viernes, 7 de diciembre de 2007

Dos cartas


I. La cuestión seria

¡Gentil y querido tío mío, Anísim Petróvich!
Ahora estuvo en casa su paisano Kuroshéev y me informó, entre tanto, que en estos días regresó del extranjero su vecino Murdashévich con su familia. Esa noticia me sorprendió aún más, por que antes corrieron rumores, de que los Murdashévich se quedarían para siempre en el extranjero.
¡Querido y gentil tío! Si usted quiere siquiera un poco a su sobrino, pues vaya a ver, hijito, a Murdashévich, y averigüe cómo anda su pupila Máshenka. Le confieso el atesorado secreto de mi alma. Sólo a usted solo se lo puedo confiar. ¡Yo amo a Máshenka, la amo con pasión, más que a la vida! Seis años de separación no aminoraron mi amor por ella ni en una iota. ¿Está viva ella, saludable? Escriba, ¿con qué aspecto la encontró, si me recuerda ella, si me ama como antes? ¿Puedo yo escribirle a ella una carta? Averigüe todo, hijito, y describa con más detalle.
Dígale a ella que yo ya no soy ese tímido, pobre estudiante... Yo ya soy un jurado acreditado, tengo práctica, dinero... En una palabra, para la felicidad absoluta sólo me falta ella... ¡Sólo!
En espera de prontísima respuesta le abraza.

Vladímir Grechnióv.

II. La respuesta detallada

¡Gentil sobrino mío, Volódia!
Recibida pues tu carta, yo al otro día fui a ver a Murdashévich. ¡Un hombre excelente! Envejeció y encaneció en el extranjero, pero conservó su recuerdo de mí, de su viejo amigo; así que, cuando entré, me abrazó y, mirándome largo tiempo a la cara, dijo con una tímida, tierna exclamación: “¡No lo reconozco!” Cuando pues nombré mi apellido, él otra vez me abrazó y dijo: “Ahora recuerdo”. ¡Buen hombre! Estando en su casa, bebí y piqué, y después nos sentamos con el préférence a una decena. Me explicó de muchas formas y diversas maneras sobre el extranjero, y me divirtió mucho su juguetona descripción de las ridículas costumbres alemanas. Pero la ciencia de los alemanes, dice, es lejos trivial. Me enseñó asimismo un cuadro, comprado de paso por Italia, que representa a una persona del sexo femenino con una ropa extraña, indecente. Vi también a Máshenka. Estaba con un rico vestido de color rozado y unos adornos sencillos de carácter precioso. Te recuerda, y hasta le brotaron las lágrimas de los ojos cuando preguntó por ti. Espera cartas de ti y te agradece por la memoria y el sentimiento. ¡Tú escribes que tienes práctica y dinero! Cuida, almita, el dinero, y condúcete con moderación y abstinencia. Yo, cuando era joven, me entregaba a los excesos voluptuosos, pero con prontitud y abstinencia, y con todo me arrepiento. Después de esto, te bendigo y deseo todo lo mejor.

Tu tío y benévolo, Anísim Grechnióv.

PS. Escribes tú de modo, aunque no legible, muy atractivo y elocuente. Le enseñé tu carta a todos los vecinos. Tras leerla, te tomaron como por cuentista, así que hasta el hijo del padre Grigórii, Vladímir, la copió para mandarla al periódico. Se la enseñé asimismo a Máshenka y a su esposo, el alemán Urmager, con el que Máshenka se casó el año pasado. El alemán leyó y elogió. Y ahora yo les enseño y leo tu carta a todos. ¡Escribe más! Y el caviar de Murdashévich es muy rico.

Título original: Dva pisma, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 10, con la firma: “Fiel al original. El hombre sin bazo”.
Imagen: Vladimir Borovikovsky, Portrait of M. I. Lopukhina, 1797.