De Pokróvskaya a Blagoviéshensk, 23-26 de junio de 1890.
Les escribí ya que estábamos encallados. En Boca Striélka, donde el Shílka se funde con el Argún (ver la carta), el barco, que tiene bajo el agua 2 ½ pies, chocó con una roca, hizo varias vías de agua y, tras llenarse de agua la bodega, encalló en el fondo. Se pusieron a sacar agua y a poner parches; un marinero desnudo se mete en la bodega, se para con el agua al cuello y tantea los huecos con los pies; cada hueco lo cubren desde adentro con un paño untado de cebo, ponen por arriba una tabla y colocan sobre la última un puntal que, semejante a una columna, se apoya contra el techo, -ahí tienen una reparación. Sacaron agua desde las 5 de la tarde hasta la noche, pero el agua no menguaba; tuvieron que aplazar el trabajo hasta la mañana. En la mañana hallaron aun unas cuantas vías de agua nuevas, y de nuevo se pusieron a parchar y a bombear. Los marineros bombean y nosotros, el público, paseamos por la cubierta, chismorreamos, comemos, bebemos, dormimos; el capitán y su ayudante hacen lo mismo que el público, y no se apuran. A la derecha la orilla china, a la izquierda el pueblo Pokróvskaya con los cosacos del Amúr; quieres –está en Rusia, quieres –ve a China, no está prohibido. De día hace un calor insoportable, de modo que debo ponerme la camisa de seda.
El almuerzo lo dan a las 12, de cenar a las 7 de la noche.
Para desgracia, se acerca al pueblo cosaco el barco de paso El heraldo, con gran cantidad de público. El heraldo tampoco puede ir adelante, y ambos barcos están varados. En El heraldo hay una orquesta militar. Como resultado, todo un festejo. Ayer, todo el día en nuestra cubierta tocaron una música, que distrajo al capitán y a los marineros y, por lo tanto, molestó al reparar el barco. La mitad femenina del pasaje se regocijó por completo: ¡música, oficiales, marineros... ah! En particular, están contentas las estudiantes de instituto. Ayer por la noche paseamos por el pueblo, donde tocaron por alquiler de los cosacos la misma música. Hoy continuamos reparándonos. Promete el capitán que partiremos después de almuerzo, pero lo promete vagamente, mirando a algún lugar, a un costado -evidentemente miente. No tenemos prisa. Cuando le pregunté a un pasajero cuándo, finalmente, seguiríamos adelante, pues él preguntó:
-¿Y acaso usted está mal aquí?
Y eso es verdad. ¿Por qué no estar parados si no es aburrido?
El capitán, su ayudante y el agente –la máxima amabilidad. Los chinos, que están en III clase, son bondadosos y ridículos. Ayer un chino estaba en la cubierta y cantó como tiple algo muy triste; en ese momento, su perfil era más ridículo que todas las caricaturas. Todos lo miraban y se reían, y él –cero atención. Cantó un poco como tiple y empezó a cantar como tenor: ¡Dios, qué clase de voz! Era un balido de oveja o de carnero. Los chinos me recuerdan a los bondadosos animales domésticos. Sus trenzas son negras, largas, como las de Natalia Mijáilovna1. A propósito de los animales domésticos; en el tocador vive un cachorro de zorro doméstico. Te aseas, y él sentado te mira. Si no ve gente en mucho tiempo, pues empieza a gimotear.
¡Qué extrañas conversaciones! Sólo hablan de oro, de las minas, de la Flota voluntaria, del Japón. En Pokróvskaya cada mujík y hasta el pope busca oro. A lo mismo se dedican los colonos, que se enriquecen aquí tan rápido como empobrecen. Hay badulaques que no beben nada más que champagne, y a la taberna no van de otra forma que por una tela roja, que se extiende desde la isbá a lo largo, hasta la taberna.
