-¡Señores! Después de un brindis foráneo no es difícil pasar a un brindis extraño, pero yo me cuidaré de ese peligro y pronunciaré ¡un brindis por las mujeres!
Lamento que, viniendo aquí al almuerzo, no tomé conmigo un cañón de grano, ¡para disparar salvas en honor de las mujeres! La mujer para Shakespeare es la nulidad, ¡y para mí lo es todo! (Gritos: ¡es suficiente!,¡siéntese!) Sin ella, el mundo sería lo mismo que el violinista sin violín, que la puntería sin pistola y que la llave sin corneta. (¡No es agudo!, ¡siéntese!) Personalmente, para nosotros, a la mujer no la puede sustituir ningún adelanto. Díganme ustedes, poetas, ¿quién los inspiró y les inyectó el fuego en sus frías venas cuando, en las hermosas noches de luna, al regresar del rendez-vous, se sentaban a la mesa y escribían unos versos que, a menudo, les devolvían las redacciones, y que a menudo, por escasez de material, se publicaban habiendo sufrido una considerable reducción? ¿Y ustedes, prosistas humoristas, es posible que no convengan, con que vuestros cuentos perderían nueve décimas partes de su hilaridad, si en éstos se ausentara la mujer? ¿No son acaso las mejores anécdotas, esas cuya sal se esconde bajo las largas colas y los polisones? A ustedes, los artistas, no hay necesidad de recordarles, que muchos de ustedes están sentados aquí, porque saben representar a las mujeres. Tras aprender a dibujar a la mujer con su caos de corpiños, volantes, túnicas, festoncitos, sufriendo en el lápiz todos los caprichos de su moda alienante, ustedes pasaron por una penosa escuela tras la cual, a ustedes, representar cualquier Noche de Walpurgis o Último día de Pompeya2 ¡no les importa! ¿Señores, quién libera de la carga a nuestros bolsillos, quién nos ama, tortura, perdona, despoja? ¿Quién dulcifica y envenena nuestra existencia? (¡Viejo!, ¡basta!) ¿Quién adorna con su presencia nuestro refectorio de hoy? ¡Ah! Un poco después, saliendo de aquí, estaremos débiles, indefensos... Descompuestos, nos sentaremos en los coches y, cabeceando, olvidando las direcciones de nuestros apartamentos, iremos a peregrinar por la tiniebla. ¿Y quién pues, qué estrella luminosa nos recibirá en el punto final de nuestra peregrinación? ¡Siempre la misma mujer! ¡Hurrrraaa!
1Después de El brindis de los prosistas de Chejov, siguen los discursos del “Azotacalles moscovita”, Gilii y el pintor Lóbzik, que propone brindar por la salud de todos los pintores, desde Rafael hasta los pintores de El despertador…
Se traen telegramas de Petersburgo, Moscú y las provincias, así como de los colaboradores de la revista.
Se consideran los “Increíbles telegramas” de Sobakiévich, el conde Núlin, Nozdrióv y otros, después de lo cual el marqués de Ale pronuncia un brindis por la provincia y sus habitantes. “Y todos los telegramas recibidos, y el brindis del marqués suscitaron en las almas de los presentes un rosario de variadas sensaciones –éxtasis, ternura, orgullo, dulce beatitud y un regocijo incontenible. Lílin lloraba, y de sus lágrimas brotaban con lentitud azotes para los provincianos escandalosos; el “Azotacalles moscovita”, en general inclinado a la política, se hizo un cigarrillo con el telegrama de Gladstone, y balbuceó algo sobre el placer de bañarse en las aguas sagradas del Ganges; “Antósha Chejonté”, conocido occidentalista, respondió a eso en francés: “Voui, voui”, y Evguénii Rogan se carcajeó de modo tan intencional, que el lacayo vino corriendo a informarse sobre la suerte de la vajilla de cristal…”
“…Se levantó el universal, “omnipresente” corresponsal de El despertador. -¡Señores! –dijo éste, -mi título me obliga a ocuparme de Europa… Yo recorrí todas las diez partes del mundo (Voces: ¡ajá!, ¡ya ve doble!)… ¿Acaso callarme sobre Occidente, sobre todo el universo extranjero?..
-¡Voui!- gritó el occidentalista “Chejonté” con tal puro acento parisino, que dos colaboradoras se sintieron mal. Les hicieron recobrar el sentido tras mostrarles el premio del aniversario de El despertador, de lujosa envoltura carmesí y dorada.
-Así, señores, -continuó con dulzura el omnipresente corresponsal, -¡yo levanto la copa por Europa y todo el globo terráqueo extranjero! Los ejemplos ajenos siempre son aleccionadores, y en ese sentido el extranjero, para nosotros, es un inagotable ‘pozo’ de lecciones. Al constatar la paja en el ojo ajeno, vale sólo no olvidar el tronco en el propio, y los resultados serán los más excelentes…”
Cuando el brindis se terminó, “reinó cierto silencio, sólo se oía cómo el viento soplaba en los bolsillos de los colaboradores. Finalmente, se paró “Antósha Chejonté” y rompió a hablar…” Luego siguió el Brindis por las mujeres, después del cual fueron de nuevo los brindis, los cuentos, los discursos, las anécdotas.
2La noche de Walpurgis o El último día de Pompeya, temas clásicos de la pintura académica.
Título original: Zhenskii tost, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 12, sin firma.
