En la ribera de un río grande, navegable el alboroto que se produce, comúnmente, en los mediodías veraniegos. La carga y descarga de las barcazas está en su apogeo. Se oye la maldición y el chirriar de los barcos de modo incesante.
-Tirli… tirli… -gimen los bloques de cabrias.
En el aire flota el olor del pescado curado y la brea… Al agente de la sociedad naviera Schelkoper, sentado en la misma orilla del agua y en espera del expedidor de mercancías, se acerca un personaje rechoncho, con un rostro terriblemente demacrado, una chaqueta rota y unos pantalones a rayas remendados. Sobre su cabeza una gorra desteñida con una visera semidoblada, y la mancha de lo que alguna vez fue una cucarda… La corbata se deslizó del cuellito de la camisa y se agita por el cuello…
-¡Vivat el señor mercader! –dice con voz ronca el personaje, haciendo el saludo militar. -¡Vivos! ¿No desea acaso, su excelencia, echarle una mirada al ahogado?
-¿Y dónde está el ahogado? –pregunta el agente.
-En realidad, el ahogado no existe, pero yo se lo puedo imitar. Un salto al agua, ¡y ante usted la muerte de un hombre que se ahoga! Un cuadro no tan triste como irónico, en el sentido de sus propiedades histriónicas… ¡Permítame, señor mercader, imitárselo!
-Yo no soy un mercader.
-Culpable… Mille pardons… Ahora hasta los mercaderes empezaron a andar de paisano, así que el mismo Noé no sabría separar a los puros de los impuros. Pero tanto mejor que es un intelectual… Nos vamos a entender el uno al otro… Yo también soy de los nobles… Hijo de un oficial, y en mi tiempo fui presentado a un rango de XIV clase… Así, milord, el artista de las bellas artes le ofrece sus servicios… Un salto al agua, y ante usted un cuadro.
-No, le agradezco…
-Si lo alarman razones de índole material, pues me apresuro a calmarlo… Le voy a cobrar no caro… Por ahogarse con las botas, dos rublos, sin las botas, sólo un rublo…
-¡Por qué pues esa diferencia!
-Porque las botas constituyen la parte más cara de la ropa, y secarlas es muy difícil. Ergo, ¿me permite ganarme algo?
-No, no soy un mercader, y no me gustan las emociones fuertes…
-Hum… Usted, en cuanto entiendo, probablemente, no conoce la esencia del asunto… Piensa que le propongo algo burdo, ignaro, pero ahí, excepto lo cómico y lo satírico, no va a ver nada… Va a sonreír una vez más, solamente… ¡Pues es risible ver cómo el hombre nada con ropa y lucha con las olas! Y además pues… me deja ganarme algo.
-Y usted, si en lugar de imitar a los ahogados, se dedicara a algún asunto.
-Un asunto… ¿A cuál asunto pues? A mí, una ocupación noble no me dan, gracias a mi inclinación al alcoholismo, y además, la protección es necesaria, y dedicarme a un oficio simple, de trabajo negro, me lo impide mi nobleza.
-Y escupa a su nobleza.
-O sea, ¿cómo pues escupir? –pregunta el personaje, alzando la cabeza con orgullo y sonriendo con malicia. –Si el pájaro entiende que es pájaro pues, ¿cómo el hombre noble no va a entender su título? Yo, aunque soy un pobre, un mendigo, un indigente, soy ooorgulloso… ¡Estoy orgulloso de mi sangre!
