Alexéi Borísich, recién recobrado del Morfeo de después de almuerzo, está sentado con su esposa, Márfa Afanásievna, junto a la ventana y rezonga. No le gusta que su hija Lídochka fue a pasear al jardín con Fiódor Petróvich, un joven…
-No puedo soportar, -farfulla él- cuando las señoritas se propasan a tal punto, que pierden la vergüenza. En esos callejeos por el jardín, por las alamedas oscuras yo, excepto inmoralidad y disolución, no veo nada. Tú eres madre, y no ves nada… Por lo demás, para ti así hace falta, que la muchacha se dedique a las tonterías… Para ti, no importa si ellos empiezan a enamorarse ahí… Tú misma estarías contenta, en tus años seniles, olvidando la vergüenza, de correr al rendez-vous…
-¿Pero, qué te me pegaste? –se enoja la vieja. –Rezonga, y él mismo no sabe qué. ¡Calvo malcarado!
-¿Qué pues? Deja para ti… Deja que allí se besen, se abracen… Bien… deja… No yo voy a responder ante Dios, si a la muchacha le envuelven la cabeza… ¡Bésense niñitos! ¡Háganse novios!
-Espera a maliciar… Puede ser que a ellos no les salga nada…
-Quiera Dios que no salga nada… -suspira Alexéi Borísich.
-Tú siempre fuiste un enemigo para tu criatura carnal… Excepto mal tú, a Lídochka, nunca le deseaste nada…¡Mira Alexéi, cómo Dios no te castigue a ti por tu crueldad! ¡Temo yo por ti! ¡No mucho pues queda por vivir!
-Como quieras, yo esto permitirlo no puedo… Él para ella no es partido, y además, ella apurarse no tiene por porqué…A juzgar por nuestra fortuna y su belleza, ella, novios aún más puros va a tener… Por lo demás, ¿para qué, este, yo converso contigo? ¡Mucha falta me hace conversar contigo! A él correrlo, y a Lídka bajo llave, eso es todo… Así y haré.
El viejo habla con indolencia, bostezando, como si rumiara una resina; se ve que rezonga sólo porque le dan punzadas y no tiene pelos en la lengua, pero la vieja toma a pecho cada palabra suya. Ésta salpica con las manos, enseña los dientes y cacarea como una gallina. Tirano, monstruo, desconsiderado, ídolo y otras palabras injuriosas conocidas suyas, saltan así de su lengua directo al “morro” de Alexéi Borísich… El asunto terminaría, como siempre, con un imponente escupitajo y con lágrimas, pero ahí los viejos, de pronto, ven algo excepcional: su hija Lídochka, con el peinado desecho, corre por la alameda hacia la casa. Simultáneamente, lejos, en el recodo de la alameda, aparece tras los arbustos el sombrero de pajilla de Fiódor Petróvich… Esta vez, el joven está asombrosamente pálido. Éste, con indecisión, da dos pasos hacia adelante, después deja de la mano y camina rápido hacia atrás. Luego se oye cómo Lídochka entra corriendo a la casa, vuela a través de todos los corredores y se encierra ruidosamente en su habitación.
El viejo y la vieja, con un asombro estúpido, intercambian miradas, bajan la vista y palidecen ligeramente. Ambos callan y no saben qué decir. El sentido del enigma para ellos está claro, como el día de Dios. Ambos, sin palabras, entienden y sienten que ahora, mientras ellos rezongaban y se enfurecían el uno con el otro, se resolvió el destino de su muchacha. Es suficiente tener la más ordinaria intuición humana, sin hablar ya de un corazón paternal, para entender qué instantes sufre ahora Lídochka, encerrada en su habitación, y qué papel importante, fatal, juega en su vida el alejado sombrero de pajilla…
Alexéi Borísich, con un gemido, se levanta y empieza a caminar por la habitación… La vieja sigue sus movimientos y, con el alma en un hilo, espera a que él empiece a hablar.
-Qué tiempo extraño ha hecho todos estos días… -pronuncia el viejo. –De noche frío, de día un calor insoportable.
La cocinera trae el samovar. Márfa Afanásievna lava las tazas, sirve el té, pero el té nadie lo toca.
-Habría que, a ella… a Lída… llamarla a tomar el té… -farfulla Alexéi Borísich, -si no, se tendrá que poner después para ella un samovar especial… ¡No me gustan los desórdenes!
Márfa Afanásievna quiere decir algo y no puede… Sus labios saltan, la lengua no le obedece y sus ojos están cubiertos por una venda. Un minuto más, y ella llora. Alexéi Borísich, apasionadamente, quisiera acariciar a la vieja aturdida, y él mismo no estaría en contra de lloriquear, pero se lo impide el orgullo: hay que mantener el carácter.