En otoño tómense el trabajo de enviar a Odesa, a la librería de Tiempo nuevo, mi pelliza, pidiendo autorización a Suvórin previamente –eso por decencia es necesario. Los chanclos no son necesarios. Allá mismo envíen las cartas y vuestra dirección. Si les resulta dinero de sobra, pues envíenme cien rublos por si acaso a Odesa, a la librería de Tiempo nuevo, para su entrega a mí. Con seguridad “para entrega”, de otra forma tendré que deambular por el correo. Si no tienen dinero de sobra, pues no es necesario. Al llegar a Moscú, recomienden a padre tomar bromuro de potasio, ya que en otoño suele tener vértigos; si tiene de esos, será necesario ponerle una ventosa detrás de la oreja. ¿Qué más? Ruéguenle a Iván que compre donde Ilín (Líneas Petróvskayas) una carta de la región del Zabaikál, si se puede en lienzo, y que la envíe por expreso certificado a la siguiente dirección: Irkútsk, al alumno de la Escuela Técnica, Innokéntii Alexéevich Nikítin. Los periódicos y las cartas cuídenlos.
El Amúr es un paraje sumamente interesante. Original como el diablo. Bulle una vida tal ahí, sobre la que no tienen ni idea en Europa. Ésta, o sea esa vida, me recuerda los relatos de la vida americana. Las orillas son hasta tal grado salvajes, originales y exuberantes, que uno quisiera quedarse por los siglos a vivir allí. Las últimas líneas las escribo ya el 25 de junio. El barco tiembla y molesta al escribir. Navegamos de nuevo. Navegué ya por el Amúr 1000 vérstas y vi un millón de paisajes exuberantes; la cabeza me da vueltas del éxtasis. Vi una peña tal, que si a Gundásova se le ocurriera amargarse a sus pies, pues se moriría de placer, y si nosotros, con Sofía Petróvna Kuvshínnikova2 a la cabeza, organizáramos aquí un picnic, podríamos decirnos los unos a los otros: “muérete Denis, mejor no lo escribes3”. Una naturaleza asombrosa. ¡Y qué calor! ¡Qué noches cálidas! En la mañana hay neblina, pero cálida.
Examino las orillas con un binóculo y veo un abismo infernal4 de patos, gansos, somorgujos, garzas y toda clase de bestias con picos largos. ¡He aquí dónde alquilar una casa de campo!
Ayer, en la aldea Réinov, me invitó a ver a su esposa enferma cierto propietario de mina de oro. Cuando yo salía de su casa, me puso en la mano un fajo de asignados. Me dio vergüenza, empecé a rehusar y le puse el dinero de vuelta, diciendo que yo mismo era muy rico; conversamos largamente, nos convencimos mutuamente y, de todas formas, al final de todo, me quedaron 15 rublos en la mano. Ayer, en mi camarote, almorzó un propietario de mina de oro con cara de Petty Polieváev5; después del almuerzo él, en lugar de agua, bebió champagne y nos convidó con éste.
Los pueblos aquí son como los del Don; hay diferencia en las construcciones, pero insignificante. Los habitantes no guardan los ayunos y comen carne hasta en Semana santa; las muchachitas fuman cigarrillos, y las viejas pipas –es tan agradable. Es extraño ver a los mujíks con cigarrillos. ¡Y qué liberalismo! ¡Ah, qué liberalismo!
En el barco el aire se caldea hasta el rojo vivo con las conversaciones. Aquí no temen hablar en voz alta. Arrestar aquí no hay a quién, y deportar no hay a dónde, sé liberal cuánto quieras. Un pueblo cada vez más independiente, autosuficiente y con lógica. Si se produce algún malentendido en Boca Kára, donde trabajan los forzados (entre ellos muchos políticos, que no trabajan), pues se perturba todo el Amúr. Las delaciones no se acostumbran. El prófugo político puede llegar libremente en el barco hasta el océano, sin temer que lo delate el capitán. Eso se explica en parte, por la absoluta indiferencia hacia todo lo que sucede en Rusia. Cada uno dice: ¿qué asunto mío es?
Olvidé escribirles que en el Zabaikál trabajan de cocheros no los rusos, sino los buriatos. Un pueblo ridículo. Los caballos que tienen son áspides. Ni un enganche se las arreglaba sin malentendidos. Más rabiosos que los caballos de bomberos. Mientras enganchan al encuarte, éste tiene las patas enredadas; apenas las desenredan, cuando ya la tróika vuela al diablo, de modo que sobrecoge el espíritu. Si no trabas al caballo, pues durante el enganche éste cocea, aporrea los pértigos con los cascos, tira de los arneses, y da la impresión de un diablo joven que atraparon por los cuernos.