-Pero el orgullo no le impide nadar con ropa…
-¡Me sonrojo! Su observación tiene su porción de verdad amarga. ¡Ahora se ve al hombre ilustrado! Pero antes de tirarle la piedra al pecador, debe escuchar… Exacto, entre nosotros hay muchos sujetos que, olvidando su dignidad, le permiten a los mercaderes ignorantes untarle mostaza en la cabeza, embarrarlo de hollín en el baño para imitar al diablo, ponerle un vestido de mujer para hacer cosas obscenas, pero yo… ¡estoy lejos de todo eso! Por mucho dinero que me dé un mercader, no voy a permitirle a otros untarme mostaza en la cabeza, ni otra sustancia, aunque sea noble. Yo no veo nada indecente en imitar a un ahogado… El agua es una materia líquida, limpia. Con una zambullida no te embarras, sino al contrario, te haces más limpio. Y la medicina no está en contra de eso… Por lo demás, si no está de acuerdo, pues le puedo cobrar más barato… Dígnese, con las botas, por un rublo…
-No, no me hace falta…
-¿Por qué pues?
-No me hace falta, eso es todo…
-Si le echara una mirada a cómo me ahogo… Mejor que yo, en todo el río, nadie sabe ahogarse… Si los señores doctores se cercioraran de la cara de muerto que pongo, me ensalzarían… ¡Dígnese, le cobro sólo seis grívens! La iniciativa vale más que el dinero… A otro no le aceptaría ni tres rublos, pero noto por su cara que es un buen señor. A los científicos les cobro más barato…
-¡Déjeme, por favor!
-¡Como sepa!.. Al libre la libertad, al salvado el paraíso, sólo que en vano no acepta… Otra vez va a querer dar diez rublos, pero no va encontrar a un ahogado…
El personaje se sienta junto al agente en la orilla y, resoplando ruidosamente, empieza a buscarse en los bolsillos.
-Hum… diablo… -farfulla. -¿Dónde está pues mi tabaco? A saber, lo olvidé en el muelle… Empecé a discutir con un oficial de política, y con el arrebato metí la cigarrera en algún lugar… Ahora en Inglaterra hay un cambio de ministerio… ¡Es excéntrica la gente! ¡Permítame, su eminencia, un cigarrillo!
El agente ofrece al personaje un cigarrillo. En ese momento aparece en la orilla el mercader expedidor de mercancías que espera el agente. El personaje se levanta rápido, esconde el cigarrillo en la manga y hace el saludo militar.
-¡Vivat su excelencia! –dice con voz ronca. -¡Vivos!
-Aah… ¡Es usted! –dice el agente al mercader. -¡Se hizo esperar bastante! ¡Y aquí, sin usted, mire, este gallardo me tortura! ¡Se pega con sus imitaciones! Me propone imitar a un ahogado por seis grívens…
-¿Seis grívens? Pero eso, hermano, lo estás clavando, -dice el mercader. –El mejor precio es un cuartito. Ayer, treinta hombres nos imitaron el naufragio de un barco en el río, y nos cobraron, con todo y todo, un quintito, y tú… ¡mira tú! ¡Seis grívens! ¡Así sea, cobra tres grívens!
El personaje infla las mejillas y sonríe con desprecio.
-Tres grívens… Ahora un repollo tiene ese precio, y usted quiere a un ahogado… Va a estar grueso…
-Bueno, no hace falta… No hay tiempo para estar contigo aquí…
-Así sea ya, por la iniciativa… Sólo, no le cuente a los mercaderes que le cobré tan barato.
El personaje se quita las botas y, tras fruncir el ceño, alzando la barbilla, se acerca al agua y da un salto torpe… Se oye el sonido de la caída de un cuerpo pesado en el agua… Tras nadar hacia arriba, el personaje agita los brazos de modo absurdo, mueve los pies e intenta mostrar susto en su rostro… Pero en lugar de susto resulta un temblor de frío…
-¡Ahógate! ¡Ahógate! –grita el mercader. -¡Basta de nadar, ahógate!..
El personaje parpadea y, abriendo los brazos, se sumerge desde la cabeza. En eso estriba toda la imitación. “Ahogado”, el personaje sale del agua y, tras recibir sus tres grívens, mojado y temblando de frío, continúa su camino por la orilla.
