Káma, barco “Perm-Nízhnii”, 24 de abril de 1890.
¡Amigos míos tungusos! Navego por el Káma, pero la comarca no la puedo definir, al parecer, es cerca de Chístopol. No puedo asimismo celebrar la belleza de las orillas, ya que hace un frío infernal; el abedul no se desabotonó aún, se extienden por algún lugar las franjas de nieve, navegan los trocitos de hielo –en una palabra, toda la estética se fue al diablo. Estoy en la camareta, donde está sentada a la mesa gente de todo título y escucho las conversaciones, preguntándome: “¿No les es hora ya de tomar el té?” Si fuera por mi voluntad, de la mañana a la noche sólo haría algo, comer; ya que dinero para la comida diaria no hay, pues duermo y duermo de nuevo. A la cubierta no salgo –hace frío. Por las noches llueve, y por el día sopla un viento desagradable.
¡Ah, el caviar! Como, como, y no acabo de comer. En ese sentido, éste se parece a una bola de queso. Bueno que no es salado.
No está bien que no adiviné coserme un saquito para el té y el azúcar1. Tengo que pedirlo por vaso, lo que es desventajoso y aburrido. Quería hoy, por la mañana, comprar té y azúcar en Kazán, pero me quedé dormido.
¡Alégrese, oh mater! Al parecer, viviré en Ekaterinburgo unos días y me veré con los parientes2. Acaso, el corazón se les ablande y me den tres rublos de dinero y una ochava de té.
Por las conversaciones que ahora oigo, concluyo que conmigo va la cámara judicial. Gente no ingeniosa. En cambio los mercaderes, que rara vez insertan su palabrita, parecen inteligentes. Ricachones se encuentran terriblemente.
El acipenser es más barato que los hongos, pero cansa rápido. ¿De qué más escribir? No hay de nada más... Por lo demás, hay un general y un rubio enjuto. El primero corre del camarote a la cubierta y de vuelta, y siempre envía a algún lugar su fotografía; el segundo se maquilla de Nadson3 e intenta dar a entender que es escritor; hoy en el almuerzo mintió a cierta dama que él publicó un librito con Suvórin; yo, por supuesto, tuve un temblor de cara.
El dinero todo está entero, con excepción del que me comí. ¡No quieren, los canallas, alimentarme de gratis!
No estoy ni divertido ni aburrido, sino así, una suerte de gelatina en el alma. Me alegra estar sentado sin moverme y callar. Hoy, por ejemplo, dije apenas cinco palabras. Por lo demás, miento: conversé con el pope en cubierta.
Se empezó a encontrar extranjeros. Tártaros hay muchos: un pueblo respetable y modesto.
Gran comodidad: al salir del camarote, lo cierras con llave, al acostarte a dormir, también. Así que hasta Párma no me robarán nada.
Reverencio profundamente a todos. A papá y a mamá les ruego, encarecidamente, no inquietarse y no imaginar peligros que no hay. Reverencio a Semáshechko con violonchelo, a Ivaniénko con flauta y Ter-Mizínova4 con abuela. Trasmítanle a Diukóvskii5 mi pesar, con motivo de que no pudimos vernos antes de mi partida. Es un buen hombre. Una reverencia a los Kuvshínnikov6. Si Kundásova ya llegó, pues y a ella.
Que estén todos saludables y prósperos.
Disculpen que les escribo sólo de la comida. Si no fuera por la comida, tendría que escribir del frío, ya que no hay sujetos.
La cámara determinó: solicitar el té. Invitaron de algún lugar a dos candidatos a cargos judiciales, que viajan en calidad de cancillería. Uno se parece al poeta-sastre Bieloúsov7, el otro a Ezhóv8. Ambos escuchan respetuosamente a los sres. Jefes, no se atreven a tener su propio juicio, y hacen ver que, tras escuchar las conversaciones inteligentes, adquieren inteligencia. Amo a la gente joven ejemplar.
1En su Alrededor de Chejov, Mijaíl Chejov recuerda: “Había que llevar consigo té, azúcar, conservas, todo eso no se podía conseguir por entonces en Siberia” (cap. VIII, pag. 220).
2En Ekaterinburgo vive la familia de P.M. Símonova, prima de Evguénia Chejova, madre del escritor.
3Semión Nadson, poeta.
