I. Carta a la redacción
¡Muy señor mío, señor redactor!
La semana pasada, el viernes, falleció de cáncer de estómago mi hermano mayor, Piótr Gúrich Jrustáliev, capitán ayudante que vivía en la 2da Yamskáya, en la casa del mercader Chernobriújov, y se llamaba a sí mismo con humor, con motivo de la dipsomanía, “capitán bebiente”. Estando moribundo, me llamó a su lecho de muerte y me dijo con voz piadosa:
-¡Nikífor! Me llegó el fin y el confín... Pero no me desanimo, ya que la vida humana por su carácter, como todo lo demás, está recluida en marcos. Así es costumbre, desde luengos tiempos, en la naturaleza. Si todos los hombres vivieran y no murieran, pues no habría lugar para ellos no sólo en las casas, sino ni en los tejados... ¡Escucha! Tú sabes que yo, toda mi vida, sufrí de una mala cualidad, y exactamente de dipsomanía. Además de eso, tenía propensión a la literatura. Toma este cuaderno y, después de mi muerte, llévalo a alguna redacción, para que la gente sepa qué clase de hombre era yo, y cómo lo entendía todo. Ruega que publiquen con letra grande.
Dicho esto, el hermano me dio el cuaderno y murió. En ese cuaderno está escrito: Semblanza de las celebridades contemporáneas. De obras yo, por ignorancia, entiendo poco, pero la Semblanza de mi hermano me gusta terriblemente. Por su estilo y elocuencia, se parece un poco a Las noticias imparciales del sr. Nikolai Bazunóv, incluidas en Las novedades del día1, y por eso tengo el honor de rogar a su excelencia no desdeñar y cumplir la voluntad del difunto.
La semana pasada, el viernes, falleció de cáncer de estómago mi hermano mayor, Piótr Gúrich Jrustáliev, capitán ayudante que vivía en la 2da Yamskáya, en la casa del mercader Chernobriújov, y se llamaba a sí mismo con humor, con motivo de la dipsomanía, “capitán bebiente”. Estando moribundo, me llamó a su lecho de muerte y me dijo con voz piadosa:
-¡Nikífor! Me llegó el fin y el confín... Pero no me desanimo, ya que la vida humana por su carácter, como todo lo demás, está recluida en marcos. Así es costumbre, desde luengos tiempos, en la naturaleza. Si todos los hombres vivieran y no murieran, pues no habría lugar para ellos no sólo en las casas, sino ni en los tejados... ¡Escucha! Tú sabes que yo, toda mi vida, sufrí de una mala cualidad, y exactamente de dipsomanía. Además de eso, tenía propensión a la literatura. Toma este cuaderno y, después de mi muerte, llévalo a alguna redacción, para que la gente sepa qué clase de hombre era yo, y cómo lo entendía todo. Ruega que publiquen con letra grande.
Dicho esto, el hermano me dio el cuaderno y murió. En ese cuaderno está escrito: Semblanza de las celebridades contemporáneas. De obras yo, por ignorancia, entiendo poco, pero la Semblanza de mi hermano me gusta terriblemente. Por su estilo y elocuencia, se parece un poco a Las noticias imparciales del sr. Nikolai Bazunóv, incluidas en Las novedades del día1, y por eso tengo el honor de rogar a su excelencia no desdeñar y cumplir la voluntad del difunto.
Su hermano, Nikífor Jrustáliev.
II. Alexánder Ivánovich Ivánov2
Célebre inventor de ungüentos para sotacolas, ungulados, ruedas y otros ungüentos
Alexánder Ivánovich Ivánov, ese gran sotacolado, ungulado varón, nació en el siglo XIX de padres pobres, pero nobles, en un lugar desconocido. En opinión de muchos científicos, historiadores y filósofos, el día y la hora de su nacimiento coinciden con la aparición en el cielo del cometa3 de 1848. Pero la Academia de ciencias de París niega eso, y establece el día de su nacimiento el 23 de marzo de 1849, día en que se produjo una erupción del Vesubio4. Cuentan que A.I, en su primer instante de vida, mirando a la comadrona que lo recibía, lloró con amargura, y con eso demostró ya su disgusto con la medicina moderna. En los primeros años, el ojo experto podía advertir en la criatura sus geniales capacidades sotacoladas, unguladas y alopáticas. Al mismo tiempo que sus contemporáneos se entregaban a las diversiones infantiles, él estaba sentado en algún lugar por una esquina, y hurgaba en las diversas, líquidas necesidades hogareñas. Así, gustaba de revolver el betún, modelar hombrecitos de masilla, hacer pasta con arena y otras cosas semejantes, lo que hablaba no tanto de la utilidad de lo realizado, como de las inclinaciones y el talento del realizador. Otra ocupación preferida asimismo era andar descalzo, remangado el pantalón, por los charquitos y restantes lugares mojados. A los siete años fue entregado por sus padres, para el aprendizaje del arte de leer y escribir y de los números. Tras aprender a leer con rapidez, mostró aún una nueva peculiaridad de su carácter. Y exactamente: empezó a leer con aplicación y atención los anuncios de Hugo5, Johann Hof6 y de nuestro compatriota Lewgin7. Cuando le preguntaban sobre las razones, por las