-Todo esto es bueno, y excelente, -rezonga él, -sólo que él debería primero hablar con nosotros… Sí… Primero él debería, en verdad, a nosotros y a Lídochkina, pedirnos la mano… ¡Puede ser, nosotros no aceptaríamos!
La vieja agita ambas manos, solloza ruidosamente y se marcha a su habitación.
“Esto es un paso serio… -piensa Alexéi Borísich. –No se puede resolver así, en vano… hace falta seriamente, de forma multilateral… Iré, le preguntaré cómo y qué, hablaré y resolveré… ¡Así no se puede!”
El viejo se cubre los huecos de la bata y va a pasitrote hacia la puerta de Lídochka.
-¡Lídochka! –dice, agarrando el manguito de la puerta con indecisión. -¿Tú… este? ¿Estás enferma, o qué?
No hay respuesta. Alexéi Borísich suspira, se encoge de hombros por algo y se aparta de la puerta.
“¡Así no se puede!” –piensa, arrastrando las pantuflas por los corredores. –Hay que, de forma multilateral… pensar, conversar, discutir… El matrimonio es un misterio, que no se puede tomar a la ligera… Iré a conversar con la vieja…”
El viejo va a pasitrote a la habitación de su esposa. Márfa Afanásievna está parada ante un baúl abierto y, con manos trémulas, revisa la ropa blanca.
-Camisas no hay en absoluto… -farfulla. –Los buenos padres, los sensatos, dan en la dote hasta ropa de niño, y nosotros no tenemos ni pañuelos, ni toalla… Se puede pensar que no es nuestra hija carnal, sino una huérfana…
-Hay que hablar de lo serio, y tú sobre los trapos… Hasta mirar da vergüenza… Ahí, una cuestión vital se resuelve, y ella parada como una mercader delante del baúl, y contando los trapos… ¡Así no se puede!
-¿Y cómo hace falta?
-Hace falta pensar, discutir de forma multilateral… conversar…
Los viejos oyen cómo Lídochka abre su puerta, envía con la doncella una carta a Fiódor Petróvich y se encierra de nuevo…
-Una respuesta decisiva le envía a él…-susurra Alexéi Borísich. –¡Qué tontos, perdona señor! ¡No tienen eso en la mente, con los mayores aconsejarse! ¡Bueno, pero qué gente!
-¡Y de qué me acordé, Aliósha! –salpica con las manos la vieja. -¡Pues nosotros tenemos que buscar en la ciudad un apartamento nuevo! ¿Si Lídochka no va a vivir con nosotros pues, para qué necesitamos ocho habitaciones?
-Todo eso es vacío… es una tontería… Ahora hace falta sobre lo serio…
Hasta la misma cena, los viejos deambulan por las habitaciones, como sombras, y no se hallan lugar. Márfa Afanásievna, sin ningún objetivo, se arreboza con la ropa blanca, cuchichea con la cocinera, solloza a cada rato, y Alexéi Borísich rezonga, quiere hablar sobre lo serio y dice disparates. Hacia la cena aparece Lídochka. Su rostro está rosado y sus ojos ligeramente hinchados…
-¡Y, lo nuestro para usted! –dice el viejo, sin mirarla.
Se sientan a comer, y los dos primeros platos los comen en silencio… En los rostros, en los movimientos, en el caminar de los sirvientes, en todo se trasluce una suerte de tímida solemnidad…
-Habría que, Lídochka, este… -empieza el viejo, -discutir seriamente... de forma multilateral… N-sí… ¿Licor tomar, o qué? ¡Glafíra, sirve pues aquí el licor! Y champagne no molestaría, pero ya que no hay, pues que vaya con Dios… N-sí… ¡así no se puede!
Sirven el licor. El viejo bebe copita tras copita…
-Vamos pues a discutir… -dice él. –Es un asunto serio, vital… ¡Así no se puede!
-¡Es un horror, pápochka, cómo te gusta hablar mucho! –suspira Lídochka.
-Bueno, bueno… -se asusta el viejo. –Yo pues eso sólo así… pour murmurer…1 No te enojes…
Después de la cena, la madre cuchichea con la hija largo tiempo.
“Y seguro hablan de tonterías, -piensa el viejo, caminando por las habitaciones. –No entienden, tontas, cuán serio es esto… importante… ¡Así no se puede, es imposible!”
Llega la noche… Lídochka está acostada en su habitación y no duerme… No pueden dormir tampoco los viejos, que cuchichean hasta el mismo amanecer.
-¡No me dejan dormir las moscas! –rezonga Alexéi Borísich
Pero las culpables no son las moscas, sino el destino…
1Pour murmurer, por murmurar.
