o algo parecido tampoco puedo, ya que en su redacción hay, como me consta, gente indudablemente honrada y educada, que escribe y lee los artículos, espero, no en vano, y con conciencia de la responsabilidad por cada palabra propia. Me resta sólo señalarle su error, y rogarle creer en la sinceridad de ese penoso sentimiento que me indujo escribirle esta carta. Que después de su acusación son imposibles entre nosotros no sólo las relaciones laborales, sino hasta el común conocimiento superficial, eso se entiende por sí mismo4.

A. Chejov.

1“Aún ayer, incluso los sacerdotes de la escritura sin principios, como los sres. Yasínskii y Chejov, cuyos nombres deambulaban por las listas de colaboradores de todas las ediciones rusas posibles, incluso ellos no aparecían en los prospectos de El heraldo ruso y ediciones semejantes. Hubo entonces, hasta ahora, una línea de demarcación invisible entre la literatura general y la protectora-especial. (...) Hoy esa línea fue pasada no sólo por los sacerdotes del “arte” (eso aún no sería tan asombroso), sino también por ciertos publicistas, que ahora van a contribuir de modo pacífico y con esfuerzos comunes al florecimiento del nuevo Panorama ruso (El pensamiento ruso, Nº 3, Sección bibliográfica, nota anónima). El autor de esta nota es E.S. Schepótieva, comentador de dicha revista.
2Chejov parte hacia la isla Sajalín el 21 abril de 1890.
3Grigórii Machtet, escritor, periodista, poeta ocasional.
4Pável Svobódin escribe a Chejov el 25 de mayo de 1890: “No me pareció que usted tuviera la razón en este asunto, Antoine. En primer lugar, usted y yo somos 'hombres públicos', y para desear salud a cada estornudo pues, es posible, simplemente no alcanza el tiempo. En segundo, el juicio sobre usted como escritor, en cuanto yo entiendo, fue sencillamente estúpido y no ofensivo. Qué significa un escritor 'sin principios' o 'con principios', en verdad, no le interesa a sus lectores en absoluto. Por ese juicio usted no se disminuyó ni se acrecentó en nada ante el público” (Correspondencia de A.P. Chejov, t. 2, pag. 58).

Imagen: Denis Sholokhov, Región de Stavropol.