miércoles, 26 de diciembre de 2007

Chejov a N.A. Léikin


Moscú, 10 de diciembre de 1890.

Como prueba de que estuve en la carcelaria Sajalín, buenísimo Nikolai Alexandróvich, le envío adjunto a ésta un documento de color rojo1. Es un pequeño, barato regalo por el gran gusto que me brindaron sus cartas. Recibí de usted en Sajalín tres cartas: una del 8 de julio, otra del 5 y la tercera del 6 de agosto. No respondí a éstas por razón de que mi respuesta, usted la habría recibido mucho más tarde que esta carta. El correo a Siberia es de áspide.
Traje conmigo material a montones para las pláticas, así que alimento la esperanza, puedo ser un interlocutor interesante durante un mes entero. Recorrí a caballo toda Siberia, navegué 11 días por el Amúr, navegué por el Estrecho tártaro, vi las ballenas, viví en Sajalín 3 meses y 3 días, hice el censo de toda la población sajaliniana, para lo que recorrí a pie todas las cárceles, casas e isbás, almorcé donde Landsberg, tomé té con Borodávkin, y demás y demás; después, en el camino de regreso, evitando el Japón en cólera, pasé por Hong-Kong, Singapur, Colombo en Ceilán, Puerto-Saida, y demás y demás. De mareo no padezco, y por eso la navegación fue totalmente favorable para mí. De Ceilán traje conmigo a Moscú unas fieras, macho y hembra, ante las que se apocan, incluso, sus pachones y su superior Apel Apélich2. El nombre de estas fieras –mangostas. Es una mezcla de rata y cocodrilo, de tigre y mono. Ahora están en la jaula, donde fueron encerradas por mala conducta: revuelcan los tinteros, los vasos, extraen la tierra de las macetas de flores, sacuden los peinados de las damas; en general, se comportan como dos pequeños diablos, muy curiosos, arrojados, y que aman al hombre tiernamente. Mangostas no hay en ninguno de los jardines zoológicos, son una rareza. Brehm3 nunca las vio, y las describió con palabras de otros con el nombre de “mungo”. Venga a verlas.
Durante todo el tiempo del viaje estuve saludable; en el Archipiélago, donde sopló de pronto el frío, me resfrié y ahora toso, tengo fiebre y constituyo en sí un resfriado continuo.
Bueno, ¿cómo vive, cómo están sus asuntos? Escriba todo con detalle. Escriba a propósito, ¿qué clase de historia es esa con los reseñistas, sobre la que me informaba en una de sus cartas4? ¿Qué hace Bilíbin? Reveréncielo, por favor.
Vivo ahora en la Pequeña Dmítrovka; una calle buena, la casa -un hotelito, dos pisos. Por ahora no es aburrido, pero el aburrimiento ya me hecha miradas por la ventana y me amenaza con el dedo. Voy a trabajar arduamente, pero es que no sólo de trabajo se puede saciar el hombre.
Ahora tomé aceite de ricino. ¡Brrr!
La helada, después de los trópicos, me parece de 100 grados. Siento frío. Reverencie a Praskóvia Nikíforovna y a Fédia, y deséeles todo lo bueno. Si salió en mi ausencia un libro suyo nuevo, pues mándelo.
Bueno, que esté saludable y próspero, que los cielos lo guarden, no esos grises que se ciernen ahora por el lado de Petersburgo, sino los verdaderos, donde viven los santos milagrosos.

Suyo, A. Chejov.

1Afiche de la pieza de Nikolai Léikin puesta en Sajalín.
2Apel Apélich, perro de Nikolai Léikin.
3Alfred Brehm, zoólogo y viajero alemán, autor de La vida de los animales (t.1-6, 1863-1869).
4Nikolai Léikin había escrito a Chejov el 5 de agosto de 1890 sobre unos críticos acusados de soborno.

Imagen: Yevgenye Chiukov, End of Winter, XX.