26 de junio.
Nos acercamos a Blagoviéshensk. Qué estén saludables y divertidos, y no se desacostumbren a mí. ¿Seguro ya se desacostumbraron? Reverencio profunda y quiero a todos amistosamente.
El almuerzo lo dan a las 12, de cenar a las 7 de la noche.
Para desgracia, se acerca al pueblo cosaco el barco de paso El heraldo, con gran cantidad de público. El heraldo tampoco puede ir adelante, y ambos barcos están varados. En El heraldo hay una orquesta militar. Como resultado, todo un festejo. Ayer, todo el día en nuestra cubierta tocaron una música, que distrajo al capitán y a los marineros y, por lo tanto, molestó al reparar el barco. La mitad femenina del pasaje se regocijó por completo: ¡música, oficiales, marineros... ah! En particular, están contentas las estudiantes de instituto. Ayer por la noche paseamos por el pueblo, donde tocaron por alquiler de los cosacos la misma música. Hoy continuamos reparándonos. Promete el capitán que partiremos después de almuerzo, pero lo promete vagamente, mirando a algún lugar, a un costado -evidentemente miente. No tenemos prisa. Cuando le pregunté a un pasajero cuándo, finalmente, seguiríamos adelante, pues él preguntó:
-¿Y acaso usted está mal aquí?
Y eso es verdad. ¿Por qué no estar parados si no es aburrido?
El capitán, su ayudante y el agente –la máxima amabilidad. Los chinos, que están en III clase, son bondadosos y ridículos. Ayer un chino estaba en la cubierta y cantó como tiple algo muy triste; en ese momento, su perfil era más ridículo que todas las caricaturas. Todos lo miraban y se reían, y él –cero atención. Cantó un poco como tiple y empezó a cantar como tenor: ¡Dios, qué clase de voz! Era un balido de oveja o de carnero. Los chinos me recuerdan a los bondadosos animales domésticos. Sus trenzas son negras, largas, como las de Natalia Mijáilovna1. A propósito de los animales domésticos; en el tocador vive un cachorro de zorro doméstico. Te aseas, y él sentado te mira. Si no ve gente en mucho tiempo, pues empieza a gimotear.
¡Qué extrañas conversaciones! Sólo hablan de oro, de las minas, de la Flota voluntaria, del Japón. En Pokróvskaya cada mujík y hasta el pope busca oro. A lo mismo se dedican los colonos, que se enriquecen aquí tan rápido como empobrecen. Hay badulaques que no beben nada más que champagne, y a la taberna no van de otra forma que por una tela roja, que se extiende desde la isbá a lo largo, hasta la taberna.
En otoño tómense el trabajo de enviar a Odesa, a la librería de Tiempo nuevo, mi pelliza, pidiendo autorización a Suvórin previamente –eso por decencia es necesario. Los chanclos no son necesarios. Allá mismo envíen las cartas y vuestra dirección. Si les resulta dinero de sobra, pues envíenme cien rublos por si acaso a Odesa, a la librería de Tiempo nuevo, para su entrega a mí. Con seguridad “para entrega”, de otra forma tendré que deambular por el correo. Si no tienen dinero de sobra, pues no es necesario. Al llegar a Moscú, recomienden a padre tomar bromuro de potasio, ya que en otoño suele tener vértigos; si tiene de esos, será necesario ponerle una ventosa detrás de la oreja. ¿Qué más? Ruéguenle a Iván que compre donde Ilín (Líneas Petróvskayas) una carta de la región del Zabaikál, si se puede en lienzo, y que la envíe por expreso certificado a la siguiente dirección: Irkútsk, al alumno de la Escuela Técnica, Innokéntii Alexéevich Nikítin. Los periódicos y las cartas cuídenlos.