Título original: Utopliennik (Tzenka), publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazeta, 1885, Nº 226, con la firma: "A. Chejonté".
-Tirli… tirli… -gimen los bloques de cabrias.
En el aire flota el olor del pescado curado y la brea… Al agente de la sociedad naviera Schelkoper, sentado en la misma orilla del agua y en espera del expedidor de mercancías, se acerca un personaje rechoncho, con un rostro terriblemente demacrado, una chaqueta rota y unos pantalones a rayas remendados. Sobre su cabeza una gorra desteñida con una visera semidoblada, y la mancha de lo que alguna vez fue una cucarda… La corbata se deslizó del cuellito de la camisa y se agita por el cuello…
-¡Vivat el señor mercader! –dice con voz ronca el personaje, haciendo el saludo militar. -¡Vivos! ¿No desea acaso, su excelencia, echarle una mirada al ahogado?
-¿Y dónde está el ahogado? –pregunta el agente.
-En realidad, el ahogado no existe, pero yo se lo puedo imitar. Un salto al agua, ¡y ante usted la muerte de un hombre que se ahoga! Un cuadro no tan triste como irónico, en el sentido de sus propiedades histriónicas… ¡Permítame, señor mercader, imitárselo!
-Yo no soy un mercader.
-Culpable… Mille pardons… Ahora hasta los mercaderes empezaron a andar de paisano, así que el mismo Noé no sabría separar a los puros de los impuros. Pero tanto mejor que es un intelectual… Nos vamos a entender el uno al otro… Yo también soy de los nobles… Hijo de un oficial, y en mi tiempo fui presentado a un rango de XIV clase… Así, milord, el artista de las bellas artes le ofrece sus servicios… Un salto al agua, y ante usted un cuadro.
-No, le agradezco…
-Si lo alarman razones de índole material, pues me apresuro a calmarlo… Le voy a cobrar no caro… Por ahogarse con las botas, dos rublos, sin las botas, sólo un rublo…
-¡Por qué pues esa diferencia!
-Porque las botas constituyen la parte más cara de la ropa, y secarlas es muy difícil. Ergo, ¿me permite ganarme algo?
-No, no soy un mercader, y no me gustan las emociones fuertes…
-Hum… Usted, en cuanto entiendo, probablemente, no conoce la esencia del asunto… Piensa que le propongo algo burdo, ignaro, pero ahí, excepto lo cómico y lo satírico, no va a ver nada… Va a sonreír una vez más, solamente… ¡Pues es risible ver cómo el hombre nada con ropa y lucha con las olas! Y además pues… me deja ganarme algo.
-Y usted, si en lugar de imitar a los ahogados, se dedicara a algún asunto.
-Un asunto… ¿A cuál asunto pues? A mí, una ocupación noble no me dan, gracias a mi inclinación al alcoholismo, y además, la protección es necesaria, y dedicarme a un oficio simple, de trabajo negro, me lo impide mi nobleza.
-Y escupa a su nobleza.
-O sea, ¿cómo pues escupir? –pregunta el personaje, alzando la cabeza con orgullo y sonriendo con malicia. –Si el pájaro entiende que es pájaro pues, ¿cómo el hombre noble no va a entender su título? Yo, aunque soy un pobre, un mendigo, un indigente, soy ooorgulloso… ¡Estoy orgulloso de mi sangre!