Título original: Sirioznii shag, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 26, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ilya Repin, Portrait of the Art Critic Vladimir Stasov, 1883.
-No puedo soportar, -farfulla él- cuando las señoritas se propasan a tal punto, que pierden la vergüenza. En esos callejeos por el jardín, por las alamedas oscuras yo, excepto inmoralidad y disolución, no veo nada. Tú eres madre, y no ves nada… Por lo demás, para ti así hace falta, que la muchacha se dedique a las tonterías… Para ti, no importa si ellos empiezan a enamorarse ahí… Tú misma estarías contenta, en tus años seniles, olvidando la vergüenza, de correr al rendez-vous…
-¿Pero, qué te me pegaste? –se enoja la vieja. –Rezonga, y él mismo no sabe qué. ¡Calvo malcarado!
-¿Qué pues? Deja para ti… Deja que allí se besen, se abracen… Bien… deja… No yo voy a responder ante Dios, si a la muchacha le envuelven la cabeza… ¡Bésense niñitos! ¡Háganse novios!
-Espera a maliciar… Puede ser que a ellos no les salga nada…
-Quiera Dios que no salga nada… -suspira Alexéi Borísich.
-Tú siempre fuiste un enemigo para tu criatura carnal… Excepto mal tú, a Lídochka, nunca le deseaste nada…¡Mira Alexéi, cómo Dios no te castigue a ti por tu crueldad! ¡Temo yo por ti! ¡No mucho pues queda por vivir!
-Como quieras, yo esto permitirlo no puedo… Él para ella no es partido, y además, ella apurarse no tiene por porqué…A juzgar por nuestra fortuna y su belleza, ella, novios aún más puros va a tener… Por lo demás, ¿para qué, este, yo converso contigo? ¡Mucha falta me hace conversar contigo! A él correrlo, y a Lídka bajo llave, eso es todo… Así y haré.
El viejo habla con indolencia, bostezando, como si rumiara una resina; se ve que rezonga sólo porque le dan punzadas y no tiene pelos en la lengua, pero la vieja toma a pecho cada palabra suya. Ésta salpica con las manos, enseña los dientes y cacarea como una gallina. Tirano, monstruo, desconsiderado, ídolo y otras palabras injuriosas conocidas suyas, saltan así de su lengua directo al “morro” de Alexéi Borísich… El asunto terminaría, como siempre, con un imponente escupitajo y con lágrimas, pero ahí los viejos, de pronto, ven algo excepcional: su hija Lídochka, con el peinado desecho, corre por la alameda hacia la casa. Simultáneamente, lejos, en el recodo de la alameda, aparece tras los arbustos el sombrero de pajilla de Fiódor Petróvich… Esta vez, el joven está asombrosamente pálido. Éste, con indecisión, da dos pasos hacia adelante, después deja de la mano y camina rápido hacia atrás. Luego se oye cómo Lídochka entra corriendo a la casa, vuela a través de todos los corredores y se encierra ruidosamente en su habitación.
El viejo y la vieja, con un asombro estúpido, intercambian miradas, bajan la vista y palidecen ligeramente. Ambos callan y no saben qué decir. El sentido del enigma para ellos está claro, como el día de Dios. Ambos, sin palabras, entienden y sienten que ahora, mientras ellos rezongaban y se enfurecían el uno con el otro, se resolvió el destino de su muchacha. Es suficiente tener la más ordinaria intuición humana, sin hablar ya de un corazón paternal, para entender qué instantes sufre ahora Lídochka, encerrada en su habitación, y qué papel importante, fatal, juega en su vida el alejado sombrero de pajilla…
Alexéi Borísich, con un gemido, se levanta y empieza a caminar por la habitación… La vieja sigue sus movimientos y, con el alma en un hilo, espera a que él empiece a hablar.
-Qué tiempo extraño ha hecho todos estos días… -pronuncia el viejo. –De noche frío, de día un calor insoportable.
La cocinera trae el samovar. Márfa Afanásievna lava las tazas, sirve el té, pero el té nadie lo toca.
-Habría que, a ella… a Lída… llamarla a tomar el té… -farfulla Alexéi Borísich, -si no, se tendrá que poner después para ella un samovar especial… ¡No me gustan los desórdenes!
Márfa Afanásievna quiere decir algo y no puede… Sus labios saltan, la lengua no le obedece y sus ojos están cubiertos por una venda. Un minuto más, y ella llora. Alexéi Borísich, apasionadamente, quisiera acariciar a la vieja aturdida, y él mismo no estaría en contra de lloriquear, pero se lo impide el orgullo: hay que mantener el carácter.