Imagen: Toulouse-Lautrec, At the Moulin Rouge, 1890.
Lamento que, viniendo aquí al almuerzo, no tomé conmigo un cañón de grano, ¡para disparar salvas en honor de las mujeres! La mujer para Shakespeare es la nulidad, ¡y para mí lo es todo! (Gritos: ¡es suficiente!,¡siéntese!) Sin ella, el mundo sería lo mismo que el violinista sin violín, que la puntería sin pistola y que la llave sin corneta. (¡No es agudo!, ¡siéntese!) Personalmente, para nosotros, a la mujer no la puede sustituir ningún adelanto. Díganme ustedes, poetas, ¿quién los inspiró y les inyectó el fuego en sus frías venas cuando, en las hermosas noches de luna, al regresar del rendez-vous, se sentaban a la mesa y escribían unos versos que, a menudo, les devolvían las redacciones, y que a menudo, por escasez de material, se publicaban habiendo sufrido una considerable reducción? ¿Y ustedes, prosistas humoristas, es posible que no convengan, con que vuestros cuentos perderían nueve décimas partes de su hilaridad, si en éstos se ausentara la mujer? ¿No son acaso las mejores anécdotas, esas cuya sal se esconde bajo las largas colas y los polisones? A ustedes, los artistas, no hay necesidad de recordarles, que muchos de ustedes están sentados aquí, porque saben representar a las mujeres. Tras aprender a dibujar a la mujer con su caos de corpiños, volantes, túnicas, festoncitos, sufriendo en el lápiz todos los caprichos de su moda alienante, ustedes pasaron por una penosa escuela tras la cual, a ustedes, representar cualquier Noche de Walpurgis o Último día de Pompeya2 ¡no les importa! ¿Señores, quién libera de la carga a nuestros bolsillos, quién nos ama, tortura, perdona, despoja? ¿Quién dulcifica y envenena nuestra existencia? (¡Viejo!, ¡basta!) ¿Quién adorna con su presencia nuestro refectorio de hoy? ¡Ah! Un poco después, saliendo de aquí, estaremos débiles, indefensos... Descompuestos, nos sentaremos en los coches y, cabeceando, olvidando las direcciones de nuestros apartamentos, iremos a peregrinar por la tiniebla. ¿Y quién pues, qué estrella luminosa nos recibirá en el punto final de nuestra peregrinación? ¡Siempre la misma mujer! ¡Hurrrraaa!
1Después de El brindis de los prosistas de Chejov, siguen los discursos del “Azotacalles moscovita”, Gilii y el pintor Lóbzik, que propone brindar por la salud de todos los pintores, desde Rafael hasta los pintores de El despertador…
Se traen telegramas de Petersburgo, Moscú y las provincias, así como de los colaboradores de la revista.
Se consideran los “Increíbles telegramas” de Sobakiévich, el conde Núlin, Nozdrióv y otros, después de lo cual el marqués de Ale pronuncia un brindis por la provincia y sus habitantes. “Y todos los telegramas recibidos, y el brindis del marqués suscitaron en las almas de los presentes un rosario de variadas sensaciones –éxtasis, ternura, orgullo, dulce beatitud y un regocijo incontenible. Lílin lloraba, y de sus lágrimas brotaban con lentitud azotes para los provincianos escandalosos; el “Azotacalles moscovita”, en general inclinado a la política, se hizo un cigarrillo con el telegrama de Gladstone, y balbuceó algo sobre el placer de bañarse en las aguas sagradas del Ganges; “Antósha Chejonté”, conocido occidentalista, respondió a eso en francés: “Voui, voui”, y Evguénii Rogan se carcajeó de modo tan intencional, que el lacayo vino corriendo a informarse sobre la suerte de la vajilla de cristal…”
“…Se levantó el universal, “omnipresente” corresponsal de El despertador. -¡Señores! –dijo éste, -mi título me obliga a ocuparme de Europa… Yo recorrí todas las diez partes del mundo (Voces: ¡ajá!, ¡ya ve doble!)… ¿Acaso callarme sobre Occidente, sobre todo el universo extranjero?..
-¡Voui!- gritó el occidentalista “Chejonté” con tal puro acento parisino, que dos colaboradoras se sintieron mal. Les hicieron recobrar el sentido tras mostrarles el premio del aniversario de El despertador, de lujosa envoltura carmesí y dorada.
-Así, señores, -continuó con dulzura el omnipresente corresponsal, -¡yo levanto la copa por Europa y todo el globo terráqueo extranjero! Los ejemplos ajenos siempre son aleccionadores, y en ese sentido el extranjero, para nosotros, es un inagotable ‘pozo’ de lecciones. Al constatar la paja en el ojo ajeno, vale sólo no olvidar el tronco en el propio, y los resultados serán los más excelentes…”
Cuando el brindis se terminó, “reinó cierto silencio, sólo se oía cómo el viento soplaba en los bolsillos de los colaboradores. Finalmente, se paró “Antósha Chejonté” y rompió a hablar…” Luego siguió el Brindis por las mujeres, después del cual fueron de nuevo los brindis, los cuentos, los discursos, las anécdotas.
2La noche de Walpurgis o El último día de Pompeya, temas clásicos de la pintura académica.
Título original: Zhenskii tost, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 12, sin firma.
Imagen: Toulouse-Lautrec, At the Moulin Rouge, 1890.