-Pero el orgullo no le impide nadar con ropa…
-¡Me sonrojo! Su observación tiene su porción de verdad amarga. ¡Ahora se ve al hombre ilustrado! Pero antes de tirarle la piedra al pecador, debe escuchar… Exacto, entre nosotros hay muchos sujetos que, olvidando su dignidad, le permiten a los mercaderes ignorantes untarle mostaza en la cabeza, embarrarlo de hollín en el baño para imitar al diablo, ponerle un vestido de mujer para hacer cosas obscenas, pero yo… ¡estoy lejos de todo eso! Por mucho dinero que me dé un mercader, no voy a permitirle a otros untarme mostaza en la cabeza, ni otra sustancia, aunque sea noble. Yo no veo nada indecente en imitar a un ahogado… El agua es una materia líquida, limpia. Con una zambullida no te embarras, sino al contrario, te haces más limpio. Y la medicina no está en contra de eso… Por lo demás, si no está de acuerdo, pues le puedo cobrar más barato… Dígnese, con las botas, por un rublo…
-No, no me hace falta…
-¿Por qué pues?
-No me hace falta, eso es todo…
-Si le echara una mirada a cómo me ahogo… Mejor que yo, en todo el río, nadie sabe ahogarse… Si los señores doctores se cercioraran de la cara de muerto que pongo, me ensalzarían… ¡Dígnese, le cobro sólo seis grívens! La iniciativa vale más que el dinero… A otro no le aceptaría ni tres rublos, pero noto por su cara que es un buen señor. A los científicos les cobro más barato…
-¡Déjeme, por favor!
-¡Como sepa!.. Al libre la libertad, al salvado el paraíso, sólo que en vano no acepta… Otra vez va a querer dar diez rublos, pero no va encontrar a un ahogado…
El personaje se sienta junto al agente en la orilla y, resoplando ruidosamente, empieza a buscarse en los bolsillos.
-Hum… diablo… -farfulla. -¿Dónde está pues mi tabaco? A saber, lo olvidé en el muelle… Empecé a discutir con un oficial de política, y con el arrebato metí la cigarrera en algún lugar… Ahora en Inglaterra hay un cambio de ministerio… ¡Es excéntrica la gente! ¡Permítame, su eminencia, un cigarrillo!
El agente ofrece al personaje un cigarrillo. En ese momento aparece en la orilla el mercader expedidor de mercancías que espera el agente. El personaje se levanta rápido, esconde el cigarrillo en la manga y hace el saludo militar.
-¡Vivat su excelencia! –dice con voz ronca. -¡Vivos!
-Aah… ¡Es usted! –dice el agente al mercader. -¡Se hizo esperar bastante! ¡Y aquí, sin usted, mire, este gallardo me tortura! ¡Se pega con sus imitaciones! Me propone imitar a un ahogado por seis grívens…
-¿Seis grívens? Pero eso, hermano, lo estás clavando, -dice el mercader. –El mejor precio es un cuartito. Ayer, treinta hombres nos imitaron el naufragio de un barco en el río, y nos cobraron, con todo y todo, un quintito, y tú… ¡mira tú! ¡Seis grívens! ¡Así sea, cobra tres grívens!
El personaje infla las mejillas y sonríe con desprecio.
-Tres grívens… Ahora un repollo tiene ese precio, y usted quiere a un ahogado… Va a estar grueso…
-Bueno, no hace falta… No hay tiempo para estar contigo aquí…
-Así sea ya, por la iniciativa… Sólo, no le cuente a los mercaderes que le cobré tan barato.
El personaje se quita las botas y, tras fruncir el ceño, alzando la barbilla, se acerca al agua y da un salto torpe… Se oye el sonido de la caída de un cuerpo pesado en el agua… Tras nadar hacia arriba, el personaje agita los brazos de modo absurdo, mueve los pies e intenta mostrar susto en su rostro… Pero en lugar de susto resulta un temblor de frío…
-¡Ahógate! ¡Ahógate! –grita el mercader. -¡Basta de nadar, ahógate!..
El personaje parpadea y, abriendo los brazos, se sumerge desde la cabeza. En eso estriba toda la imitación. “Ahogado”, el personaje sale del agua y, tras recibir sus tres grívens, mojado y temblando de frío, continúa su camino por la orilla.
Título original: Utopliennik (Tzenka), publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazeta, 1885, Nº 226, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Paco de Cáceres, El mendigo.