El Amúr es un paraje sumamente interesante. Original como el diablo. Bulle una vida tal ahí, sobre la que no tienen ni idea en Europa. Ésta, o sea esa vida, me recuerda los relatos de la vida americana. Las orillas son hasta tal grado salvajes, originales y exuberantes, que uno quisiera quedarse por los siglos a vivir allí. Las últimas líneas las escribo ya el 25 de junio. El barco tiembla y molesta al escribir. Navegamos de nuevo. Navegué ya por el Amúr 1000 vérstas y vi un millón de paisajes exuberantes; la cabeza me da vueltas del éxtasis. Vi una peña tal, que si a Gundásova se le ocurriera amargarse a sus pies, pues se moriría de placer, y si nosotros, con Sofía Petróvna Kuvshínnikova2 a la cabeza, organizáramos aquí un picnic, podríamos decirnos los unos a los otros: “muérete Denis, mejor no lo escribes3”. Una naturaleza asombrosa. ¡Y qué calor! ¡Qué noches cálidas! En la mañana hay neblina, pero cálida.
Examino las orillas con un binóculo y veo un abismo infernal4 de patos, gansos, somorgujos, garzas y toda clase de bestias con picos largos. ¡He aquí dónde alquilar una casa de campo!
Ayer, en la aldea Réinov, me invitó a ver a su esposa enferma cierto propietario de mina de oro. Cuando yo salía de su casa, me puso en la mano un fajo de asignados. Me dio vergüenza, empecé a rehusar y le puse el dinero de vuelta, diciendo que yo mismo era muy rico; conversamos largamente, nos convencimos mutuamente y, de todas formas, al final de todo, me quedaron 15 rublos en la mano. Ayer, en mi camarote, almorzó un propietario de mina de oro con cara de Petty Polieváev5; después del almuerzo él, en lugar de agua, bebió champagne y nos convidó con éste.
Los pueblos aquí son como los del Don; hay diferencia en las construcciones, pero insignificante. Los habitantes no guardan los ayunos y comen carne hasta en Semana santa; las muchachitas fuman cigarrillos, y las viejas pipas –es tan agradable. Es extraño ver a los mujíks con cigarrillos. ¡Y qué liberalismo! ¡Ah, qué liberalismo!
En el barco el aire se caldea hasta el rojo vivo con las conversaciones. Aquí no temen hablar en voz alta. Arrestar aquí no hay a quién, y deportar no hay a dónde, sé liberal cuánto quieras. Un pueblo cada vez más independiente, autosuficiente y con lógica. Si se produce algún malentendido en Boca Kára, donde trabajan los forzados (entre ellos muchos políticos, que no trabajan), pues se perturba todo el Amúr. Las delaciones no se acostumbran. El prófugo político puede llegar libremente en el barco hasta el océano, sin temer que lo delate el capitán. Eso se explica en parte, por la absoluta indiferencia hacia todo lo que sucede en Rusia. Cada uno dice: ¿qué asunto mío es?
Olvidé escribirles que en el Zabaikál trabajan de cocheros no los rusos, sino los buriatos. Un pueblo ridículo. Los caballos que tienen son áspides. Ni un enganche se las arreglaba sin malentendidos. Más rabiosos que los caballos de bomberos. Mientras enganchan al encuarte, éste tiene las patas enredadas; apenas las desenredan, cuando ya la tróika vuela al diablo, de modo que sobrecoge el espíritu. Si no trabas al caballo, pues durante el enganche éste cocea, aporrea los pértigos con los cascos, tira de los arneses, y da la impresión de un diablo joven que atraparon por los cuernos.
26 de junio.
Nos acercamos a Blagoviéshensk. Qué estén saludables y divertidos, y no se desacostumbren a mí. ¿Seguro ya se desacostumbraron? Reverencio profunda y quiero a todos amistosamente.
Antoine.
Estoy totalmente saludable.
1Natalia Lintvarióva.
2Sofía Kuvshínnikova (“Safo”), pintora.
3Frase que dice Grigórii Potiómkin a Denís Fonvízin tras asistir a la comedia El brigadier.
4Un abismo infernal de patos, una gran cantidad de patos.
5Piótr (“Petty”) Polieváev, amigo de Nikolai Chejov y Alexánder Chejov.
Imagen: Isaac Levitan, Fresh Wind, Volga, 1895.