que él prefería esos anuncios a todas las restantes ramas de la ciencia, pues él respondía con modestia: “Yo estudio”. Tras aprender la lectura, los modelos de escritura y la aritmética, abandonó la ciencia y dedicó su vida a la búsqueda de nuevos medios para la curación de los sufridos caballos y, si alcanzaban las capacidades, de las personas. Mezclaba arena con miel, miel con betún, betún con tocino, y mezclaba esas y otras muchas sustancias, hasta que se producía una perturbación que no tenía ni olor ni aspecto, pero en cambio servía para cualquier uso. Tras untarse ese ungüento y no morir de ello, A.I. concluyó con mucha razón que el ungüento era curativo, y que se debía vender a 2 rublos la lata. Tras concluir eso, publicó anuncios en los periódicos, y desde ese entonces (1875) empieza su fama. Pero donde hay fama, ahí hay envidiosos y malintencionados. El ungüento, capaz de curar toda clase de enfermedades y, al mismo tiempo, empleado con éxito en lugar de las pomadas, los betunes, las breas y las masillas, condujo a muchas mentes limitadas a la turbación. Llovieron las acusaciones por charlatanería, descaro y explotación de la ignorancia. Y, para vergüenza de la humanidad, esas acusaciones llegaban a veces, a que el gran inventor era remitido de modo reiterado, en calidad de acusado, a la cámara del juez de paz. Pero al mismo tiempo la justicia no dormitaba. Ya desde la antigüedad es sabido, que la virtud triunfa y el vicio es derrotado. Los compradores iban por multitudes a ver a A.I. a su almacén, situado en el boulevard Strástni, y compraban a cual más su ungüento. Además de esto, miles de agradecidos destinatarios llovieron en la dirección del inmortal curador. Como culminación de todo, la Academia de ciencias de Nápoles lo eligió entre sus miembros ilustres8, y con esto demostró claramente que nosotros no sabemos valorar a los nuestros. En 1882, la panadería Varsovia9 lo eligió entre sus visitantes ilustres. En 1883, Venecia10 y Praga11 nombraron al gran inventor su “honorable frecuentador de descendencia”, y después, en 1884, por su inventado Rafanistrol12, entró en mi Semblanza de las celebridades contemporáneas. Pues su nuevo ungüento yo lo empleaba no sólo para los granos, sino asimismo me curaba con éste la dipsomanía, y lo usaba contra las chinches y restantes parásitos.
Capitán ayudante, Jrustáliev.
1Noticias aparecidas en los números de febrero y marzo de Las novedades del día, en 1884.
2A.I. Ivánov, conocido vendedor de ungüentos curativos, de Moscú. Su “ungüento para sotacolas y ungulados” se anuncia en Las novedades del día como “muy eficaz para los caballos” (1883, Nº 87, 29 de septiembre). Posteriormente, otros periódicos publican la noticia sobre el juicio a Ivánov por la venta “del ungüento para sotacolas de su fabricación, sin la autorización establecida”.
3Los famosos cometas Shezo, de 1844, y Biela, de 1845-1846.
4Posiblemente, fecha inventada. Sólo en enero de 1884 se registra una intensa actividad del volcán (Las novedades del día, Nº 6, 7 de enero).
5Las cápsulas para el resfriado Hugo se anuncian en la revista El despertador (1883, Nº 2-5).
6Johann Hof, proveedor de la corte de productos comestibles (cerveza, caramelos, chocolate), anunciados en la revista La ilustración universal (1880, Nº 589, 19 de abril).
7S.I. Lewgin, editor y vendedor de maculatura.
8Las novedades del día informan que “el apoderado de Ivánov presentó al tribunal un certificado de la Academia de medicina internacional (?), entregado a su poderdante, para la venta sin excepción de todos los medicamentos confeccionados por él” (1884, Nº 46, 16 de febrero). El mismo periódico informa días después, que “la atestación fue entregada al sr. Ivánov por la Academia internacional napolitana, junto a una medalla de oro” (Nº 55, 26 de febrero).
9La panadería Varsovia, al final del boulevard Tvierdskáya, casa Borgest, en Moscú.
10Restaurante Venecia, en Puente Kuzniétzkii, en Moscú. La notita Los encantos del restaurante Venecia, de Las novedades del día, informa sobre “las albóndigas rancias servidas a los visitantes y el trato grosero ofrecido a éstos en el restaurante” (1884, Nº 165, 17 de junio).
11Hotel y restaurante Praga, en los Arcos de Arbát, en Moscú.
12Las novedades moscovitas anuncian el Rafanistrol o nuevo remedio de A.I. Ivánov para la curación de la piel, autorizado por la Dirección de médicos de Moscú (1884, Nº 60, 1 de marzo). Unos días después, el mismo periódico informa que el Rafanistrol fue inventado, en realidad, por el moscovita S.A. Kielsíev, quien se lo vendió a A.I. Ivánov (1884, Nº 78, 20 de marzo).
Título original: Zhizneopisania dostoprimichatielnij sovrimiennikov, publicado por primera vez en la revista Volna, 1884, Nº 12, sin firma.
Imagen: Vladimir Borovikovsky, Portrait of D. P. Troschinsky, 1799.