4Ter-Mizínova, broma de Chejov alusiva al hecho de que Lidia Mizínova vive en una casa que pertenece a un armenio.
5Mijaíl Diukóvskii, inspector del Colegio burgués de Moscú, conocido de la familia Chejov.
6Sofía Kuvshínnikova (“Safo”), pintora, y su esposo Dmítrii Kuvshínnikov, médico de la policía de Moscú, conocidos de Chejov.
7Iván Bieloúsov, poeta, traductor, sastre.
8Nikolai Ezhóv, escritor y periodista.
En su artículo Un acompañante inesperado, Andrei Cháikin refiere cómo en el tren, sacó el número de El heraldo del norte que contenía La estepa, y le habló de ésta a su acompañante: “Yo le pregunté a mi compañero de viaje, si había leído La estepa y cuál era su opinión. Mi acompañante, como me pareció, turbándose más aún, me respondió que no sólo había leído ese relato, sino que lo había escrito.
-Permítame -no dije, sino grité, -¿cómo que usted lo escribió, si está puesto que el autor es Antón Chejov?, -desplegué el papel con rapidez y le mostré quién era el autor.
-Pues yo soy Antón Chejov, voy ahora a Sajalín.
Seguramente, yo tenía un rostro tan asustado y perplejo, que mi compañero de viaje se detuvo y sacó del bolsillo interior de su paletó una tarjeta que decía Doctor A.P. Chejov y, tras escribir con lápiz al reverso 27 de abril de 1890. Perm. A. Chejov, me la entregó. Yo estaba pasmado con el encuentro, pero no me extravié, y le rogué que me escribiera algo en la página de la revista El heraldo del norte, donde empezaba el relato La estepa. Antón Pávlovich me preguntó mi nombre y apellido, y escribió: A Andrei Ivánovich Cháikin, mi compañero de viaje por Perm. A. Chejov.
Estábamos en la misma estación, tomé a Antón Pávlovich de la mano, pero él liberó su mano con amabilidad, diciendo que podían pensar que un ferroviario llevaba a una 'liebre'* atrapada…” (Almanaque Prikame, Perm, 1960, Nº 28).
*Liebre (expresión familiar), polisón.
Imagen: Isaac Levitan, Primavera temprana, 1898.
¡Amigos míos tungusos! Navego por el Káma, pero la comarca no la puedo definir, al parecer, es cerca de Chístopol. No puedo asimismo celebrar la belleza de las orillas, ya que hace un frío infernal; el abedul no se desabotonó aún, se extienden por algún lugar las franjas de nieve, navegan los trocitos de hielo –en una palabra, toda la estética se fue al diablo. Estoy en la camareta, donde está sentada a la mesa gente de todo título y escucho las conversaciones, preguntándome: “¿No les es hora ya de tomar el té?” Si fuera por mi voluntad, de la mañana a la noche sólo haría algo, comer; ya que dinero para la comida diaria no hay, pues duermo y duermo de nuevo. A la cubierta no salgo –hace frío. Por las noches llueve, y por el día sopla un viento desagradable.
¡Ah, el caviar! Como, como, y no acabo de comer. En ese sentido, éste se parece a una bola de queso. Bueno que no es salado.
No está bien que no adiviné coserme un saquito para el té y el azúcar1. Tengo que pedirlo por vaso, lo que es desventajoso y aburrido. Quería hoy, por la mañana, comprar té y azúcar en Kazán, pero me quedé dormido.
¡Alégrese, oh mater! Al parecer, viviré en Ekaterinburgo unos días y me veré con los parientes2. Acaso, el corazón se les ablande y me den tres rublos de dinero y una ochava de té.
Por las conversaciones que ahora oigo, concluyo que conmigo va la cámara judicial. Gente no ingeniosa. En cambio los mercaderes, que rara vez insertan su palabrita, parecen inteligentes. Ricachones se encuentran terriblemente.
El acipenser es más barato que los hongos, pero cansa rápido. ¿De qué más escribir? No hay de nada más... Por lo demás, hay un general y un rubio enjuto. El primero corre del camarote a la cubierta y de vuelta, y siempre envía a algún lugar su fotografía; el segundo se maquilla de Nadson3 e intenta dar a entender que es escritor; hoy en el almuerzo mintió a cierta dama que él publicó un librito con Suvórin; yo, por supuesto, tuve un temblor de cara.
