Moscú, 26 de diciembre de 1890.
Lo felicito, capitán, con las fiestas, y le deseo todo lo que a su rango y talento conviene.
Me apresuro a disculparme. En una de sus cartas usted expresó el deseo, de que alguna de mis mangostas fuera nombrada Jean Scheglóv. Tal deseo es demasiado halagador para la mangosta y para la India pero, por desgracia, éste se retardó: las mangostas ya tienen nombre. Una mangosta se llama canalla –así, con cariño, la apodaron los marineros; otra, que tiene unos ojos muy pícaros, tramposos, se nombra Víctor Krilóv1; la tercera, una hembrita, tímida, insatisfecha y eternamente sentada bajo el lavabo, se llama Ómutova2.
El aire moscovita cruje: 24 grados. Calculaba ir mañana al pueblo, a donde Coquelin3 el Menor, pero me molestará la helada. E ir me hace falta: me siento no del todo saludable.
¡No obstante, cuántas piezas escribió usted en un verano! ¡Eso no es creación, sino ebriedad! Si estuviera en mi poder pues yo, por esa afición a los bastidores en perjuicio del arte, lo entregaría a usted a un tribunal militar de campaña o, por lo menos, lo enviaría en orden administrativo a Viliúisk4. El teatro es una institución útil, pero no tanto como para que los buenos escritores le den 9/10 de su potencia.
Quisiera estar en su casa para el día del santo y beber con usted.
Infórmeme la dirección de Barantzévich5. Si ve a ese hombre, pues reveréncielo.
Que esté saludable, gentil Jean. Las mangostas y mi familia lo felicitan y reverencian.
Yo saludo a su esposa y ruego trasmitir a ella mil mejores deseos.
Lo felicito, capitán, con las fiestas, y le deseo todo lo que a su rango y talento conviene.
Me apresuro a disculparme. En una de sus cartas usted expresó el deseo, de que alguna de mis mangostas fuera nombrada Jean Scheglóv. Tal deseo es demasiado halagador para la mangosta y para la India pero, por desgracia, éste se retardó: las mangostas ya tienen nombre. Una mangosta se llama canalla –así, con cariño, la apodaron los marineros; otra, que tiene unos ojos muy pícaros, tramposos, se nombra Víctor Krilóv1; la tercera, una hembrita, tímida, insatisfecha y eternamente sentada bajo el lavabo, se llama Ómutova2.
El aire moscovita cruje: 24 grados. Calculaba ir mañana al pueblo, a donde Coquelin3 el Menor, pero me molestará la helada. E ir me hace falta: me siento no del todo saludable.
¡No obstante, cuántas piezas escribió usted en un verano! ¡Eso no es creación, sino ebriedad! Si estuviera en mi poder pues yo, por esa afición a los bastidores en perjuicio del arte, lo entregaría a usted a un tribunal militar de campaña o, por lo menos, lo enviaría en orden administrativo a Viliúisk4. El teatro es una institución útil, pero no tanto como para que los buenos escritores le den 9/10 de su potencia.
Quisiera estar en su casa para el día del santo y beber con usted.
Infórmeme la dirección de Barantzévich5. Si ve a ese hombre, pues reveréncielo.
Que esté saludable, gentil Jean. Las mangostas y mi familia lo felicitan y reverencian.
Yo saludo a su esposa y ruego trasmitir a ella mil mejores deseos.
Suyo, A. Chejov.
1Víctor Krilóv, dramaturgo, jefe de la Sección de repertorio de los teatros imperiales de San Petersburgo.
2Evguénia Ómutova, actriz del Teatro de Fiódor Korsh.
3Al pueblo de María Kiselióva y Alexéi Kiselióv. Chejov llama “Coquelin” a Serióga Kiselióv, en alusión a los hermanos Coquelin (el mayor y el menor), dos famosos actores franceses.
4Viliúisk, ciudad de Yakútia, en la Siberia oriental, fundada en 1634.
5Kazimír Barantzévich, escritor.
Imagen: Stepan Kolesnikov, Winter Landscape, XX.