-Todo esto es bueno, y excelente, -rezonga él, -sólo que él debería primero hablar con nosotros… Sí… Primero él debería, en verdad, a nosotros y a Lídochkina, pedirnos la mano… ¡Puede ser, nosotros no aceptaríamos!
La vieja agita ambas manos, solloza ruidosamente y se marcha a su habitación.
“Esto es un paso serio… -piensa Alexéi Borísich. –No se puede resolver así, en vano… hace falta seriamente, de forma multilateral… Iré, le preguntaré cómo y qué, hablaré y resolveré… ¡Así no se puede!”
El viejo se cubre los huecos de la bata y va a pasitrote hacia la puerta de Lídochka.
-¡Lídochka! –dice, agarrando el manguito de la puerta con indecisión. -¿Tú… este? ¿Estás enferma, o qué?
No hay respuesta. Alexéi Borísich suspira, se encoge de hombros por algo y se aparta de la puerta.
“¡Así no se puede!” –piensa, arrastrando las pantuflas por los corredores. –Hay que, de forma multilateral… pensar, conversar, discutir… El matrimonio es un misterio, que no se puede tomar a la ligera… Iré a conversar con la vieja…”
El viejo va a pasitrote a la habitación de su esposa. Márfa Afanásievna está parada ante un baúl abierto y, con manos trémulas, revisa la ropa blanca.
-Camisas no hay en absoluto… -farfulla. –Los buenos padres, los sensatos, dan en la dote hasta ropa de niño, y nosotros no tenemos ni pañuelos, ni toalla… Se puede pensar que no es nuestra hija carnal, sino una huérfana…
-Hay que hablar de lo serio, y tú sobre los trapos… Hasta mirar da vergüenza… Ahí, una cuestión vital se resuelve, y ella parada como una mercader delante del baúl, y contando los trapos… ¡Así no se puede!
-¿Y cómo hace falta?
-Hace falta pensar, discutir de forma multilateral… conversar…
Los viejos oyen cómo Lídochka abre su puerta, envía con la doncella una carta a Fiódor Petróvich y se encierra de nuevo…
-Una respuesta decisiva le envía a él…-susurra Alexéi Borísich. –¡Qué tontos, perdona señor! ¡No tienen eso en la mente, con los mayores aconsejarse! ¡Bueno, pero qué gente!
-¡Y de qué me acordé, Aliósha! –salpica con las manos la vieja. -¡Pues nosotros tenemos que buscar en la ciudad un apartamento nuevo! ¿Si Lídochka no va a vivir con nosotros pues, para qué necesitamos ocho habitaciones?
-Todo eso es vacío… es una tontería… Ahora hace falta sobre lo serio…
Hasta la misma cena, los viejos deambulan por las habitaciones, como sombras, y no se hallan lugar. Márfa Afanásievna, sin ningún objetivo, se arreboza con la ropa blanca, cuchichea con la cocinera, solloza a cada rato, y Alexéi Borísich rezonga, quiere hablar sobre lo serio y dice disparates. Hacia la cena aparece Lídochka. Su rostro está rosado y sus ojos ligeramente hinchados…
-¡Y, lo nuestro para usted! –dice el viejo, sin mirarla.
Se sientan a comer, y los dos primeros platos los comen en silencio… En los rostros, en los movimientos, en el caminar de los sirvientes, en todo se trasluce una suerte de tímida solemnidad…
-Habría que, Lídochka, este… -empieza el viejo, -discutir seriamente... de forma multilateral… N-sí… ¿Licor tomar, o qué? ¡Glafíra, sirve pues aquí el licor! Y champagne no molestaría, pero ya que no hay, pues que vaya con Dios… N-sí… ¡así no se puede!
Sirven el licor. El viejo bebe copita tras copita…
-Vamos pues a discutir… -dice él. –Es un asunto serio, vital… ¡Así no se puede!
-¡Es un horror, pápochka, cómo te gusta hablar mucho! –suspira Lídochka.
-Bueno, bueno… -se asusta el viejo. –Yo pues eso sólo así… pour murmurer…1 No te enojes…
Después de la cena, la madre cuchichea con la hija largo tiempo.
“Y seguro hablan de tonterías, -piensa el viejo, caminando por las habitaciones. –No entienden, tontas, cuán serio es esto… importante… ¡Así no se puede, es imposible!”
Llega la noche… Lídochka está acostada en su habitación y no duerme… No pueden dormir tampoco los viejos, que cuchichean hasta el mismo amanecer.
-¡No me dejan dormir las moscas! –rezonga Alexéi Borísich
Pero las culpables no son las moscas, sino el destino…
1Pour murmurer, por murmurar.
Título original: Sirioznii shag, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 26, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ilya Repin, Portrait of the Art Critic Vladimir Stasov, 1883.