El dinero todo está entero, con excepción del que me comí. ¡No quieren, los canallas, alimentarme de gratis!
No estoy ni divertido ni aburrido, sino así, una suerte de gelatina en el alma. Me alegra estar sentado sin moverme y callar. Hoy, por ejemplo, dije apenas cinco palabras. Por lo demás, miento: conversé con el pope en cubierta.
Se empezó a encontrar extranjeros. Tártaros hay muchos: un pueblo respetable y modesto.
Gran comodidad: al salir del camarote, lo cierras con llave, al acostarte a dormir, también. Así que hasta Párma no me robarán nada.
Reverencio profundamente a todos. A papá y a mamá les ruego, encarecidamente, no inquietarse y no imaginar peligros que no hay. Reverencio a Semáshechko con violonchelo, a Ivaniénko con flauta y Ter-Mizínova4 con abuela. Trasmítanle a Diukóvskii5 mi pesar, con motivo de que no pudimos vernos antes de mi partida. Es un buen hombre. Una reverencia a los Kuvshínnikov6. Si Kundásova ya llegó, pues y a ella.
Que estén todos saludables y prósperos.
Vuestro, A. Chejov.
Disculpen que les escribo sólo de la comida. Si no fuera por la comida, tendría que escribir del frío, ya que no hay sujetos.
La cámara determinó: solicitar el té. Invitaron de algún lugar a dos candidatos a cargos judiciales, que viajan en calidad de cancillería. Uno se parece al poeta-sastre Bieloúsov7, el otro a Ezhóv8. Ambos escuchan respetuosamente a los sres. Jefes, no se atreven a tener su propio juicio, y hacen ver que, tras escuchar las conversaciones inteligentes, adquieren inteligencia. Amo a la gente joven ejemplar.
1En su Alrededor de Chejov, Mijaíl Chejov recuerda: “Había que llevar consigo té, azúcar, conservas, todo eso no se podía conseguir por entonces en Siberia” (cap. VIII, pag. 220).
2En Ekaterinburgo vive la familia de P.M. Símonova, prima de Evguénia Chejova, madre del escritor.
3Semión Nadson, poeta.
4Ter-Mizínova, broma de Chejov alusiva al hecho de que Lidia Mizínova vive en una casa que pertenece a un armenio.
5Mijaíl Diukóvskii, inspector del Colegio burgués de Moscú, conocido de la familia Chejov.
6Sofía Kuvshínnikova (“Safo”), pintora, y su esposo Dmítrii Kuvshínnikov, médico de la policía de Moscú, conocidos de Chejov.
7Iván Bieloúsov, poeta, traductor, sastre.
8Nikolai Ezhóv, escritor y periodista.
En su artículo Un acompañante inesperado, Andrei Cháikin refiere cómo en el tren, sacó el número de El heraldo del norte que contenía La estepa, y le habló de ésta a su acompañante: “Yo le pregunté a mi compañero de viaje, si había leído La estepa y cuál era su opinión. Mi acompañante, como me pareció, turbándose más aún, me respondió que no sólo había leído ese relato, sino que lo había escrito.
-Permítame -no dije, sino grité, -¿cómo que usted lo escribió, si está puesto que el autor es Antón Chejov?, -desplegué el papel con rapidez y le mostré quién era el autor.
-Pues yo soy Antón Chejov, voy ahora a Sajalín.
Seguramente, yo tenía un rostro tan asustado y perplejo, que mi compañero de viaje se detuvo y sacó del bolsillo interior de su paletó una tarjeta que decía Doctor A.P. Chejov y, tras escribir con lápiz al reverso 27 de abril de 1890. Perm. A. Chejov, me la entregó. Yo estaba pasmado con el encuentro, pero no me extravié, y le rogué que me escribiera algo en la página de la revista El heraldo del norte, donde empezaba el relato La estepa. Antón Pávlovich me preguntó mi nombre y apellido, y escribió: A Andrei Ivánovich Cháikin, mi compañero de viaje por Perm. A. Chejov.
Estábamos en la misma estación, tomé a Antón Pávlovich de la mano, pero él liberó su mano con amabilidad, diciendo que podían pensar que un ferroviario llevaba a una 'liebre'* atrapada…” (Almanaque Prikame, Perm, 1960, Nº 28).
*Liebre (expresión familiar), polisón.
Imagen: Isaac Levitan, Primavera temprana, 1898.